Que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo,
(...)
Que no se acostumbre el pie a pisar el mismo suelo,
ni el tablado de la farsa, ni la losa de los templos
para que nunca recemos
como el sacristán los rezos,
ni como el cómico viejo
digamos los versos.
(...)
No sabiendo los oficios los haremos con respeto.
Para enterrar a los muertos
como debemos
cualquiera sirve, cualquiera... menos un sepulturero.
(...)
Que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo.
Pasar por todo una vez, una vez sólo y ligero,
ligero, siempre ligero.
Sensibles a todo viento
y bajo todos los cielos...
León Felipe
Ya lo he dicho varias veces y seguiré repitiéndolo cuando sea necesario: aprendo más de los alumnos de lo que enseño. Álvaro Marcos termina su trabajo del curso con los versos de arriba, y no puedo menos que compartirlos aquí, pues da con absoluta certeza en el clavo de lo que trataba de explicar con la idea de la identidad emigrante. ¡¡¡ Gracias Álvaro!!!
Que las cosas no nos hagan callo.
¿Por qué la filosofía no es autoayuda?
He hojeado muchos libros de autoayuda e incluso he leído uno no demasiado despreciable. Todos comienzan con un masaje a la autoestima, como si fuese algo necesario para sobrevivir en la selva de los yoes depredadores en que vivimos. La estima que sentimos por nosotros mismos varía de carácter a carácter y de temperamento a temperamento. Tengo que confesar que mi autoestima es muy baja: no me importa ni tenerla así ni confesarlo. Como el rey Salomón, siempre he preferido la lucidez a la felicidad: saber cuál es el lugar propio de uno en el mundo puede ser desconsolador, pero al menos no te engañas a ti mismo. Entre la gente que me rodea, y a quienes observo sin que el cariño me impida calibrar su tamaño, están quienes sufren de baja autoestima y quienes sufren de alta autoestima: ¿qué más da? Como si el que tuviese un bajo concepto de sí mismo estuviese más condenado que el que tiene un alto concepto de sí mismo. Los que tienden a la super-estima son más presumidos y, bueno, eso a veces les hace mas divertidos y a veces no, quienes se/nos auto-presentan/mos bajo el signo de la resignación a veces son/somos divertidos y a veces no (el masculino abarca ambos géneros, para no hablar como sindicalista o lehendakari). No creo, contracorriente, que el grado de estima de uno mismo sea relevante en la vida. La autoestima suele depender de excesivas contingencias de contexto, tiempo y lugar. Al final, esos pequeños autoengaños son la sal de la vida: a unos les parecerá sosa, a otros salada.
Lo que sí me parece esencial, difícil, es conseguir amarse a sí mismo: el amor propio, por extraño que resulte, es la cosa más rara del mundo. El amor propio nace de una capacidad de amar que ha de haberse ejercitado en otros antes de aplicarse a uno mismo. El presumido ama su imagen, no a sí mismo, a quien generalmente tiende a despreciar, como desprecia a otros en quienes reconoce lo que es y no quiere ser. El depresivo hace lo mismo.
Tiendo a la filoginia más que a la misoginia: encuentro en las mujeres, estadísticamente, más capacidad de amar a otros y por eso más capacidad de amor propio que en los varones. Veo a las alumnas más centradas en la vida: no es que trabajen más, es que saben mejor por qué lo hacen.Veo a las madres, compañeras,...etc., más centradas en la vida: saben que saben que saben, ..., que la vida no da más que lo que uno pone. Se encuentra en las mujeres, estadísticamente, más casos de amor propio. No es un problema de género: también entre los ebanistas y ensoladores hay más casos de amor propio que entre los profesores de universidad (demasiados pavos reales para un jardín tan pequeño). El amor propio no nace de la emoción sino del autoconocimiento: saber lo que se quiere es la cosa más difícil de saber. Quien no sabe lo que quiere no sabe que uno mismo es quien desea y no sabe aceptar su deseo como un elemento esencial de su vida: siempre transfiere al mundo la carga. amarse es conocer. Pero conocer, auto-conocerse, es difícil. Implica una capacidad de entrega difícil de lograr.
Que las cosas no te hagan callo: mantener la piel abierta para que el amor pueda llegar con el tiempo a ser amor propio.
