HAR1, FOXP2, AMY1, ASPM, LCT,HAR2. Estas extrañas siglas parecen ser las responsables de la diferencia genética que tenemos con Pan troglodites, los chimpancés, los seres vivos vivos con mayor proximidad evolutiva a Homo sapiens sapiens. Esto es lo que sostiene la investigadora californiana Kahterine S. Pollard en Investigación y ciencia (julio, en la versión española)
Unas pocas, muy pocas, zonas del genoma que codificarían el desarrollo de la corteza cerebral (HAR1), la formación de sonidos vocálicos y consonánticos (FXP2), la digestión del almidón (AMY1), el tamaño del cerebro (ASPM), la digestión de la lactosa (LCT) y el desarrollo de la muñeca y el pulgar (HAR2). Es fascinante que se esté llegando a estos niveles de precisión en el mapa genético.
¿Es ésto lo que nos hace humanos? He buscado imágenes para ilustrar la entrada y me asombra la falta de creatividad y originalidad cuando se tocan estos temas. Muy interesante. La falta de imágenes hace sospechar que siguen siendo temas sometidos a formas indirectas de discurso: ironía, tensión ideológica, etc. Lo que indica que nos movemos en aguas pantanosas.
No tengo ninguna duda de que esos genes están involucrados de manera determinante en la evolución biológica. Salvo que nuestra especie es una especie cultural (lo mismo que los chimpancés, pero nuestras diferencias biológicas permiten unas formas de cultura particularmente distintas, donde la convención, la norma y el diseño son la regla).
Ahora bien, el artículo me ha llevado a releer Precarious Life, uno de los últimos libros de la feminista Judith Butler, quien ha ido derivando desde temas centrados principalmente en el debate feminista hacia temas de antropología y especialmente hacia una filosofía anti-violencia radical.
Su tesis merece ser pensada con silencio y tranquilidad: lo que nos hace humanos, sostiene, es el duelo. Los humanos nos dolemos de las pérdidas. Podemos pensar, hablar, crear, guerrear, ..., pero al final nos dolemos intensamente de las pérdidas. El duelo, más que el pensamiento, nos hace conocer la vulnerabilidad de nuestros cuerpos y la dependencia de otros que tienen nuestras vidas. Se puede reaccionar ante la vulnerabilidad con violencia (es lo que ella señala respecto al giro violento de la política de su país después del 11S), pero no se puede dejar a un lado el descubrimiento de que todos, incluso las grandes potencias, son/somos vulnerables y perdemos a los nuestros, y dependemos de ellos.
Al representar a los humanos, sostiene Butler, siempre se seleccionan rasgos prototípicos, rasgos "normalizados" por la convención, por el poder, que establecen lo que nos hace humanos, y que hacen que muchos que no los tienen no lleguen a ser reconocidos como humanos (obsérvense en las representaciones de la evolución las no-representaciones. Es un ejercicio necesario de distancia). Por eso no tiene demasiado interés insistir en la parte teórica y representacional de lo que nos hace humanos: sólo sentirlo. No es lo conceptual, sino lo emocional lo que nos hace humanos. Sentir duelo por los perdidos, por quienes ya no formarán parte de nosotros y sentir que esa misma falta nos transformará irreversiblemente en otra persona distinta a la que fuimos.
Lo que nos hace humanos, pues, además de unos cuantos genes, son nuestras pérdidas y cómo nuestras emociones nos hablan de ellas. El estado de duelo es el estado humano. La violencia, la venganza, uno de sus productos. Freud señaló en El trabajo del duelo otras formas más de salida: la sustitución del objeto de la pérdida, la transformación creativa en otra persona con otras dependencias. Aspirar a la independencia y a la autonomía sin restricciones, sostiene Butler, puede esconder una forma de violencia. Sabernos dependientes puede reconciliarnos con lo que nos hace humanos.
Otro día hablaré del deseo.
Reflexiones en las fronteras de la cultura y la ciencia, la filosofía y la literatura, la melancolía y la esperanza
miércoles, 29 de julio de 2009
sábado, 25 de julio de 2009
Lo visible y lo invisible
"¿ Qué es lo que tenían en común autores que han determinado nuestra visión estética como Platón, Aristóteles, Kant, Schelling, Hegel, Schopenhauer e incluso Heidegger?: que apenas sabían nada de pintura". Te sacude un escalofrío al leer este contundente juicio con el comienza Michel Henry su libro Ver lo invisible. Acerca de Kandinsky. Henry es un fenomenólogo ortodoxo, seguidor de Husserl y Merleau Ponty, reivindicador radical de la subjetividad, con una radicalidad que, por ello, no elimina sino que subraya el dominio de la objetividad. Lo subjetivo es lo interior, el ámbito de la vida que se expresa y cumple.
