El ferromagnetismo es el mecanismo básico por el que en ciertos materiales las moléculas se polarizan convirtiendo la muestra en un imán. Este fenómeno es el que metafóricamente da nombre al fenómeno de la polarización de grupos. Moscovici y otros psicólogos sociales descubrieron este mecanismo a comienzos del siglo pasado y desde entonces se ha convertido en un tema clásico de la psicología social y, más recientemente, de la filosofía política preocupada por la crisis de la democracia en el mundo. La polarización de grupos explica una parte sustancial del crecimiento del autoritarismo y de la aparición de amenazas reales contra la democracia.
Solo en
los últimos meses (año pasado, 2018 y este mismo año) se ha publicado un
notorio número de libros que analizan la crisis de la democracia: How Democracies Die; The New Totalitarian Temptation. Global
Governance and the Crisis of Democracy in Europe; Overripe
Economy. American Capitalism and the Crisis of Democracy; Take Back Higher Education. Race Youth and
the Crisis of Democracy in the Post-Civil Rights Era; o el triple volumen,
publicado este año: Populism and the
Crisis of Democracy. John Rawls advertía en su libro El
liberalismo político que la democracia era un invento histórico (si
exceptuamos el experimento ateniense, lleva en el mundo poco más de doscientos
años) y no es inverosímil que vuelva a desaparecer. El problema es muy serio.
Mucha gente da por descontado que la democracia es un sistema estable, pero es
una peligrosa ilusión. Cristina Lafont, una filósofa española catedrática en la
Northwstern University sostiene que Estados Unidos posiblemente se esté
convirtiendo en una oligarquía, y tal vez podríamos hacer un similar juicio
taxativo de la Comunidad Europea.
Es
común también creer que la amenaza a la democracia viene solamente de los
recientes triunfos electorales de partidos o movimientos ultraderechistas a lo
largo y ancho del mundo. Ciertamente, es un presagio oscuro que nos llena de pavor,
pero es solamente un resultado producido por causas más profundas que están en
la base del proceso de decadencia. Tendemos a hacer juicios comparativos con
otros tiempos pasados sin darnos cuenta de que el contexto ha cambiado
profundamente. En el nacimiento de los fascismos del primer tercio del siglo XX
estaba presente el hecho histórico de la Revolución Rusa y el inmenso poder de
los movimientos obreros que hacían plausible la generalización de una
revolución proletaria a lo largo de los países industrializados. El fascismo
fue un claro instrumento contrarrevolucionario y se impuso en muchos países en
los que la revolución era un horizonte cercano. Las amenazas actuales a la
democracia se producen en un entorno muy diferente de orden económico, político
y tecnológico. Ahora es el momento para pensar si la amenaza no es acaso más
seria que entonces. Ya no hay movimientos organizados de resistencia como
antaño y los medios técnicos de contaminación son mucho más poderosos.
Se ha
diagnosticado que el problema es la globalización y sus perdedores. Muchos
analistas de izquierda se alinean con Trump, Orban y Salvini en este
diagnóstico. También han surgido numerosos libros que se resumen en “el
capitalismo desbocado amenaza la democracia”.
Entre nosotros, Esteban Hernández ha escrito varios interesantes libros
sobre este tema: El fin de la clase media;
Nosotros o el caos; Los límites del deseo; El tiempo pervertido. El
diagnóstico es acertado y es sensato compartirlo. Como demostró fehacientemente
Piketty, el periodo de la sociedad de consumo masivo ha ocluido el persistente
y exponencial crecimiento de la desigualdad en el mundo. No es pues incorrecto
afirmar que la cantidad de desigualdad muta en cualidad y amenaza a la
democracia metamorfoseándola en una oligarquía enmascarada.
Cierto.
Éste es uno de los factores causales. El filósofo Jon L. Mackie dio una clásica
definición de causa que en inglés se resume en las condiciones INUS:
insufficient but non-redundant parts of a condition which is itself unnecessary
but sufficient for the occurrence of the effect (partes insuficientes pero no
redundantes de una condición que ella misma es innecesaria pero suficiente para
la ocurrencia del efecto). Discúlpenme y olviden el trabalenguas. Se entiende
fácilmente con un ejemplo: la presencia de oxígeno en el aire explica
parcialmente por qué explotó la cocina: si el gas no hubiera quedado abierto,
si no hubiese habido un cortocircuito que hizo saltar una chispa, si la ventana
no hubiese estado cerrada… etc. La circunstancia de acumulación de todos los
factores fue suficiente aunque sus partes no lo fueran. Cierto. El capitalismo salvaje es una parte
explicativa de la implosión de la democracia, pero no es todo el relato. Faltan
más factores.
