Esta es una de las miradas más perspicuas de la fotografía contemporánea. Dorothea Lange se atrevió a mirar y a fotografiar lo que muchos no querían ver:
PhotoEspaña de esta temporada expone en el ICO una revisión de los grandes temas de Dorothea Lange, la gran testigo de las zonas oscuras de unos tiempos en los que Norteamérica sufría la gran crisis económica el primer tercio del siglo XX: las colas de los parados, la ruina de los jornaleros del Medio Oeste, el encierro en campos de concentración de ciento cincuenta mil americanos de origen japonés.
Lo que más impresiona de sus fotografías, en un tiempo en que ya lo hemos visto todo, en los que no hay desastre ni crueldad que no haya sido registrado, en los que nuestros ojos ya se han acorchado, es que sus fotos disparan una alarma de paradoja que no estaba en el archivo mental, de nuestro imaginario contemporáneo: en sus fotografías, los absolutamente pobres y vencidos son seres que unos años después se habrían de convertir en el prototipo de la salud, la riqueza, la seguridad, el mundo desarrollado. Blancos de origen centroeuropeo que emigran por las estepas desérticas de Nuevo Méjico, intentando llegar a California a ver si son contratados para recoger fruta. Autos averiados en la mitad de una carretera infinita. Niños de ojos y cara hermosa que miran más allá de la cámara a un mundo de caramelos. Sólo ha fotografiado algún trabajador mejicano y unos pocos negros, los demás son blancos arruinados, "white trash" que dicen en los estados del sur
En muchas de sus fotografías la realidad se contrasta con los carteles de propaganda, como esta de una cola de parados bajo una representación del sueño americano, familia, coche, esperanza.
Otras veces, ya no hay ironía, sino asombro y furia_
Cuando hizo la foto icónica, esta mujer, cuenta, llevaba una semana comiendo coles heladas que habían sido abandonadas en el campo y pájaros que cazaban sus hijos. Tomó seis fotografías. Una de ellas se convirtió en icono, pero la media docena de imágenes de esta mujer de 31 años expresan cuál es el rostro de la derrota de una clase que describieron también en palabras John Steinbeck y en imágenes John Ford en Las uvas de la ira. Pero Lange registró los rostros reales de la gente. Sus caras y cuerpos presentaban y no representaban el estado de la crisis.
No puedo menos que comparar a Dorothea Lange con Annie Leibovitz, también expuesta en PhotoEspaña (hay que esperar una larga cola para verla). La mirada de Leibovitz expresa el encanto por los encantadores y poderosos, que aparecen en sus fotos transfigurados en una arcadia de belleza y color:
Formas de mirar.
Curiosamente, Dorothea Lange siempre trabajó para el Gobierno, para varias agencias que le encargaron crear un archivo histórico de lo que estaba pasando, de imágenes que eran una prueba de que las cosas no iban bien. Incluidas las imágenes del encierro de japoneses.
Me hace añorar una sociedad que pese a todo conserva mucha capacidad crítica: ¿por qué no tenemos, especialmente ahora, una Dorothea Lange? ¿Quizá faltan fotógrafas que registren la cara oscura? ¿Quizá faltan agencias que quieran registrarla?
Reflexiones en las fronteras de la cultura y la ciencia, la filosofía y la literatura, la melancolía y la esperanza
domingo, 28 de junio de 2009
jueves, 25 de junio de 2009
¿Dónde estoy?
Decía Descartes que un filósofo debe leer de todo, principalmente ciencia, durante, digamos, diez o doce horas, y luego,unos minutos al día, algo de metafísica. Metafóricamente hablando, siempre he intentado seguir ese consejo y en particular tiendo bastante a leer psicología y sobre todo neuropsicología. La literatura sobre cómo estamos los humanos cuando no estamos bien nos está ayudando más que nada a saber cómo somos cuando somos "normales". Lo patológico y lo normal se interdefinen, como sabemos desde Foucault.
El caso es que estoy estos días con un muy bien escrito trabajo de un psicólogo irlandés sobre el concepto de "yo" en términos socio-culturales. Está ocurriendo una profunda revolución en el mismo concepto de lo mental y de lo humano. Si la primera mitad del siglo pasado estuvo ordenada por el concepto de "conducta" y la segunda por el de "información", psicólogos y neurólogos están girando hacia el concepto de "significado". La psicología como una disciplina humanística, una vuelta a lo que nunca debió dejar de ser.
Pues bien, la hipótesis fascinante de Ciarán Benson, el psicólogo del que hablo, es que el yo como estructura unificadora ha surgido como un sistema de localización del cuerpo, del sistema, de la persona. Las estructuras más profundas son las que permiten localizarnos: AQUÍ/AHORA, y de forma dominante la localización espacial a partir de la distinción aquí/allí.