La pintura -- explica Henry a Kandinsky-- es la epifanía de lo invisible: de un contenido interior que se une indisolublemente con la forma, no la forma visible que proviene de objetos, no la abstracción como "abstracción-de" rasgos objetivos sino como producción de un abstraerse del mundo y el objeto, forma necesaria que nace de un interior de la vida en su devenir. Wassili Kandinsky sostiene que la obra de arte es fruto de una suerte de necesidad interior, de un "no puede ser de otra forma". Su revolución sería precisamente la postulación de esta necesidad estética que no nace de la representación sino de la presentación. Toda pintura es pintura de lo invisible, incluso la pintura "realista".
Cuando se contempla una obra maestra no puede uno sustraerse a este sentimiento de necesidad. Hace unos días se rebelaban mis entrañas ante las chocherías de H. Bloom en su best-seller, El canon occidental contra lo que llama la "escuela del resentimiento", o sea, toda la crítica contemporánea que no sea él mismo. Pero tiene cierta razón en el abandono por parte de tanta crítica del contenido normativo que se impone cuando nos encontramos ante las obras de arte. Demasiado Walter Benjamin, demasiado Foucault sin asimilar, demasiado ardor guerrero, demasiado poco amor por la pintura. O simple desconocimiento.
Algunos críticos parecen sexólogos vírgenes. Hay incluso una editorial especializada en lo "post" como estrategia comercial. Me sublevan dos recientes ensayos, uno sobre "afterpop", otro sobre "postpoesía" como horizontes de contemporaneidad, sumisión a un presunto destino de obsolescencia de todo arte, que vendría incluido en el paquete de la era de la reproducción técnica. Vaya. Buena operación comercial.
Mientras escribo esto escucho por RNE2 el Requiem de Britten, la gran obra antiviolencia del siglo más violento de la historia. No puedo evitar un sentimiento de necesidad, de obediencia a la forma. Será que estoy obsoleto.
martes, 21 de julio de 2009
Teoría del túnel
Las lecturas relajadas del verano me regalan la obra crítica de Julio Cortázar, y en particular La teoría del túnel, un conjunto de notas sobre el estilo literario que escribió en 1947, a la vez que redactaba El Bestiario. Me sorprende en medio de una meditación sobre el libro, de la que da constancia la entrada de la semana anterior: ¿es el libro una entidad permanente o, en manos de la evolución de la técnica, será un objeto históricamente pasajero como el arado romano? Cortázar lo plantea en términos estéticos y no tecnológicos. Sostiene que cada generación de escritores se plantea una labor destructiva contra el libro, al que considera un objeto obsoleto y acomodaticio. Sin embargo, sostiene Cortázar, la labor de zapa termina siendo la tarea de un túnel: destruir para construir.
Todos los veranos se me alegra el corazón en el breve contacto con la vanguardia poética. Jóvenes que plantean ya su vocación literaria como una búsqueda de nuevas formas expresivas que destruyan el esteticismo conformista de la generación al mando. Observo con fruición su corrosivo sarcasmo contra los monterosabinasmolinas y demás aristocracias de los salones de la buena conciencia, y las palabras de Cortázar me iluminan sobre la renovación del discurso literario.
El esteticismo es la conformidad a los recursos de estilo que funcionan, la sumisión de una voluntad de ser a una voluntad de ser leído. El esteticismo es una pátina que notamos generacionalmente, cuando los recursos de otro tiempo ya quedan como signos de identidad que no pueden ser sino leídos en su contexto pero no repetidos.
Señala Cortázar varias líneas de tensión que recorren la literatura: la primera, la línea que va desde lo narrativo a lo psicológico. Es el gran descubrimiento de la novela: la conciencia del personaje, el punto de vista. No tiene Don Alonso psicología, sus estados mentales hay que inferirlos de sus bizarras acciones. La novela irá descubriendo la psicología hasta el culmen del XIX y sus asombrosos epígonos, James y Proust. La ruptura contra la psicología al modo decimonónico será la marca de las vanguardias: Joyce, etc. (curioso, Cortázar no cita a Faulkner, que devendría en el gran padre del "boom"). La segunda línea de tensión es la que va desde lo enunciativo a lo poético: el representar las cosas frente a transformarlas, que al fin y al cabo es lo que hace la metáfora poética, cambia nuestro modo de ver. La invasión de lo poético en la novela ha sido progresiva, persistente e irreversible. Por ejemplo: La muerte de Virgilio, de Broch, un hermoso poema en prosa donde ya no importa la acción.
