sábado, 16 de junio de 2012

Un hombre objeto

Quisiera ser un hombre objeto. Están muy devaluados los objetos desde que el viejo Kant clamase que el mal está en tratar a los otros como objetos, cuando lo único que realmente tratamos bien es a los objetos que nos constituyen. Rodeados de ellos, extendidos en ellos, nuestro cuerpo y nuestra mente se hacen con los objetos que limitan y amplían sus capacidades. A veces, incluso, como en todo, el abuso causa enfermedades, como ésta que llamamos "consumismo" que no es sino una adición a los objetos. La voluntad se convierte entonces en deseo puro y se pretende satisfacer lo que es insatisfacible. Como el drogata. Pero no deberíamos culpar a los objetos de nuestras debilidades y autoengaños. Georges Perec lo entendió mejor  que nadie. La vida: instrucciones de uso, una de las novelas imprescindibles del siglo pasado, es una historia de objetos,  un mapa de un viejo edificio que es un mapa del mundo que es una historia de gente. Son los objetos los que nos definen, los que nos atan y los que nos sueltan, los que nos hacen y deshacen. Cualquiera diría que no: que son los otros los que se encargan de estas cosas. Sí, cierto: pero lo consiguen cuando se han vuelto objetos para nosotros. En la escalada de relaciones intersubjetivas que llamamos "perspectiva de la segunda persona" el grado superior de intimidad se alcanza cuando el otro opaco ha dejado de serlo y se ha convertido en un objeto familiar. El viejo Kant, que tanto acierta cuando resbala y se contradice, define el ideal del amor como la libre disposición del cuerpo del otro. En la primera lectura uno se horroriza, ¿cómo es posible que el viejo dijera tal cosa? En la segunda, uno piensa que tal vez el viejo lo había pensado bien y por un momento se había vuelto materialista. Hay una clara ironía en esta forma de entender la intimidad tratando al otro como objeto, claro. Pero no tanta como parece: si entendemos los objetos como entornos que nos hacen, la libertad del otro no es un obstáculo sino una condición que nos concierne como nos conciernen otras propiedades de lo que nos constituye. Se piensa el sujeto como algo unitario, como si no se pudiera desdoblar en planos y secuencias cuasi-autónomas, y se piensan los objetos como meros instrumentos, no como entornos que nos hacen. Disgregando el sujeto, dando al medio el respeto que merece aquello que nos constituye, los otros, en tanto que forman parte de este medio, dejan de ser meros fantasmas intelectuales y se convierten en seres carnales, en objetos de un entorno ahora inteligente y reactivo a nuestras reacciones.

3 comentarios:

  1. Sin embargo...¿no es nuestra relación con el sujeto necesariamente distinta de nuestra relación con el objeto? Porque, bien pensado, sabemos que el sujeto que está ante nosotros puede hacer de nosotros su objeto, no así el objeto, que es ajeno a nuestra presencia. Dice Machado que "el ojo que ves no es ojo porque tú lo veas, es ojo porque te ve." Saludos

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  2. Tienes razón, claro. Pero ¿qué sujeto?,¿qué objeto? ¿acaso no pensamos mal ambos polos?

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  3. Los objetos son la categoría de cosas de "lo tenido", "la propiedad de"; semanticamente pertenecen a la categoría de lo poseido y aunque la intelectualidad lo haya peyorizado; hay quién prefiere tener mas estatus por ser identificado con su poseedor, que con su construcción personal como sujeto.

    Esto es, hay sujetos cuyo valor en el referente social es tan grande, que es él y todo cuanto posee.

    Esto es, hay sujetos cuyo valor aumenta en función al referente social del sujeto que lo posee.

    Esto es, hay sujetos cuyo valor y su poder se incrementan en función de su objetualización respecto a referentes sociales poderosos.

    El que media entre los dioses y los hombres, a veces se ha hecho llamar:"el cordero de Dios".

    La prostituta que obtiene los favores del rey, obtiene poder sobre quienes anhelan prosperar por méritos propios o según otras nobles reglas sociales.

    ...y eso...

    Ana la de la Carpetana.

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