Avatares de la fisiología me han tenido apartado del blog, en el dique seco donde el pensamiento se estanca, así que tenía ya una cierta necesidad también fisiológica de volver a sentarme en mi cuarto propio conectado, ese lugar tan bien descrito por Remedios Zafra, y pensar ante, desde, en ... la pantalla. Pensar, hoy, en letra abierta, sobre ciertos déficits que nos aquejan. Déficits que parecen deberse a ciertas formas de ceguera que, no obstante, no sabemos diagnosticar con precisión. William Clifford, un matemático y filósofo inglés del siglo XIX, que debatió con William James sobre la ética de la creencia, aducía el ejemplo del naviero que fleta un barco de pasajeros en invierno, sabiendo que tiene ya necesidad de reparaciones urgentes y serias, rechazando la posibilidad de que una tormenta lo hunda en el Atlántico. Desgraciadamente ocurre y se pregunta Clifford si deberíamos llamar accidente a este naufragio o condenar al armador por no haber creído en la posibilidad y probabilidad del suceso a pesar de la evidencia. Sostiene Clifford que debemos creer todo y sólo aquello sobre lo que tengamos una evidencia suficiente. Pero James le contesta que, cuando está en juego algo muy importante, tal vez podamos creer o no dependiendo de lo que nos juguemos. Como la madre que se niega a creen que su hijo sea culpable a pesar de la evidencia o aquella persona que se niega a sospechar de la infidelidad de su pareja a pesar de que haya signos insidiosos.
Nos gustaría diagnosticar estas formas de ceguera en territorios bien definidos. Clifford nos diría que es una ceguera moral y que por ello merecemos una reprobación moral. James no lo tiene tan claro. Cuándo la ceguera es moral y cuándo epistémica es precisamente lo que está en la mesa de la controversia. Se distingue siempre a los talantes dogmáticos porque resuelven esta cuestión con una rapidez que no deja de asombrarme.
El problema duro viene porque el que la ceguera sea un déficit para manejar las evidencias, y por consiguiente epistémica, o un déficit para manejar los deseos y las emociones, y por consiguiente moral, depende no sólo de la evidencia en sí o de la emoción implicada sino del autoconocimiento que uno tenga de sus propias entrañas, y de la voluntad de conocer lo que nos está pasando.
El caso más interesante lo analizó Stanley Cavell en su maravilloso análisis de El Rey Lear: ¿cuál es la ceguera de Lear? Podemos situar la tragedia como una tragedia cognitiva: Lear se niega a aceptar las evidencias de que sus hijos y nueras van a traicionarle porque están poseídos por la hubris del poder y por ello rechaza las admoniciones de Cordelia. Pero podemos situar también la tragedia en que Lear se niega a aceptar que Cordelia le ama, que la única de sus hijos que le ama verdaderamente y que su amor es una fuente de verdad más certera que la del intelecto. ¿Está ciego Lear cognitiva o emocionalmente? Quizá la tragedia es precisamente nuestra incapacidad para responder con acierto a la pregunta.
no es que estemos ciegos es que no queremos ver.
ResponderEliminarVer requiere entrenamiento querido Anónimo.
ResponderEliminar¿Para cuándo dejar de usar la palabra "ceguera", que es un nombre de minusvalía, para designar vicios epistémicos y quizá también morales? Yo creía que usted, Broncano, tenía interés en evitar esta clase de deslices, aunque quizá no quepa evitarlos del todo y, en ese caso, mejor reconocer que el lenguaje está siempre más o menos corrupto y evitar tanta gazmoñería.
ResponderEliminarEl lenguaje debe marcarse unos objetivos referenciales y no ser vasallo de neuróticas moralidades.
ResponderEliminarCreo haber empleado la palabra "déficit", no "minusvalía". Yo padezco miopía, y lo considero un déficit, que tengo que corregir con gafas. Padezco una hipoacusia o sordera en las frecuencias altas, lo que me provoca una discapacidad para discriminar las palabras en las conversaciones, y tengo que corregir el déficit con audífonos. Pero no creo que valga menos que otros por ello.
ResponderEliminarEl no discriminar entre déficit y minusvalía es también un déficit semántico, no sé si me aceptará metafóricamente una miopía semántica.
Buenas tardes. Soy el anónimo de hace un rato. El de la minusvalía. Está muy bien respondida mi crítica, con inteligencia y con gracia. Qué le vamos a hacer, no va a llevar uno siempre razón. Gracias, Broncano.
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