domingo, 27 de enero de 2019

La culpa en el voto




¿Deberíamos intentar comprender qué ha ocurrido dentro de la cabeza de los votantes de Vox en Andalucía?  o, por el contrario, ¿deberíamos acusarles de neofascistas y neofranquistas? Sobre esta alternativa ha proliferado un debate tan intenso como fructífero en la prensa y en las redes, entre los que, para mi gusto, destaca el artículo de Gonzalo Velasco “Perdónalos porque ¿no saben lo que hacen?, que sitúa la cuestión en el punto más complicado pero al tiempo más central para la concepción de la democracia. Se trata de si la democracia debería asentarse sobre una exigencia de responsabilidad moral y epistémica a los ciudadanos por sus decisiones, en particular cuando votan eligiendo representantes o tomando alternativas en referendos. 

En el origen de la democracia está este debate. En concreto, en el juicio que la ekklesía ateniense decidió contra Sócrates y que determinó una conmoción sin la que no se entiende Platón y buena parte de la filosofía occidental. Sócrates predicaba entre la juventud aristócrata ateniense que las sociedades deberían estar regidas por los más sabios y no por los elegidos por la multitud. Su discípulo Platón lo expresó con esa genialidad que tenía para los ejemplos en esta pregunta: ¿qué ocurriría si la asamblea estuviese compuesta por niños y un político llevase en su programa el reparto de golosinas a diario, mientras otro planease una política de salud alimentaria? Aunque el debate está muy abierto entre los especialistas y no se han preservado fuentes independientes del juicio, no es improbable la hipótesis de que Sócrates fue condenado por su desprecio a la democracia y su posible apoyo a la tiranía que había regido Atenas tras su derrota frente a Esparta.

La crítica contra la democracia debido a los desastres a los que conduce el voto no informado han sido persistentes desde Platón. No entenderíamos el Romanticismo conservador sin ese argumento contra la Revolución Francesa, ni entenderíamos sin él las persistentes acusaciones que se siguen haciendo contra la II República Española como causante de la Guerra Civil. Recientemente se ha suscitado un debate muy serio en la filosofía política académica a partir del libro de Jason Brennan Contra la democracia. Brennan es un joven filósofo (1979) catedrático de Georgetown que también escribió un muy conocido su panfleto Why not Capitalism? en favor del capitalismo y el mercado contra el libro del marxista Jerry Cohen ¿Por qué no socialismo?   

En el libro sobre la democracia plantea que deberíamos pedir responsabilidades a los votantes que ejercen su derecho al voto sin estar realmente capacitados e informados sobre las cuestiones que votan.Toma como ejemplo el que muchísimos votantes del Brexit, tanto brexiters como remainers, estaban equivocados al calibrar qué tasa de emigración había en UK: los brexiters creían mayoritariamente que en UK había un veinte por ciento de emigrantes, los remainers, un diez por ciento, cuando la realidad era de un simple cinco por ciento. Igualmente, acusa a los votantes de Trump y a los partidarios de Sanders de estar equivocados sobre cuánto han influido los acuerdos globalizadores en la decadencia del empleo en Estados Unidos. En fin, su tesis es que hay tres tipos ideales de votantes: los hobbits, que pasan de política y no están informados, los hooligans, que están informados pero en ellos pesa mucho más la lealtad emocional a sus siglas o tendencias, y, por último, los vulcanianos, que son votantes racionales que ejercen su voto en función de cómo aprecian la corrección de las políticas en juego.

Dada esta constatación, Brennan propone que el voto debe estar restringido de algún modo por razones morales: que los votos más informados “deben” pesar más que los no informados y, en el peor de los casos, exigir alguna acreditación epistémica para poder ejercer el derecho al voto. Esto es lo que en filosofía política llamamos “epistocracia” o poder de los sabios. Gonzalo Velasco, por supuesto, no concluye como Brennan, pero se plantea seriamente si deberíamos culpabilizar a los votantes de Vox por el desastre posible del aumento de la desigualdad y la pérdida de derechos que probablemente sucederá en las políticas públicas orientadas a reorientan las conquistas históricas del pueblo español en estos terrenos.

