He tardado más de un año en leer Deseo de ser punk de Belén Gopegui. Es una de las escritoras que más aprecio y respeto y me he dado tiempo para distanciarme de las usuales críticas que recibe su obra. Llevan mal los críticos sus discursos de izquierda radical. Se considera ya antiliterario sus abundantes alusiones y discursos anticapistalistas. Vaya, si tuviésemos que eliminar el didactismo de la literatura, no sé por qué no se meten en el saco también los rollos bienpensantes y políticamente correctos que nos sueltan escritores mejor tratados en los suplementos o los discursos pseudofilosóficos que adornan los más vanguardistas en sus novelas vanguardistas y, por qué no, también tanto texto prejuicioso de comentarista que te suelta un discurso político o antipolítico en vez de hablarte de la obra en cuestión. Lo que piense de los panfletos de Belén Gopegui es cosa mía, pero me irrita que a ella se la señale por un vicio general, en el que caen sobre todo los que creen haberse refugiado en la literatura pura.
En Deseo de ser punk experimenta un juego de ficción difícil, el de situar el punto de vista en la primera persona de una adolescente que pasa por un periodo de desorientación, expresado en la complicada relación que sostiene con el rock radical, metáfora de la complicada relación que sostiene con el resto del mundo, su familia en particular.
Belén Gopegui sigue realizando una cartografía de la psicología de la gente en nuestro marco económico y social capitalista, un cinturón que, según su punto de vista, estructura y condiciona las emociones y la afectividad en todas las relaciones humanas. Su tour de force es situarse en un punto de vista que para un adulto es posiblemente lo definitivamente otro: la etapa adolescente. Los adolescentes fueron tratados tantas veces en la tradición de la novela de aprendizaje, muchas veces con propósitos catecumenales, que cabría hacer un género del asunto. Pero Belén Gopegui intenta ser ella adolescente. Lo deja muy explícito su esfuerzo por encontrar un acuerdo aceptable entre un lenguaje adolescente disminuido, un mundo cerrado en las letras de las canciones, los paseos con amigas y los escarceos sentimentales y un impulso de visión general de las cosas. Se desdobla en tres personajes: el padre, el padre de la amiga, y la adolescente misma, como tres puntos de vista sobre el mundo, algo que se suele encontrar en sus novelas. El padre incapaz de entender a su hija e incapaz de entender la vida en el momento que ha quedado en paro. El padre de la amiga, muerto joven como corresponde a un buen rockero, que traza un hilo intergeneracional de rebeldía. La adolescente, que se descubre en contra, sin saber aún de qué. Así hila una novela que me interesa sobre todo por el esfuerzo de mirar desde donde no se puede mirar: el tiempo ido.
Es posible mirar, escribir, desde personajes otros en donde la distancia puede ser el género, la clase, la historia, la cultura, etc. Pero, ¿cómo escribir sobre el otro que fuimos sabiendo lo que sabemos? Es intentar ver el mundo borrando lo que hemos sido. Porque hemos sido adolescentes y hemos dejado de serlo. Porque el haber sido adolescentes nos ha marcado, pero el haber dejado de serlo nos ha marcado mucho más: es retirar las capas de identidad para hacer arqueología de un sujeto en ciernes. Hay una referencia en la novela a El extranjero de Camus (para mí también fue la lectura de mi adolescencia), pero Belén Gopegui debe estar pensando más bien en El hombre rebelde, en la arqueología camusiana de la rebelión contra lo real. Lo que ocurre es que debe buscar las claves en lo que se ha perdido por metamorfosis, como si la mariposa quisiera novelar su etapa de pupa en el capullo. Como quien traza un paisaje desde el fondo del mar, donde no se ve más allá de unos metros, pero sabe que el mundo es muy grande, y lo sabe porque ya ha recorrido muchas sendas.
Me ha enternecido la reivindicación del personaje contra la sociedad. Curiosamente, años atrás, cuando las cosas eran de otra forma, fue esa misma la reivindicación de muchos movimientos "jóvenes": dejadnos espacio.
"—Es una sola: locales para los adolescentes. No
bares ni cines. Sitios donde no haya que pagar. Locales
nuestros, como se supone que tienen los pijos que viven
en casas con garajes de sobra. O como los que se
okupan pero sin que nadie te eche después de un año.
Locales donde podamos juntarnos cuando nos parece
que todo es peor que lo peor y que lo único que esperan
de nosotros los adultos es que llegue un día en que
empecemos a vender y comprar todo. Como si no
importara que alguien se rompa, porque se supone que
habrá más. Cuando alguien se rompe, hay que
arreglarlo, ¿vale? Hay que dejar todo y ponerse a
arreglarlo. Pero, para eso, necesitamos sitios.
—¿A quién le haces esa demanda?
—A los adultos con poder. A vuestros jefes, a los
banqueros, a todos los cabrones que ni siquiera saben
que existimos, y también a todo el que pueda dar un
local para uso de adolescentes. Desde los quince a los
veinte, luego nos vamos y que vengan otros. "
Magnífica alusión a cómo y por qué debe criticarse a un escritor y sobretodo cómo no debe criticársele. Magnífico artículo también.
ResponderEliminarA los que "adolescemos" durante más tiempo de lo normal espero se nos entienda: algun@s creemos que perder esa función es como perder la función básica del sentimiento introspectivo; así, creemos que es bueno saber lo que nos duele o aquello de lo que carecemos para ponerle medio o re-medio. También es cierto que muchas personas se rompen más allá de la adolescencia y creo que es un derecho del ser humano replantearse su sentido de la existencia vital conforme va viviendo.
Con respecto a lo que es o no el tiempo perdido, permítame referirme a una de las viejas canciones del grupo "El último de la fila": yo pienso que nunca el tiempo es perdido.
Un saludo