Yo quizá habría añadido la tensión entre el realismo (contar cómo son las cosas) e idealismo (contar cómo tendrían que ser), que aparece a veces como exposición de tesis sobre el mundo, pero que de hecho es una tensión que recorre toda la historia de la novela en un vaivén continuo entre las dos tendencias. Cortázar trata la tensión entre las ideas abstractas y las situaciones concretas, pero no es lo mismo. La novela bizantina es la peripecia de una pareja que obtendrá lo que su pureza de espíritu merece. La novela moderna será la de seres fracasados que acabarán en el basurero de la historia sin importar sus impulsos de ser, en una sociedad que todo lo corrompe.
La tensión esencial es, al final, sostiene Cortázar, entre la pureza del lenguaje literario y el ornamento del estilo. La opción propia, lo que constituyó su voluntad literaria, que se desenvolvería en su inolvidable obra, fue un compromiso con una forma de humanismo mágico y heroico.
En cualquier caso, lo que queda sigue siendo el libro: un fragmento de discurso que ha quedado congelado en la escritura; una parte de la conversación de la humanidad que se preserva en un círculo de memoria que permite la inscripción del discurso en un medio material: en el barro, en pergamino, en papel, en dígitos,..., poco importa el formato.
El libro es el modo en el que podemos asimilar la memoria de lo dicho. Un objeto perfecto: más grande, sería el objeto imaginario imposible que soñó la Ilustración como su contribución a la historia, La Enciclopedia; más pequeño, sería como la hoja del ciego que canta por los pueblos, hoja que lleva el viento de la historia y que no será preservado si no es como memoria oral, copla, cuento, chiste o canto que se transforma de boca en boca.
Jóvenes poetas, viejos topos que construyen las nuevas formas de libro. Los filósofos musulmanes de Andalucía crearon la teoría de los dos libros: el libro divino, en el que está escrito nuestro mundo simbólico, y el libro de la naturaleza, donde está escrito nuestro destino.
Ahí seguimos. Mirando por el agujero del túnel de las palabras, como Julio.
Todos los veranos se me alegra el corazón en el breve contacto con la vanguardia poética. Jóvenes que plantean ya su vocación literaria como una búsqueda de nuevas formas expresivas que destruyan el esteticismo conformista de la generación al mando. Observo con fruición su corrosivo sarcasmo contra los monterosabinasmolinas y demás aristocracias de los salones de la buena conciencia, y las palabras de Cortázar me iluminan sobre la renovación del discurso literario.
El esteticismo es la conformidad a los recursos de estilo que funcionan, la sumisión de una voluntad de ser a una voluntad de ser leído. El esteticismo es una pátina que notamos generacionalmente, cuando los recursos de otro tiempo ya quedan como signos de identidad que no pueden ser sino leídos en su contexto pero no repetidos.
Señala Cortázar varias líneas de tensión que recorren la literatura: la primera, la línea que va desde lo narrativo a lo psicológico. Es el gran descubrimiento de la novela: la conciencia del personaje, el punto de vista. No tiene Don Alonso psicología, sus estados mentales hay que inferirlos de sus bizarras acciones. La novela irá descubriendo la psicología hasta el culmen del XIX y sus asombrosos epígonos, James y Proust. La ruptura contra la psicología al modo decimonónico será la marca de las vanguardias: Joyce, etc. (curioso, Cortázar no cita a Faulkner, que devendría en el gran padre del "boom"). La segunda línea de tensión es la que va desde lo enunciativo a lo poético: el representar las cosas frente a transformarlas, que al fin y al cabo es lo que hace la metáfora poética, cambia nuestro modo de ver. La invasión de lo poético en la novela ha sido progresiva, persistente e irreversible. Por ejemplo: La muerte de Virgilio, de Broch, un hermoso poema en prosa donde ya no importa la acción.
Yo quizá habría añadido la tensión entre el realismo (contar cómo son las cosas) e idealismo (contar cómo tendrían que ser), que aparece a veces como exposición de tesis sobre el mundo, pero que de hecho es una tensión que recorre toda la historia de la novela en un vaivén continuo entre las dos tendencias. Cortázar trata la tensión entre las ideas abstractas y las situaciones concretas, pero no es lo mismo. La novela bizantina es la peripecia de una pareja que obtendrá lo que su pureza de espíritu merece. La novela moderna será la de seres fracasados que acabarán en el basurero de la historia sin importar sus impulsos de ser, en una sociedad que todo lo corrompe.
La tensión esencial es, al final, sostiene Cortázar, entre la pureza del lenguaje literario y el ornamento del estilo. La opción propia, lo que constituyó su voluntad literaria, que se desenvolvería en su inolvidable obra, fue un compromiso con una forma de humanismo mágico y heroico.
En cualquier caso, lo que queda sigue siendo el libro: un fragmento de discurso que ha quedado congelado en la escritura; una parte de la conversación de la humanidad que se preserva en un círculo de memoria que permite la inscripción del discurso en un medio material: en el barro, en pergamino, en papel, en dígitos,..., poco importa el formato.
