Reflexiones en las fronteras de la cultura y la ciencia, la filosofía y la literatura, la melancolía y la esperanza
domingo, 29 de diciembre de 2013
Nada hay más invisible que un objeto
Sostiene Daniel Miller, el padre contemporáneo de la disciplina "cultura material" que los objetos adquieren más importancia a medida que dejan de ser percibidos. Coincide en ello con toda la corriente que se denomina la "mente extendida" en donde se postula un proceso de "in-corporación" o "en-carnación" de ciertos objetos para hacerlos parte de nuestro modo de existencia. Las gafas serían uno de los ejemplos más rápidos de evocar. Si de algún modo la filosofía consiste (también) en hacer visible lo invisible, la filosofía de la cultura debería ocuparse de traer al foro de la discusión las cosas que por ser invisibles no suelen ser objeto de examen, a pesar de su carácter constitutivo de nuestra forma de vida. A saber: las cosas mismas. "¡Vuelta a las cosas mismas!" se dice en filosofía más o menos cada cien años, pero el caso en que las cosas desaparecen y sólo se habla de ideas.
Suelo insistir mucho en la necesidad de esta vuelta a las cosas, de la vuelta de la mirada hacia la humildad de las cosas, y suelo recibir una sonrisa tan complaciente como distante de mis colegas. Como si pensaran lo mismo que el torero de Ortega cuando se presentó como filósofo: "hay gente pa tó". Así que esta cosa de la filosofía de la técnica, de la filosofía de los artefactos y de la cultura material se ve algo así como una filosofía de los juguetes, que no hace daño ni tiene la menor relevancia. Hay temas muchos más importantes que las cosas: las palabras, la memoria, etc. Y quizá lo que ocurre es que los pocos que vivimos en estos extrarradios no sabemos tampoco hacer visibles las cosas invisibles. He acudido muchas veces a la importancia que tuvo la escritura, como actividad material, en la conformación de la cultura humana, y de su manera de pensar, pero estos ejemplos ya están descontados (como dicen los economistas) y no se consideran dignos de revisión.
Hay varios otros ejemplos de la importancia de la cultura material en la cultura, pero espero que el ejemplo que propongo no suscite demasiadas controversias. Es un ejemplo de cosas invisibles, es decir de cosas de las que no se habla, de las que incluso es de mal tono hablar. A saber: el dinero. ¿Cuántas obras de filosofía se han dedicado a hablar de(l) dinero? Escasísimas y ya poco leídas. Por supuesto, el primer tomo de El Capital de Marx, pero Marx apenas es leído ya como filósofo de la cultura material (casi no es ya leído de hecho). El segundo caso, que querría reivindicar con el mayor entusiasmo es Filosofía del dinero de George Simmel. Es un ensayo largo (de más de seiscientas páginas, en la edición que tengo) donde Simmel hace verdadera filosofía del dinero como objeto.
Ha sido un ensayo apenas leído en filosofía aunque en su tiempo influyó en Max Weber, algo en Walter Benjamin y algo más en Georg Lukács. Quizá se le tenga más estima en sociología y un poco como caso curioso en historia del pensamiento económico. Pero casi nadie lo lee como un ensayo que inaugura la filosofía (y sociología) de la cultura, y aún menos como un ensayo imprescindible en filosofía de la técnica.
Después de Foucault, de Michael de Certeau, de Daniel Miller, estamos en condiciones de leer de otra forma a Simmel. Nos descubre cómo un artefacto como el dinero traza las bases enteras de una forma de cultura en la que vivimos. En la primera parte se dedica a hacer metafísica del artefacto dinero, de cómo se convierte en un medio universal de establecer valores, de cómo es un objeto que es algo más que una forma simbólica, de cómo es una herramienta y cómo son las herramientas, y cómo es un medio que se ha convertido en fin. La segunda parte se dedica a mostrar cómo ha cambiado la cultura humana (el tratamiento que hace de la mujer y el dinero merece ser releído desde el feminismo). Pero sobre todo el cómo la economía monetaria ha constituido la forma de sujeto solitario que termina valorando todo a través del medio-dinero. Es un ejemplo glorioso de mediación artefactual sin la que no se entiende la cultura contemporánea. Mucho más incisivo que El hombre unidimensional de Marcuse. Mucho más materialista.
Simmel nos descubre y desvela por qué los filósofos no hablan de dinero: porque el secreto del dinero es ser el intermedio representacional de toda forma de valor. Nadie quiere ser pillado en un ejercicio de materialismo. Me interesan muchísimo sus observaciones de cómo el dinero hace desaparecer el valor de la forma para convertir todo en materia. Y me ha recordado la anécdota (que creo haber leído en un viejo libro de Savater) sobre el torero (¿ Antonio Bienvenida?) que se quejaba de que los toreros jóvenes de su tiempo habían abandonado la costumbre de un banquete con copa y puro antes de la corrida, y se dedicaban a filetes a la plancha con ensaladita: "¡Ná, tó materialismo!" Y tenía razón. Pero la filosofía materialista debe comenzar por volver a la cosa misma y a mirar de cara (y no de reojo) al dinero y a cómo recrea las relaciones entre humanos y las relaciones entre humanos y artefactos. Las verdades del barquero son tan claras que están ocultas.
Buscando por Internet información sobre "laberintos" encontré su blog y me gustó el título. Luego, leí el artículo. De repente, empecé a recordar mis propios objetos. Mis colecciones involuntarias de objetos (objetos que me han ido reglando con el tiempo y que curiosamente siempre me dicen los que me los han regalado: lo vi y me acordé de ti. Y yo a la vez me pregunto si seré yo un objeto... De serlo, a veces creo que también soy invisible. Mientras iba leyendo (apartándome sin querer de la intención de su artículo) se me presentó la idea tan extendida actualmente del minimalismo. Los vacios. Los espacios casi vacios de objetos e incluso diría que de personas. A veces las personas pueden llegar a ser espacios vacíos y también objetos. Luego me tranquilicé. Me gustó su artículo. Volveré a leerlo porque lo del dinero es otra historia. No nos conocemos, pero el solo hecho de leer algo realmente interesante, me hizo escribirle este comentario. ¡Le deseo un feliz año! M. Pilar Martínez H.
ResponderEliminarMe has dado ganas de leerlo. Mi conocimiento de Simmel se reduce a una obra de Jankélévitch "G. Simmel, filósofo de la vida" que ya me dió ganas de leerlo. Creo que ahora ya va a ser inevitable que me lance.
ResponderEliminarGracias y salud.