sábado, 11 de febrero de 2012

El crepúsculo del sirviente

Mr. Stevens se ha sentado en el paseo de Little Compton a esperar el momento de que se iluminen las luces de colores del paseo marítimo. "La maravilla de Inglaterra", le han ensalzado las gentes del lugar. A su lado se sienta un paisano que pronto cala su profesión (también fue sirviente en una gran casa, aunque de menor categoría que la de mayordomo que enorgullece a Mr. Stevens). Fue un sirviente menor y decidió dejarlo para esperar el atardecer y disfrutar, ahora que se ha jubilado. No, Mr. Stevens piensa retirarse. Acaba de responder a Miss Kenton: "bueno, sea lo que sea lo que me espere, no será vaciedad. Habrá trabajo, trabajo y más trabajo". Así es el final de Lo que queda del día de Kazuo Ishiguro.
Hay pocas novelas que tengan como tema el autoengaño y menos aún que lo ilustren con maestría, dejando al lector inferir el estado del personaje sin darle lecciones de psicología de sillón. Este relato es una de estas pocas y en cierto modo una obra maestra de la narrativa contemporánea. Solo me molesta el que al releerla se interfieran las imágenes de la película que, aún siendo buena, nada tiene que ver con el experimento narrativo de Lo que queda del día. En primer lugar, está narrada en primera persona evitando no obstante el tostón fenomenológico al uso en la literatura contemporánea. Mr. Stevens cuenta lo que le pasa con austeridad y precisión y en ese relato el lector se desdobla, situándose por un lado en el punto de vista del relator y por otro en la realidad que está describiendo. Este desdoblamiento es el que nos permite inferir el colosal autoengaño que ha acompañado la carrera de Mr. Stevens. Pese a todo, simpatizamos con el personaje y le concedemos una dosis de compasión (la autocompasión, diría yo, que nos concedemos a nosotros mismos). En segundo lugar, y ésta no es una de sus menores virtudes, la novela es una sarcástica alegoría del sujeto moderno. Sujeto que profesa una "profesión" y ordena su vida por las virtudes constitutivas de tal institución. Mr. Stevens siempre ha buscado la "grandeza", una virtud que sólo unos cuantos mayordomos han llegado a tener. Unos cuantos que han logrado el dominio de la absoluta objetividad en los momentos más complicados de la vida doméstica en la que sirven. Que, además, han puesto al servicio de un "señor distinguido". Alguien, sostiene Mr. Stevens, no necesariamente  de noble de cuna, pero sí de objetivos y actos que conduzcan al "progreso de la humanidad".
La vida de Mr. Stevens, ordenada por esta búsqueda de grandeza le ha permitido servir con fidelidad a un señor que ya ha muerto y ahora a un segundo, un americano, que ha comprado la mansión con el mayordomo británico como parte del lote de antigüedad. Mr. Stevens ha sido testigo del ascenso y caída de su señor pero nunca tomó partido, ni quiso juzgar, ni siquiera se atrevió a deliberar. Cuando el ministro nazi manipuló a unos cuantos nobles ingleses para que apoyaran a Hitler e influyó poderosamente en la política de contemporización de Inglaterra. Nada hizo cuando su señor le ordenó despedir a las criadas judías. Ni siquiera subió a acompañar a su padre (a su vez un antiguo mayordomo) que fallecía en los cuartos de arriba porque la cena de los embajadores era lo primero. Tampoco reparó, no quiso reparar, en el afecto y amor de Miss Kenton, la otra sirvienta en jefe, quien abandona la casa al reparar en lo que está ocurriendo en ella. Mr. Stevens había logrado la grandeza del mayordomo y ahora no le quedaba por delante más que trabajo, trabajo y más trabajo.
He releído Lo que queda del día sabiendo que hablaba de todos los que hemos sido sirvientes de una casa a lo largo de muchos años y que ahora miramos de cerca el atardecer. Academias, profesiones, lugares de abstractas fidelidades a no menos abstractos valores, que impiden ver lo que ocurre, que impiden responder a cualquier vínculo humano que no sea un lazo de servidumbre.

2 comentarios:

  1. No es un comentario, pero ahí va: "There are many reasons which send men to the Poles, and the Intellectual Force uses them all. But the desire for knowldege for its own sake is the one which really counts and there is no field for the collection of knowledge which at the present time can be compared to the Antarctic.
    Exploration is the physical expression of the Intellectual Passion.
    And I tell you, if you have the desire for knowledge and the power to give it physical expression, go out and explore. (...) Some will tell you that you are mad, and nearly all will say, 'What is the use?' For we are a nation of shopkeepers, and no shopkeepers will look at research which does not promise him a financial return within a year. And so you will sledge nearly alone, but those with whom you sledge will not be shopkeepers: that is worth a good deal. If you march your Winter Journey you will have your reward, so long as all you want is a penguin's egg."

    The Worst Journey in the World, Aspley Cherry-Garrard, 1922

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  2. Muy bueno, me ha gustado mucho.

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