El libro es el modo en el que podemos asimilar la memoria de lo dicho. Un objeto perfecto: más grande, sería el objeto imaginario imposible que soñó la Ilustración como su contribución a la historia, La Enciclopedia; más pequeño, sería como la hoja del ciego que canta por los pueblos, hoja que lleva el viento de la historia y que no será preservado si no es como memoria oral, copla, cuento, chiste o canto que se transforma de boca en boca.
Jóvenes poetas, viejos topos que construyen las nuevas formas de libro. Los filósofos musulmanes de Andalucía crearon la teoría de los dos libros: el libro divino, en el que está escrito nuestro mundo simbólico, y el libro de la naturaleza, donde está escrito nuestro destino.
Ahí seguimos. Mirando por el agujero del túnel de las palabras, como Julio.
jueves, 16 de julio de 2009
Leer y escribir
Circunstancias desparejas me han llevado a sendas amables y agradables controversias sobre el futuro del libro en la era digital con mi amigo Antonio León y con Nicole Etxevers (entusiasta de las nuevas tecnologías, que se encarga en la editorial Herder del futuro libro digital y es gestora del Observatorio para la Cibersociedad). En ambos casos me observo a mí mismo defendiendo el libro con una pasión que me sorprende, dado que tantas veces me han calificado de tecno-romántico. Pero sí, discuto sobre el e-book, el libro electrónico y, aunque estoy convencido de que tendrá un éxito enorme cuando se den dos condiciones:
1. Que mejoren los aparatos de lectura y se vuelvan más acogedores (no sé cuál será su tamaño y peso, la evolución dirá)
2. Cuando los libros sean fácilmente accesibles: en librerías on-line, o no on-line (sospecho que una sección futura de las librerías será la de los libros electrónicos, que serán descargados desde un mostrador)
tengo la convicción de que el libro es un artefacto insustituible. Mi argumento es que el libro es un objeto casi perfecto, como el botijo: han sido siglos de coevolución entre editores y lectores los que han ido dando a los libros el tamaño, la textura, el peso y el olor que hacen de él un objeto tan deseable.
Como Borges, las bibliotecas son para mí lugares sagrados: cuando entro en una biblioteca dejo al lado las preocupaciones que tuviera a la entrada. La exploro, la curioseo, la disfruto. No me importa lo grande o especializada que sea. Una biblioteca es el lugar donde se crean los universos paralelos, es un jardín de encantos y un desafío a tu tiempo inteligente.
Soy un usuario habitual del libro y del artículo electrónicos; en este mismo ordenador en el que escribo, almaceno varios miles de artículos y varios cientos de libros, y los leo, con menos pasión que los libros-papel, pero con la misma curiosidad. Pero mi lectura es otra cosa, lo mismo que mi explorar en la biblioteca electrónica de mi universidad es distinto a los viajes que realizo a la física, lo mismo que el almacén virtual es distinto a la(s) biblioteca(s) que llenan los lugares donde habito y trabajo.
Mi argumento, mi crítica, es que el libro no está obsoleto, el libro electrónico no produce la obsolescencia del libro de papel, lo mismo que el metal no sustituyó al barro, sino que lo envió a otro ámbito de la cultura, como tampoco el automóvil hizo desaparecer al caballo (si alguien quiere apostar algo sobre cuándo ha sido la época en la que más caballos han existido, puede hacerlo conmigo)
Ya me ha ocurrido con la escritura y no creo que vaya a ser distinto. Cuando escribí mi tesis doctoral no había aún ordenadores de sobremesa fácilmente accesibles ni los que había tenían procesadores de texto tan eficientes como los actuales. Escribí mi tesis a mano, después la pasé a máquina. Más tarde comencé la larga historia de mis ordenadores personales (me acuerdo de todos ellos, debería haberles dado nombre, tanta fue su compañía). Hoy sigo escribiendo a mano todo lo que me importa, y sobre todo aquello que me resulta particularmente difícil de pensar o de expresar.
Colecciono todo tipo de artilugios de escritura manual (uno de mis pecados consumistas que dudo que pueda evitar ya en esta vida), cada día me gusta más la caligrafía y siempre me fijo en la letra de la gente porque en ella escriben su forma muy particular de ser y de relacionarse con el lenguaje. Mi ordenador no ha sustituido a la pluma: se han repartido el espacio de mi escritorio. En paz. Cuando escribo a ordenador y cuando escribo a mano pienso de forma diferente.
