Reflexiones en las fronteras de la cultura y la ciencia, la filosofía y la literatura, la melancolía y la esperanza
miércoles, 29 de septiembre de 2010
Espejos rotos
sábado, 25 de septiembre de 2010
El tiempo de los reyes
martes, 21 de septiembre de 2010
Más Basura(ma) por favor
Según todos los expertos la crisis económica española tiene su particular infierno en la burbuja de la construcción. Me niego a aceptarlo. En España faltan construcciones y constructores. Es verdad que sobran acumuladores de ladrillos, multitudes de especuladores que, en un horrísono ejercicio de vulgaridad y uniformidad, han llenado el paisaje de estridencias, farolas, granitos, a(c)osados, torres de apartamentos playeros, casas rurales,..., imaginarios de un país que se creyó rico cuando sólo era hortera.
viernes, 17 de septiembre de 2010
Espejos del sentido
con bosques inmensos y lagos tenebrosos,
con el eco de palabras tristes -
sábado, 11 de septiembre de 2010
Blues de la frontera
miércoles, 8 de septiembre de 2010
Contigo/conmigo en la distancia
- Sujeto/Objeto
- Voluntad / Representación
- Mente/Cuerpo
- Sustancia/Accidente
- Interno/ Externo
- Persona/Sociedad
- Naturaleza/Cultura
- Lenguaje/Mundo
- Autor / Texto
- Texto/Contexto
- Estado/Evento
- Evento/Narración
- Subjetividad / Objetividad
- Normatividad / Facticidad
- Inmanencia/Trascendencia
- Presencia/Ausencia
- Diferencia/Repetición
La ilusión de la posmodernidad ha sido creer que al abandonar las dicotomías metafísicas que crean la violencia manifiesta en nuestra cultura como en ninguna otra a lo largo de la historia se abandona la violencia. Pero su disolución es ideológica. La posmodernidad supera en la cabeza lo que no es capaz de superar en la realidad. ¿Cómo abandonar una metafísica violenta sin eliminar al mismo tiempo lo interesante de las dicotomías? Quizá haya una senda de negociación o reequilibración de las dicotomías que nos permita convivir con ellas y al tiempo sobrevivirlas. Es la de concebirlas como ejercicios de distancia. Las dicotomías pueden no tener significado metafísico y sin embargo operar como dispositivos de tensión constitutiva de la identidad. La distancia es una condición humana: la separación entre yo y otro puede ser dicotómica o puede ser un ejercicio de distancia, como la reflexión sobre sí, o la separación entre lo imaginario y lo real. La idea que preside la indagación en la identidad en la cultura contemporánea es que la condición humana es la del desacoplamiento y la distancia de sí como forma de existencia. La separación entre lo real y lo imaginario, entre el principio de deseo y el principio de realidad no es tanto una caída desde una unidad originaria como un desarrollo del cuerpo y del cerebro que tiene que ver con una condición de exilio que hace siempre presentes y actuantes los dos polos entre los que se mueve el pensamiento y la acción. El niño adquiere su condición de sujeto desacoplándose de sí mismo y de lo real, comenzando a distinguir entre realidad y apariencia. Comienza a desear al tiempo que comienza a distinguir lo real y lo imaginario. Comienza a tensar sus relaciones con el otro cuando empieza a entenderlo como subjetivamente distinto, y comienza a tener problemas de identidad cuando sus yoes se desacoplan entre las miradas propias y las ajenas. El ejercicio de la distancia como condición puede ser capturado por nuevas metáforas, quizá la más cercana sea la del exilio: expulsados de nosotros mismos, odiando y deseando a la vez la casa del padre, en la frontera entre lo conocido y lo imaginado, entre un pasado del que huimos y un futuro que tememos. El ser humano ingresa en la segunda naturaleza como el pionero en la frontera o el exiliado en su nueva dirección: sin abandonar nunca lo otro, sabiéndose extranjero de sí mismo. La distancia no abandona las dicotomías. Las gestiona como se gestiona la economía de sí: razones y emociones, mente y cuerpo, yo y otros, nosotros y ellos, realidad y representación, imaginario y real. La segunda naturaleza que constituye lo humano, y que a veces se confunde con el lenguaje y otras con la cultura o con cualquiera de sus realizaciones, es la naturaleza del desacoplamiento del en-sí y el para-sí, del sí mismo y del otro, del lenguaje y lo real, etc. Este desacoplamiento es una forma de existir. Quizá es el mensaje más importante de la filosofía de Sartre en El ser y la nada, el que vivir humanamente es vivir en la distancia, que el ser es existir en distancia, jugando siempre en el borde del autoengaño, del saberse de una naturaleza que no se acepta, del quererse en una imagen que se sabe imposible, del desear un deseo que se sabe impotente. Es el secreto que Hölderlin nos desvela
Así el hombre; cuando la dicha está a su alcance
y un dios en persona se la trae, no la reconoce.