El cerebro como sistema de localización en una navegación a través de mundos complejos en parte experienciados en parte imaginados. "La forma de la vida -- sostiene el psicólogo de Harvard, J Brunner-- viene de la imaginación antes que de la experiencia": experienciamos el mundo porque la misma percepción ya está entreverada con la imaginación. Nuestro cerebro está continuamente confabulando (confabulación es un término técnico de neuropsiquiatría) y se orienta en esos extraños paisajes en los que lo real es una parte que condiciona pero no determina lo imaginado.
Así que en los momentos más importantes el yo sirve para hacerse la pregunta más difícil de responder: ¿dónde estoy?
Una pregunta que nos hacemos en lugares geográficos, cuando el espacio se nos ha hecho extraño, y que nos hacemos también y sobre todo cuando nuestro espacio vital se nos ha vuelto extraño y no sabemos responder a dónde estamos, a dónde vamos, qué hacer.
Kant lo tenía muy claro, sólo que rodeó esta intuición de un abstruso aparato estructural: localizarnos en el espacio y en el tiempo es lo que hace nuestro cerebro. Pero a veces falla: falla porque está dañado, falla porque a veces la vida está dañada y falla porque a veces es la realidad la que está dañada. Y entonces dejamos de saber dónde estamos: ¿quién estoy?, ¿dónde soy?
domingo, 21 de junio de 2009
La seducción de la serpiente
Ando estos días enjaretando algunas ideas para un curso que organiza en Oviedo F. Javier Gil sobre dilemas éticos y cine y, aunque no logro hilvanar nada consistente me enredo en una pregunta que me da vueltas desde hace meses: ¿por qué me fascina lo que debería de distanciarme y aún repugnarme? El objeto en cuestión son las imágenes de Leni Riefenstahl, en sus documentales Olimpia, El triunfo de la voluntad, y sus fotografías de los guerreros nuba, lo más conocido de su obra. Fue, dicen, musa de Hitler, quien le dió barra libre para montar la imaginería del partido, para crear, de hecho, el imaginario de lo nazi como propuesta estética. Nunca dejó de ser nazi, sostiene con toda razón Susan Sontag, en su durísimo comentario en el New York Review of Books en los años setenta, que contribuyó a una interesantísima polémica de larga duración, que ha dividido a muchos amantes del cine.
Tenía una ambición ilimitada; era y fue siempre amante de una forma de belleza en la que primaba lo atlético, el cuerpo perfecto sano y juvenil; formó parte del aparato visual nazi. Creó documentales de perturbadora perfección y seducción que han contribuido (tanto o más que los de los adversarios) a mostrarnos la esencia de la estética nazi, una forma de romanticismo entre lo kitch y la aspiración a la pureza, de profunda influencia en nuestros regímenes de mirada.
No puedo dejar de mirar fascinado (como hacía pese a ella misma Susan Sontag) y no puedo sino sentir repulsa de una técnica de atraer la atención que sabes que está tocando las fibras más maleables de la voluntad: la inclinación a sentirse en una multitud triunfante; arropado/a por cuerpos y mentes perfectos; lejos del olor a viejo, a pobreza y a soledad; las líneas definidas; los objetivos claros; el orden acabado.
Leni perdió la guerra pero su estética fue ganando cada vez más adeptos y se ha metamorfoseado en el instrumento mediante el que los medios de masa atraen la mirada de las masas. Quienes no conozcan su obra pueden encontrar en YouTube largos trozos de aquellos documentales, y en su página las fotografías de los nuba. Quienes estén interesados en la polémica, google les facilita un montón de entradas en ambos lados.
Ver ahora las imágenes de Riefenstahl es como encontrarse con la esencia de la imagen contemporánea, como si ella hubiese anticipado la estética que habría de formarnos, como, en otro sentido, Orson Welles. La pregunta me arrastra a un tobogán de conclusiones por el que me resisto a resbalar. No tendría tanta significación sino representase algunos de los dilemas entre ética y estética que más nos perturban. Me gustaría que alguien me ayudase a responder por qué fascina una estética que se rechaza. No valen las respuestas fáciles. Me las he dado todas y no me convencen. Como cantaba Javier Krahe, es mejor andar con una buena duda que con un mal axioma.