Sospecho, ese es mi argumento, que lo mismo ocurrirá con el libro electrónico. El tanto por ciento de la humanidad que leemos y escribimos repartiremos el tiempo y el espacio. Ya sé que la respuesta es que esto es generacional, que somos la última generación que aprendió caligrafía. Lo dudo mucho.
Los amantes del disco de vinilo seguro que me entienden.
1. Que mejoren los aparatos de lectura y se vuelvan más acogedores (no sé cuál será su tamaño y peso, la evolución dirá)
2. Cuando los libros sean fácilmente accesibles: en librerías on-line, o no on-line (sospecho que una sección futura de las librerías será la de los libros electrónicos, que serán descargados desde un mostrador)
tengo la convicción de que el libro es un artefacto insustituible. Mi argumento es que el libro es un objeto casi perfecto, como el botijo: han sido siglos de coevolución entre editores y lectores los que han ido dando a los libros el tamaño, la textura, el peso y el olor que hacen de él un objeto tan deseable.
Como Borges, las bibliotecas son para mí lugares sagrados: cuando entro en una biblioteca dejo al lado las preocupaciones que tuviera a la entrada. La exploro, la curioseo, la disfruto. No me importa lo grande o especializada que sea. Una biblioteca es el lugar donde se crean los universos paralelos, es un jardín de encantos y un desafío a tu tiempo inteligente.
Soy un usuario habitual del libro y del artículo electrónicos; en este mismo ordenador en el que escribo, almaceno varios miles de artículos y varios cientos de libros, y los leo, con menos pasión que los libros-papel, pero con la misma curiosidad. Pero mi lectura es otra cosa, lo mismo que mi explorar en la biblioteca electrónica de mi universidad es distinto a los viajes que realizo a la física, lo mismo que el almacén virtual es distinto a la(s) biblioteca(s) que llenan los lugares donde habito y trabajo.
Mi argumento, mi crítica, es que el libro no está obsoleto, el libro electrónico no produce la obsolescencia del libro de papel, lo mismo que el metal no sustituyó al barro, sino que lo envió a otro ámbito de la cultura, como tampoco el automóvil hizo desaparecer al caballo (si alguien quiere apostar algo sobre cuándo ha sido la época en la que más caballos han existido, puede hacerlo conmigo)
Ya me ha ocurrido con la escritura y no creo que vaya a ser distinto. Cuando escribí mi tesis doctoral no había aún ordenadores de sobremesa fácilmente accesibles ni los que había tenían procesadores de texto tan eficientes como los actuales. Escribí mi tesis a mano, después la pasé a máquina. Más tarde comencé la larga historia de mis ordenadores personales (me acuerdo de todos ellos, debería haberles dado nombre, tanta fue su compañía). Hoy sigo escribiendo a mano todo lo que me importa, y sobre todo aquello que me resulta particularmente difícil de pensar o de expresar.
Colecciono todo tipo de artilugios de escritura manual (uno de mis pecados consumistas que dudo que pueda evitar ya en esta vida), cada día me gusta más la caligrafía y siempre me fijo en la letra de la gente porque en ella escriben su forma muy particular de ser y de relacionarse con el lenguaje. Mi ordenador no ha sustituido a la pluma: se han repartido el espacio de mi escritorio. En paz. Cuando escribo a ordenador y cuando escribo a mano pienso de forma diferente.
Sospecho, ese es mi argumento, que lo mismo ocurrirá con el libro electrónico. El tanto por ciento de la humanidad que leemos y escribimos repartiremos el tiempo y el espacio. Ya sé que la respuesta es que esto es generacional, que somos la última generación que aprendió caligrafía. Lo dudo mucho.
Los amantes del disco de vinilo seguro que me entienden.
domingo, 12 de julio de 2009
El conocimiento oblicuo
"La realidad es un lugar muy poco recomendable, pero es lo único que hay abierto a estas horas". Éste es el título de una de las canciones del grupo de música experimental Don Simon y Telefunken, un grupo catalán que animó ayer el encuentro de poesía y artes varias PAN que ya celebra su novena edición en el pueblo de Morille, Salamanca, uniendo lo rural y las propuestas más vanguardistas del pais. Su organizador artístico, Fabio Rodríguez de la Flor ha subrayado este año la dimensión humorística, sardónica y escacharrante. La respuesta de la palabra a la crisis.
Y como todos los años en estas fechas me revuelvo pensando en mi relación con la poesía.
Cuando uno se dedica a la filosofía la tentación de confundir poesía y filosofía es insoportable, pero mucho más dañina e insoportable es la tentación de separarlas. Tenía razón Borges al decir que detrás de todo sistema metafísico hay una buena metáfora (y viceversa). Lo mismo que con la metafísica me ocurre con la epistemología: ¿hay conocimiento en la poesía?: es fácil decir que sí y es fácil decir que no. Es más difícil el matiz.
