domingo, 22 de junio de 2008

Cuidar de uno mismo

¿Hemos aprendido algo después de Nietzsche sobre la fábrica de la moral? Me temo que no mucho. Aún seguimos considerando las normas morales en términos de principios que deben domesticar al un yo salvaje. Pura doctrina ignaciana: examínate para encontrar en tí mismo la fuente del pecado. Esa aspiración ascética a una disolución del yo tan barroca y tan peligrosa. Es la fuente de alguna de las formas más malignas de autoengaño. Lo más difícil no es autoexaminarse: puro discurso que se impone sobre un magma de emociones al que no nos atrevemos a mirar. No es el autoexamen, sino el autorreconocimiento lo más difícil de lograr. Conseguir reconocerse a uno mismo: "no me reconozco en esta contestación que acabo de dar..."; pero también más profundamente, reconocerse en un sentido de saber qué valor tiene uno más allá de los miedos a los miedos de los otros.
El cuidado de sí, del que nos habla Foucault como necesaria preparación para estar en sociedad. Se le olvida a Foucault, sin embargo, mucho del cuidado de uno que queda en manos de los otros. Cuidar de sí es también y sobre todo dejar que los otros cuiden de uno. Es tan difícil,..., mucho más que esa caridad cristiana que nace del orgullo de ser y de estar en la verdad.
Se me ocurren estas ideas pensando en cuánto debo a tantos que no sabría siquiera enunciar en una lista. Y sin embargo cuánto cuesta dejarse cuidar: es el miedo a autorreconocerse en la mirada de los otros. Seguimos teniendo un prejuicio egotista contra los ojos de los otros; pensamos que toda percepción nace de unos ojos limpios y creemos que miramos a los otros como miramos a las cosas. Ese prejuicio es terrible: al final, el mundo se convierte en un espejo, sólo vemos en él una piel, cada vez más arrugada, de un yo en el que no nos reconocemos. El mundo se ha convertido en nuestro retrato de Dorian Grey.
Dejarse cuidar como escalera para autorreconocerse es dejar las puertas abiertas a la mirada ajena. Demasiado para esa metafísica varonil que ha conformado nuestra historia moral. Nietzsche nos habría enseñado cuánta cobardía y resentimiento hay en esa historia.
Os dejo una pequeña mirada al desierto de Libia desde GoogleEarth, una metáfora del examen de conciencia

5 comentarios:

  1. Muchas gracias por esta reflexión. Creo que identifica una de las mayores dificultades a los que nos enfrentamos quienes hemos construido nuestra vida sobre el esfuerzo y, por ello, desde la desconfianza.

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  2. Creo que si cuidáramos de nosotros mismos estaríamos cuidando a los demás, pues descubriríamos que en esencia somos lo mismo. Y para eso, es esencial entrar en nuestro interior, conocernos y reconocernos, disolver todo aquello que nos separa y potenciar lo común que nos une, sin renunciar a nuestras particularidades.
    En resumen, si me conozco también conozco mas al otro, pues ¿cómo voy a cuidar lo que no conozco?
    ¿Y el pecado?: para mí es el error, todo aquello que me aleja de la armonía.
    Seguro que sabes mucho mas que yo de todo esto, sólo dejo mi reflexión en base a mi sentir y te doy las gracias.

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  3. Gracias a ambos: efectivamente, como dice Pepo, se nos hace difícil de elaborar una forma de existencia en donde la confianza sustituya a la desconfianza. Pero el autoconocimiento, me parece, Adonai, que no hay que buscarlo en la cueva, como Don Quijote en la cueva de Montesinos, sino en la autoobservación de cómo resonamos con lo real. La experiencia que me parece originaria de los humanos es la del niño que a los dos años es capaz de arrojarse en brazos de su madre y superar el miedo al abismo. Los golpes de la vida que nos llevan a la desconfianza no nos hacen más sabios: madurar, creo, no es dejar de arrojarse en brazos de otros, sino aprender a caer de pie si el otro no estuviera. Salud.

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  4. Hola, muy interesante el post, muchos saludos desde Mexico!

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