Sucede a menudo que los latiguillos y refranes hagan su trabajo en la dirección contraria de lo que debería ser su función, a saber, facilitar la comunicación creando un trasfondo común de verdades sabidas para centrar la atención en lo que importa en ese momento. Entonces ocurre que la frase en cuestión crea una pantalla de ambigüedad que impide entendernos, o al menos entender las cosas esenciales. Me refiero ahora al tópico de "se ha creado un clima de desconfianza", una frase que se emplea con asiduidad en múltiples ocasiones pero que en estos momentos parece ser una de las más socorridas para explicar lo que nos pasa.
Ni la confianza ni la desconfianza son climas. Acudimos a esa metáfora del clima para hablar de ciertas propiedades de un contexto que facilitan relaciones y acciones de muy diversa clase. Por ejemplo, el adolescente americano que tiene una cita amorosa llena la habitación de velas y trae de la tienda de licores un vino blanco europeo que le han dicho que es muy bueno. Ceras y chardonnay, cree nuestro eterno adolescente, crearán una atmósfera de intimidad y erotismo. Ahí sí podemos hablar de climas, atmósferas, etc., porque se trata de transformar el contexto para transformar el imaginario y facilitar las cosas. Pero no ocurre tal cosa con la confianza y desconfianza como relaciones que vinculan y desvinculan a la gente. La confianza tiene una estructura oculta de dependencias entre las mutuas responsabilidades. Es un vínculo fundamental que articula nuestra relación con el mundo. Es el vínculo primordial incluso como lazo que ordena algunas formaciones sociales. Las sociedades feudales se basaban y justificaban sobre vínculos de confianza entre el señor y los miembros de su clan. En algunos casos estos lazos se convertían en sistemas normativos complejos, como ejemplifica el código Bushido, pero la mayoría de las veces se mantenían sobre las actitudes reactivas de orgullo y resentimiento que implicaban las frecuentes rupturas de tales lazos y acababan en crueles venganzas de quienes habían sido traicionados. En la vieja sociedad capitalista que ya acabó, la confianza se le suponía al buen financiero y empresario para quienes los contratos eran un simple trámite burocrático sin mayor relevancia. La confianza era la relación que gobernaba a la clase dominante. Marx explicó bien en el Manifiesto Comunista cómo el capitalismo destruye los lazos sobre los que se asienta, la confianza el primero de ellos. El viejo sistema de confianza que ordenaba las tramas de los poderosos ha sido sustituido por una infinita caja de matrioskas compuesta por agencias de evaluación que miran y se miran y se enredan en un baile de máscaras y mentiras. No es un clima la desconfianza. Es una relación nueva, esencial, determinante de todo lo que hacemos, que progresivamente ordena la nueva sociedad. En otros tiempos y lugares el poder desconfiaba solo de los excluidos y vencidos. En estos tiempos y lugares es la relación esencial. Nada de lo que ocurre con los bancos y bankias es accidental. Son los signos del tiempo.
Cuando eso ocurre, tal vez, el establecer/restablecer lazos de confianza (entre los subordinados) sea la más efectiva de las formas de resistencia.
Reflexiones en las fronteras de la cultura y la ciencia, la filosofía y la literatura, la melancolía y la esperanza
domingo, 27 de mayo de 2012
sábado, 19 de mayo de 2012
Resistencias de la imaginación
Uno de los temas que se discute últimamente en ciertos círculos filosóficos es la resistencia de la imaginación. La cuestión, expuesta en dos brochazos, es que nuestra imaginación expresa nuestra identidad cuando se resiste a imaginar ciertas situaciones en las que el mero hecho de imaginarlas expresaría una fractura en dicha identidad. Suele ponerse este ejemplo de conveniencia: "¿sería usted capaz de imaginarse como kapo de un campo de concentración?". La respuesta señalaría la fuerza de resistencia que opone nuestra mente a ciertas posibilidades. Las ideas de sujeto moral y resistencia de la imaginación van estrechamente unidas en una cierta noción de identidad moral. Quien debilita sus resistencias debilita también los perfiles de su identidad moral, es decir, del conjunto de actitudes reactivas participantes a las demandas del mundo o, dicho en términos menos filosóficamente técnicos, de emociones que expresan y muestran lo que uno es.