jueves, 18 de junio de 2009
El cuerpo extraño
"Mi corazón se volvía extraño: extraño precisamente porque estaba dentro. La extrañeza no venía de fuera más que porque primero había surgido desde dentro. Aquel vacío abierto de pronto en el pecho o en el alma --es lo mismo-- cuando me dijeron: "Hay que hacer un transplante". Así habla el filósofo francés Jean-Luc Nancy en L'Intrus (el intruso) (la mala traducción es mía), repensando su vivencia de un transplante de corazón con el que ha vivido años. Me lleva a Jean-Luc Nancy la recomendación de Ana Palmar, quien lee mañana una tesis sobre la vivencia de los transplantados de corazón, en la Facultad de Medicina de la Autónoma, una tesis que me ha fascinado desde su principio y que lo sigue haciendo en su lectura final; una tesis hecha de trozos de experiencia personal de gente, pacientes y familias, que han pasado por zonas de la existencia por las que no deseamos pasar nadie. Los transplantados de corazón son como Orfeo, han ido y han vuelto del mundo de los muertos, son, dicen ellos de sí, "muertos en vida", han tenido que reconciliarse con su cuerpo en el que hay ahora un cuerpo extraño, la parte simbólicamente más importante del cuerpo, el corazón. Su cuerpo mismo se ha vuelto extraño y deben hacerse cargo de este cuerpo extraño para volver a ser o para llegar a ser ellos mismos. La extrañeza del cuerpo no es menos problemática que la extrañeza y extranjería del alma, cuando nos miramos, no en un espejo, porque no es posible mirar en un espejo más que la parte externa del cuerpo y la parte externa del alma que es gesto, sino en el pozo de dolor en que a veces se convierte nuestra vida después de un suceso traumático: enfermedad, accidente, pérdida, ..., y nuestra vida, lo que somos o lo que tenemos se vuelve ajeno y distante, y nos asombramos de estar ahí, en un espacio vacío del que nos ha expulsado la vida misma que se ha vuelto ajena.
Me apasiona este estudio, como otros en los que poco a poco se está comenzando a cavar en la experiencia de lo corporal, un campo nada o muy poco cultivado en la filosofía, tan adicta al cultivo de la experiencia del alma, como si el cuerpo de los filósofos (l@s filósof@s) fuera como el de los ángeles. Poco a poco vamos construyendo la historia del cuerpo como parte de la historia de la persona, construyendo la trayectoria corporal como parte de la narración de nuestra identidad. Nos ayudan los momentos trascendentales: los momentos más graves de la vida, como contaba el poema de Vallejo, los momentos en los que nuestra vida da una curva y comienza a ser un sendero con sentidos cambiantes.
Ojalá sea este escrito signo de que la atención también está cambiando. Hace unos días comentaba la fascinación que ejerce sobre mí el trabajo manual (no compartida por todos, como veo por algún comentario), ahora quiero expresar mi anhelo de que los cuerpos sean objeto de atención de una mirada no sólo lúbrica y deseante, o compasiva y sufriente, sino también reflexiva e inquisidora.
Me apasiona este estudio, como otros en los que poco a poco se está comenzando a cavar en la experiencia de lo corporal, un campo nada o muy poco cultivado en la filosofía, tan adicta al cultivo de la experiencia del alma, como si el cuerpo de los filósofos (l@s filósof@s) fuera como el de los ángeles. Poco a poco vamos construyendo la historia del cuerpo como parte de la historia de la persona, construyendo la trayectoria corporal como parte de la narración de nuestra identidad. Nos ayudan los momentos trascendentales: los momentos más graves de la vida, como contaba el poema de Vallejo, los momentos en los que nuestra vida da una curva y comienza a ser un sendero con sentidos cambiantes.
Ojalá sea este escrito signo de que la atención también está cambiando. Hace unos días comentaba la fascinación que ejerce sobre mí el trabajo manual (no compartida por todos, como veo por algún comentario), ahora quiero expresar mi anhelo de que los cuerpos sean objeto de atención de una mirada no sólo lúbrica y deseante, o compasiva y sufriente, sino también reflexiva e inquisidora.
lunes, 15 de junio de 2009
¿Dónde va el amor cuando el amor se va?
No he podido resistir copiarle la frase del título a José María Pozuelo Yvancos en el texto de una crítica de El Cultural de la semana pasada. Estaba dándole vueltas al tema de la huida de un post anterior y me pregunté por la gente que se encuentra en la situación contraria, quienes se sienten atrapados en un túnel sin salida y esperan la vida entera aquel día en que se irán al sur de un sueño que saben imposible.
