domingo, 16 de diciembre de 2018

Mamá, papá, ¿qué es la revolución?







 "Revolución" es uno de los ejemplos más perfectos de lo que Mieke Bal llama "conceptos viajeros", que son aquellos que en su historia de usos atraviesan disciplinas y cambian de connotaciones al compás de las zonas de la realidad que tratan de iluminar. Se comenzó a difundir en la astronomía como consecuencia del libro de Copérnico De revolutionibus orbium coelestium, que denominaba "revoluciones" a las órbitas planetarias; más tarde pasó a la geología para dar cabida a las explicaciones de por qué la superficie de la tierra había cambiado tanto a lo largo de los siglos. El catastrofismo, que acogió esta tesis, fue una primera corriente que trató de dar esta explicación. Primero fue un intento de hacer compatible el tiempo que proponía la Biblia con la evidencia de que lo que vemos como montañas otrora fueron fondos marinos. El diluvio se proponía como una suerte de relato de otras muchas catástrofes enviadas por Dios, que habrían producido el cambio telúrico. Esta explicación pasó a ser una hipótesis científica en los primeros geólogos del siglo XVIII, divididos entre plutonistas, que abogaban por el poder transformador de las aguas y vulcanistas, que lo hacían por el poder del fuego terrestre de los volcanes o la mecánica de los terremotos. Una revolución pasó a ser un proceso en el que convergen poderosas fuerzas que en poco tiempo producen grandes cambios.

La rebelión de las trece colonias americanas y la guerra contra la Corona Británica (1765-1783), que culminó en la creación de los Estados Unidos de América, adoptó el término "revolución" para describirse a sí misma, y desde entonces se comenzó a llamar "revolución americana". El término se popularizó con la revolución francesa y pasó a calificar todos aquellos levantamientos que buscaban una transformación política o social. Auguste Blanqui, el radical activista que estuvo presente en la política de resistencia a los Borbones de la Restauración francesa, fue un ejemplo notorio de lo que sería el modelo de "revolucionario" decimonónico. Marx y Engels lo admiraban, pese a criticarlo, y el anarquismo de Bakunin y sus múltiples variantes adoptaron buena parte de sus tácticas. El siglo XIX es un siglo de revoluciones sociales derrotadas y de levantamientos nacionalistas triunfantes, que lograron que el término revolución se mantuviese como programa de cambio histórico. Hubiera declinado en el siglo XX de no haber sido por el éxito de la Revolución Rusa de 1917, que adoptó en sus comienzos la forma de una revolución decimonónica: los bolcheviques, la fracción radical del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, impulsados por Lenin, convirtieron los levantamientos populares de obreros y soldados contra el Zar, en los momentos más duros de la I Guerra Mundial, en un movimiento organizado que tomó el poder del estado y lo defendió en una guerra civil hasta convertir a Rusia en el primer estado capaz de realizar una revolución socialista. El ejemplo cundió por el mundo. En Europa, los levantamientos revolucionarios fracasaron uno tras otro: Alemania, Italia, España,...En el mundo, a lo largo del siglo XX, triunfaron aquellos levantamientos que unieron el componente nacionalista o descolonizador a los objetivos sociales: China, Cuba, etc.

Todas las revoluciones del siglo XX, sociales o políticas, adheridas al modelo catastrofista de grandes cambios producidos por grandes fuerzas devinieron en reproducciones de la sociedad anterior, a veces con mucho peores consecuencias. Al olvidar o no saber que la cultura es el modo en que una sociedad se reproduce a sí misma, y que si no cambian los imaginarios, las prácticas y costumbres, la sociedad termina reproduciendo el modelo anterior, las grandes revoluciones vigésimas terminaron en caricaturas crueles de la sociedad que habían querido transformar. En los años sesenta, coincidiendo con un nuevo ciclo revolucionario en el mundo, el concepto de revolución, por suerte, inició otra deriva que habría de ser fundamental. Las grandes aportaciones vinieron de nuevas fuerzas sociales y culturales: la teología de la liberación y los movimientos indigenistas comunitaristas, la nueva izquierda europea en sus muchas versiones neolibertarias y culturales, los grandes movimientos antirracistas y decoloniales, los movimientos ecologistas y antinucleares, los movimientos pacifistas, los movimientos contra la represión de las opciones afectivas, y, por último, pero quizás la fuerza más transformadora, el movimiento feminista.