Es una idea poderosa que está dando frutos importantes en muchos campos, por ejemplo en el examen de la importancia filosófica de la literatura. Pero también tiene un lado de sombra que convendría iluminar y no veo que se haya hecho. Me refiero a las resistencias de la imaginación como expresiones de la debilidad de la imaginación correlacionadas con la debilidad agente. Me refiero, pues, a que ciertas resistencias a la imaginación son signos de resistencias viscerales a posibilidades alternativas que, aunque pudieran haber sido pensadas, no pueden ser imaginadas. Porque la imaginación, a diferencia del pensamiento, siempre tiene un elemento corporal, de situación egocéntrica en el mapa del mundo, donde se activan todo tipo de dispositivos de alarma o de reacción práctica. En la imaginación todo es personal, todo emoción, todo cuerpo.
Y aquí está el problema: el vértigo de la necesidad se impone como la más oscura de las fuerzas naturales que nos empujan. Como si el sólo pensar en ciertas posibilidades impidiese imaginarlas. Esa incapacidad, en ciertos casos, tiene un nombre que expresa claramente el diagnóstico: miedo a la libertad.
En la película de Andrei Konchalovsky, con guión de Kurosawa, Runaway Train (1985) (El tren del infierno. Habria que elaborar un registro de los crímenes de traducción, que son menos inocentes de lo que parece), un tren en el que se han refugiado dos fugitivos pierde el control por la muerte de su conductor. Se mezclan entonces dos relatos: el relato determinista de una máquina que ha dejado de ser controlada por la intención humana, y el relato del trágico destino de quien prefiere la libertad a la muerte. He visto pocas películas que capturen tan bien el Sísifo de Albert Camus, el mito de la libertad dentro de la necesidad. El esfuerzo por vivir de los fugitivos se expresa en su indiferencia a los raíles del tren de la muerte. No importa. Hay posibilidades reales que se dan en el mismo acto de elegir la libertad.
Hace muchos años, en otra galaxia, un filósofo, Ernst Bloch, escribió en una obra imprescindible, El principio esperanza, una sección titulada "Lo posible objetivamente real":
"El poder-ser no tendría apenas significación si careciera de consecuencias. Lo posible, empero, solo tiene consecuencias en tanto que no se da abierto tan solo como formalmente admisible, o también como suponible objetivamente, o incluso como de acuerdo con el objeto, sino en tanto que es una determinabilidad sustentadora en el campo mismo de lo real. De esta suerte hay condicionalidad real-parcial del objeto, que representa en este mismo su posibilidad real. El hombre es así la posibilidad real de todo lo que se ha hecho de él en su historia, y sobre todo, con progreso irrefrenado, todo lo que todavía puede llegar a ser. Es, por tanto, una posibilidad que no se agota como la de la bellota en la realización conclusa de la encina, sino que no ha madurado todavía la totalidad de sus condiciones y determinantes de las condiciones, tanto externas como internas" Ernst Bloch, El principio esperanza.
Incluso, o sobre todo, cuando el tren está fuera de control la demanda de libertad lucha contra el miedo a ser libres.
