Tendría que haberlo escrito antes, pero hasta que la revista SinPermiso
http://www.sinpermiso.info/ no ha sacado un monográfico sobre ella, no he sentido vergüenza por mi desidia: el premio Nobel de Economía para Elinor Olstrom. Sé que para muchos Olstrom resulta un nombre esotérico, mas para quienes nos hemos ocupado en pensar sobre lo colectivo es un nombre exotérico (común, de fácil intelección). He subido con cuidado las escaleras para alcanzar en el último estante su libro
Governing the Commons. The evolution of Institutions for Collective Action, un libro del que aprendí mucho cuando trabajaba en el tema de por qué el conocimiento y las instituciones deben ser considerados bienes comunes y no un mero resultado de equilibrios de intereses privados.
Olstrom habla con la mayor tranquilidad de conceptos como auto-gobierno y auto-organización, recuperando ideas que nos anclan en la mejor tradición a la vez pública y antiautoritaria. Es una economista que estudia cómo es posible el orden social sin autoritarismos, cómo es posible preservar lo común con la conciencia de participación en instituciones colectivas.
En el número de SinPermiso, Toni Doménech, siempre tan lúcido, conecta el Nobel con la crisis de la Universidad. Cierto.
Entre el mercantilismo de quienes creen que la universidad es un servidor del sistema económico, mero formador de cuadros (y cuadras) empresariales, y el cutrerío casposo del homo complutensibus que considera la universidad como propiedad de las aristocracias (es un decir) catedralicias servidoras de la luz sagrada de la Kultur atemporal, la conciencia de sostener las instituciones educativas mediante el esfuerzo colectivo, siempre tenso, siempre dinámico y auto-organizativo, se hace cuesta arriba. No me quejo: me pagan demasiado para tener derecho a la queja, pero doy fe de cuán difícil es.
Olstrom y much@s otr@s ha demostrado que siempre fue así, que la gobernanza de lo común siempre estuvo en tensión con la apropiación indebida de fondos comunes. Una larga historia de pasos adelante y hacia atrás nos hace tan escépticos como voluntariosos. Un Nobel para quienes han puesto en limpio lo que los pescadores de langostas de Maine o los campesinos de Castilla ya supieron hace mucho no es otra cosa que un rayo de luz en la noche de los tiempos.