Debemos
pensar que el tumultuoso proceso de polarización de grupos facilitado por la
nueva mediación cultural de la tecnología de redes es también un factor
cultural que contribuye a la degradación. La polarización de grupos está bien
estudiada. Una persona tiene una cierta opinión sobre algo: puede tener
prejuicios racistas, o cierta aversión al riesgo en las inversiones, o está
convencida de ser de izquierdas en política. Se mueve en un grupo de gente afín
que mantiene opiniones similares con quienes interactúa. Al final del proceso
se habrá movido hacia posiciones extremas: no solo habrá reafirmado sus
convicciones sino que las habrá convertido en mucho más radicales y estará
dispuesta a apoyarlas.
Este
fenómeno es muy natural y la psicología social ha ofrecido múltiples
explicaciones entre las que destaca nuestro deseo natural de sentirnos acogidos
en un grupo, que se define por una cierta opinión. No hay nada malo ni bueno en
ello, y muchas veces es un factor muy positivo en la formación de movimientos
que transforman el mundo para mejor. La cuestión es cuando este mecanismo
psicológico es explotado industrialmente para producir resultados sociales
ajenos a los objetivos más o menos morales o identitarios que definen al grupo.
Por ejemplo: cuando los líderes políticos usan la polarización de grupo para
afirmarse como tales y no para promocionar lo que serían los objetivos de su
movimiento; cuando las empresas de comunicación emplean la polarización de
grupos para generar beneficio y no para clarificar las diferencias de opinión;
cuando las élites político-económicas instrumentalizan la polarización para
ocultar sus miserias inconfesables y distraer la atención ciudadana hacia
fenómenos periféricos.
La
tecnología contemporánea en sus múltiples variantes de las mil pantallas y
plataformas ha generado una poderosa herramienta que aparentemente es neutral
respecto a las ideologías en competencia puesto que es superficialmente formal.
De hecho, partidos, empresas e instituciones adoptan este instrumento a través
de sus nuevos grupos de gestión de redes y comunicación. Lo grave es que es
sólo superficialmente formal. De hecho afecta a la estructura democrática de la
sociedad, puesto que también la democracia es una cuestión de formas.
Podría
decirse: ¿estás afirmando que la democracia debe orientarse al consenso y no
desvelar los conflictos? No. Todo lo contrario. La democracia es un modo de
hacer explícitos y resolver los conflictos, no necesariamente, de hecho casi
nunca, a través del consenso. Lo que ocurre es que la polarización de grupos
manipulada industrialmente es un fenómeno que produce ceguera respecto a los
conflictos de fondo, respecto a las situaciones de hecho, puesto que está diseñada
para ser usada para objetivos, fines y valores oblicuos.
La
polarización de grupos genera ceguera cognitiva respecto a la sociedad. Los
psicólogos han detectado un resultado colateral que se denomina “ignorancia
plural”. Este mecanismo hace que gente que rechazaría personalmente una norma
sin embargo cree que el grupo la acepta y eso le lleva a seguirla en la
práctica. El autoritarismo que crecientemente inunda los partidos políticos o
las empresas se aguanta por la incorrecta creencia de que todos aceptan como
inevitable esa situación. Se han descrito como ejemplos históricos la extensión
del racismo en Estados Unidos o la sumisión de los miembros del Partido
Comunista en la antigua Unión Soviética. No quiero poner ejemplos de ignorancia
plural en nuestro entorno inmediato. Sobran.
¿Cómo
se usa industrialmente la polarización de grupos a través de las nuevas
tecnologías? También hay un nombre para ello: la creación de “Cámaras de
eco" y "Burbujas de filtro" (brubujas epistémicas). Se trata del uso de los
instrumentos informacionales para construir grupos de afines donde producir
polarización orientada al servicio de las élites de turno: repitiendo una y otra vez el mismo mensaje, usando algoritmos para generar grupos afines, disminuyendo, en definitiva, la diversidad, el contraste, la calidad deliberativa.
La
democracia está en peligro, desgraciadamente, no porque se otee a los bárbaros
en el horizonte sino porque la barbarie ha contaminado ya nuestras formas
básicas de constituir la sociedad. Estamos internalizando los mecanismos de
segregación, asumiendo riesgos, adhiriéndonos a líderes, marcas, símbolos y
banderas como resultado de dispositivos que han sido creados para otra cosa:
generar oligarquías políticas, económicas, culturales. A veces, cuando miramos
solamente a la economía y la política se generan puntos ciegos hacia la fuerza
determinante que ha adquirido ya la cultura. Porque ya es también economía y
política.
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