martes, 15 de mayo de 2012
Ortotopías, heterocronías
No es sencillo pensar alguna aportación reflexiva sobre el 15M (y movimientos afines en el contexto internacional). No lo es por la compleja mezcla de lo nuevo y lo tradicional que presenta. Es fácil referirse a la tradición autogestionaria, asamblearia, autónoma, de la que el movimiento es heredero y con la que mantiene ciertos lazos de pensamiento y organización. Pero hay nuevos elementos que están aún por pensar y sobre todo por asimilar y convertirlos en experiencia y aprendizaje. El carácter reticular, la existencia en el doble espacio de la asamblea y de la red digital, la integración de nuevos sujetos históricos, el carácter ciudadano, el pacifismo, el radicalismo democrático, el deseo de repensar la vida entera en el espacio político, el trabajo voluntario y la ayuda mutua, la defensa de los sistemas y políticas de bienes públicos, la intervención estética sobre el paisaje urbano, la madurez pasmosa en la toma de la palabra, la indiferencia a los medios de prensa (que, por lo mismo, hace que los medios de prensa se vuelvan adictos voyeurs de lo que no entienden), la reivindicación de las políticas de amistad, la composición intergeneracional (diría mejor bi-generacional: hay una generación casi ausente), su capacidad de mutación y adaptación (derivada de su forma rizómica),..., en fin. Características que nos llevan a pensar en movimientos telúricos que crean derivas en la trama de la cultura que exigirán tiempo para ser percibidas. Iré aprendiendo del movimiento y trataré de interpretar algunos rasgos, es decir, de expresar lo que ocurre en mis propias palabras que, por abstractas, quizá no aporten demasiado. Ensayemos nuevos términos que tal vez podrían ayudarnos a este repensar:
La modernidad y sus grandes narrativas tuvieron una expresión esencialmente espacial. La tensión básica sobre la que se fueron construyendo estas narrativas es la tensión entre las utopías y las heterotopías. Las utopías hicieron su trabajo por medio de la negación de lo existente: creando imágenes en negativo de las formaciones sociales en las que surgieron. Incluso las distopías son formas de utopías que tratan de re-presentar lo existente por la vía negativa. De las utopías surgieron las formas direccionales de la historia: el progreso y sus derivados (el catastrofismo, la posmodernidad y sus fracturas de los relatos). En el otro lado, las heterotopías fueron los lugares de resistencia donde se fueron creando formas de vida expulsadas del espacio común ortotópico. Sectas, sociedades secretas, lugares del margen, modos de vida enmascarada,... Las heterotopías fueron fuerzas invisibles que transformaron la historia desde su invisibilidad (o a causa de ella) y dieron lugar a muchas de las formas alternativas de modernidad que se han separado de la historia oficial.
No diría que en el 15M y afines no continúen estas tensiones porque, pese a todo, existe aún en la modernidad inacabable. Pero sospecho que entre sus novedades porta algunas que se separan de las categorías metafísicas espaciales con las que ha sido pensado lo político: la clase, la esfera pública, el ágora, la separación de poderes, lo público y lo privado, etc. Me refiero a las categorías temporales y a la gestión que el movimiento hace de la tensión entre presencia y ausencia. En la modernidad la tensión esencial de los tiempos se resolvía en la dicotomía evolución/revolución, es decir entre tiempos largos donde actúan fuerzas débiles que en su persistencia transforman lo real, y tiempos cortos donde coalescen fuerzas poderosas que cambian las estructuras de lo social. Los grandes movimientos políticos (siempre movimientos de masa y poder) continuamente se unieron y separaron a causa de esta dicotomía: revolucionarios frente a reformistas, revolución en la revolución, revolución local o global, etc. Caben todas las combinaciones para recontar la historia de las disidencias. Sin embargo los nuevos movimientos se crean en espacios heterogéneos: no existen en los territorios-nación ni en ninguno de sus derivados, si acaso en lo fractal de los espacios urbanos pero en tanto que conformados con los tiempos de la comunicación a distancia y en un juego de sincronías que dificultan las analogías espaciales. Lo novedoso de las nuevas formas de acción y transformación son los juegos de suspensión de los tiempos: el momento de la asamblea, el momento de la ocupación, la atención al mensaje, la convocatoria como acto de constitución, la desvinculación del capitalismo de la atención (a la TV, a los medios, al consumo). Creo que lo realmente creativo del 15M es su existencia como heterocronía, como desligación del tiempo ordenado por la economía del valor de cambio. El propio hecho de la mezcla de la reflexión y el tiempo de la vida hacen del movimiento un complejo de nueva factura metafísica. La intersección del arte, de lo cotidiano (movimiento contra el desalojo), de la permanencia y la manifestación: todo apunta a una transformación de los tiempos. Todos son signos de un deseo de transformar que huye de la categorización en cualquiera de los polos de evolución/revolución. De todas estas características no me parece la menor el deseo de lo actual, el no dejar para el futuro la presencia de lo nuevo, la necesidad de hacer posible el deseo en el tiempo de la vida, renunciar a la vieja distinción teológica entre cronos y kairós en la que han vivido los movimientos sociales, hacer presente lo ausente.
