Mientras escribo esta reflexión, nacida al compás del compás de la música que Radio Clásica ofrece en su programa de "Carta Blanca a", en este caso dedicado a la compositora tártara Sofía Gubaidulina (un hermoso proyecto en el que participó mi admirado Ramón del Castillo organizando el volumen y varios programas sobre Elliot Carter, disponibles como podcasts en Radio Clásica, y ejemplos de cómo filosofía y música están tan cerca como filosofía y poesía, o filosofía y ciencia), me afirmo en mi convencimiento de que hay ámbitos o ejemplos privilegiados de cómo los humanos damos sentido a las cosas transformándonos a nosotros mismos y no meramente ejerciendo el entendimiento mental. El compositor da sentido a los silencios, a los tonos, a las notas, a la melodía, al ritmo, etc..., hechos que, aislados, no son sino ruido o silencio y juntos son el sagrario de nuestra identidad. ¿Cómo es que ciertas sartas de hechos adquieren esa compacidad con la que nuestro espíritu se encuentra como ante un espejo que revela los estratros más profundos de nuestro ser? En la vida, no hay hechos sino acontecimientos, actos que cobran sentido por su relación con otros actos y con otras personas, actos que exigen una cierta forma de habilidad, la que llamamos formación. Hay que haber sido para que eso ocurra. Muchos intelectuales, demasiado intelectualistas, están en contra de las destrezas y habilidades: destrezas en escribir, destrezas en componer e interpretar, pero no no hay otro modo de dar sentido que mediante la habilidad práctica; se equivocan. La luna del cazador es un espacio en el que el nómada interpreta cada ruido, olor, huella, como senda de la presa: sabe cómo.
Filosofía, poesía, música, ciencia,..., vida. Saberes cómo, sendas de aprendizaje que no son meros ámbitos intelectuales sino zonas de saber hacer, saber vivir, saber amar. La oscuridad y la luz sólo existen para quienes ven: para el ciego no hay oscuridad sino espacios otros.
Sofía Gubaidulina siempre supo que había de ser compositora: tuvo que llegar a ser.
PD. Vuelvo al formato anterior del blog, no me acaba de convencer el experimento.
Dejo aquí esta figura melancólica de nuestro sentido del sonido (para los que oímos mal es también nostálgica):
Me gustaba más el formato anterior: este no tiene encanto, no es apropiado. Pero bueno, es una de cal y otra de arena: aprovecho para decir que me encantó la entrada sobre Anna Ajmátova. "Voy a dormir dulcemente, buenas noches, noche".
ResponderEliminarpor mi parte, enhorabuena por el nuevo formato
ResponderEliminarmás cómodo
oí en una película que cada vez que se oye un pitido en el oído significa que no podremos volver a escuchar esa frecuencia concreta. Lo llaman Tinnitus.
Disfruten de sus pitidos auditivos.
Bonita imagen, la fuente.
La melancolía es como mi estado natural, la imagen me gusta mucho, un abrazo.
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