Estas semanas prevacacionales se prestan a ajustar cuentas con lecturas o relecturas pendientes. Una de ellas, relectura, es La violencia y lo sagrado de René Girard tan lejana y discutida como necesaria. No tengo una opinión bien formada sobre la hipótesis de Girard de que todas las sociedades transfiguran su paso de la naturaleza a la cultura sobre un mito-fundante en el que está presente el sacrificio de una víctima, pero me permite especular. Lo leo de pasada ensimismado en algo que me preocupa más, que es separar la tensión entre lo sagrado y lo profano de lo religioso/no religioso: me parece que es una urgente tarea separar esos aspectos de la cultura en la que estamos. La tensión entre lo sagrado y lo profano tiene que ver con esas cosas/hechos/lugares/momentos/personas que consideramos intocables, fuente de misterio, a diferencia de lo profano y profanable, que es lo accesible. Lo sagrado es (si aquí se oyen melodías de Agamben no importa) un estrato de la cultura más profundo que su manifestación religiosa. Para quienes somos deterministas y creemos que la trama de lo real está hecha de azar y necesidad (lo posible está en esas zonas fronterizas, fractales, en las que conviven el azar y la necesidad, en las que está la vida y estamos nosotros), la experiencia de lo sagrado tiene que ver mucho con la experiencia del azar y el temor al futuro desconocido.
En Master and Commander, esa magnífica película de mares y navegantes, recordaréis, hay una versión de la historia de Jonás que habla de la permanencia de ese mito: después de una serie de tempestades, calmas interminables, accidentes, ..., la marinería comienza a murmurar "hay un Jonás entre nosotros". Como sabéis, Jonás fué el elegido a suertes como víctima sacrificial por los marineros aterrorizados por la tormenta y arrojado por la borda. El miedo produjo una experiencia de sacralización que condujo a la violencia sobre una víctima. La tesis de Girard es que la experiencia del azar, la violencia, lo sagrado y la víctima van en un mismo paquete. Se conjura al azar eligiendo una víctima. Es un principio estable en la historia, más cuando la fuente del azar es el poder: el miedo al poder y el poder del miedo están en el origen de esa versión de lo sagrado que es la violencia originaria. Es la forma en la que se muestra el miedo a la libertad.
Observo desde hace años con menos distancia práctica de la que quisiera, pero con la suficiente distancia teórica, la microfísica del poder en las microcomunidades (las académicas entre ellas, pero también otras muchas, por ejemplo las políticas: un día podríamos hablar de Izquierda Unida). A medida que la fuente del poder se hace más lejana el azar se hace más presente; las tensiones sobre lo que cabe esperar se hacen más intensas y los más débiles reaccionan con una violencia inusitada que se muestra en esos contubernios, capillas, teorías-de-la-conspiración, etc., que son síntomas de lo que la lejanía del poder hace con las comunidades naturales. Los acosos y víctimas propiciatorias son habituales en esas reacciones patológicas a la indeterminación del futuro. El poder se hace sagrado y la violencia (primero verbal después en otras manifestaciones) se hace presente bajo las formas religiosas de las que habla Girard. Muchos que se declaran ateos manifiestan sin saberlo comportamientos religiosos que adoptan el modelo de los rituales del sacrificio expiatorio.
Quienes nos resistimos a esa forma de vivir lo mitológico querríamos invertir los términos: lo sagrado no está en el poder sino en la víctima. El poder y los poderosos no tienen aura ni misterio: no hay más que trivialidad y fuerzas ciegas de acción-reacción. El victimario siempre es banal, a diferencia de la víctima, cuyo silencio es la fuente real de misterio.
No es el azar sino la destrucción que causa el poder la única fuente de lo sagrado. Para pensarlo así hay que pensar como los paganos moralistas romanos, que no veían contradicción entre aceptar el azar y la necesidad y la profunda piedad hacia lo humano.
Con estos calores necesitaba visitar el Ártico. Os dejo un recuerdo del breve viaje en Google:
Girard propone que es la ambigüedad constitutiva de la victima, en tanto que culpable por el mecanismo sacrificial, y en tanto que reconciliadora tras su uccision, que performa la sacralización y la divinización, entonces se crea lo religioso, en la violencia. Y eso no es una cuestión de voluntad de si querriamos o no querriamos sino de fenomenologia sociocultural.
ResponderEliminarSí claro, no estaba contando con precisión el mecanismo de Girard, para quien el sacrificio es un método de evitar la violencia interna a la comunidad, que así crea un modo de transferencia. Pero no me preocupa. Sí me interesa esa idea tan hobbesiana de cómo mantener lazos sociales haciendo que alguien pague el precio. No trato de seguirle fielmente (en Des choses cachées depuis la fondation du monde ya deja claro que él se centra más en la interpretación de la tradición y teología cristiana) cuanto pensar sobre la cercanía de la constitución de las relaciones de poder y las relaciones con lo sagrada. Y me preocupa más la mirada/silencio de la víctima. Pero sí: muchas gracias por la precisión
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