domingo, 13 de mayo de 2012
Ausencia y presencia
La historia se manifiesta por ausencia. No hay presente sin manifestación de lo ausente: son corrientes subterráneas que definen senderos nuevos, abiertos a posibilidades no sospechadas por los expertos en interpretar los signos de los tiempos.
Ciertas características definen lo que viene en llamarse 15M (curioso nombre, que no nombra estructura sino tiempo): autoorganización, autonomía, sentido (de lo) común, desprecio a los liderazgos, inter-generaciones, ausencia de intelectuales, nuevas tecnologías. Todas ellas en conjunción van conformando los rasgos siempre inquietantes de una manifestación. Se manifiesta un acontecimiento, se constituye un pueblo que antes era masa, se hace presente lo que estaba ausente.
Hace un año, aquellas manifestaciones tuvieron un poder simbólico, un contenido afectivo, un modo de seriedad en la fiesta, de alegría en la indignación. Los medios y los intelectuales reaccionaron entre el asombro y la envidia con actitudes que alcanzaban desde el resentimiento a la simpatía lejana. Este año, la atmósfera tenía diferentes efluvios aunque las formas pareciesen similares. Esta noche del 12M, cuando convergían en Sol las manifestaciones desde todos los puntos del espacio geográfico y eran recibidas con gritos y aplausos de reconocimiento entre iguales, se palpaba una fuerza diferente que se sabía presente en la historia. Se percibía la madurez de quienes se han auto-transformado y han aprendido nuevas formas y elegido nuevos objetivos. El mismo carácter masivo, inusitada reunión de lo que estaba disperso, pero un nuevo sentido de hacerse presentes sin necesidad de haber sido convocados, un nuevo sentido de presencia. Ya no había necesidad de ser mirado (que curiosa indiferencia a los medios y a un sistema político adicto a crear la historia en la pantalla de televisión. Algún signo irónico lo indicaba así: un manifestante subido a la marquesina de Estación-Sol, con la carcasa de un televisor como máscara, mostraba un cartel: "Apaga el televisor"). A mi lado pasaba un contraindignado gritando sandeces contra lo que estaba viendo. Se le habría paso con leves sonrisas irónicas que deberían haberle producido más inquietud que cualquier otra reacción. Los antidisturbios mostraban un visaje profesional, de ira contenida (abundantes muñequeras con la bandera nacional, como si aquello les protegiera de lo que estaban viendo), deseos de arreglar aquello expeditivamente. También debería inquietarles la indiferencia de la multitud que ya se sabía destinada a ser disuelta. Que apenas se gritasen lemas contra los políticos, o sólo apareciesen como ironía ("¡No estamos todos, falta un elefante!") también debería hacer pensar algo a los profesionales del estatus. Todo indicaba la expresión de un acontecer que no se resolvía en mera manifestación de ira popular e indicaba una madura determinación de cambio.
Ya importa menos lo que ocurra en el futuro: la presencia de lo que estaba ausente nos ha transformado. Sería ciego pensar que es algo que atañe a jóvenes de los que se sospecha cínicamente su frivolidad y carácter perecedero. Sería ciego pensar que todo volverá a ser lo mismo cuando las cosas se calmen. La misma gente que ha sido incapaz de entender lo que está ocurriendo en la catástrofe económico-política de un mundo globalizado está siendo incapaz de entender la presentación de lo ausente. Quizá porque no acaba de entender la interacción de las dos cosas, su relación causal, el cómo se organizan las fuerzas de la vida cuando sucede lo temido, el cómo hay un saber qué hacer que viene de profundas y ocultas tradiciones que de tiempo en tiempo se manifiestan.