La nueva deriva semántica abandona las connotaciones catastrofistas de cortos periodos de tiempo para recuperar algo que estaba en el origen matemático del término (punto que se mueve en una curva): la revolución como cambio de sentido en la historia. El ciclo revolucionario de los años sesenta fue derrotado de nuevo en todos los planos políticos y culturales. Políticamente dio origen a una serie de dictaduras a lo largo y ancho del planeta. El panarabismo laico dio origen a los fundamentalismos islámicos, el socialismo israelí de los kibutzs a una opresión interminable y un estado militarista, las revoluciones africanas fueron compradas por las multinacionales piratas de los recursos naturales y Latinoamérica se convirtió en un inmenso campo de concentración. Culturalmente, el neoliberalismo, a través de un potentísimo activismo cultural conservador, parecía haberse convertido en el pensamiento único, sin embargo, la semilla de las transformaciones que habían sembrado los movimientos socio-culturales de los años sesenta fructificaron en la sociedad civil produciendo cambios sustanciales en las formas de vida y en los imaginarios sociales. En cierto modo, la revolución social derrotada de los sesenta triunfó parcialmente como revolución cultural.

Lo que llamamos la era del posmodernismo, los años ochenta y noventa, ocultó bajo su superficial victoria de la frivolidad, el consumismo y los ideales neoliberales una inmensa cantidad de movimientos prácticos transformadores en la forma de voluntariados, activismos locales y cambios artísticos. Los grandes movimientos altermundistas de la transición de siglos indicaron que las semillas no habían muerto. El siglo vigésimoprimero trajo consigo nuevos cambios históricos y nuevas derivas en las connotaciones semánticas y prácticas del concepto de revolución. Apareció, como nuevo signo de los tiempos, un cierto sentido de emergencia, de atención a los avisos de los signos de barbarie y destrucción de la naturaleza y la sociedad. En un siglo que ha comenzado con guerras, piratería sin fin de los recursos económicos de los pueblos y de la sostenibilidad de la naturaleza, la idea de revolución, en un siglo sin revoluciones, ha mutado de nuevo acogiendo lo que al fin y al cabo sostiene el cambio de significado: nuevas prácticas y sensibilidades.

El concepto de revolución ya no tiene ni puede contener la idea de un cambio brusco. Es imposible en un mundo globalizado conformado por redes mundiales de interdependencias que hacen imposible el cambio local sin la transformación global. Pero lo contrario de la revolución, ya no catastrofista, tampoco es el uniformitarismo, el modelo de mínimos cambios que van en la dirección del "progreso" hacia la barbarie sin fin.  Las Tesis sobre el Concepto de Historia de Walter Benjamin, escritas en un momento de desesperación, en 1940, bajo el desastre del pacto de la Rusia soviética con la Alemania nazi, se adelantan un siglo en la intuición de un nuevo concepto de revolución.  Benjamin critica con acritud la noción socialdemócrata que convierte la utopía en un "ideal" al que las sociedades se aproximan en un tiempo infinito. Critica igualmente la subordinación de toda la izquierda a la noción de progreso ilimitado e irreversible. La revolución, sostiene, es algo parecido al freno de emergencia que se activa en una locomotora que camina hacia el abismo. Es, siempre, un concepto mesiánico, un impulso de redención de todas las derrotas de los oprimidos de la historia, no una promesa de futuro idílica y falsa. Es, ante todo, un cambio de sentido: de dirección de la mirada y de estructuras básicas del significado, un cambio en las prácticas que es también un cambio en la ontología, que es también y sobre todo un cambio en la cultura, la sociedad, la economía, la historia.

Rosi Braidotti lo ha formulado en el lema de "devenir menos": orientar el curso de las prácticas, las culturas y las sociedades hacia una solidaridad con lo vivo, devenir animales, seres vivos que tratan de sobrevivir en un planeta desgastado;  devenir seres en la diáspora, la emigración, el exilio; devenir mujeres, humanos despreciados y naturalizados; devenir máquinas, recomponiendo una nueva relación con los productos del trabajo humano; devenir precarios vulnerables que saben de su dependencia de los otros. El tiempo de la revolución ya no es el cronos, el tiempo socialmente ordenado por el poder, ni siquiera el kairós de los profetas, a menos que lo excepcional sea ya lo ordinario, sino el aion, el giro de una especie para abandonar la era del Antropoceno.

Benjamin  avisaba de que si las fuerzas oscuras triunfasen aún los mismos muertos estarían en peligro. Todas las fuerzas de resistencia de la historia, tantas veces derrotadas, serán derrotadas definitivamente. Sus luchas habrán sido sin sentido, habrán muerto dos veces a manos de quienes han olvidado sus esfuerzos. La revolución es una obligación con la parte irredenta de la humanidad. Es  empujar la máquina de la historia hacia otro sentido mirando, como el ángel de Klee, hacia un pasado de derrotas y desastres. Es ahora una política de emergencia, un aviso de incendio en la comunidad.








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