El hilo que lleva desde el tema de la huida al fin del amor es enrevesado: la conexión se estableció al comenzar a leer la novela Revolutionary Road publicada en 1961 por Richard Yates, un escritor poco conocido aquí (hasta la película del mismo título que dirigió Sam Mendes, el director de Camino a Perdición, American Beauty y Jarhead, con Kate Winslet y Leonardo di Caprio de protagonistas (en este orden):
La novela y película versan sobre una pareja de jóvenes establecidos en uno de los nuevos extrarradios que se crearon en Estados Unidos en los cincuenta-sesenta -- en España hace dos décadas--, que son listos, encantadores, descontentos con el gris discurrir de su existencia y sueñan con irse a Europa a recomenzar por donde deberían haber comenzado. Las cortas tentaciones del éxito a corto plazo acaban convirtiendo el sueño en un sueño y su vida en una triste pesadilla de la que el amor escapa. Nada nuevo. Lo interesante de estos tristísimos personajes de Yates a los que inmediatamente amamos es la red de autoengaños y trampas que se ponen a sí mismos y en las que han quedado atrapados.
De modo que así llegó el hilo desde el tema de la huida a la huida del amor: son personajes en los que la huida deja de ser un estado mental para convertirse en una coartada para no enfrentarse con su propia condición.
La huida como estado: los conceptos son peligrosos como ácidos: pueden herir o curar dependiendo de cómo se manejen.
El amor se consume en una incapacidad de hacerse cargo de los deseos del otro porque llevaría a cada uno de ellos a tener que hacerse cargo de los propios. La huida aparece entonces como solución y como problema: la huida deja de ser la imaginación de una vida alternativa para convertirse en una adicción a lo otro que uno sabe imposible por las propias condiciones de cómo se piensa. Pura mala fe que diría Sartre. Y el precio es que no saben hacerse cargo de sus vidas. Primero dejan de amarse a sí mismos e inmediatamente y por ello dejan de amar al otro.
¿Dónde va el amor cuando el amor se va?: a la tierra de los sueños que han dejado de ser imaginación para convertirse en fantasía.
El hilo que lleva desde el tema de la huida al fin del amor es enrevesado: la conexión se estableció al comenzar a leer la novela Revolutionary Road publicada en 1961 por Richard Yates, un escritor poco conocido aquí (hasta la película del mismo título que dirigió Sam Mendes, el director de Camino a Perdición, American Beauty y Jarhead, con Kate Winslet y Leonardo di Caprio de protagonistas (en este orden):
La novela y película versan sobre una pareja de jóvenes establecidos en uno de los nuevos extrarradios que se crearon en Estados Unidos en los cincuenta-sesenta -- en España hace dos décadas--, que son listos, encantadores, descontentos con el gris discurrir de su existencia y sueñan con irse a Europa a recomenzar por donde deberían haber comenzado. Las cortas tentaciones del éxito a corto plazo acaban convirtiendo el sueño en un sueño y su vida en una triste pesadilla de la que el amor escapa. Nada nuevo. Lo interesante de estos tristísimos personajes de Yates a los que inmediatamente amamos es la red de autoengaños y trampas que se ponen a sí mismos y en las que han quedado atrapados.
De modo que así llegó el hilo desde el tema de la huida a la huida del amor: son personajes en los que la huida deja de ser un estado mental para convertirse en una coartada para no enfrentarse con su propia condición.
La huida como estado: los conceptos son peligrosos como ácidos: pueden herir o curar dependiendo de cómo se manejen.
El amor se consume en una incapacidad de hacerse cargo de los deseos del otro porque llevaría a cada uno de ellos a tener que hacerse cargo de los propios. La huida aparece entonces como solución y como problema: la huida deja de ser la imaginación de una vida alternativa para convertirse en una adicción a lo otro que uno sabe imposible por las propias condiciones de cómo se piensa. Pura mala fe que diría Sartre. Y el precio es que no saben hacerse cargo de sus vidas. Primero dejan de amarse a sí mismos e inmediatamente y por ello dejan de amar al otro.
¿Dónde va el amor cuando el amor se va?: a la tierra de los sueños que han dejado de ser imaginación para convertirse en fantasía.
viernes, 12 de junio de 2009
Obreros en casa
La fiesta del Corpus me permite ajustar con varios obreros ciertos chaperones para mantener la casa. Por cierto: una interesante fiesta que, comentaba Carlos hace unos días, es una fiesta para y de marranos, la fiesta en que los cristianos nuevos debían mostrar su entusiasmo ante los símbolos de la Contrarreforma para no ser acusados de judíos conversos. Están por escribir muchos capítulos de la historia religiosa. Esperemos.
