domingo, 29 de julio de 2012

Observación participante






Desvelado por el cansancio de la vuelta de vacaciones me dejo caer frente a la televisión para dejar que la ceremonia de inauguración de los juegos olímpicos me distraiga. Y me distrae. Comienzo divirtiéndome por el montaje kitsch de imágenes que convierte el césped en un parque temático de tópicos ingleses. Está bien, me digo, al fin y al cabo estos espectáculos están pensados para vender y contribuir al PIB del lugar organizador, ¿por qué vamos a criticar que la City quiera vender sus estereotipos si esto es en lo que consiste la política contemporánea de la sociedad espectáculo y la economía de la atención? Doy algunas cabezadas pero aguanto hasta el desfile de las delegaciones por países (qué paradoja, que en un mundo en el que los estados-nación tienen cada vez menos importancia los Juegos sigan siendo la metáfora del poder político-militar de aquéllos). Desfilan (pues en eso consiste la metáfora, en el "desfile" que sustituye a los militares por atletas) con variopintos uniformes (eso sería revolucionario: que los ejércitos de los respectivos estados-nación se uniformasen con las vestimentas de sus atletas admirados), banderas y alegres rostros de juventud (acompañados en la retaguardia por una delegación de políticos de la cultura deportiva serios, obesos, concernidos). Me despierto completamente para comprobar si lo que ha comenzado a sorprenderme se convierte en regla. Sí: los atletas más que desfilar y convertirse en objeto de contemplación y espectáculo han decidido ser ellos quienes registren lo que está pasando. Todos, casi todos, llevan en sus manos móviles, cámaras, vídeos, y levantan los brazos no para saludar sino para grabar al público espectador. Recordé que eso es lo que está pasando también en los ejércitos: soldados y soldadas entran en combate con sus respectivos móviles y envían sus fotos de muertos y torturados a facebook o a donde sea. Después de Abu Ghraib solo podían darse unas olimpiadas como éstas donde los panópticos del poder se han roto en espejos que se reflejan unos a otros interminablemente.
Fin de la sociedad del espectáculo. Todos atienden y todos producen simultáneamente imágenes y atractores de atención. Todos son observadores participantes.



viernes, 13 de julio de 2012

Seres residuales


"Dónde ahora? ¿Cuándo ahora? ¿Quién ahora? Sin preguntármelo. Decir yo. Sin pensarlo. Llamar a esto preguntas, hipótesis. Ir adelante, llamar a esto ir, llamar a esto adelante. Puede que un día, venga el primer paso, simplemente haya permanecido, donde, en vez de salir, según una vieja costumbre, pasar días y noches lo más lejos posible de casa, lo que no era lejos. Esto pudo empezar así. No me haré más preguntas. Se cree sólo descansar, para actuar mejor después, o sin prejuicio, y he aquí que en muy poco tiempo se encuentra uno en la imposibilidad de volver a hacer nada. Poco importa cómo se produjo eso. Eso, decir eso, sin saber qué. Quizá lo único que hice fue confirmar un viejo estado de cosas. Pero no hice nada. Parece que hablo, y no soy yo, que hablo de mí, y no es de mí. Estas pocas generalizaciones para empezar. ¿Cómo hacer, cómo voy a hacer, qué debo hacer, en la situación en que me hallo, cómo proceder? Por pura aporía o bien por afirmaciones y negaciones invalidadas al propio tiempo, o antes o después." 


