sábado, 29 de octubre de 2016

La imaginación en cuestión




También la imaginación es un territorio en disputa. Puede que sea el más importante de los territorios en disputa. De todas las facultades y sistemas mentales, es la imaginación la facultad más vulnerable. Las disputas que suceden en los espacios culturales lo son casi siempre por la influencia sobre los imaginarios sociales, que establecen los ámbitos y límites de la imaginación personal.

Aristóteles incluyó la imaginación (phantasia) entre otras facultades humanas como la sensación (aisthesis) y el entendimiento (nous). Las cultura medieval, tardomedieval y barroca la pusieron bajo sospecha --“la loca de la casa”--, como si fuese la causa más probable de pecado. Aún más que las pasiones, siempre controlables mediante otras pasiones –y en eso consistió la gran cultura del barroco, en controlar pasiones con pasiones: piedad contra lujuria, avaricia, etc.--, la imaginación fue durante eras un territorio de difícil control. En todo caso, sigamos con el barroco, fue un instrumento de control de las pasiones. La imaginería de iglesias y palacios, las representaciones del poder, creaban una atmósfera propicia a la reverencia y la sumisión. Pero los filósofos nunca  supieron muy bien qué hacer con ella.

Sin lugar a dudas, también corresponde a Kant el haber dado un giro copernicano en lo que respecta a la imaginación. En las tres críticas aparece investida de un poder determinante en las tres formas de juicio: el epistémico, el moral y el estético. En realidad, a medida que el problema del juicio iba creciendo en importancia e iba reconociendo la también creciente dificultad de tratamiento, la imaginación se iba asentando en un lugar central del ejercicio de las facultades. En la Crítica de la Razón Pura, la imaginación media entre el entendimiento y la sensación. Sin el ejercicio de la imaginación sería imposible la aplicación de los esquemas conceptuales al material caótico que proporciona la sensibilidad. Es, en esta obra, la verdadera marca de la espontaneidad, que nos distingue como sujetos activos de los objetos físicos. En la Crítica de la Razón Práctica, Kant nos enseña que no sería posible el juicio moral, ni por tanto la moral, sin la imaginación que nos permite ponernos en lugar del otro (por más que Kant tuviese una percepción tan lejana y abstracta del otro) y por tanto formar los imperativos que nos damos a nosotros mismos como leyes de vida. En la Crítica del Juicio, Kant ya sabe que sin la imaginación no es posible la obra de arte. La imaginación libera a la técnica del artesano de la regla y con ello se crea el territorio del artista.

La Ilustración tardía y el Romanticismo desenvuelven el paquete kantiano y llevan la imaginación a forma excelsa de actividad mental humana, como si fuese el lazo que une la conocida discusión sobre la primacía entre palabra (poesía) e imagen. La imaginación, así, resolvería la gran tensión de las culturas simbólicas, divididas entre iconólatras e iconoclastas.

Las ciencias sociales contemporáneas han explicado mejor por qué esta gloriosa función de la imaginación. El imaginario, como concepto central de la cultura psicoanalítica y alrededores (recordaría aquí la obra fundacional de Cornelius Castoriadis), y las nuevas líneas de la psicología y ciencias cognitivas, proporcionan diversas explicaciones de su función. Todas las explicaciones se reducen a una: la imaginación permite a la agencia humana trascender lo real, convertir lo necesario en posible y escapar de la causalidad. El niño de dieciocho meses ya es capaz de fingir que las cosas pueden ser de otra manera: una escoba es un caballo, un plátano un teléfono. A partir de entonces, la existencia humana discurre desacoplada: entre lo necesario y lo posible, entre lo real y lo imaginario.

