La adicción tiene mala prensa, ciertamente, pero, ¿por qué es mala? La Real Academia en su siempre curioso diccionario señala estos dos usos del término:
1. f. Hábito de quien se deja dominar por el uso de alguna o algunas drogas tóxicas, o por la afición desmedida a ciertos juegos.
2. f. desus. Asignación, entrega, adhesión.
En el primer uso tenemos una pérdida de libertad, en el segundo, probablemente, el más excelso ejercicio de la libertad, que es, justamente, asignación, entrega, adhesión. Claro que la RAE indica que esta segunda acepción está en desuso. Vaya.
Veamos el problema: la adicción produce adición, es decir, suma de algo, de actos como el juego, el consumo de drogas o lo que sea. Diferencia y repetición: la adicción es la causa de la repetición, de la búsqueda de lo mismo, cuando lo que uno cree es que está buscando lo diferente.
No me interesan ahora las formas socialmente reprochables de adicción: alcoholismo, drogadicción, ludopatía, etc., sino las formas socialmente admisibles, e incluso objetos de admiración al menos en cantidades estadísticamente muy significativas. Son esas otras que no han sido exploradas y que no obstante conforman nuestra experiencia de lo cotidiano más habitualmente que las médicamente poco recomendables.
Una, la más peligrosa en un aspecto, menos peligrosa en otro: la adicción al peligro. Alguna gente necesita dosis de adrenalina crecientes para que su mente funcione normalmente y para ello se pone en situaciones de peligro y juega estratégicamente con los mecanismos internos subpersonales que hacen que el cerebro se cargue de las sustancias adecuadas (hace alguna semana me ocupé de estas desviaciones emocionales). La adición al peligro llena el mundo de héroes y de víctimas.
Otra: la adicción al poder. Me ha sido permitido observar de cerca a alguna gente que ha sufrido durante algún tiempo esta adicción. Necesitan que suene el móvil continuamente, que se negocie con ellos, que otros le pidan cosas que saben imposibles para poder negar con esa sonrisa que parece indicar que las conceden, mirarse en los ojos sumisos y las sonrisas ovejunas de los sometidos. A la semana de quedar excluidos del poder necesitan conspirar para lograrlo.
Otra más: la adicción al reconocimiento. Es el mayor peligro al que están sometidos quienes, como el que suscribe, se encuentran en espacios académicos, artísticos, etc. Necesitan la caricia continua en el ego, el "tú vales mucho" repetido una y otra vez, la palmada en la espalda, el aplauso, ...
Hay algunas comunidades que están formadas por adictos. Son comunidades pasionales en las que el juego y la competencia son manifestaciones de la urgencia que los instintos básicos imprimen en la acción. Está poco desarrollada la sociología de las comunidades emocionales: comencemos a observarlas como comunidades de adictos y entenderemos muchas cosas: la ciencia, la política, el arte, ... el espectáculo como forma de lo social.
¿Hay algo malo en las adicciones?: no necesariamente, salvo para los puritanos adictos a las normas. ¿Por qué la adicción al sexo y al amor tendrían que ser malas salvo para quienes carecen de ellas? Hay algo malo cuando el segundo sentido de la RAE está en peligro por el primero, cuando el entusiasmo de la identificación con los objetivos propios de la vida se ve amenazado por la repetición, por la adición de acciones cuyo único objeto es la mera renovación de lo ya experienciado.
Me sé adicto a muchas cosas, pero esto no es un confesionario sino un espacio de reflexión. No todas malas, no todas buenas.
Has mencionado la "adicción al reconocimiento". Últimamente, me pregunto muchas cosas acerca de dicha adicción, y en realidad me deprime o me obsesiona, hasta el punto de que a veces me inhibe a la hora de ejercer mi trabajo en el mundo académico.
ResponderEliminar¡Es tan destestable la necesidad de mostrar que tu vida debe ser reconocida! Sin embargo, no creo que sea una necesidad que exista en nuestra propia naturaleza, es algo aprendido, y por lo que nos dejamos llevar por alguna razón que se me escapa.
No sé si has leído "Tío Vania" de Chejov, pero veo todos los días en mi mente el personaje del catedrático, que creía estar llevando una vida plena de reconocimiento. Ese personaje que al final de su vida es consciente, al igual que algunos que le rodean, de que en realidad es un ser tan mediocre como el resto de los que le rodean.
En el mundo académico, las ansias de producir y escalar pertenecientes a lo boloñeso en cuanto que busca un fin de lo académico, y de la necesidad presente de resultados, es el camino a una adicción al reconocimiento, que para nada tiene que ver con el mundo de la universidad idílico; es decir, la universidad como organismo de pensamiento independiente y de cambio para cuando la necesidad se tercie.
