- Sujeto/Objeto
- Voluntad / Representación
- Mente/Cuerpo
- Sustancia/Accidente
- Interno/ Externo
- Persona/Sociedad
- Naturaleza/Cultura
- Lenguaje/Mundo
- Autor / Texto
- Texto/Contexto
- Estado/Evento
- Evento/Narración
- Subjetividad / Objetividad
- Normatividad / Facticidad
- Inmanencia/Trascendencia
- Presencia/Ausencia
- Diferencia/Repetición
La ilusión de la posmodernidad ha sido creer que al abandonar las dicotomías metafísicas que crean la violencia manifiesta en nuestra cultura como en ninguna otra a lo largo de la historia se abandona la violencia. Pero su disolución es ideológica. La posmodernidad supera en la cabeza lo que no es capaz de superar en la realidad. ¿Cómo abandonar una metafísica violenta sin eliminar al mismo tiempo lo interesante de las dicotomías? Quizá haya una senda de negociación o reequilibración de las dicotomías que nos permita convivir con ellas y al tiempo sobrevivirlas. Es la de concebirlas como ejercicios de distancia. Las dicotomías pueden no tener significado metafísico y sin embargo operar como dispositivos de tensión constitutiva de la identidad. La distancia es una condición humana: la separación entre yo y otro puede ser dicotómica o puede ser un ejercicio de distancia, como la reflexión sobre sí, o la separación entre lo imaginario y lo real. La idea que preside la indagación en la identidad en la cultura contemporánea es que la condición humana es la del desacoplamiento y la distancia de sí como forma de existencia. La separación entre lo real y lo imaginario, entre el principio de deseo y el principio de realidad no es tanto una caída desde una unidad originaria como un desarrollo del cuerpo y del cerebro que tiene que ver con una condición de exilio que hace siempre presentes y actuantes los dos polos entre los que se mueve el pensamiento y la acción. El niño adquiere su condición de sujeto desacoplándose de sí mismo y de lo real, comenzando a distinguir entre realidad y apariencia. Comienza a desear al tiempo que comienza a distinguir lo real y lo imaginario. Comienza a tensar sus relaciones con el otro cuando empieza a entenderlo como subjetivamente distinto, y comienza a tener problemas de identidad cuando sus yoes se desacoplan entre las miradas propias y las ajenas. El ejercicio de la distancia como condición puede ser capturado por nuevas metáforas, quizá la más cercana sea la del exilio: expulsados de nosotros mismos, odiando y deseando a la vez la casa del padre, en la frontera entre lo conocido y lo imaginado, entre un pasado del que huimos y un futuro que tememos. El ser humano ingresa en la segunda naturaleza como el pionero en la frontera o el exiliado en su nueva dirección: sin abandonar nunca lo otro, sabiéndose extranjero de sí mismo. La distancia no abandona las dicotomías. Las gestiona como se gestiona la economía de sí: razones y emociones, mente y cuerpo, yo y otros, nosotros y ellos, realidad y representación, imaginario y real. La segunda naturaleza que constituye lo humano, y que a veces se confunde con el lenguaje y otras con la cultura o con cualquiera de sus realizaciones, es la naturaleza del desacoplamiento del en-sí y el para-sí, del sí mismo y del otro, del lenguaje y lo real, etc. Este desacoplamiento es una forma de existir. Quizá es el mensaje más importante de la filosofía de Sartre en El ser y la nada, el que vivir humanamente es vivir en la distancia, que el ser es existir en distancia, jugando siempre en el borde del autoengaño, del saberse de una naturaleza que no se acepta, del quererse en una imagen que se sabe imposible, del desear un deseo que se sabe impotente. Es el secreto que Hölderlin nos desvela
Así el hombre; cuando la dicha está a su alcance
y un dios en persona se la trae, no la reconoce.
Pero desde que sufre,
entonces sabe expresar lo que quiere,
y entonces las palabras justas
se abren como flores.
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