En fin, a lo que íbamos: la casa con obreros a los que conozco hace años: albañiles, ebanista, pintor, ... Artesanos que restauran tu casa con un cuidado y dedicación que desearía yo en mis ámbitos profesionales. Miro con envidia la capacidad de desenvolver mucho trabajo sin que apenas se note el esfuerzo, la sabiduría creativa para resolver problemas que a mí se me antojan titánicos, la paciencia para soportar el estar en un entorno ajeno y no siempre amable, la constancia en el esfuerzo,... De nuevo recuerdo con cierta ira cómo la filosofía ha tenido sus criterios aristocráticos de distinción: las artes liberales antes que las artes prácticas, el genio por encima del artesano, el intelectual antes que el obrero. Pone el carro antes de los bueyes: como si el lenguaje fuese más excelso que la escayola y el conglomerado. De las tres características que definen a la especie humana, el lenguaje, la socialidad, la creatividad técnica, me quedo con esta última. Me quedo con quien es capaz de entrever una obra terminada y poco a poco conseguir que salga adelante.
Ya se ha olvidado el viejo sueño de la superación de la división entre el trabajo intelectual y manual, quedó como un eslógan de los años salvajes, pero aún queda la división entre las artes del espectáculo y los que montan las tramoyas. Me refugio en la mirada irónica de Amos Oz, que no ha renunciado a vivir en el kibutz, y sostiene la misma tesis que estas líneas: cuando las cosas vienen duras, vale más un buen ebanista que mil filósofos online. Es lo que quiero ser de mayor.
En fin, a lo que íbamos: la casa con obreros a los que conozco hace años: albañiles, ebanista, pintor, ... Artesanos que restauran tu casa con un cuidado y dedicación que desearía yo en mis ámbitos profesionales. Miro con envidia la capacidad de desenvolver mucho trabajo sin que apenas se note el esfuerzo, la sabiduría creativa para resolver problemas que a mí se me antojan titánicos, la paciencia para soportar el estar en un entorno ajeno y no siempre amable, la constancia en el esfuerzo,... De nuevo recuerdo con cierta ira cómo la filosofía ha tenido sus criterios aristocráticos de distinción: las artes liberales antes que las artes prácticas, el genio por encima del artesano, el intelectual antes que el obrero. Pone el carro antes de los bueyes: como si el lenguaje fuese más excelso que la escayola y el conglomerado. De las tres características que definen a la especie humana, el lenguaje, la socialidad, la creatividad técnica, me quedo con esta última. Me quedo con quien es capaz de entrever una obra terminada y poco a poco conseguir que salga adelante.
Ya se ha olvidado el viejo sueño de la superación de la división entre el trabajo intelectual y manual, quedó como un eslógan de los años salvajes, pero aún queda la división entre las artes del espectáculo y los que montan las tramoyas. Me refugio en la mirada irónica de Amos Oz, que no ha renunciado a vivir en el kibutz, y sostiene la misma tesis que estas líneas: cuando las cosas vienen duras, vale más un buen ebanista que mil filósofos online. Es lo que quiero ser de mayor.
martes, 9 de junio de 2009
El día antes de la huida
De entre los géneros a los que soy tan aficionado uno de mis preferidos es el género del escapismo o de la huida de los más diversos sitios: campos de concentración, cárceles, etc. Steve McQueen, no es por ello extraño, es uno de mis actores preferidos. Tenía esa cara de estar en una huida permanente.
Me viene a la cabeza McQueen por una larga serie de asociaciones que comenzaron en una noche con dolores de espalda en la que me preguntaba: "a ver, chico listo, ¿de qué te sirve ahora la filosofía?". No de analgésico, desde luego. La consolación que ocasionalmente presta la filosofía a la vida no tiene que ver nada con la capacidad para soportar sus miserias. Cada uno baja las escaleras como puede.
Sin embargo, sí es cierto que hay actitudes que previenen posibles desesperaciones y desesperanzas. Una de ellas, que encuentro más en la filosofía que en otras actividades de la vida, es el estado de ensimismamiento que llamo "el día antes de la huida". He hablado, he escrito, en otros foros y papeles, acerca de dos actitudes ante la vida que caracterizo con las figuras de Ulises y Moisés: Ulises tiene una meta que ordena su vida. No importa cuántas penas y valles de lágrimas atraviese, su lugar está siempre en una Ítaca imaginaria situada al final del viaje. Todos los iluminados son Ulises, todos los profetas, todos los visionarios, todos los fundamentalistas. Ulises vive para llegar. Moisés vive para huir. Escapa, se va: su mundo y su tiempo ya ha pasado, no mira atrás. Para él no existe la tierra prometida: le está prohibida la entrada; su vida ha tenido el sentido que tienen las huidas.