Es "conocimiento fácil", en un sentido, no hay que pasarse días y noches en el duro trabajo de investigar, es, en otro sentido, un conocimiento extraordinariamente difícil de conseguir: explorar creativamente el alma en los estratos en los que el auto-conocimiento resbala y no se atreve a mirar.
Es creación y al tiempo encuentro: paradojas de un modo de hablar que tuvo que ver en sus orígenes con las artes adivinatorias, oraculares, movimientos ciegos en lo ambiguo para encontrar en los límites del sentido nuevos sentidos. Un ejemplo:
Me gustaría pensar que hay algún indicio de amor cuando puedo decir de veras: El deseo, incluso en sus rabietas más violentas, no puede persuadirme de que es amor ni impedirme desear que lo sea.
(I should like to believe that it is some evidence of love when I can truthfully say: Desire, even in its wildest tantrums, can neither persuade me it is love nor stop me wishing it were.)
Este pequeño poema de W.H. Auden en Los señores del límite produce (me produce) un complejo de reacciones que van desde la sorpresa por la profundidad y economía con la que delimita amor y deseo y al tiempo los vincula, pasando por un largo proceso de meditación hasta una inevitable exploración en mis propias experiencias para comprobar, como si fuera una teoría, la validez de la sentencia.
Todo esto sería parte de una dimensión exploratoria y cognitiva: nos enseña lo que somos. Pero me doy cuenta de que no, que hace algo más que la filosofía y el pensamiento no pueden hacer: te transforma, cambia tu experiencia porque establece una distinción y un vínculo en el deseo y el amor que sólo existe ya porque ha existido antes este poema. Es un cambio irreversible en tu mirada. Ya no volverás a confundir el violento deseo con el amor, pero empezarás a explorarlo para encontrar huellas de un deseo de amor en los oscuros senderos del deseo, para intuir el deseo de segundo orden de que una alquimia transmute deseo en amor, y descubrir que el amor no es otra cosa sino este deseo del deseo. Y al tiempo sobrevivirá en tí una voluntad de lucidez, de que el deseo no te confunda, porque algún día el amor sobrevivirá al deseo. Habrás descubierto que el amor es todo paradoja. Y serás distinto.
Las artes del conocimiento son, claro, más duras en sus trabajos de exploración y encuentro. Pero no son tan efectivas en la elaboración de la experiencia humana. Me gustaría vivir entre: pero la vida en la frontera no es fácil. Desiertos de sentido, pantanos de confusión, bosques de silencio.
La novelista Iris Murdoch, una de mis santas, filósofa profunda, narradora sutil, sabía que filosofía y poesía están tan próximas como dos hermanas y tan lejanas como dos hermanas.
Y como todos los años en estas fechas me revuelvo pensando en mi relación con la poesía.
Cuando uno se dedica a la filosofía la tentación de confundir poesía y filosofía es insoportable, pero mucho más dañina e insoportable es la tentación de separarlas. Tenía razón Borges al decir que detrás de todo sistema metafísico hay una buena metáfora (y viceversa). Lo mismo que con la metafísica me ocurre con la epistemología: ¿hay conocimiento en la poesía?: es fácil decir que sí y es fácil decir que no. Es más difícil el matiz.
Es "conocimiento fácil", en un sentido, no hay que pasarse días y noches en el duro trabajo de investigar, es, en otro sentido, un conocimiento extraordinariamente difícil de conseguir: explorar creativamente el alma en los estratos en los que el auto-conocimiento resbala y no se atreve a mirar.
Es creación y al tiempo encuentro: paradojas de un modo de hablar que tuvo que ver en sus orígenes con las artes adivinatorias, oraculares, movimientos ciegos en lo ambiguo para encontrar en los límites del sentido nuevos sentidos. Un ejemplo:
Me gustaría pensar que hay algún indicio de amor cuando puedo decir de veras: El deseo, incluso en sus rabietas más violentas, no puede persuadirme de que es amor ni impedirme desear que lo sea.
(I should like to believe that it is some evidence of love when I can truthfully say: Desire, even in its wildest tantrums, can neither persuade me it is love nor stop me wishing it were.)
Este pequeño poema de W.H. Auden en Los señores del límite produce (me produce) un complejo de reacciones que van desde la sorpresa por la profundidad y economía con la que delimita amor y deseo y al tiempo los vincula, pasando por un largo proceso de meditación hasta una inevitable exploración en mis propias experiencias para comprobar, como si fuera una teoría, la validez de la sentencia.
