"En los ambientes profesionales nos hacemos desde hace años una pregunta, que en muchas reuniones ha sido nuestro tema de discusión: ¿Qué es un «gran» mayordomo? Todavía me parece escuchar el bullicio que organizábamos algunas noches en la sala del servicio, cuando conversábamos durante horas en torno a la chimenea sobre este tema. Y reparen en que si he dicho «qué es» y no «quién puede ser» un gran mayordomo, se debe a que nadie se atrevería a cuestionar seriamente los grandes nombres que en mi época podían recibir este apelativo.
[...] Y ahora permítanme manifestar lo siguiente: la «dignidad» de un mayordomo está profundamente relacionada con su capacidad de ser fiel a la profesión que representa. El mayordomo mediocre, ante la menor provocación, antepondrá su persona a la profesión. Para estos individuos ser mayordomo es como interpretar un papel, y al menor tropiezo o a la más mínima provocación dejan caer la máscara para mostrar al actor que llevan dentro. Los grandes mayordomos adquieren esta grandeza en virtud de su talento para vivir su profesión con todas sus consecuencias, y nunca les veremos tambalearse por acontecimientos externos, por sorprendentes, alarmantes o denigrantes que sean. Lucirán su profesionalidad como luce un traje un caballero respetable, es decir, nunca permitirán que las circunstancias o la canalla se lo quiten en público. Y se despojarán de su atuendo sólo cuando ellos así lo decidan y, en cualquier caso, nunca en medio de la gente. Como digo, es una cuestión de «dignidad»."Ishiguro escribió esta novela crepuscular como metáfora de la caída del Imperio Británico y todas sus iconografías: el culto a la distancia y la impasibilidad entre otras. Pero escribió también, quizá no inadvertidamente, un canto crepuscular a la decadencia de una forma de identidad, de un sujeto al que ya no lo que queda más horizonte que la noche.
Ese sujeto, que pasó su vida entera ciego a lo que ocurría a su alrededor, centrado en la tarea de alcanzar la dignidad de su profesión mientras se le escapa la corriente de la vida que sí mueve a los miembros de la servidumbre menos preocupados por la dignidad, en un mundo en el que el sueño del funcionario-sirviente ha desaparecido y ha sido sustituido por la precarización estructural, por el desvalimiento en manos de la "flexibilidad " de los mercados, deja entrever en su apatía las entretelas de su falta de consistencia, de su insensibilidad al mundo, del ridículo de sus ideales y, en este atardecer de la identidad burguesa, se sienta a esperar el futuro que le reserva el destino: como definía el viejo detective Philipe Marlowe, "triste, solitario y final".
La identidad moderna se ha constituido en torno a la profesionalidad, entendida como cumplimiento del deber. Para mí, quizás una simplificación, el mayordomo representa la pérdida de dignidad del ser humano en la ilusión de un sujeto autónomo que resulta ser una mónada solitaria.
ResponderEliminarDe cualquier manera las personas buscan referencias que entiendan, grupos con los que tengan sentidos compartidos sobre la vida. La mente necesita organización y más aún cuando uno es un profesional con holgura económica y tiene la mayoría de las necesidades cubiertas. Es el evitar las discordancias y los conflictos mentales el motivo que hace a un profesional buscar cobijo entre las personas con los que comparte objeto de trabajo. Esto, efectivamente, evita los conflictos y las elecciones, pero deja de lado un universo de otros sentidos posibles que puedan tener otras personas de otras profesiones distintas. En fin, es una postura de supervivencia y de degustar la vida y una forma de mantener el control sobre la vida de uno mismo
ResponderEliminarEn los ambientes profesionales, el alcanzar la "excelencia": ¿qué es ser un buen directivo?, puede dar sentido a la vida y el reconocimiento de ello también una íntima satisfacción.
ResponderEliminarAl final de la carrera la pregunta ya no es ¿qué es ser un buen..?, sino, ¿mereció la pena el esfuerzo? Un recuento de lo que te has ido dejando o no en el camino. La precarización subraya aún más lo efímero de una identidad construida sobre la idea de que tú decides cuando quitarte tu atuendo. Todo es prestado.