Por lo que la historia es Historia y no historia natural es porque ciertos acontecimientos se convierten en experiencia: nos dan experiencia. Nos enseñan. Crean sendas allí donde el poder de la necesidad gritaba que no había alternativa.
Ciertas características definen lo que viene en llamarse 15M (curioso nombre, que no nombra estructura sino tiempo): autoorganización, autonomía, sentido (de lo) común, desprecio a los liderazgos, inter-generaciones, ausencia de intelectuales, nuevas tecnologías. Todas ellas en conjunción van conformando los rasgos siempre inquietantes de una manifestación. Se manifiesta un acontecimiento, se constituye un pueblo que antes era masa, se hace presente lo que estaba ausente.
Hace un año, aquellas manifestaciones tuvieron un poder simbólico, un contenido afectivo, un modo de seriedad en la fiesta, de alegría en la indignación. Los medios y los intelectuales reaccionaron entre el asombro y la envidia con actitudes que alcanzaban desde el resentimiento a la simpatía lejana. Este año, la atmósfera tenía diferentes efluvios aunque las formas pareciesen similares. Esta noche del 12M, cuando convergían en Sol las manifestaciones desde todos los puntos del espacio geográfico y eran recibidas con gritos y aplausos de reconocimiento entre iguales, se palpaba una fuerza diferente que se sabía presente en la historia. Se percibía la madurez de quienes se han auto-transformado y han aprendido nuevas formas y elegido nuevos objetivos. El mismo carácter masivo, inusitada reunión de lo que estaba disperso, pero un nuevo sentido de hacerse presentes sin necesidad de haber sido convocados, un nuevo sentido de presencia. Ya no había necesidad de ser mirado (que curiosa indiferencia a los medios y a un sistema político adicto a crear la historia en la pantalla de televisión. Algún signo irónico lo indicaba así: un manifestante subido a la marquesina de Estación-Sol, con la carcasa de un televisor como máscara, mostraba un cartel: "Apaga el televisor"). A mi lado pasaba un contraindignado gritando sandeces contra lo que estaba viendo. Se le habría paso con leves sonrisas irónicas que deberían haberle producido más inquietud que cualquier otra reacción. Los antidisturbios mostraban un visaje profesional, de ira contenida (abundantes muñequeras con la bandera nacional, como si aquello les protegiera de lo que estaban viendo), deseos de arreglar aquello expeditivamente. También debería inquietarles la indiferencia de la multitud que ya se sabía destinada a ser disuelta. Que apenas se gritasen lemas contra los políticos, o sólo apareciesen como ironía ("¡No estamos todos, falta un elefante!") también debería hacer pensar algo a los profesionales del estatus. Todo indicaba la expresión de un acontecer que no se resolvía en mera manifestación de ira popular e indicaba una madura determinación de cambio.
Ya importa menos lo que ocurra en el futuro: la presencia de lo que estaba ausente nos ha transformado. Sería ciego pensar que es algo que atañe a jóvenes de los que se sospecha cínicamente su frivolidad y carácter perecedero. Sería ciego pensar que todo volverá a ser lo mismo cuando las cosas se calmen. La misma gente que ha sido incapaz de entender lo que está ocurriendo en la catástrofe económico-política de un mundo globalizado está siendo incapaz de entender la presentación de lo ausente. Quizá porque no acaba de entender la interacción de las dos cosas, su relación causal, el cómo se organizan las fuerzas de la vida cuando sucede lo temido, el cómo hay un saber qué hacer que viene de profundas y ocultas tradiciones que de tiempo en tiempo se manifiestan.
