El mito de la perfección griega lleva su historia ya. No fue completamente dominante en el Renacimiento (admiraban más la república romana), pero fue determinante en el origen del romanticismo alemán. Los idealistas alemanes sintieron que eran los últimos templarios guardianes del fuego griego, que su cultura alemana provenía directamente de los arios griegos sin haber sido degenerada en las desviaciones mediterráneas.
Mitos de la edad de oro: consuelos de la ascidia.
No podemos sino asombrarnos del esplendor de la Biología pero, como el disolvente universal, ha de manejarse con cuidado para que no disuelva al frasco que lo contiene. En la Biología se encuentran figuras para todo: para el conservadurismo de la edad de oro en el pasado y para el progresismo de la edad de oro en el futuro o en el presente. Todo tiene su ejemplo. Pero el espectáculo de la vida es mucho más rico: ¿por qué un percebe es una langosta degenerada?, ¿quién es quién para decidir la línea de la vida?
La vida, la historia de la vida, es una historia dramática de muerte y supervivencia, pero sobre todo del don de haber existido, de estar aquí para contarlo y para poderlo contar a otros. El resto es idealismo.
Preparo un curso para mayores sobre evolucionismo y creacionismo y me encuentro con las pobres ascidias como ejemplos de presunta degeneración. Leo a la vez con pasión y cuidado el Gorgias, repasando los argumentos de Calicles y las respuestas de Sócrates, las demagogias de las mafias atenienses y los buenismos de Sócrates, y no encuentro ni progreso ni degeneración, sino una familiar canción que me suena mucho, sobre si podemos aprender o enseñar el sentido de la justicia. Veo a los griegos no más distantes que a los serbios o a los guatemaltecos. Iguales, diferentes, parte de un mismo espectáculo: la vida. Parte de una misma sociedad: la del espectáculo. Parte de lo que somos. Ni más ni menos.
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