"No consigo recordar otras voces, otros sonidos, pero recuerdo, sí, aquella voz, las cosas no son como eran, quizá no sean ahora tampoco como son, da igual, pero existieron. Tuvieron que existir porque las recordamos": voz-texto de Canciones para después de una guerra, la película de Basilio Martín Patino, que ahora rememoro hojeando el catálogo de la exposición y ciclo de cine que esta primavera le dedicó el Círculo de Bellas Artes, editado por Aurora Fernández Polanco, que ayer nos lo regaló (gracias). Asistí a unas cuantas películas del ciclo y apenas pude soportar la commoción del recuerdo. Especialmente Nueve cartas a Berta, (1967) esa película que significa la Nouvelle Vague española, pero que es el retrato de una parte de la generación a la que pertenezco: la que languidecíamos entre una provincia (la Salamanca de Basilio y la mía) y un imaginario imposible de fuga, las cartas a Berta, la chica en el extranjero que era nuestro anclaje en la esperanza. Nueve cartas: seguimos languideciendo por no haber sido capaces de escribir la décima. La enfermedad del sueño se curaba con intensas dosis de realidad.
¡Qué difícil es elaborar la memoria!: administrar la compasión y el resentimiento, el recuerdo de lo que fue y de lo que pudo haber sido, de lo que tendría que haber sido. Como Basilio Martín Patino, mi memoria está hecha de voces, melodías, imágenes y olores de aquella Salamanca ciudad y de sus pueblos. Recuerda Basilio en el catálogo, en un artículo que con sarcasmo titula "The salmantican way of life", una frase del Unamuno de comienzos del XX que captura con precisión esa permanente niebla que cubre Salamanca, metáfora de todas nuestras cavernas:
"Es un espectáculo deprimente el del estado mental y moral de nuestra sociedad. Pesa sobre nosotros una atmósfera de bochorno. Debajo de una dura costra de gravedad formal se extiende una ramplonería, una trivialidad y vulgaridad. Esto es un pantano de agua estancada, no corriente de manantial. Bajo una atmósfera soporífera se extiende un páramo espiritual de una aridez que espanta."
Cuánto ha cambiado el mundo. Berta ya no está lejana en Londres: los erasmus, interrailes, academias de idiomas, vuelings, han conseguido una generación de viajeros, políglotas, limpios, guapos, esperanzados. Ya no hay cartas a Berta.
Y, no sé por qué, me quejo de no haber sabido elaborar esa memoria, de que nadie aún nos ha dejado a nuestra generación elaborarla, perdidos en los mitos tan falsos de la transición, perdidos en una españa imaginada que no ha cerrado aún sus duelos. Y se me ocurre que puede que algunas modernidades sean por ello más superficiales de lo que parece y que la niebla no se haya despejado. Tal vez crea que aún están por llegar esos nietos que pregunten, como ocurrió en Alemania; tal vez la mirada de Patino aún no haya encontrado su momento. Qué envidia de un país que tuvo a Sebald.
Recordar las voces hasta que dejen de ser hirientes. No es casual que haya sido Salamanca el lugar de todos los combates contra la memoria en los últimos años. Qué difícil es situar los espejos en la niebla.
Google me deja ver algunas huellas. Ahí (colinas de Morille), ésas son las huellas, estaba la estación de radio de la Legión Cóndor que dirigía los bombarderos que salían de Matacán y llegaban, por ejemplo, a Guernica y Madrid.
Mucha piedad y mucha quiebra rezuma tu sentida y estupenda columna.¿Esperas que la llegada de los nietos pueda cerrar esos "duelos"? Ya han llegado muchos, muchos nietos, y la herida sigue abierta, al menos en este "Armario de luna", esta Salamanca, bien memoriada aunque nos duela. Solo se cierra no lo que se puede, sino lo que se quiere cerrar y aquí en Salamanca la llave de esa puerta sigue en las mismas manos, manos nietas de los que dejaron la puerta abierta y se guardaron la llave. Salud.
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