Que así sea.
Jo, pues yo le tengo cierta querencia a los callos, y tiendo a pensar que en realidad el "callo" es lo que te deja el roce del tiempo, de la belleza, del amor en la “piel abierta”, y el paso de las personas por tu vida, o el paso de tu vida por las personas, la huella de los lugares. Claro que también empiezo a pensar, por cierto, que viajar es una traición insoportable, tantos callos como kilómetros, mapa sobre mapa en la “piel abierta”... el problema no es la pertenencia, sino hacer del movimiento una forma de lealtad (y de amor propio, por cierto).
ResponderEliminarEn fin, como en aquel verso de Gil de Biedma , “que la vida iba en serio” sólo lo supimos después, por los callos. Y anda que no deja callo intentar saber lo que se quiere. A veces, los callos son como nuestras huidas: lo más memorable que tenemos, la más valiosa de las geografías.
Querido Fernando: veo que volviste a plantear la disyunción entre lucidez y felicidad. Intentás hacer pie en tierra firme cuando lo único que existe es navegar en un mar de incertidumbre y conjeturas. Ya podemos gastarnos los ojos oteando el horizonte: no hay costa. Ha de haber tierra firme sobre la que nos apoyamos, pero es lejana e inaccesible: el lecho marino. Humanamente inalcanzable, por mucho que buceemos. Ya podemos darnos por contentos si logramos navegar, o al menos nadar, o al menos flotar, y no hundirnos.
ResponderEliminarY, personalmente, creo que justo ahora no estamos en una buena situación como para pretender inmunidad ante el autoengaño...
Me parece que lo que llamás "amor propio" es lo mismo que llamé "autoamor", en broma por la autoayuda. Estoy de acuerdo con vos, excepto en que no creo que sea ajeno a la autoestima, me parecen que van ligados, o uno es un paso más alla´de la otra, no lo sé bien. Y gracias por lo que decís de las mujeres, suena bien y es halagador.
Esa disyuntiva (lucidez-felicidad: o una cosa o la otra) es la que no acabo de ver. Aunque es cierto que con esto de la felicidad andamos por terrenos muy poco sólidos, no me imagino una posible felicidad (o mi concepto de ella) sin la lucidez ... ni tampoco sin amor, ni sin placer ni sin lo que yo llamo "voluntad de crecer"; por eso es tan jodidamente difícil de alcanzar, y por eso también se le acaba llamando felicidad (la publicidad, la prensa,...) a lo que no es más que la satisfacción de expectativas bajísimas.
ResponderEliminarBueno, que te puedo decir, no soy bueno en los comentarios afectivos, pero intentaré. Si tienes mucha autoestima eres soberbio, si tienes una baja autoestima te quejas de todo y te vuelves inútil para tí mismo y para los demás. Si tienes poca autoestima te sientes culpable y no vale la busca de la felicidad, por que no ves en nada de lo que haces dicha condición. Si te sobre estimas entonces pierdes la perspectiva y también agredes a los demás. Tal vez sea bueno una combinación intermedia, no cabe duda que la autoestima esta vinculada al auto-conocimiento, pero el auto-conocimiento no viene siendo como la autoestima, es una mezcla entre la emotividad y la lucidez. Es claro que una autoestima, por decirla de alguna manera, razonable, implica conocerse así mismo para poder orientar el deseo, pues sin autoestima no deseas sólo transitas por el mundo sin rumbo definido, pensando que eres lo peor del mundo. Si autoestima no reclamas derechos pues no sientes con que tengas tales derechos ni capacidad para reclamarlos. Con sobre-autoestima crees no necesitas de nadie más y te aíslas o te aíslan. Creo que ese amor propio no sólo nace de la razón sino también de la emoción, pues la emoción es también una forma de conocer. No tengo idea de que conclusión llegar, pero si sé que para actuar en el mundo no sólo se requiere razón sino la emoción que me impulse a ejecutar mi razón, un fuerte abrazo,
ResponderEliminarMe resulta difícil responder a las preguntas que planteáis: son las preguntas que yo mismo me hago.
