Hace diez años, en una tesis doctoral que dirigía, formó parte del tribunal el economista José Manuel Naredo. En la comida, le comenté mi asombro por los precios a los que estaba llegando la vivienda en Madrid. Yo llevaba apenas dos años de emigrante y estaba asustado de esas cantidades. Me habló (discurría a la sazón el 2002) de la "burbuja inmobiliaria", un término que no se usaba en las páginas serias de economía pues era una jerga más bien de radicales. Era uno de los pocos que entonces defendía que estaba ocurriendo un fenómeno peligroso. Le pregunté por qué esperaba él que ocurriese en un futuro próximo. Me dijo que no esperaba que cambiase la situación, porque no era un problema de los bancos y las inmobiliarias, sino de que la gente estaba sometida a un mecanismo de autoengaño por el que pensaba que se estaba haciendo rica pidiendo prestado al banco a intereses bajos y viendo cómo el piso que habían adquirido subía de precio a más velocidad. "Mientras la gente crea que se está enriqueciendo mientras se está endeudando, esto no va a cambiar mucho", me dijo. Creo que le entendí en parte, y me convenció. Por si acaso, decidí abandonar toda esperanza de comprar un piso en la capital e hice de la necesidad virtud, conformándome con seguir en alquiler. Hasta hoy. Comenté con mis amigos, algunos más instruidos que yo en economía real, lo que había aprendido y se rieron de mí. Me dijeron: "eso es una locura, ¿tú has visto cómo crece la bolsa, cómo crece el PIB? ¿tú te crees que esto puede explotar? Es imposible. Se caería el sistema". Bueno.
Hace muchos más años, cuando me había convertido ya en un observador más bien pasivo de la dinámica política, más por la necesidad de recuperar el tiempo y las lagunas generadas en mi juventud que por convicción, y notando que los partidos de izquierda, al situarse en el poder, habían abandonado todo el tejido social de asociaciones de barrio, centros culturales, asociaciones de estudiantes, ..., y tantos lugares que nos acogieron y defendieron en los tiempos negros, planteé a mis amigos ya profesionales de la política, muchos de ellos en lugares centrales del nuevo sistema, si no pensaban que al abandonar estas tramas, e incluso despreciarlas si no perseguirlas, no estaban minando su propio suelo, me respondieron que tenía tendencias ácratas, que la democracia consistía en elegir representantes que decidían las políticas "reales" y que la actividad del poder era "poder hacer", algo que todas esas redes no alcanzarían nunca por su propia condición magmática.
No lo noté entonces, lo empecé a sospechar más tarde: había alguna relación oculta entre la burbuja inmobiliaria y esto que le ocurría a la izquierda (a las muchas izquierdas, no sólo al partido dominante). También aquí vivían de prestado y veían que con lenguajes, conceptos y formas que les prestaban a bajo interés, sus réditos aumentaban de año en año en votos: tomaban prestados significados como "solidaridad", "políticas de igualdad", "democracia", ...., y obtenían resultados crecientes en forma de puestos de liberados sindicales, concejales, asesores, diputados, etc. Algunos, muchos, empezaron a pensar que aquello no llevaba buen camino. No citaré nombres para no perjudicarles. Pero quienes levantaron la voz fueron acallados y quienes levantaron el dedo fueron expulsados de las organizaciones respectivas. Les pregunté a mis amigos aún poderosos si no creían que esto iba a explotar algún día y me dijeron. "Es imposible. Se caería el sistema. La democracia es así".
Ahora veo a aquellos amigos abrumados porque no entienden muy bien lo que pasa: no saben si acusar a su compañero-adversario, a los acampados en Sol, a los medios radicales de la derecha, a la Iglesia o a Dios mismo. Ahora veo también a una generación de endeudados, que han endeudado sobre todo el futuro de sus hijos, y les observo indignados sin saber a quién culpar, si a la izquierda, al PSOE, a los acampados, o a Dios mismo.
Hubo un lugar, un tiempo en el que pasó algo similar: llegó un tal Berlusconi y lo arregló con un nuevo contrato. Tal vez, muchos creen, esta será la solución para las dos burbujas. Vaya. Mientras tanto, sigo viendo The Wire. La cuarta temporada lo explica todo.