Por lo que la historia es Historia y no historia natural es porque ciertos acontecimientos se convierten en experiencia: nos dan experiencia. Nos enseñan. Crean sendas allí donde el poder de la necesidad gritaba que no había alternativa.
sábado, 5 de mayo de 2012
Doce caras de un poliedro de silencio
- Hay silencios que unen y silencios que separan. Cuando la pasión de paso a la intimidad deseamos el silencio con la persona amada. El tiempo de la palabra era el tiempo del deseo, el silencio es el tiempo del cumplimiento y la perfección. Con los amigos callamos: nada tenemos ya que decir. Hay silencios de miedo, odio y venganza. El silencio de la madre e hija que conversan cuando escuchan la llave de la puerta.
- Silencios como resistencia a la interpretación. Son silencios que cierran la puerta del sentido; silencios que soslayan toda comunicación; silencios que escapan; páginas ilegibles de un diario. Son silencios que callan el significado para salvaguardar la verdad. En los silencios que construyen la casa están las habitaciones propias, los reductos de la identidad.
- Reducir al silencio. Reduce al silencio quien toma la palabra y la encierra en un muro de poder. Quien reduce al silencio a otro también reduce al silencio a un tamaño que impide toda conversación. Quien reduce al silencio agranda el ruido.
- Artefactos de silencio. No meros aislantes del ruido sino dispositivos de producción de silencio, transformadores del mundo en silencio. Libros, tratados de metafísica, hojas de poesía: máquinas de silenciar. Quien sube por la escalera llega al silencio.
- El silencio de las esferas. No el universo música de los griegos sino el vacío silencio. “Falta el aire” sostiene el filósofo natural. Solo hay ruido cuando hay un medio natural. Pero el vacío no es la falta. No es la nada. El vacío es el silencio de las esferas. Quien sufre de ruidos sabe que no hay dentro ni fuera. Todo es ruido. El silencio de las esferas como deseo de vacío.
- Senderos de silencio son los caminos de los muertos. Calles del camposanto que expanden las calles de la aldea. Hay un camino único que lleva al barrio de los muertos donde se abren las avenidas especulares de la cháchara de la tribu.
- El silencio de los ciegos. Es la soledad. La soledad que ocurre porque lo invisible calla. La soledad que ocurre porque sólo hablan los pensamientos y se vuelven ruido sin contacto con el mundo. La soledad que ocurre porque la imaginación se vuelve fantasía.
- Arquitectos del tiempo son los silencios, sostienen los filósofos. El tiempo interno es hijo de la discontinuidad y la repetición. Vivimos en el tiempo porque los silencios construyen la diferencia.
- El grito de Antígona es inaudible. Es el silencio del espanto, la forma en que el silencio expresa el exilio del mundo. El grito de Antígona es el silencio máscara de la víctima.
- Silencio administrativo. Es el silencio del poder. El poderoso administra silencios para mostrar que su fuerza es la de negarse a sí mismo la palabra. El poderoso sabe callar. Es poderoso en la economía del desprecio.
- Hay una caverna donde la realidad se convierte en imagen y hay otra caverna donde la realidad se convierte en silencio. Los prisioneros auscultan los silencios y en sus matices elaboran el mundo. El filósofo sale y oye el ruido.
- Quedan pocos lugares donde los silencios instituyan el espacio de la conversación. Lugares donde vayamos a estar en silencio. No a estar solos sino a estar en silencio. Hubo tiempos de silencio, lugares perdidos, cenobios donde la presencia del otro se manifestaba en la cercanía del silencio compartido. Silencios estambre que tejían la urdimbre de la hermandad. Silencios elementales que se gestaban alrededor de los elementos. Del fuego, silencios de oscuridad; del agua, silencios húmedos bajo el aliso de la ribera; del aire, cuando el ángel del ensimismamiento; de la tierra, silencios desérticos que dispersan los cuerpos y las almas por las cuevas y células. Silencios cósmicos de entonces.