Pensemos, no para ser reconocidos, ni para ser productivos, ni tan siquiera por nosotros mismos. Pensemos para cuando la sociedad necesite que pensemos, y necesite que hayamos pensado toda nuestra vida de forma improductiva, para ahora darles nuestros mejores resultados.
Sabemos por Hegel, Freud y Kafka que el reconocimiento del otro es una condición de identidad, de hecho lo sabemos sin que nos lo diga nadie: pero la adicción es la de quienes consideran que su vida está orientada a ser reconocidos. No voy a decir, menos yo que nadie, que no suframos todos de alguna forma de esta adicción, pero, como el chocolate, admite grados: en general, en el mundo académico presenta grados de patología que me producen tanta distancia como compasión. A mucha gente de estos espacios sólo les queda ser reconocidos, y éste "sólo les queda" se puede interpretar como que es lo que aún les falta o, más generalmente, como que es lo único que tienen en la vida: es el caso más generalizado. Hace poco en la prensa alguien recordaba a un premio Nobel que su alocución dijo: "cambiaría mi premio por ser joven y guapo", y clavó el problema del adicto al reconocimiento. Necesita, como la bruja de Blancanieves, un espejito.
ResponderEliminarPero yo creo que sí han sido exploradas,llevan siglos inscritas en nuestra insaciable naturaleza humana,las que mencionas y más... pero las filosofías que han profundizado el asunto,(ni siquiera las esotéricas), no nos dan la receta para salir de semejantes condicionamientos. Que alguien me diga una filosofía terapéutica al respecto.Yo he tenido profesores de universidad a los que yo consideraba sabios o casi...y sin embargo en luagar de estar satisfechos por su grado de sabiduría, estaban frustrados por esa falta de reconocimiento,y en algunos escritos suyos no se cortan en manifestar esta cierta amargura porque otros con menos méritos y publicaciones sí habían conseguido el anhelado reconocimiento. Hay gente por ahí que tienen sus estudios superiores y por circunstancias adversas,han tenido que dedicarse a otras actividades mucho más enajenates a los que les duele ver tanto pito narcisín...me alegro de que tú no estés entre ellos.
ResponderEliminarBuenas, ese tipo de adicción me recordó a las 'arrogancias', que además puede que lo que haga falta es el intercambio de nuestro panes de todos los días siempre con lo mismo, ('siempre es bueno más de lo mismo', Pereda).
ResponderEliminarTambién, resulta muy agradable estos juegos filosóficos vía lo filológico, que no es verdad que resulten ociosos.
Y a quien ha dicho que la sociedad necesita de gente que se lo ha pasado pensando de modo independiente y de intercambio: bien dicho.
A caso como Cioran que de repente escribía muy a regañadientes su enfado o su reconocimiento a lo vano de escribir; casos donde para combatir contra un dragón un@ se tiene antes que convertir en un dragón (TS Eliot).
Gracias por el post, (con)mueve a la reflexión, que sería un muro/pasillo más en el laberinto.
Creo que el reconocimiento tiene una estrechísima conotación altruísta, hasta el punto de que no es digno de otro reconocimiento que no sea el salario quien es pagado por enseñar.
ResponderEliminarLa loa, el laurel es para aquellos que realmente ayudan sin recibir nada material a cambio. El bombero no es un adicto al peligro ni el político lo es necesariamente al poder, como no lo es el buen maestro que enseña. La necesidad del reconocimiento que no se produce espontánea y anacrónicamente - el reconocimento anacrónico e incluso tardío es el auténtico - hace que un bombero alardee de su habilidad provocando fuegos para apagarlos publicamente o que un político ejerza un poder con preferencias no democráticas o que un profesor aspire mas a engordar su CV que a enseñar.
Me preocupa más la vanidad del profesor que empuja a buscar supuestos méritos para el reconocimiento que el fuego que provoca el bombero desconocido o el político en busca de deudores - pues eso es el favor no democrático de un político en ejercicio del poder; me preocupa porque el profesor está pensado para enseñar las cosas creadas por el hombre y el porqué de ellas , para formar espíritus, para instruir...en fin, es un ejercicio público superior de una superior función ciudadana.
Concuerdo con Broncano, la adicción al reconocimiento produce unos excesos. En mi opinión dificilmente corregibles pero que deberían merecer en algunos casos una corona de laurel, explicitando por qué no es de oro.
Al soberbio se le reconoce porque manifiesta su necesidad de ser reconocido; no se puede enseñar a apagar el fuego provocandolo.
Quiero añadir que la pregunta genérica e imprecisa, es una triquiñuela de la que se puede sacar una conclusion y la contraria "¿son malas las adicciones?". Del nombre común no se predica nunca nada, de la acción sí y la acción se comunica con el verbo y su objeto.
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