¿Qué siente Moisés el día antes de la huida? Su mente ya se ha desprendido de los avatares y servidumbres, de las pequeñas suciedades de la vida. No es que no le importen, es que ya no está, se está yendo. Y sin embargo su mirada tiene una suerte de atención intensa a todo lo que ocurre, a cada detalle, palabra, gesto. Sabe que todo se juega en un instante. Pero está por irse. Ya no está.
Como Steve McQueen en La huida o, mejor aún, en La gran escapada. Estar sin estar. Atender a lo necesario, prescindir de lo prescindible.
Me viene a la cabeza McQueen por una larga serie de asociaciones que comenzaron en una noche con dolores de espalda en la que me preguntaba: "a ver, chico listo, ¿de qué te sirve ahora la filosofía?". No de analgésico, desde luego. La consolación que ocasionalmente presta la filosofía a la vida no tiene que ver nada con la capacidad para soportar sus miserias. Cada uno baja las escaleras como puede.
Sin embargo, sí es cierto que hay actitudes que previenen posibles desesperaciones y desesperanzas. Una de ellas, que encuentro más en la filosofía que en otras actividades de la vida, es el estado de ensimismamiento que llamo "el día antes de la huida". He hablado, he escrito, en otros foros y papeles, acerca de dos actitudes ante la vida que caracterizo con las figuras de Ulises y Moisés: Ulises tiene una meta que ordena su vida. No importa cuántas penas y valles de lágrimas atraviese, su lugar está siempre en una Ítaca imaginaria situada al final del viaje. Todos los iluminados son Ulises, todos los profetas, todos los visionarios, todos los fundamentalistas. Ulises vive para llegar. Moisés vive para huir. Escapa, se va: su mundo y su tiempo ya ha pasado, no mira atrás. Para él no existe la tierra prometida: le está prohibida la entrada; su vida ha tenido el sentido que tienen las huidas.
¿Qué siente Moisés el día antes de la huida? Su mente ya se ha desprendido de los avatares y servidumbres, de las pequeñas suciedades de la vida. No es que no le importen, es que ya no está, se está yendo. Y sin embargo su mirada tiene una suerte de atención intensa a todo lo que ocurre, a cada detalle, palabra, gesto. Sabe que todo se juega en un instante. Pero está por irse. Ya no está.
Como Steve McQueen en La huida o, mejor aún, en La gran escapada. Estar sin estar. Atender a lo necesario, prescindir de lo prescindible.
viernes, 5 de junio de 2009
Adicción y adición
La adicción tiene mala prensa, ciertamente, pero, ¿por qué es mala? La Real Academia en su siempre curioso diccionario señala estos dos usos del término:
1. f. Hábito de quien se deja dominar por el uso de alguna o algunas drogas tóxicas, o por la afición desmedida a ciertos juegos.
2. f. desus. Asignación, entrega, adhesión.
En el primer uso tenemos una pérdida de libertad, en el segundo, probablemente, el más excelso ejercicio de la libertad, que es, justamente, asignación, entrega, adhesión. Claro que la RAE indica que esta segunda acepción está en desuso. Vaya.
Veamos el problema: la adicción produce adición, es decir, suma de algo, de actos como el juego, el consumo de drogas o lo que sea. Diferencia y repetición: la adicción es la causa de la repetición, de la búsqueda de lo mismo, cuando lo que uno cree es que está buscando lo diferente.
No me interesan ahora las formas socialmente reprochables de adicción: alcoholismo, drogadicción, ludopatía, etc., sino las formas socialmente admisibles, e incluso objetos de admiración al menos en cantidades estadísticamente muy significativas. Son esas otras que no han sido exploradas y que no obstante conforman nuestra experiencia de lo cotidiano más habitualmente que las médicamente poco recomendables.
Una, la más peligrosa en un aspecto, menos peligrosa en otro: la adicción al peligro. Alguna gente necesita dosis de adrenalina crecientes para que su mente funcione normalmente y para ello se pone en situaciones de peligro y juega estratégicamente con los mecanismos internos subpersonales que hacen que el cerebro se cargue de las sustancias adecuadas (hace alguna semana me ocupé de estas desviaciones emocionales). La adición al peligro llena el mundo de héroes y de víctimas.
Otra: la adicción al poder. Me ha sido permitido observar de cerca a alguna gente que ha sufrido durante algún tiempo esta adicción. Necesitan que suene el móvil continuamente, que se negocie con ellos, que otros le pidan cosas que saben imposibles para poder negar con esa sonrisa que parece indicar que las conceden, mirarse en los ojos sumisos y las sonrisas ovejunas de los sometidos. A la semana de quedar excluidos del poder necesitan conspirar para lograrlo.