ResponderEliminar1) la tensión entre lucidez y felicidad: me gustaría que hubiese armonía, como entre libertad e igualdad, pero es la tragedia humana el no saber encontrar el punto aceptable para todos.
2) entre infra y sobre-estima: tampoco lo sé. Si hubiese un punto de vista desde el lugar de los dioses, a lo mejor, uno debería aspirar a ser objetivo sobre sí mismo. Pero, ¿qué es ser objetivo sobre sí mismo?
Sólo encuentro mi receta como válida: "esto es lo que soy, si queréis, aquí estoy, si no, pues bueno, qué le vamos a hacer"
No sé de otra forma en la que uno pueda enfrentarse al espacio de los otros que no sea bajo el auto-engaño.
Gracias por hacerme pensar
Hola, Fernando. Me gusta mucho leer tu pág. Me asomo a ella de cuando en cuando, y siempre es inspirador.
ResponderEliminarSaludos
María
¿Y no le parece que lo que subyace en toda su reflexión no es más que un alardear de falta de autoestima? A mí todo esto me parece “apañolia”, una consecuencia de la retorcida lógica católica de la humildad y que tiene como síntoma este regodearse en la degradación de lo propio. No es baladí, si uno ve cómo los apañoles llegan al país vasco y cómo tardan segundos en asimilarse y renegar de su identidad, pobres seres desetniados, verá la importancia que tiene esta patología exclusiva del apañol. El apañol con su obediencia es capaz de desestabilizar cualquier régimen. Tal y como han hecho en el País Vasco y Cataluña estos seres sumisos hasta la obscenidad. Alguien debería de preguntarse cómo las dos regiones más favorecidas económicamente por el franquismo y con mayoría de emigrantes apañoles son mayoritariamente nacionalistas vascas y catalanas, cuando la gran mayoría de su población son hijos o nietos de españoles.
ResponderEliminarUn saludo
*A mí el orgullo me parece una cosa excelente. Les dejo una reflexión sobre el orgullo que considero imprescindible para vacunar contra la apañolía, esa hija de una humildad retorcida que es plaga en Apaña.
Bertrand Russell, “La conquista de la felicidad”: “Por mi parte, creo que no tiene nada de malo educar a un niño de manera que se crea un tipo estupendo. No creo que ningún pavo real envidie la cola de otro pavo real, porque todo pavo real está convencido de que su cola es la mejor del mundo. La consecuencia es que los pavos reales son aves apacibles. Imagínense lo desdichada que sería la vida de un pavo real si se le hubiera enseñado que está mal tener buena opinión de sí mismo. Cada vez que viera a otro pavo real desplegar su cola, se diría: «No debo ni pensar que mi cola es mejor que esa, porque eso sería de presumidos, pero ¡cómo me gustaría que lo fuera! ¡Ese odioso pavo está convencido de que es magnífico! ¿Le arranco unas cuantas plumas? Así ya no tendría que preocuparme de que me compararan con él». Hasta puede que le tendiera una trampa para demostrar que era un mal pavo real, de conducta indigna de un pavo real, y denunciarlo a las autoridades. Poco a poco, establecería el principio de que los pavos reales con colas especialmente bellas son casi siempre malos, y que los buenos gobernantes del reino de los pavos reales deberían favorecer a las aves humildes, con solo unas cuantas plumas fláccidas en la cola. Una vez establecido este principio, haría condenar a muerte a los pavos más bellos, y al final las colas espléndidas serían solo un borroso recuerdo del pasado. Así es la victoria de la envidia disfrazada de moralidad. Pero cuando todo pavo real se cree más espléndido que los demás, toda esa represión es innecesaria. Cada pavo real espera ganar el primer premio en el concurso, y cada uno, viendo la pava que le ha tocado en suerte, está convencido de haberlo ganado.”
Para mí la plena satisfacción con uno mismo es una de las manifestaciones más rotundas y evidentes de una estupidez supina.
ResponderEliminarRuyard Kipling escribió una divertida historia sobre la grulla y el cocodrilo: la grulla se jactaba de su orgullo y de cómo podía despreciar a todos. No se enteró muy bien del bocado del cocodrilo.