Así comienza El innombrable de Samuel Beckett, la tercera de la trilogía que con Molloy y Malone muere constituye la gran declaración metafísico-literaria contemporánea que inicia la revisión de la modernidad como era cultural y del modernismo como su más perfecta expresión en el territorio del arte y la literatura. En el aislamiento de su refugio en la Provenza, huyendo de los nazis que habían desarticulado su grupo de la resistencia, escondido junto a otros refugiados en un pueblo dividido entre colaboracionistas y resistentes, Beckett comenzó a ensayar su propia voz que termina por cuajar en esta trilogía publicada en los años ciencuenta. Esperando a Godot habría de hacerle mundialmente famoso, pero es en esta trilogía en donde encontramos las claves fundamentales de un nuevo modo de enfrentarse a lenguaje literario y al arte en general. Son tres novelas, por así llamarlas, en las que una voz sin identidad, sin referencias espacio-temporales, sin contexto, se desliza entre múltiples temas en una escritura rizomática y reticular sin principio ni fin, sin narración en la que el sentido del fin articule el relato. Y sin embargo el texto alcanza una tensión poética tan intensa que podrían considerarse las tres obras como parte de un inmenso poema que cantase la condición del sujeto contemporáneo. Si Kafka fue, para decirlo con la feliz expresión de Reyes Mate, el "avisador del fuego", Celan y Beckett son los profetas que mejor expresan la posibilidad de la escritura como acta de los tiempos.
Como le ocurre a todos los clásicos, son tantas las interpretaciones como lecturas. Los clásicos tienen la virtud de hacernos creadores al leerlos y nos invitan a interpretarlos con una libertad que no tienen tantas otras obras de sentido transparente pero superficialidad manifiesta. No hay interpretación posible de los textos de Beckett porque todas las interpretaciones lo son. Su "ilegibilidad" no es sino la forma que tiene la ilimitada legibilidad de su escritura. Como Kafka, como Duchamp, como tantos otros que instauran la contemporaneidad, lo mejor es no leerlos como obras con mensaje oculto, sino como obras transparentes que dicen o representan lo que estrictamente dicen o representan. Pero aquello de dicen o representan no es un discurso que autorrefiera a un significado normativo, sino que, como cualquier otro signo, es comprendido por quien lo entiende desde su propio contexto.
Mi modesta lectura, sobre la que trabajo para el próximo curso, es que la trilogía es la expresión de un sujeto residual, del sujeto concebido como residuo. Un residuo es lo que queda después de un proceso de transformación que tiene como resultado un producto. En este caso, el sujeto es el residuo, no el producto. La transformación ocurre como un evento externo, en la historia, en el tiempo y en el espacio, en el cuerpo. Lo que va quedando es una subjetividad vacía, no reciclable ni transformable porque sólo es lenguaje sin uso preferente, pura poesía o puro devaneo, qué importa. Como el discurso que intercambian los clows, la figura esencial de Beckett, la pareja de sujetos perdidos en una comicidad que nos remite a la tristeza.


domingo, 8 de julio de 2012

Nostalgia de la necesidad

El primer y más profundo problema de la filosofía política es el de cómo es posible la libertad. La libertad es la capacidad de autoconstitución como sujetos y autodeterminación del futuro en los diversos niveles de constitución del sujeto: como personas, como comunidades que responden a afinidades, diferencias y vínculos internos, como cuerpos políticos conformados por la confrontación de intereses, como especie en última instancia. La libertad, sabemos, implica un abandono del reino de la necesidad por un cierto camino: por la capacidad de hacer visibles las posibilidades que abren las leyes de la vida y las reglas del juego y decidir qué posibilidades son las que expresan nuestras identidades, que son aquéllas que establecen los límites y las fronteras de lo que somos y de lo que queremos y no queremos ser. La libertad implica una trama de necesidades sin las que no hay horizonte de posibilidades; necesidades físicas, biológicas, sociales, morales y políticas. Todas son difíciles de pensar, pero en este trabajo de hacerlas explícitas consiste lo más alto de nuestras capacidades políticas. Sólo por citar algunas de estas necesidades que hacen tan difícil la libertad: no hay libertad, por ejemplo, sin justicia ni igualdad, pues la libertad de todos exige un adecuado reparto de la autodeterminación. No hay tampoco libertad sin la posibilidad de que las generaciones futuras sean también libres. Estas son necesidades en las que nuestros proyectos se mezclan con la trama de las cosas. Mirar a las cosas de frente, aceptando lo que es posible y lo que no es posible, discerniendo la frontera que separa lo necesario y lo posible, es lo que nos hace libres. El conocimiento y la voluntad (la valentía, que es la capacidad de la voluntad para vencer las nieblas del miedo) son partes constitutivas del deseo y proyecto de libertad. Es en estos dos polos en los que reside el carácter pro-activo, espontáneo y no pasivo de la fuerza de la libertad como liberación.
He tenido que soltar este rollo metafísico para recordarme a mí mismo que hay dos maneras de enfrentarnos con la necesidad: la de Sísifo, que se sabe libre en la necesidad, y la del que oculta bajo la nostalgia de la necesidad su anomia e incapacidad de agencia. Es común esta enfermedad en los grupos y sociedades que se ven a sí mismos bajo una máscara de necesidad cuando se exculpan con  "las cosas son así", ..., "somos así...." Esta nostalgia de la necesidad, este ser incapaz de mirar a las cosas de frente, es el miedo a la libertad y el origen del autoritarismo. Que se expresa tanto en el poder como en muchas críticas al poder que esconden una cierta nostalgia del orden establecido.
Una de estas formas de nostalgia que siempre me ha parecido más irritante y dañina ha sido la forma en la que muchos ilustrados españoles han mirado a nuestra modernidad herida bajo la máscara de la necesidad. Curiosamente una de estas derivas fue la que dio lugar a la ideología franquista. El miedo a la libertad  no se expresó en el franquismo sólo en la ausencia de libertades sino en un daño más profundo a nuestra capacidad de agencia política que fue la de crear un sistema de relaciones sociales basado en la corrupción y el paternalismo. Que se implican mutuamente, claro, y que ha contaminado a todas las instancias de la estructura social y a todos niveles de identidad.  Y si algo es también irritante y dañino en muchas expresiones de la política dominante es precisamente esta mezcla de nostalgia de la necesidad con el paternalismo, la corrupción y la ausencia de agencia.
Los tiempos que corren nos exigen ahora un esfuerzo en nuestras capacidades de juicio político para atrevernos a decir "esto no era necesario", "las cosas podrían haber sido de otra forma", "sí, podemos hacerlo de otra forma". Capacidades de juicio y voluntad para superar nuestro miedo a la libertad, para superar el irresistible deseo de refugiarnos en la ignorancia y en la creencia de que el tiempo terminará por arreglar las cosas.
Podría aducir muchos ejemplos malos y buenos, de cómo el miedo a la libertad nos invade y también de cómo mucha gente ha logrado vencerlo y hacer las cosas bien,  pero a veces los ejemplos confunden más que enseñan porque nos evitan mirar a lo que nos es más cercano y juzgar que las cosas podrían ser de otra forma.