Pero desde que sufre,
entonces sabe expresar lo que quiere,
y entonces las palabras justas
se abren como flores.
viernes, 3 de septiembre de 2010
Cada vez que decimos adiós
Abro el correo:
De: COMUNICACION INSTITUCIONAL UC3M <comunicacion.institucional@
Fecha: 3 de septiembre de 2010 14:56
Asunto: [todos] Fallecimiento del profesor José Luis Brea Cobo
Para: todos@listserv.uc3m.es
Lamentamos comunicar el fallecimiento de nuestro compañero, el profesor del Departamento Humanidades: Historia, Geografía y Arte, José Luis Brea Cobo.
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COMUNICACION INSTITUCIONAL UC3M
Mudas piedras derrumbadas, ciegas calles sin salida, dónde está la memoria de aquel fragor de banderas, la efervescencia de aquellos entusiasmos callejeros, la electricidad que cada grito de libertad exhalado por millares de gargantas ha hecho correr, como la sangre, a raudales, hacia ninguna parte.
Sueños desvanecidos, memorias vanas, qué queda ahora de aquellos entusiasmos sino la más tibia conmiseración, el arrepentimiento más lúgubre, la más penosa expiación quizás. Un torpe silencio enmudecido que pareciera pretender hacerse perdonar el haber apostado a límite, el haberlo intentado todo. Y la cínica entronización de la indiferencia, de la medianía, de esta feroz nueva barbarie del “nuevo orden”, de la tremenda pobreza que, además, soporta silenciada toda la sublevación que en los corazones salvajes despertara otrora su contemplación.
Y ahora, esa tenue pátina equilibrada que borra todo horizonte de riesgo, que liquida toda tentación transformadora en nombre de una razonabilidad mermada, como si la oferta de lo que hay, del mundo escindido, colmara toda expectativa legítima, como si de pronto lo ilegítimo fuera reclamar algo más, un más allá, un final -y, en él, un comienzo.
Y es entonces entre terrores entre lo que tenemos que elegir: el de soñar contra el de aceptar la villanía de lo real en su insuficiencia, el de experimentar en los límites contra el que nos produce el recuerdo terrible de las formas totalitarias de consolidación edificante en que la puesta en escena de tal soñar, tantas veces, ha desembocado.
Pero en esto se nota que amamos nuestro siglo, su profunda histeria: antes nos entregamos al vértigo de la inagotabilidad de sus sueños imposibles -explorándolos precisamente allí donde no se pretenden resolutivos, salvíficos- que cederíamos a la tentación de contentarnos con el tibio bienestar que de su renuncia y apartamiento se suceden.
Pues en ello, en estos últimos días, el silencioso fragor del sufrimiento sigue golpeando nuestros oídos por debajo de la conspiración de silencio que pretende cerrar el mundo en la modulación de un orden aparente. Pues a ese orden le sabemos cruel, aún más sanguinario y terrible en su implacable realidad que podría serlo cualquier experimento en el legítimo ejercicio del intento de revocarlo. De tal lado estamos. Y sí: mísero aquél proyecto que olvide que está aún muy lejos el horizonte que le legitima. Aquél remoto horizonte en que conoceríamos “la dicha que, semejante al sol de la tarde, hará don incesante de su riqueza inagotable para verterla en el mar, y que, como él, no se sentirá plenamente rico sino cuando el más pobre pescador reme con remos de oro. Esa dicha divina se llamaría entonces: humanidad”