Otra más: la adicción al reconocimiento. Es el mayor peligro al que están sometidos quienes, como el que suscribe, se encuentran en espacios académicos, artísticos, etc. Necesitan la caricia continua en el ego, el "tú vales mucho" repetido una y otra vez, la palmada en la espalda, el aplauso, ...
Hay algunas comunidades que están formadas por adictos. Son comunidades pasionales en las que el juego y la competencia son manifestaciones de la urgencia que los instintos básicos imprimen en la acción. Está poco desarrollada la sociología de las comunidades emocionales: comencemos a observarlas como comunidades de adictos y entenderemos muchas cosas: la ciencia, la política, el arte, ... el espectáculo como forma de lo social.
¿Hay algo malo en las adicciones?: no necesariamente, salvo para los puritanos adictos a las normas. ¿Por qué la adicción al sexo y al amor tendrían que ser malas salvo para quienes carecen de ellas? Hay algo malo cuando el segundo sentido de la RAE está en peligro por el primero, cuando el entusiasmo de la identificación con los objetivos propios de la vida se ve amenazado por la repetición, por la adición de acciones cuyo único objeto es la mera renovación de lo ya experienciado.
Me sé adicto a muchas cosas, pero esto no es un confesionario sino un espacio de reflexión. No todas malas, no todas buenas.
1. f. Hábito de quien se deja dominar por el uso de alguna o algunas drogas tóxicas, o por la afición desmedida a ciertos juegos.
2. f. desus. Asignación, entrega, adhesión.
En el primer uso tenemos una pérdida de libertad, en el segundo, probablemente, el más excelso ejercicio de la libertad, que es, justamente, asignación, entrega, adhesión. Claro que la RAE indica que esta segunda acepción está en desuso. Vaya.
Veamos el problema: la adicción produce adición, es decir, suma de algo, de actos como el juego, el consumo de drogas o lo que sea. Diferencia y repetición: la adicción es la causa de la repetición, de la búsqueda de lo mismo, cuando lo que uno cree es que está buscando lo diferente.
No me interesan ahora las formas socialmente reprochables de adicción: alcoholismo, drogadicción, ludopatía, etc., sino las formas socialmente admisibles, e incluso objetos de admiración al menos en cantidades estadísticamente muy significativas. Son esas otras que no han sido exploradas y que no obstante conforman nuestra experiencia de lo cotidiano más habitualmente que las médicamente poco recomendables.
Una, la más peligrosa en un aspecto, menos peligrosa en otro: la adicción al peligro. Alguna gente necesita dosis de adrenalina crecientes para que su mente funcione normalmente y para ello se pone en situaciones de peligro y juega estratégicamente con los mecanismos internos subpersonales que hacen que el cerebro se cargue de las sustancias adecuadas (hace alguna semana me ocupé de estas desviaciones emocionales). La adición al peligro llena el mundo de héroes y de víctimas.
Otra: la adicción al poder. Me ha sido permitido observar de cerca a alguna gente que ha sufrido durante algún tiempo esta adicción. Necesitan que suene el móvil continuamente, que se negocie con ellos, que otros le pidan cosas que saben imposibles para poder negar con esa sonrisa que parece indicar que las conceden, mirarse en los ojos sumisos y las sonrisas ovejunas de los sometidos. A la semana de quedar excluidos del poder necesitan conspirar para lograrlo.
Otra más: la adicción al reconocimiento. Es el mayor peligro al que están sometidos quienes, como el que suscribe, se encuentran en espacios académicos, artísticos, etc. Necesitan la caricia continua en el ego, el "tú vales mucho" repetido una y otra vez, la palmada en la espalda, el aplauso, ...
Hay algunas comunidades que están formadas por adictos. Son comunidades pasionales en las que el juego y la competencia son manifestaciones de la urgencia que los instintos básicos imprimen en la acción. Está poco desarrollada la sociología de las comunidades emocionales: comencemos a observarlas como comunidades de adictos y entenderemos muchas cosas: la ciencia, la política, el arte, ... el espectáculo como forma de lo social.
¿Hay algo malo en las adicciones?: no necesariamente, salvo para los puritanos adictos a las normas. ¿Por qué la adicción al sexo y al amor tendrían que ser malas salvo para quienes carecen de ellas? Hay algo malo cuando el segundo sentido de la RAE está en peligro por el primero, cuando el entusiasmo de la identificación con los objetivos propios de la vida se ve amenazado por la repetición, por la adición de acciones cuyo único objeto es la mera renovación de lo ya experienciado.