lunes, 2 de julio de 2012

Filosofía en los tiempos oscuros



Uno se pregunta, como otras veces se ha hecho en la historia, si es posible la filosofía (o la lírica) en los tiempos oscuros que corren. Cuando ves que, a tu lado, uno a uno van perdiendo el trabajo conocidos tuyos, las becas tus alumnos y las esperanzas todos, el ánimo y la concentración para seguir pensando sobre epistemología, teoría de la acción o metafísica del sujeto se contraen, pareciera como si tales dedicaciones fuesen no más que una frivolidad en un mundo en el que lo que importa es volver a poner en marcha el motor de la historia. Pero también es cierto que siempre fue así, que la filosofía, como otras formas creativas de la cultura, produjo sus frutos en los momentos más negros de la historia, o quizá gracias a ellos. 
Pensaba en estas cosas el viernes mientras se constituía en el Salón de Juntas de la Facultad de Filosofía una red defilosofía con todas las asociaciones de filosofía y los decanos de las facultades. Observaba (y me observaba) y escuchaba las razones y los proyectos, y notaba que el tiempo histórico hacía su trabajo generando un nuevo ánimo de escuchar a los otros y crear redes de apoyo mutuo. No había observado algo parecido desde los más viejos tiempos de la transición cuando los congresos llamados de filósofos jóvenes reunían a las más diversas voces bajo un estado de curiosidad provocado por la indignación: escuchar ideas porque la realidad es sólo ruido.
Quizá esta iniciativa quede en poco, como ocurre tantas veces. Pero es un signo de que en la sociedad hay ya un nuevo deseo de retejer lazos no importa en qué zona de lo social y con qué proyecto. Tal vez sea una reacción humana --una reacción que nos hace humanos -- la de reaccionar en las catástrofes agarrando la mano del vecino. A veces se tarda en darse cuenta de que no hay otro remedio. Pensaba en ello, también estos días, leyendo la biografía de Samuel Beckett ( de quien Adorno pensaba que era quien mejor había entendido cómo escribir en/sobre los tiempos oscuros) que ha escrito Anthony Cronin, y que recomiendo con entusiasmo. Beckett, un joven tan lleno de proyectos de ser escritor como de complejos y rencores, se encuentra en París cuando las tropas nazis invaden Francia. Se enrola en un grupo de la Resistencia (Gloria) cuando no había grupos de la Resistencia y cuando incluso los comunistas (sic) predicaban la cooperación con el invasor, la acogida a quienes habrían de racionalizar Europa y acabar la guerra rápido. En 1940 sólo algunos intelectuales notaron lo que estaba pasando, y qué significaba la persecución a los judíos con la que la mayoría de los franceses estaba de acuerdo. Tres años más tarde, refugiado en un pueblo provenzal, veía cómo por fin reaccionaban sus vecinos y se enfrentaban al ocupante. En esos tres años todo había sido atmósfera de amenaza y oscuridad. Pero los franceses empezaban a curarse del egoísmo y Samuel Beckett empezaba a escribir Watt en las condiciones más precarias del mundo.
Beckett, Celan, Levinas y Wittgenstein son producto de aquellos días. Fueron pese a ello, o a causa de ello, capaces de doblar el discurso y hacer que el lenguaje reflejase el mundo como un espejo oscuro, y en su aparente ilegibilidad fueron instrumento para recrear lazos entre los humanos y la historia. De manera que, en medio de la tormenta, si, como Bercht, nos preguntamos sobre qué se escribirá, o si se escribirá acaso, en los tiempos oscuros, podremos responder que se escribirá sobre los tiempos oscuros, y que, aunque el discurso de epistemología, teoría de la acción o metafísica del sujeto parezca ininteligible, estará haciendo crecer en el mundo un lenguaje necesario para que los lazos crezcan y se estrechen.