Hay varias formas de respuesta al reto de Platón ejemplificado en este caso por Brennan: 1) podemos argumentar que la moral y la política democrática no pueden mezclarse sin peligro de autoritarismo y que toda restricción de la libertad de voto socava las mismas bases del principio democrático. El problema de esta opción es que no responde al problema y deja a los partidarios de la democracia inermes contra quienes dicen que está viciada de fondo cuando se trata de tomar opciones correctas. 2) Podemos acudir al argumento optimista de Condorcet, según el cual a medida que aumenta el número de votantes las opciones más irracionales se van clausurando y van emergiendo las más racionales hasta, en último extremo, converger en lo óptimo. 3) Podemos argumentar que en política es paradójico plantear la cuestión de qué conocimiento es el necesario para tomar una decisión sobre un futuro en el que están implicados no sólo datos sino también deseos y aspiraciones. 

Los tres contraargumentos tienen sus propias debilidades aunque son suficientemente fuertes contra las críticas a la democracia. Yo añadiría un cuarto que, en cierta medida recoge los anteriores aunque no se ve reflejado en ellos. Me baso en el problema de la complicación entre deseos y creencias expresados en el voto o en las decisiones expertas en un régimen democrático. En un régimen autoritario no hay muchos problemas: el miedo es la emoción más poderosa y todas las decisiones están sesgadas por el terror que impone el poder. En democracia, sin embargo, las decisiones expresan deseos muchas veces ocultos incluso a la misma conciencia de los votantes, y esos deseos interactúan con los conocimientos, siempre imperfectos, que el votante tiene sobre las prospectivas de futuro. Esto se aplica tanto al votante no informado como al votante experto. Una larga discusión que se ha llevado a cabo en epistemología social sobre desacuerdos entre pares (expertos que tienen la misma evidencia pero resuelven de forma diferente), sobre polarización de grupos y sobre desacuerdos profundos (independientes de conocimiento y dependientes de ideología) nos llevan a la conclusión de que tanto expertos como legos tienen problemas similares al decidir. Transferir el poder de la democracia a los expertos es simplemente recomponer el problema abandonando el principio básico de soberanía sobre el que se construye la democracia.

¿Tenemos que exigir responsabilidades por el voto? Sí. Nada en mis argumentos anteriores llevaría a pensar que no debemos interpelar a los votantes de Vox exigiéndoles responsabilidades cuando, por ejemplo, sus hijas sufran los daños que sus políticas patriarcales están promoviendo o sus hijos y padres (en plural inclusivo de hijas y madres) sufran los resultados de las desigualdades que crearán las medidas que van a tomar por sus errores. Y sin embargo, hay que luchar hasta el final porque gente como la que vota a Vox pueda hacerlo en libertad, incluyendo sus manifestaciones más despreciables, como son los mensajes en redes (algo que, desgraciadamente comparten con sectores de la izquierda emocional).

No es fácil saber qué ocurre en la cabeza del ciudadano que pasa de ir a votar el día de las elecciones o el referéndum; desconocemos qué impulsos convierten una indignación sorda con el mundo en el voto a un partido singular; ignoramos por qué el votante perdona al partido que vota inconfesables e imperdonables faltas y delitos. A veces se vota justo lo contrario de lo que uno desearía. Otras veces, como en el menú de seis euros de la cafetería del trabajo, tienes que elegir entre tres platos que sabes que van a estropearte la tarde. Los votos, como todo en la vida, depende de saber lo que se quiere y decidir entre lo que ofrece el mundo, o, si no está disponible en la realidad tomar la decisión de cambiarla. Brennan sostiene que es un deber moral abstenerse de votar si uno no está preparado para tomar una elección fundamentada en la evidencia. O es una trivialidad o es una salvajada: es una trivialidad porque en democracia hay que suponer que todo ciudadano toma una decisión moral al votar o al no hacerlo. Es una salvajada si por responsabilidad moral se entiende que hay un tribunal cognitivo o epistémico que acredita a los votantes por su capacidad para decidir correctamente.

Afortunadamente no necesitamos la epistocracia. En favor del socialismo el argumento básico es moral: la igualdad y el cuidado mutuo debe prevalecer sobre todo. Por contra, el argumento en favor de la democracia es, además de moral (no hay soberanía legítima sin autonomía),  epistémico: la democracia está correlacionada causal y no meramente de forma accidental con la superioridad en las elecciones correctas. La evidencia histórica nos muestra que una vez que en las sociedades se abre la concurrencia de los muchos aumentan las probabilidades de que las elecciones sean las más correctas. Los datos que soportan esta constatación quedan para los historiadores, pero no hay mucha duda al respecto. Si quieres tomar una buena decisión, deja que los muchos deliberen por un tiempo y decidan. Si quieres equivocarte, reúne una comisión de expertos y dale todo el poder.  

·        Agradezco a Fernando Broncano-Berrocal varias conversaciones y artículos que están aún en redacción sobre este tema. 

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