Me sé adicto a muchas cosas, pero esto no es un confesionario sino un espacio de reflexión. No todas malas, no todas buenas.
miércoles, 3 de junio de 2009
El género en disputa
La obra de Judith Butler Gender Troubles la han traducido en español como El género en disputa: discute las diferencias de género en términos de sexo/sexual, o sea, la construcción de la diferencia como diferencia sexual, que una suerte de feminismo piensa como frontera entre géneros, construidos a su vez socialmente a través de los imaginarios dominantes. Butler cree que las sexualidades son también normas que delimitan normalidades y que tal vez haya que ver las cosas con distancia.
Se me ocurre el ejemplo de Butler, muy profundo para esta noche, pensando en otras disputas de género que por el momento me apasionan más: ¿por qué me gustan tanto las películas del oeste que considero y sé cargadas de estereotipos, de ideología, de...? da igual, me gustan. El género en disputa. Me gusta el cine de género, me gusta la novela de género y me gusta la pintura de género. Qué le voy a hacer: me gusta enfrentarme a una obra sabiendo lo que hay, la norma, el estereotipo, con la ilusión de quien sabe que los buenos son muy buenos, o serán buenos al final y los malos muy malos o resultarán malos al final.
Por ejemplo, la que acabo de ver, evitando los anuncios insoportables de las cadenas mediante el recurso a una no bien provista pero al menos soportable biblio-mediateca de la comunidad de madrid en mi barrio:
Para mucha gente la literatura de género es un subgénero de la literatura (o del cine...) Para mí es la manera en la que me reconcilio con mis héroes, villanos, con mis sueños y mis miedos. Western Union de Fritz Lang, una entre muchas buenas pelis del oeste. ¿Por qué me gustan?: las películas del oeste me hablan de algo difícilmente definible, que en inglés tiene nombre: "male bonds", aunque en español sonaría mal; son las amistades masculinas, indefinibles, secas, tiernas, basadas en la fidelidad en la competencia y en la competencia en la fidelidad. El feminismo se ha perdido algo que Hollywood conocía desde el principio, que no todos los estereotipos de género son estereotipos de dominación. En español sonaría como lazos de machos, algo como muy gay, una connotación que no tiene, y que está mejor captado por términos como la cuadrilla, la farra argentina o la panda castellana, lazos que son profundos en lo superficial y superficiales en lo profundo.
Hablaría del género negro, del género bélico, del género de espías, de la ciencia ficción, de los vampiros (que ya lo he hecho), del terror, en fin..., de la vida misma: pues nuestras historias, aunque las pensemos como diarias, tristes, grises y aburridas, quieren ser, desean ser, son a veces, historias de género. En disputa.
Se me ocurre el ejemplo de Butler, muy profundo para esta noche, pensando en otras disputas de género que por el momento me apasionan más: ¿por qué me gustan tanto las películas del oeste que considero y sé cargadas de estereotipos, de ideología, de...? da igual, me gustan. El género en disputa. Me gusta el cine de género, me gusta la novela de género y me gusta la pintura de género. Qué le voy a hacer: me gusta enfrentarme a una obra sabiendo lo que hay, la norma, el estereotipo, con la ilusión de quien sabe que los buenos son muy buenos, o serán buenos al final y los malos muy malos o resultarán malos al final.
Por ejemplo, la que acabo de ver, evitando los anuncios insoportables de las cadenas mediante el recurso a una no bien provista pero al menos soportable biblio-mediateca de la comunidad de madrid en mi barrio:
Para mucha gente la literatura de género es un subgénero de la literatura (o del cine...) Para mí es la manera en la que me reconcilio con mis héroes, villanos, con mis sueños y mis miedos. Western Union de Fritz Lang, una entre muchas buenas pelis del oeste. ¿Por qué me gustan?: las películas del oeste me hablan de algo difícilmente definible, que en inglés tiene nombre: "male bonds", aunque en español sonaría mal; son las amistades masculinas, indefinibles, secas, tiernas, basadas en la fidelidad en la competencia y en la competencia en la fidelidad. El feminismo se ha perdido algo que Hollywood conocía desde el principio, que no todos los estereotipos de género son estereotipos de dominación. En español sonaría como lazos de machos, algo como muy gay, una connotación que no tiene, y que está mejor captado por términos como la cuadrilla, la farra argentina o la panda castellana, lazos que son profundos en lo superficial y superficiales en lo profundo.
Hablaría del género negro, del género bélico, del género de espías, de la ciencia ficción, de los vampiros (que ya lo he hecho), del terror, en fin..., de la vida misma: pues nuestras historias, aunque las pensemos como diarias, tristes, grises y aburridas, quieren ser, desean ser, son a veces, historias de género. En disputa.