Reflexiones en las fronteras de la cultura y la ciencia, la filosofía y la literatura, la melancolía y la esperanza
jueves, 18 de septiembre de 2008
Avaricia
Avaricia. Ésa es la respuesta que comenta la prensa de hoy que ha dado uno de los directivos de uno de esos grandes bancos en problemas cuando se le ha preguntado por el origen y causa de la crisis actual. La crisis actual,...(no es la primera, no es la primera, hubo otras, muchas más... decía la poesía de Nazim Hikmet refiriéndose a la guerra que vendrá). No me sorprende pero me hace reflexionar que se eche la culpa a la avaricia. Es un buen momento para repensar lo que hasta ahora llamábamos el pensamiento único que venía a establecer un mecanismo único que habría regido desde la evolución de los organismos a la evolución de los mercados: la competencia, la selección y los equilibrios que producen, según los sabios expertos en teoría de juegos. La avaricia sería una especie de enfermedad que estropea el bello mecanismo del mercado, como la información privilegiada; como el monopolio; como,... como si el mercado funcionase sobre austeras expectativas de ganancia que regirían a los racionales productores y consumidores; como si la racionalidad no tuviese que ver con las emociones. Pero la racionalidad sólo tiene que ver con las emociones, y lo que ordena el mercado no son austeras expectativas sino avaricia pura. El mercado ordena (o desordena) la avaricia humana, ése es el motor de la economía de mercado, no es un pequeño disturbio que ocurra por accidente. Es un buen momento para pedir explicaciones a los teóricos del pensamiento único, es un buen momento para releer los periódicos y recordar la hubris con que los teóricos del pensamiento único hablaban de una ilimitada curva de crecimiento. No voy a hablar en contra de la economía de mercado, sólo a recordar lo que todos (menos ellos) sabíamos: que el mercado funciona sólo cuando se controla socialmente, cuando se vigila, cuando se regula, cuando se somete a eso que llamamos bienes públicos o intereses generales y que los teóricos del pensamiento único miran con tanto desprecio (los llaman "fracasos del mercado", vaya). Ese presunto naturalismo de la competencia, como si los equilibrios fuesen por sí mismos buenos, como si la naturaleza humana no fuese una enfermedad que hay que curar con dosis masivas de cultura humana. Es cierto que el marxismo se equivocó en las soluciones; que tenía una visión optimista y dogmática del "hombre nuevo" que se podría crear mediante la educación del estado (¿a quién le interesa renovar al hombre?, sólo faltaría que el Ministerio lo incluyese entre los objetivos de innovación); es cierto que su filosofía de la historia era una chapuza; es cierto que en su cuenta están algunos de los más graves crímenes del siglo pasado. Pero no se equivocó en el diagnóstico: si montamos la economía sobre la avaricia y no sobre las necesidades y capacidades, las crisis permanentes serán la penitencia de nuestro pecado.
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