En su virtud está su daño. En su progresiva colonización de espacios, el fetichismo de la mercancía conquistó pronto el poder de la imaginación. El siglo XIX fue un siglo en el que se exploró intensivamente la técnica de la fascinación. Nacieron (o se convirtieron en dominantes) dispositivos como la fotografía y la novela, las dos grandes técnicas de la imaginación. En el siguiente siglo, estas técnicas de lo visual y narrativo se habrían de convertir en instrumentos de la mercantilización de la existencia. Como detectaron los teóricos de la Escuela de Frankfurt, fueron herramientas por las que la reproducción de las condiciones de producción dejó de ser coactiva para ser productiva: los individuos comenzaron a desear intensamente las mercancías que contribuían a generar con su trabajo asalariado. Vivir para consumir fue el producto de la colonización mercantil de la imaginación.

Pero la historia de la imaginación solo había entrado en sus comienzos. Las sociedades crean las condiciones de su propia transformación. Contrariamente a Horkheimer y Adorno, quienes escondían un cierto determinismo bajo la máscara de su pesimismo cultural, Walter Benjamin y Antonio Gramsci entendieron que la cultura era siempre tensa y en disputa. En el mismo deseo de consumir, que es la gran panacea del capitalismo emocional, se encuentra una tensión producida por la fuerza trascendente de la imaginación: la fuerza del deseo esconde en la banalidad del consumo la posibilidad de otro mundo. Entre el ser y el no ser, los humanos consumidores compran bajo la dialéctica de querer ser lo que no son y no querer ser lo que son.

Esta tensión, que muestra a la vez la fuerza y la vulnerabilidad de la imaginación, abre un espacio de disputa en el imaginario. Hay un trabajo inexcusable que ha de realizarse sobre la dinámica de lo temporal que articula la existencia humana y que define el modo de acción de nuestra especie: actuar es escapar al destino haciendo posible lo imaginado. Pero, por ello mismo, se actúa siempre bajo el condicionante de este modo continuo de ser que es más bien estar entre lo necesario y lo posible, entre lo que se es y lo que no se es.

El entredos en el que habita la imaginación, construido por la tensión que la define, se abre a formas distintas de su ejercicio. El más común es la fantasía, lo que en mi juventud se llamaba "evasión", que es un paseo por los paisajes de lo imposible y en donde, sin embargo, se encuentra una cierta modalidad de "hacer creer" que uno puede estar allí sin pagar precios. En el otro extremo está la imaginación resistente, la que Hume categorizó al señalar que era incapaz de imaginar ciertas cosas asquerosas. Es una modalidad que nos protege. Uno es incapaz de imaginarse torturando, pongamos por caso: la imaginación resistente es aún más poderosa que la que Kant postulaba como condición de la moral (ponerse en lugar del otro). La imaginación resistente se niega a ponerse en ciertos lugares y bajo ciertas máscaras. Es una forma de expresión de la facultad de trascender a lo real bajo la condición de negación.  Entre las dos variedades está la imaginación de lo posible, como condición para que la agencia humana ejerza su capacidad de transformar la realidad. 


Si en la imaginación está el poder de la mercancía, en ella está también la puerta de la emancipación. 

1 comentario:

  1. La imaginación, como la lámpara de Aladino, esconde un poder enorme; todo depende de quien la encuentre. A veces aparecen castillos imposibles y otras formas opresivas que obligan a construirlos. Y hay tantas "imágenes" que históricamente la han ensombrecido: que si la imagen del "animal político", la del "ser racional", la del "ser técnico"... Sin embargo, como bien dices, somos seres intermedios y habitamos el espacio del "entre": entre lo imposible y lo necesario; entre lo real y lo irreal. Y es precisamente nuestra condición de seres intermedios lo que nos brinda la posibilidad de vivir fuera de las cosas, más allá de ellas, trascendiéndolas, sobreponiéndonos a su natural opresión. Pero la imaginación no sólo nos pone en el nuevo camino, sino que es la condición del caminar... Porque, la vida emancipada, lo mismo que la vida subyugada, ¿no lo es respecto de una imagen que nos hemos puesto (de) nosotros mismos?

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