domingo, 16 de mayo de 2010

Imágenes que no hablan


En las iglesias trogloditas de la Capadocia me encontré ante numerosas imágenes que habían sido dañadas con saña por las muchas iconoclasias que recorrieron aquellos paisajes. Me impresionaron tanto los arañazos como las imágenes que intentaban ocultar:

Como ha mostrado Martin Jay y desarrollado José Luis Brea, la iconoclasia ha sido una columna central del entramado de nuestra historia cultural desde el Génesis a Derrida. La imagen "faloculocéntrica", convocadora de todas las idolatrías. La imagen como reificación de lo sagrado.
Ahora que las nieblas de la posmodernidad se disipan podemos ver más claro un paisaje en el que todas las tradiciones convergen en una misma angustia que recorre toda nuestra historia: ¿por qué se callan las imágenes? Los adoradores de la palabra creen que, a diferencia de las imágenes, los textos sí responden a quienes les preguntan. Como si los oráculos no fuesen otra forma de silencio, como si las parábolas fuesen más explícitas que las imágenes.
Encontré en el antropólogo Alfred Gell, prematuramente fallecido cuando empezaba a ser intrigante, una respuesta y muchas preguntas necesarias para repensar el lugar de los iconos (Art and Agency: necesario, suficiente). El arte, dice Gell, es la forma que damos occidentalmente a una forma de relacionarnos con los artefactos que incluye a las religiones. Hacemos iconos, dice, porque los iconos hacen cosas con nosotros. Porque los artefactos son también objetos que hacen. Pensábamos desde Austin que sólo las palabras hacen cosas, y se nos había olvidado la función realizativa de las cosas.
Así los dioses: dioses-iconos cuya identidad es el ser interrogados y no responder a las plegarias. El dios-espejo refleja la mirada del fiel que le reza. Pero permanece impávido: nunca responde. Precisamente por ello es un dios. Ser espejo del deseo es su función divina. Toda imagen, sagrada o profana, religiosa o artística, es un ser-espejo. Callarse. Ser mirada sin mirar.
No es sorprendente que el mito constitutivo de la cultura visual sea Galatea: dar vida a las imágenes. En la versión logólatra del adorador de la palabra hay palabras-conjuro que hacen cosas y dan vida: el rabino pronuncia la palabra exacta y el Golem cobra vida: el barro adquiere vida por la palabra. Pero tampoco habla.
Este vaivén de la iconoclasia y la iconolatría es la esencia de una cultura que descubrió que todo dios es un deus absconditus, un ser-en-la-cueva que escucha y no responde.

1 comentario:

  1. Precisamente acabo de hablar con un amigo que va a hacer un viaje a Turquía. Me comenta que va a ver Capadocia y terminará en Macedonia, pasando por Estambul. Me dice que no llegó a ver Macedonia en un anterior viaje en que visitó Croacia, Bosnia y Serbia. Hablamos de cómo en Bosnia se mezclaban las imágenes de mezquitas e iglesias, de la mezcla de culturas y religiones de estas regiones: ortodoxos, católicos, musulmanes, y me acuerdo del conflicto de los Balcanes.

    También me viene a la mente la dificultad de que otros cultos practiquen libremente su religión y edifiquen sus templos en un estado que se dice aconfesional como éste. Entonces me acuerdo también de cómo moriscos y judíos fueron expulsados de esta tierra.

    Es posible que Dios hable a cada cual de diferente manera, a cada creyente de cada religión por medio de imágenes, símbolos, palabras, costumbres o cualesquiera otras maneras. Pero considero que lo que nunca haría ese Ser perfecto es hacer obrar a las personas con intransigencia. Esa sería una muestra de su falibilidad y ya sabemos que sólo los humanos cometemos errores.

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