Reflexiones en las fronteras de la cultura y la ciencia, la filosofía y la literatura, la melancolía y la esperanza
viernes, 10 de octubre de 2008
La fuente del valor
Toni Doménech escribió hace pocos años un libro de interpretación histórica que resultaba y resulta escandaloso aún, empezando por el título: El eclipse de la solidaridad (Crítica). Como todos, estoy preocupado por la situación económica, y eso me llevó esta mañana, --cómo no-- a recordar la tesis de Toni: hemos configurado todas las teorías de cambio social como teorías formales sobre la libertad e igualdad olvidando la tercera columna, la que precisamente estaba en la base de los mejores impulsos colectivos, la solidaridad, el apoyo mutuo, la comunidad de esfuerzos. Hoy en el Wall Street Journal (confieso que me he vuelto adicto a este periódico desde que comenzó la crisis: observo su confusión con una sensación de ironía que me invade cada mañana) proponen ya lo que parece que va a ser inevitable en tiempos de recesión: una intervención masiva del estado en bonos de consumo (en Estados Unidos son la forma de subvenciones a los pobres más generalizadas) y de infraestructuras. No creo que las cosas vayan a ser diferentes en Europa: a menos que algún inteligente descubra que la crisis se resuelve mejor con una buena guerra (Obama amenaza con invadir Paquistán), se necesitará una inversión colectiva en economía básica para reflotar la actividad económica, tal vez se produzcan corralitos, catástrofes de valores, vuelta a las economías de sustento familiar. Los teóricos de la economía han sostenido durante un siglo que la fuente del valor son las expectativas (la avaricia más el cálculo de probabilidad de que se optimice o satisfaga, dependiendo de lo más o menos clásica que sea la teoría). Se ha considerado con infinito desprecio toda idea de que el valor tenga algún anclaje en hechos básicos materiales como el espacio (D. Harvey) o el tiempo (Marx). Ahora miramos al suelo a medida que se acerca en nuestra caída desde el cielo. Y, bueno: deberíamos repensar estas dos cosas de la solidaridad y de la fuente de lo valioso. Mi generación es quizá la más responsable, pero la(s) siguiente(s) se encuentra con una desventaja: han perdido la memoria de las formas básicas de solidaridad y apoyo mutuo y habrán de reimaginarlas y reconstruirlas en la peor de las situaciones. Se ha extendido la convicción de que una filosofía de la pobreza es una forma de pobreza de la filosofía. Los tiempos nos harán despertar. Ójala que lo que despierten sean nuestros mejores sentimientos y no los lobos que hemos escondido en la jaula de la cultura.
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