Cuando reviso mis sendas intelectuales de los últimos años y hago una estadística a ojo de buen cubero, observo que las ideas más importantes que me han motivado, las líneas de trabajo, los libros que he leído, en un, digamos sesenta por ciento calibrado por lo bajo, son consejos, ideas, proyectos que he recibido de amigos y alumnos. Qué autistas me parecen quienes dedican el tiempo a "su obra", como si fueran locos solitarios tramperos construyendo su cabaña en los bosques. Soy los caminos que muchos han recorrido en mí. En la vida, claro, la influencia es aún mayor.
Viene a cuento esto de la última idea que debo a Carlos Thiebaut, en una conversación sustanciosa sobre un texto en cocción que le pasé, y que en una de sus críticas a mi reivindicación de la idea de experiencia, me señala que se me ha olvidado en esa idea pensar en la forma de experiencia del futuro que llamamos esperanza. ¡Qué certera observación!, no aprendemos sólo del pasado, aprendemos también de nuestros proyectos, deseos, y toda esa imaginación que llena nuestra vida cuando la pensamos cómo tendría que ser si fuera buena. Esperanza: imaginar el futuro y desearlo; anticipar su realidad, habitar más allá del presente. Es una de las dimensiones de la experiencia, aunque suene algo contradictorio. A quienes les falta imaginación les falta experiencia; a quienes les falta esperanza, han aprendido poco del pasado: simplemente el pasado les ha derrotado.
Rescatar la esperanza es rescatar la imaginación y situarla en el lugar central de nuestra vida que merece. Habría que decir mucho: imaginación no es fantasía, esperanza no es pensamiento iluso, "wishful thinking". La capacidad de juzgar se mide en la capacidad de juzgar bajo la luz de la esperanza. Quienes lo hacen bajo la oscuridad del miedo serán esclavos del poder de turno.
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