Todo esto sería parte de una dimensión exploratoria y cognitiva: nos enseña lo que somos. Pero me doy cuenta de que no, que hace algo más que la filosofía y el pensamiento no pueden hacer: te transforma, cambia tu experiencia porque establece una distinción y un vínculo en el deseo y el amor que sólo existe ya porque ha existido antes este poema. Es un cambio irreversible en tu mirada. Ya no volverás a confundir el violento deseo con el amor, pero empezarás a explorarlo para encontrar huellas de un deseo de amor en los oscuros senderos del deseo, para intuir el deseo de segundo orden de que una alquimia transmute deseo en amor, y descubrir que el amor no es otra cosa sino este deseo del deseo. Y al tiempo sobrevivirá en tí una voluntad de lucidez, de que el deseo no te confunda, porque algún día el amor sobrevivirá al deseo. Habrás descubierto que el amor es todo paradoja. Y serás distinto.
Las artes del conocimiento son, claro, más duras en sus trabajos de exploración y encuentro. Pero no son tan efectivas en la elaboración de la experiencia humana. Me gustaría vivir entre: pero la vida en la frontera no es fácil. Desiertos de sentido, pantanos de confusión, bosques de silencio.
La novelista Iris Murdoch, una de mis santas, filósofa profunda, narradora sutil, sabía que filosofía y poesía están tan próximas como dos hermanas y tan lejanas como dos hermanas.
martes, 7 de julio de 2009
En el jardín de los mitos
La ternura del monstruo:
Más de una semana sin atender al blog, metido en un jardín (aprendí de Sánchez Ferlosio que era una expresión de teatro: "meterse en un jardín", es lo que hacen los actores que se pierden del texto y comienzan a improvisar). Lo mío fue el curso anual del Círculo de Bellas Artes que organizo con David Hernández de laFuente sobre mito, pensamiento y técnica, en la intersección de los tres temas, y que este año hemos titulado: De Prometeo a Frankenstein. Una semana con especialistas de las tres variantes temáticas, todos profundos, entregados, encantadores y en cierta forma míticos en sus trayectorias.
Se me impone irresistiblemente la idea de que el mito es un modo de pensamiento que nunca acabó de ser ocluido por el logos, que, al contrario, ha conservado o incrementado su fuerza en una era aparentemente desmitificadora. El logos, la lógica, es la explotación de los recursos cognitivos conscientes depositados en nuestro acervo. Ser lógicos es básicamente maximizar la información de la que disponemos sin caer en inconsistencias. La metáfora y el mito trabajan de otra forma. Son también modos de explotar la información, pero trabajan con un tipo de información depositada en los estratos más ocultos de nuestro desván. Trabajan (la metáfora, el mito) explotando las sugerencias, asociaciones, los hilos que forman la urdimbre de nuestras imágenes del mundo, que, al modo del pensamiento asociativo, trabaja con pensamiento no explícito, tampoco subconsciente, pero sí apantallado por los conceptos explícitos. El mito, los mitos, narraciones que se anclan en nuestra identidad cultural, trabajan en el modo de la metáfora explotando los vínculos del imaginario, pero trabajan sobre todo en el estrato de los símbolos que nos constituyen. Son mitos porque en ellos se depositan señas de la identidad cultural. No son evitables las inconsistencias, las ambigüedades: la precisión y la coherencia, más allá de un punto, son virtudes del tonto y del simple. En los modos complejos las incoherencias y ambigüedades no son sino condicionantes con los que hay que manejarse, nada de lo que sentirse orgulloso, pero precios que uno tiene que pagar cuando ahonda en los pozos del pensamiento. Si excluyéramos las metáforas y los mitos, incluso de la ciencia, perderíamos lo sabroso de la creatividad. Cada forma de pensamiento tiene su tiempo y su lugar.
Esta semana he estado en el jardín de Prometeo y Frankenstein, dos mitos que estructuran la forma de pensar las relaciones entre la ciudad y la técnica, entre el deseo y el riesgo.
Al final, al principio, nos fuimos desde Prometeo a Pandora, otra de las figuras míticas que siguen actuando con no menos fuerza que otros dioses, ángeles y santos que no por tener cultos activos tienen necesariamente más potencia mitopoiética. Prometeo el planificador ve como su hermano Epimeteo se casa con Pandora, que ha sido "construida", que mira al cielo y a su constructor en el momento de abrir los ojos, y a quien le será dado el traer con ella todos los males. Las lecturas sexistas son/fueron demasiado claras, pero hay formas de lectura que seguimos haciendo y no todas ellas sexistas. Porque Pandora es la primera mujer construida, ya no producto de la naturaleza sino de la práctica y la convención, y trae con ella formas de ver el mundo no sólo técnicas (Prometeo) o naturales (Epimeteo) o políticas (Zeus), sino modos de ver lo negativo de la realidad, formas de imaginar lo diferente.
