El fascismo siempre se origina en una inversión causal: los efectos se convierten en causas. En el siglo XIX el racismo tomó la forma de una de estas inversiones causales. Se creía que las diferencias culturales, las desigualdades sociales y las distancias cognitivas se debían a ciertas causas ocultas de raíz biológica o "natural". Ciertamente, más tarde, se matizaron mucho estas creencias y el racismo biológico pasó a ser un racismo cultural, pero la inversión de efectos y causas siguió bajo otros formatos. Que las diferencias y desigualdades se expliquen por ciertos factores ocultos, que nunca se acaban de precisar demasiado, es una tentación que se sufre permanentemente.
He recordado esta parte negra de la historia contemporánea al hilo de la noticia que leo en los periódicos de que Antonio Muñoz Molina acaba de escribir un libro lamentando en un tono seco y amargo la complicidad generacional con la situación presente del país. Ayer por la tarde hacía una de las visitas periódicas a la librería para mirar las novedades, y me encontraba con una mesa entera de nuevos libros de urgencia que coincidían, o algo así, en títulos como "un país fracasado".
Siento ciertos escalofríos al leer esta literatura de lamento histórico en la que se culpa a "generaciones" o al país entero de situaciones de desigualdad y fracaso, como si acaso hubiésemos tenido algún plan común, o como si hubiese algo común que fuese la causa de nuestras miserias contemporáneas.
Son muchas las miradas que ahora vuelven a la Transición española a la democracia. Las dominantes son voces que tratan de afirmar que tal vez "nos equivocamos", con un "nos" inclusivo que parece anclarse en estratos profundos de la identidad.
Pero no fue así. La Transición fue, como tantas veces ha ocurrido, un cambio en las capas dominantes y un ascenso de nuevos estratos de la burguesía. Los periódicos americanos diagnosticaron bien lo que había ocurrido en 1982 con el ascenso del PSOE al poder: "unos jóvenes nacionalistas" llegan al gobierno. No fue solamente un control político. Otros jóvenes nacionalistas constituyeron una cultura hegemónica formada por un nacionalismo celebratorio, algo festivo, siempre formativo. Se explicó a la gente qué debían leer, comer, vestir, cómo debían follar y aparearse, qué música y qué formas de comportamiento correspondían a los nuevos tiempos. Hubo un cambio general en los intelectuales orgánicos. Periódicos como El País y El Mundo, cada uno a su modo, desarrollaron el aparato ideológico de los nuevos tiempos.
Y ahora se trata de explicar que una generación, un país, se equivocó. Pero no fue así. La Transición fue una reforma en las formas de desigualdad. Aparecieron voces que ocluyeron y callaron a otras. La gente que realmente se opuso al franquismo no tuvo mucha voz ni oportunidad en los nuevos tiempos. Las asociaciones de barrio, los comités de empresa, los movimientos de enseñantes, toda una inmensa red oculta que había sostenido la resistencia, fue ocultada definitivamente mediante una política activa de compras de dirigentes, que pasaron a ser concejales o miembros de partidos inexistentes hasta el 70 (el PSOE fue el caso más claro). Mucha gente estigmatizada, mucha gente en los márgenes, en los poderosos brazos de la droga, que se suministró con generosidad. Al final de la década de los años ochenta ya no quedaron sino jóvenes nacionalistas, cada vez menos jóvenes, cada vez más nacionalistas.
Se aduce ahora el fracaso de una generación, el fracaso de un país, se acude a algún pecado oculto de una esencia que nos contamina.
Digamos "NO". No tenemos nada en común.
Más que a una generación creo que se podría aludir a un camino intergeneracional, a un camino que han seguido varias generaciones, que les ha desviado del camino que seguían, que quizás era el correcto... así todos ellos han querido seguir el camino facil, el de asegurarse su futuro por encima del futuro de los demás, de las generaciones venideras... pero eso es algo que, a mi gusto, es antinatural... como saben los antropólogos e incluso los biólogos, las generaciones más mayores de una especie enseñan y se preocupan por las nuevas, es algo instintivo preocuparse por el futuro de los que vienen al mundo después de nosotros, y así lo vemos en el caso de quienes tienen hijos... resulta, sin embargo, dañino y antinatural construir el futuro de uno y de sus vástagos por encima del porvenir de las generaciones venideras... pero curiosamente eso es lo que ha pasado en este país
ResponderEliminarEn teoría: la biología nos enseña, mas allá de las desviaciones a la norma (raros siempre ha habido); que a las generaciones mayores solo les incumbe su gens. Poner a salvo a sus descendientes o incluso colocar a su prole en una situación de relativo privilegio, es lo mas común estadisticamente. Las escepciones no son norma. Por esto se invierte en enseñanza de manera privada, compitiendo con la construccion de los estados en enseñanza: para procurar distinguir, diferenciar a los que no por valor propio sino por sus avales familiares se colocaran en puestos de dominación en las generaciones subsecuentes.
ResponderEliminarEl liberalismo en sí (el neoliberalismo menos), es otra utopía: ¡No existe! es otra falacia. Por liberales que sean no mandaran a su hijo a una mina a picar, aunque no pase de un C.I. de doce.
Las grandes construcciones ideológicas del siglo XIX se me caen, ahora todas.
Ana la de la Carpetana.