De repente, la primavera. Unos breves días de sol permiten escaparse a la sierra (la Sierra de Béjar, en este caso) a recorrer caminos de bosque (la nieve no invita a subir más). El agua que baja de los neveros convierte el paseo en puro rumor: gargantas, chorreras, arroyos, regatos, manantiales, escurrideras. Todo es agua. Y las flores primeras: narcisos, prímulas, violetas, espinos. Sólo hay que hacer el esfuerzo de caminar para sentir el placer de hacerlo. Te alejas un par de kilómetros de lo urbano y desaparece la multitud que inunda las calles del pueblo (Candelario, en este caso). Muy pocos se atreven a dejarse llevar por los caminos de herradura y por las sendas forestales que ascienden entre corrales de amiales ya perdidos y majadas en ruinas hasta los pinares. Como si el sucedáneo de vida rural en el que se han convertido los pueblos turísticos fuese suficiente para sentir lo diferente de la ciudad, como si esos pueblos no fuesen ya otra cosa que imaginarios de la ciudad.
Somos los humanos animales de experiencia. Tenemos experiencias, a diferencia de otros mamíferos que tienen sensaciones. Nuestras experiencias son inmersiones en el entorno guiadas por, y productoras de, significados. Transformamos el alimento en cocina, el movimiento en viaje, la reproducción en sexualidad, los afectos en emociones, el territorio en paisaje. La experiencia es a la vez un comienzo y un resultado. Se tiene experiencia porque se busca tener experiencia. Se enriquecen las experiencias con el esfuerzo de la acción significativa, como cuando hacemos que nuestra hambre espere a la experiencia de cocinar con cuidado, con tiempo, con amor a lo bien hecho. La experiencia de la experiencia comienza pronto, apenas avanzada la niñez que se comienza a convertir en pubertad: el preadolescente se convierte en adicto a las experiencias. Experiencias rápidas, intensas al comienzo y faltas de matices, pero experiencias. Si tiene paciencia, si su mundo se ilumina con la riqueza que la realidad ofrece, aprenderá a tener experiencias mucho más densas y llenas de dimensiones, abiertas a estratos de lo real que no sospechaba que existieran, como esas sendas que al comienzo parecen ser impracticables y al cabo de unos minutos nos llevan a una milagrosa cascada que se abre entre las lanchas. Si no tiene paciencia, como el turista ocasional, su vida quedará encerrada en la comida rápida, el sexo mecánico, la lectura de bestsellers, el viaje en todoterreno y su mundo se confundirá con la consola. Si no tiene paciencia seguirá siendo adolescente hasta que se jubile, o quizás entonces lo seguirá siendo aún más.
De repente, la primavera: un don de la experiencia que sólo pide un poco de esfuerzo y paciencia.
Acabo de llegar a su blog, a través del de Molinuevo.
ResponderEliminarY...
¡Qué bellísima entrada!
!La importancia de la paciencia! Ha sido una virtud venida a menos por la vertiginosidad de la vida cotidiana, por el "no tener tiempo" de este tiempo, que nos impide vivir el tiempo con la fuerza de la experincia. La paciencia que nos permite escapar sin correr, mirar la intensidad, sumergirnos en paz en los recovecos y ganar aprendizajes. Homenaje a la paciencia en un mundo demasiado inmerso en la prisa, en la sobre invasión de luces y sonidos. Apaguemos la luz eléctrica y miremos la noche con la luz de una vela: seguro veremos mejor!
ResponderEliminarMuchas ideas interesantes, importantes y necesarias. Y muy sugerente. You can never hold back Spring.
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