domingo, 2 de febrero de 2014

Interrupciones y malentendidos


Decía el filósofo inglés de origen judeo-ruso Max Black que la mayoría de las ciencias comienzan por una metáfora y acaban en álgebra. Tenía razón. La metáfora es la base del pensamiento humano. Vivimos y pensamos en metáforas y solo más tarde las vamos afinando en forma de modelos matemáticos de la realidad. Las ciencias sociales, en su afán de parecerse a las ciencias naturales, impostando la voz y el ademán, suelen seguir el camino contrario. Comienzan con un aparato barroco de ecuaciones y, a medida que se va mostrando que son meros artificios, terminan descubriendo las metáforas con las que construimos la vida cotidiana. Cuando te ocupas de zonas de la vida como la  racionalidad y  la acción, y te has hartado de axiomas de consistencia, de juegos competitivos y superjuegos, terminas descubriendo lo misteriosa que es una conversación como metáfora de la vida en común. Ya lo postulóTüring: el único test de inteligencia es una conversación inteligente.

Una conversación entre gente normal muestra muy claramente que la fábrica última de nuestra intersubjetividad no puede ser pensada desde modelos egocéntricos e intelectualistas de los seres humanos, como si dos "cuasi-psicólogos" jugaran a interpretarse y predecirse mutuamente, como postulan tantas teorías simples de nuestra "psicología folk". La estructura básica de nuestra interacción  es siempre la de un drama, no la de un juego entre científicos en pequeñito. En un drama siempre hay un conflicto básico entre personas que ponen en común sus esperanzas, deseos y temores. Desde el niño que se angustia cuando no ve a la mamá a las complejas sinuosidades de los debates de adultos, el drama conforma el tejido de nuestra acción. Deseamos lo que el otro puede darnos o negarnos, aspiramos a que el otro nos entienda y reconozca. Cuando explicamos en clase, iniciamos un debate, preguntamos a alguien en la calle por una dirección o pedimos turno en la carnicería creamos una situación dramática en la que tratamos de desenvolvernos y resolver el conflicto inicial.

En el modelo conversacional se observa que el juego de interpretaciones y reinterpretaciones parte siempre de una actitud personal muy complicada de entender: el deseo de no ser malentendido. No hay gente más peligrosa que la que dice lo que piensa a bote pronto porque ser malentendido es lo que habitualmente ocurre en una conversación. Nuestras palabras aparentemente dicen lo que pensamos pero eso no significa que el otro entienda nuestros motivos, cuando lo normal es que ni siquiera uno mismo entienda los motivos de las palabras que acaba de soltar. Las malas experiencias que tenemos con los mails enviados en caliente nos muestran muy claramente la importancia de los malentendidos en el drama cotidiano. El malentendido prolonga y amplía el drama, lo extiende a la sospecha sobre la intención ajena y lo traslada a nuevos ámbitos de conflicto. El malentendido es la expresión clara de la dificultad que tiene reconocer al otro. Por eso nuestro principal temor es el de no ser malentendido. Es aquí donde se origina la llamada "teoría de la mente", o psicología espontánea de los humanos. Sortear malentendidos es lo que hacemos al conversar. A veces no lo logramos, y la conversación se vuelve un drama trágico. A veces los convertimos en juego, en "albureo", como ejercitan magistralmente los mejicanos, y aquello se transforma en una comedia divertida. A veces el malentendido se malentiende y todo deriva en furia y ruido. Un par de copas basta para desarmarnos de nuestros temores a ser malentendidos.

En el drama es también esencial la interrupción. Lo aprendí en el libro de Bonnie Honig que comentaba en la anterior entrada del blog. Al interrumpir al otro transformamos el espacio de interacción. Quien interrumpe hace saber al otro que tiene voz y que quiere ser escuchado, que la conversación no es un juego de monólogos por turnos. Cuando estás en clase notas el miedo a interrumpir de los alumnos y notas también tu desánimo y melancolía cuando al cabo de una hora nadie te ha interrumpido. Te has apoderado de un tiempo que no es tuyo y nadie ha reivindicado su propia voz en tu presencia. Te vas con la tristeza de quien ha querido conversar y solo ha encontrado silencio. El drama de una clase muestra cómo el conflicto se ha quedado irresuelto por la irrupción del poder del discurso. Nunca podrás saber los malentendidos que has generado. Que sabes múltiples,que sospechas peligrosos o ridículos, que temes persistentes e insolubles.

Que la acción humana sea drama explica (así lo explicó Aristóteles) que el teatro sea el mejor espejo de la acción, el lugar privilegiado para entender la racionalidad, mejor que cualquier libro de microeconomía o psicología cognitiva. Si volvemos una y otra vez a Antígona o a Otelo, el Moro de Venecia es porque hemos vivido múltiples veces y en múltiples escalas los dramas que allí se relatan, porque ponemos a prueba nuestra capacidad para sortear los malentendidos y las sospechas. El drama del mentiroso es la condena a un eterno malentendido, a una existencia que solo puede acabar en la falta de reconocimiento. Su aparente éxito en la manipulación de la mente ajena esconde un profundo fracaso conversacional. El drama de quien no interrumpe nunca no es menor. Será arrinconado en el espacio del discurso y su falta de voz, su incapacidad para resolver malentendidos terminará por ser malentendida.

Así lo cantaba Nina Simone: "Oh Lord!, don't let me be misunderstood" Ella sí sabía.

3 comentarios:

  1. Recomiendo la lectura del discurso de ingreso en la RAE de D. José Luis Gómez. Una lección de Teatro. Nomás.

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  2. Y yo la versión de la canción por Elvis Costello, sin perjuicio de celebrar juicio por haberse guiado por prejuicios a la hora de elaborar juicios...

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