ResponderEliminarNo tengo mucho que responder a Benjamin Grullo, he oído tantas veces ese discurso, ese tono, que antes me hería y ahora ya me resbala. El discurso autoritario (cuando no fascista) deja demasiado al descubierto las entretelas de su autoengaño.
Mario, Fernando, ¿y algún argumento?
ResponderEliminarMario, ¿puedes ir más allá de la frase hecha? Por supuesto que nadie está plenamente satisfecho de sí mismo, pero no sé, tanto regodearse en la humildad, en el desprecio a uno mismo… ni tan siquiera es cristiano, es muy jesuita, muy de secta. Hasta Jesús dijo aquello de “Amarás al prójimo como a ti mismo”, pero algunos parecen haberse olvidado de la segunda parte de esta frase.
En serio, ¿realmente te crees que tu respuesta contribuye en algo a rebatir un planteamiento que no te gustaba? Para mí que te has limitado a eructar. Filósofo, que eres un filósofo.
Fernando te digo lo mismo. He encontrado tu blog buscando un libro que tú reseñabas, más o menos. Me fascina el tema de la identidad, un fenómeno que he padecido desde que nací, y he encontrado en tu blog reflexiones interesantes, pero en cuanto digo que tu lógica de la humildad me la conozco de memoria y no funciona para vacunar a la gente contra la sumisión identitaria, (el penoso espectáculo que dan tus compatriotas jugando a los vascos, renegando de todo lo propio… hay que verlo para creerlo) apuntas que si uno es un fascista y lo que te plantean te resbala. Vaya respuesta de niño mimado, de pagado de sí mismo… de sabihondo intolerante. Pues nada, señores no le lleven la contraria a este exhibidor de humildad, que reacciona como si fuera todo lo contrario: Un vanidoso engreído de aupa.
Un saludo
*No, este discurso no lo has escuchado nunca.
Cierto grado de autoestima es necesario para poder llegar a un grado de autoconocimiento que nos permita amarnos. La autoestima, en su justa medida, ni mucha ni poca, intentando nivelarla a medida que nos conocemos, a medida que adentramos en nosotros mismos.
ResponderEliminarLa semana pasada en un ciclo de conferencias sobre las emociones que se celebra en el Caixa Forum de Barcelona, José Antonio Marina hablaba de la felicidad y me gusto mucho la idea que de felicidad daba. Hablaba de la felicidad como actividad. Actividad que viene del autoconocimiento de nuestros deseos y nuestras posibilidades. Del ser feliz haciendo posibles nuestros deseos. De ver que la vida es un camino no una carrera hacia una meta. El camino es el autoconocimiento.
A Benjamín: mi comentario no lo dije pensando en tí sino en mí. Si te das por aludido ya da bastante qué pensar. Yo creo que a ti te pasa como a Nietzsche cuando hacía sus proclamas en contra del Cristianismo, exaltando el Superhombre, (como el vasco que tú propugnas frente al español reprimido), que en el fondo, en su inconsciente se sabía un residuo lefal. Se despreciaba a sí mismo y a ti te pasa un poco lo mismo por mucho que te jactes de autoestima.
ResponderEliminarMario, tío, no sabes discutir. Me parecía que estabas, estábamos, hablando en abstracto, sobre la autoestima en el hombre. En ningún momento me he dado por aludido. No he sido yo el que ha personalizado la discusión. Eres tú el que estás haciendo psicologismo barato. Si lees bien, verás que nada he dicho contra el cristianismo, sino contra el catolicismo y su versión más jesuita, esa que humilla al hombre y lo coloca sumiso en brazos de su director espiritual. Personalmente, creo en el hombre, en la moral, en el imperativo categórico, en esa versión laica del todos somos hijos de Dios que es la idea de ciudadanía y para nada creo en el superhombre.
ResponderEliminarOtra cosa es que me gustaría que los apañoles tuvieran algún tipo de orgullo, para que no fueran tan maleables en manos de los nuevos directores espirituales étnicos que controlan litúrgicamente la sociedad en la que vivo. Y lo hacen gracias a la obediencia perruna del apañol.
Un saludo
*Me parece que la excelente reflexión de Bertrand Russell merecería algo más por tu parte. Pero claro parece que si te sacan de tus códigos binarios y de tus respuestas reflejas… se te cuelga el aparato.