Todo hace sospechar que las elecciones fueron convocadas en un clima de malestar en el que se mezclaban cuestiones de identidad y el malestar propio de una (no lo voy a llamar "crisis") contrarrevolución económica contra el proyecto de un estado (europeo, mundial) igualador de las diferencias de clase. Sus resultados me dejan pensativo, lejos de la euforia "balcánica" del nacionalismo españolista y también de quienes creen que la resolución de las contradicciones culturales es una condición para resolver otras más profundas. He aquí unos cuantos puntos que no son sino preguntas:
- Desde hace doscientos años, Europa es un espacio entrecruzado de tensiones originadas por sentimientos de identidad fuerte de carácter cultural, histórico, de manera que sería una locura pensar que estas fuerzas vayan a quedar contrarrestadas por otras de (según quién las cuente) mayor profundidad. Si algo nos han enseñado las últimas décadas ha sido precisamente la coexistencia de fuerzas que no se contrarrestan sino que en muchas ocasiones se potencian. Los fundamentalismos religiosos y los estados de resentimiento histórico son un ejemplo más que significativo.
- El proceso a tropezones de la construcción europea ha cambiado más de lo que suponemos superficialmente (por el ensordecedor ruido de la actualidad) el escenario de los imaginarios históricos. Nuestra topografía geopolítica poco a poco bascula hacia un centro europeo (Bruselas en lo jurídico, Berlín en lo económico, Londres-París-Berlín en lo político, Norte-Sur en lo cultural) que va a ser difícilmente reversible.
- Los viejos estados-nación, construidos sobre himnos, reivindicaciones, nostalgias, imperios, etc., son horizontes cada vez más lejanos. ¿Quién querría ahora un estado-nación decimonónico? Ni los grandes ni los pequeños lo desean. Sus aspiraciones tienen otros horizontes que aún están por analizar. Y este análisis se aplicaría con la misma convicción a Europa que a Latino-América (que son mis territorios más cercanos)
- La Península Ibérica es uno de los grandes nodos de tensión entre muchas fuerzas históricas, y a nadie debería extrañar que fuese también uno de los lugares más complejos de construcción de nuevos órdenes político-económicos. Las diferencias lingüísticas son no demasiado diferentes a las italianas (exceptuando el euskera) pero los imaginarios sociales son mucho más divergentes y nos aproximan mucho más a los Balcanes que a la península italiana. El punto interesante es que se entremezclan varios procesos históricos de constituciones colectivas.
- Hay un peso de la historia y hay un peso del futuro imaginado. Los dos son relevantes. Y los dos, me parece, necesarios.
- Existe también, y no debería olvidarse, una experiencia en la frontera: los nacionalismos "español", "catalán", "vasco", "portugués"no explican por sí solos, completamente, las dinámicas comunes de la península. Fronteras, emigraciones, hibridaciones de las burguesías, entrecruzamiento de las políticas imperiales, se unen en un coro más polifónico de lo que parece. Los recursos al resentimiento son también compartidos y polifónicos. ¿Para qué alzar las voces recordando los muchos agravios?
- El problema central (desde mi punto de vista) es si Europa resistirá o no ante la contrarrevolución mundial contra el proyecto de igualdad como un componente central de la justicia y la libertad.
- Los resultados de las elecciones de Cataluña señalan cierta esperanza: a) las formas más elaboradas de independentismo se clarifican en el sentido de no estar tan unidas a un proyecto definido por la burguesía catalana (de hecho la gran burguesía aborrece la independencia). b) aumenta el respaldo a quienes postulan que el eje de las discusiones está en otro lugar, y c) especialmente, aumenta el apoyo a quienes pretenden una renovación y reconstrucción de los discursos contrahegemónicos