Reflexiones en las fronteras de la cultura y la ciencia, la filosofía y la literatura, la melancolía y la esperanza
sábado, 12 de octubre de 2013
El poder del deseo
Objeto a una inteligente alumna en su trabajo fin de grado sobre "Hedonismo y posmodernismo" que quizá las persistentes críticas al consumismo oculten ciertas formas de elitismo y que la búsqueda de la felicidad (eso es el hedonismo) sea mucho más crítica que lo que parece. Me responde "Para mí la felicidad es un resultado, no un fin". Buena respuesta a la que ya no respondí por falta de tiempo y reflejos. Me quedé pensando y recordé el último libro de Coetzee, La infancia de Jesús, (no, no va de una versión del Evangelio de San Juan). Solo le he dado una primera y rápida lectura, pero tiene mucho que ver con la pregunta y la respuesta sobre la felicidad.
Es una novela extraña, en un paisaje desubicado, un mundo postapocalíptico en el que parecen haber desaparecido muchas cosas: el deseo, la historia, el pasado y el futuro. Un hombre y un niño, del que se ha hecho cargo por compasión, llegan a un campo de refugiados (en realidad un mundo de refugiados) en el que se habla español (que Coetzee haya elegido el español como lengua del apocalipsis me parece tan profundo como sorprendente). Allí son alojados y el hombre comienza un trabajo como estibador de un puerto al que llega (no se sabe de dónde) la ayuda en barcos de cereales. Es un tiempo de escasez y miseria, en donde sus habitantes se niegan a sí mismos el desear: desear buena comida, desear afectos, sexo, felicidad, futuro. Sugerente, misteriosa. La más kafkiana de las novelas de Coetzee.
Coetzee ha meditado mucho en sus novelas sobre el poder del deseo, particularmente en Desgracia. Sus mensajes son ambiguos y a veces incoherentes, pero aquí da la impresión de haber querido experimentar con un mundo en el que el deseo se ha desvanecido de manera que las mentes se adecuan a lo real sin pretender ya transformarlo. Pues ésa es la finalidad del deseo, querer que las cosas cambien para que sean como queremos que sean. Así que vuelvo a la pregunta sobre el hedonismo.
La Teoría Crítica (otro nombre para la ortodoxia de la Escuela de Frankfurt) siempre ha sospechado del deseo. Adorno y Horkheimer emprendieron una campaña contra la sociedad de consumo que ha sido múltiples veces repetida y que en muchos autores "posmodernos" se ha bautizado como una crítica a la "lógica del capitalismo tardío" (como si el capitalismo tuviera lógica, como si sus derivas pudieran ser descriptibles en forma de dinámicas temporales). En todo caso, el mensaje es siempre el mismo: donde antes se dominaba por la fuerza o por el control de los salarios ahora se realiza mediante el consumo y el control del deseo. Voces más recientes se alzan contra el capitalismo de las emociones y abogan por un gobierno de las emociones. Una y otra vez se ataca toda "estetización" de la existencia, repitiendo que en eso consiste el fascismo, en la "estetización" de la existencia. O sea: no consumir, no desear ni la felicidad ni la belleza.
Somos minoría los que discrepamos de esta tradición, aunque me alegro mucho estar en la compañía de Jacques Rancière en el rechazo al profundo elitismo culturalista de esta actitud, en apariencia, crítica. Es en el fondo y la forma el mismo mensaje de las religiones: "éste es un valle de lágrimas", "sed austeros", "perded el deseo para ganar el alma". Como si se exigiese que el disfrute y el arte estuviese reservado para mentes exquisitas y no para esa plebe que llena las barras de los bares. Entre quienes se revelaron contra esta forma de pensar está el exjesuita Michel de Certeau, a quien el mayo del 68 y Foucault le despertaron de su sueño. Becado por un proyecto gubernamental que le pedía que describiese la sociedad francesa del momento, se metió en las casas de los proletarios de Lyon y dio la vuelta completa al proyecto. Nos contó con detalle cómo comían, cómo bebían, como ordenaban su vida los obreros. Desarrolló el concepto de tácticas de resistencia, que encontraba en la mínimas ceremonias de abrir una botella de vino o acudir a la taberna a comentar la vida. Certeau miró donde los estreñidos intelectuales del momento no se atrevían a mirar: a la vida cotidiana de los de abajo, a sus estrategias y tácticas en las que se expresaba el poder del deseo.
