El fin de semana me ha permitido recorrer uno de esos senderos que en la Castilla semidesierta ya solo recorremos los adictos al campo sin coches, quads, multitudes,...: entre Rinconada y el Cerbero, por la cuerda de la Sierra de las Quilamas, en las estribaciones del Sistema Central que encadenan esas entresierras que se extienden hasta la Raya de Portugal. Este final de primavera llovido lo exigía. El sendero recorre un sotobosque de roble negro, achaparrado y resistente, bordeado de una inusitada variedad de arbustos: carquesas, jarillas, aulagas, jaramagos, retamas, espinos albares, rosal silvestre, ..., entre los que ahora puedo recordar. Y las lluvias han traído una espectacular floración de herbáceas de todo tipo; de gamonitas, gordolobos, hinojo, cardo, cantueso, entre las más humildes; y sobre todo, de las peonías en el tapiz del suelo, breves en su existencia como los replicantes de Blade Runner, que brillan con luz intensa antes de extinguirse;de flores blancas o pintas de la jara, que también duran apenas un día, pero que continuamente se renuevan, de la retama amarilla,...: el mundo como recién hecho.
Por suerte los viejos caminos se están recuperando gracias a esos programas para senderismo. Hace unos años, los lugareños ya los habían olvidado pues ya sólo acuden al ganado en furgonetas y han perdido no menos que los habitantes de la ciudad el sentido del paisaje y de los lugares con significado. Muchas veces he tenido que recordar a algunos viejos del lugar que aquél sendero de herradura, que creían desaparecido, está allí aunque ya nadie haga el trabajo de limpia, de mantenimiento de las cercas, de esa forma de honrar a los senderos que es recorrerlos en silencio. Algunos muestran huellas de tiempos ancestrales: piedras medievales, romanas o prerromanas; se fueron haciendo con los pasos de innumerables generaciones olvidadas; ahora quedan para turistas, que, por cierto, tampoco: los turistas prefieren los todoterrenos y los merenderos. Temen la soledad.
Son estos senderos emblemas de la pérdida de aura de los lugares. Nos gustan los espacios, pero hemos perdido el hábito de señalar los lugares. En la noche del sentido que llama Juan de la Cruz, lo temeroso es esa pérdida de señales de referencia que sólo los habitantes dan a los lugares. Un viejo canto de la transición, hablando de los Monegros como metáfora, soñaba en estos términos que la memoria me trae confusos:
De esta tierra, madre,
dura y salvaje,
haremos un lugar
y un paisaje.
¿Se han perdido esos sueños? Estos días se inaugura, cerca de los Monegros, la exposición universal de Zaragoza: la conversión del paisaje en espacio abstracto y comercial. Quiera el destino que no perdamos la memoria de los lugares: el camino de la civilización sería el de la barbarie.
Aquí os dejo un par de recuerdos del bosque:
Esto es hermoso: la descripción de tu paseo (siempre amé los nombres de las plantas porque como reconozco muy pocas hierbas sus nombres me resultan palabras mágicas, enigmáticas y deslumbrantes) y la imagen del amor a los senderos, lo que significan, lo importante que es que no se pierdan... me hizo acordar a la descripción de la cultura campesina que hace John Berger en Puerca tierra, tiene que ver con esto, con no perder esa sabiduría de la tierra que hasta los paisanos van perdiendo por culpa del "progreso"...
ResponderEliminarHermosas fotos.
Es curioso, esta mañana estaba disfrutando de estos versos...
ResponderEliminar"Oh, come to me to old
Khayyam and leave the Wise
to talk; one thing is certain,
that Life flies;
One thing is certain,
and the Rest is Lies;
The Flower than once has blown
forever dies."
Rubaiyat, de Omar Khayyam, nº 26.
Guille.
Bellísimo ese "mundo como recién hecho" y gozoso aquél que lo habita momentáneamente y lo contempla diluyendo con pudor su soledad.
ResponderEliminarGracias Gille, por esa flor que muere eternamente, y a Nuño por el gozo del espectador. Nos reconciliamos unos con otros en el espectáculo del mundo que florece.
ResponderEliminarMrina: de nuevo gracias por tu atención. De Berger hemos aprendido que aprender a mirar y aprender a nombrar no son tareas distintas, sino parte de una misma relación atenta con lo real.
ResponderEliminar