Atado al Cáucaso Prometeo paga sus atrevimientos: el haber mentido a los dioses. Al igual que al Sísifo de Camus, imagino a Prometeo consolado en su dañada carne por las águilas imperiales por la visión de un valle en el que las dinámicas entre lo natural, lo técnico, lo político, lo negativo comienzan a crear un mundo humano que se atreve a mentir a los dioses.
Fue Prometeo muchas cosas, dependiendo de los tiempos. Ha pasado por ser el mito del progreso, pero no siempre fue así. Mary Shelley, en su Frankenstein o el moderno Prometeo, desenvolvió otra lectura. Aún nos quedan muchas por hacer, son los trabajos del mito, con los que tejemos nuestra identidad.
Más de una semana sin atender al blog, metido en un jardín (aprendí de Sánchez Ferlosio que era una expresión de teatro: "meterse en un jardín", es lo que hacen los actores que se pierden del texto y comienzan a improvisar). Lo mío fue el curso anual del Círculo de Bellas Artes que organizo con David Hernández de laFuente sobre mito, pensamiento y técnica, en la intersección de los tres temas, y que este año hemos titulado: De Prometeo a Frankenstein. Una semana con especialistas de las tres variantes temáticas, todos profundos, entregados, encantadores y en cierta forma míticos en sus trayectorias.
Se me impone irresistiblemente la idea de que el mito es un modo de pensamiento que nunca acabó de ser ocluido por el logos, que, al contrario, ha conservado o incrementado su fuerza en una era aparentemente desmitificadora. El logos, la lógica, es la explotación de los recursos cognitivos conscientes depositados en nuestro acervo. Ser lógicos es básicamente maximizar la información de la que disponemos sin caer en inconsistencias. La metáfora y el mito trabajan de otra forma. Son también modos de explotar la información, pero trabajan con un tipo de información depositada en los estratos más ocultos de nuestro desván. Trabajan (la metáfora, el mito) explotando las sugerencias, asociaciones, los hilos que forman la urdimbre de nuestras imágenes del mundo, que, al modo del pensamiento asociativo, trabaja con pensamiento no explícito, tampoco subconsciente, pero sí apantallado por los conceptos explícitos. El mito, los mitos, narraciones que se anclan en nuestra identidad cultural, trabajan en el modo de la metáfora explotando los vínculos del imaginario, pero trabajan sobre todo en el estrato de los símbolos que nos constituyen. Son mitos porque en ellos se depositan señas de la identidad cultural. No son evitables las inconsistencias, las ambigüedades: la precisión y la coherencia, más allá de un punto, son virtudes del tonto y del simple. En los modos complejos las incoherencias y ambigüedades no son sino condicionantes con los que hay que manejarse, nada de lo que sentirse orgulloso, pero precios que uno tiene que pagar cuando ahonda en los pozos del pensamiento. Si excluyéramos las metáforas y los mitos, incluso de la ciencia, perderíamos lo sabroso de la creatividad. Cada forma de pensamiento tiene su tiempo y su lugar.
Esta semana he estado en el jardín de Prometeo y Frankenstein, dos mitos que estructuran la forma de pensar las relaciones entre la ciudad y la técnica, entre el deseo y el riesgo.
Al final, al principio, nos fuimos desde Prometeo a Pandora, otra de las figuras míticas que siguen actuando con no menos fuerza que otros dioses, ángeles y santos que no por tener cultos activos tienen necesariamente más potencia mitopoiética. Prometeo el planificador ve como su hermano Epimeteo se casa con Pandora, que ha sido "construida", que mira al cielo y a su constructor en el momento de abrir los ojos, y a quien le será dado el traer con ella todos los males. Las lecturas sexistas son/fueron demasiado claras, pero hay formas de lectura que seguimos haciendo y no todas ellas sexistas. Porque Pandora es la primera mujer construida, ya no producto de la naturaleza sino de la práctica y la convención, y trae con ella formas de ver el mundo no sólo técnicas (Prometeo) o naturales (Epimeteo) o políticas (Zeus), sino modos de ver lo negativo de la realidad, formas de imaginar lo diferente.
Atado al Cáucaso Prometeo paga sus atrevimientos: el haber mentido a los dioses. Al igual que al Sísifo de Camus, imagino a Prometeo consolado en su dañada carne por las águilas imperiales por la visión de un valle en el que las dinámicas entre lo natural, lo técnico, lo político, lo negativo comienzan a crear un mundo humano que se atreve a mentir a los dioses.
Fue Prometeo muchas cosas, dependiendo de los tiempos. Ha pasado por ser el mito del progreso, pero no siempre fue así. Mary Shelley, en su Frankenstein o el moderno Prometeo, desenvolvió otra lectura. Aún nos quedan muchas por hacer, son los trabajos del mito, con los que tejemos nuestra identidad.