Por desgracia, el capitalismo "postardío" que los posmodernos no supieron captar nos deja ver su cara estructural: el poder es siempre el poder de controlar el poder del deseo. El poder es siempre una distribución desigual de la felicidad y la belleza. No es el consumismo sino el consumo pensado para destruir: la comida rápida (cómo única solución para trabajos precarios, flexibles que corroen el carácter), la austeridad como evangelio, la desigualdad de los cuerpos y los placeres.
Estos días, Lampedusa (bello nombre de resonancias literarias: "que todo cambie para que todo siga igual") nos muestra el poder del deseo. Los bárbaros están a las puertas y no les importa jugarse la vida para comer, bailar, vivir. En la serie Treme se relata, en ficción, lo que son también tácticas de resistencia: el funky y la danza expresan la sublevación de un barrio destruido menos por el Katrina que por la política caníbal de la especulación. En la Plaza de Lavapiés (frágil reducto de bárbaros deseantes) la marihuana y la música africana abren la ventana a otra forma de ser y de vivir. Miles de precarios expresan allí de mil formas el poder del deseo y la astucia de sus tácticas.
Como Cavafis, como Coetzee, como Paul Lafargue (El derecho a la pereza), esperamos a los bárbaros para que haya una redistribución del deseo, de la belleza, de la felicidad. Quizá ya estamos en el campo infinito de refugiados donde hemos perdido la capacidad de imaginar. O al menos de imaginar impulsados por el deseo de otro mundo, de otra vida.
Al leer esta reflexión se me traslapo con imágenes de otro debate que teníamos al presentar resultados investigaciones de varias universidades púbicas, hace un par de años, sobre caracterizaciones de los jóvenes estudiantes universitarios y pre-universitarios y la gran queja extra-académica- era que NO estaban interesados en algo, en NADA -por supuesto, nadie se refería en ese punto del debate: a los contenidos y me sorprendía que la mayoría investigadores coincidían que los estudiantes eran seres no deseantes, ni siquiera aferrados al presente: Zombis, quizás mas cerca de la narrativa de la novela que nos relatas, sujetos sin presente, ni pasado, sin historia y familia, mucho menos tradición y memoria... sin deseos... eso me sorprendió tanto, que propuse hacer dispositivos de indagación de jóvenes dialogando con jóvenes, en este caso en torno a las anticipaciones de sus posibles futuros, ya que en mi experiencia de indagación, siempre han sido muy viva las narrativas y relatos como sujeto deseantes de los jóvenes escolarizados y no escolarizados ... y hace un par de semanas, nos volvimos encontrar otra vez, con la queja de que los estudiantes universitarios y pre-universitarios, que ha estas alturas, dos años más viejos nosotros, eran jóvenes un grado mas allá de zombis con música, que no queda claro si el único ruido que generan sus cuerpos es porque son retrasmisores de sus dispositivos digitales. Y otra vez el principal problema, es que son seres no deseantes, porque no desean estudiar, no desean estar en nuestras escuelas y lo más que sabido no desean aprender Nada, mucho menos ninguno de los contenidos que les queremos enseñar, ni estudiar nuestras profesiones, ni mucho menos ser adultos, por lo menos ser adulto como hoy lo pensamos... y ahí es cuando pregunte: ¿qué tan preocupados estamos en el bien del otro "nuestros estudiantes" que vivimos como cierto el espejismo de tenemos el "poder" de educar el deseo del otro, que nos hemos creído que si no desean nuestros deseos, no son deseantes?...esa es mi tarea, ahora mostrar cuál es la distancia entre no ser deseantes a deseantes de otras narrativas...incluso alguna ilegibles, incomodas e inenarrables para nosotros... pero no por ello, menos legitimas... así que es muy interesante conocer de las 20, 18, 15 horas de cotidianidad que al día no están en la escuela, para conocer lo que les anima, ocupa, les da intensidad y vida, lo que desean.. lo que desean de mundo...de vida...
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