Pues sí, he ido a ver el Noé de Aronofsky. Sigo los ritos de las películas bíblicas en Semana Santa, y en este caso, además, era obra de un autor al que sigo con interés (Pi, Cisne Negro), a pesar de, o quizás por, sus excesos místicos. La película tiene defectos si se ve como un producto dedicado a la fascinación por los efectos visuales, en la trayectoria del nuevo cine de Hollywood, y quizá también algunos narrativos, pero no me interesa ahora una crítica del filme para la que no estoy bien preparado, sino un examen del contenido del guión.
Aronofsy ha resuelto hacer un ejercicio de cuento post-apocalíptico. Interpreta el Diluvio en clave contemporánea nada implícita como resultado de alguna suerte de cambio climático producido por una civilización depredadora que ha desertizado el planeta. Los hijos de Caín, dirigidos por Tubal Caín, se enfrentan a Noé y su familia, quienes sobreviven en un mundo empobrecido y, en un momento de acoso, acuden a su ancestro Matusalén, un chamán que hace beber a Noé una poción alucinógena bajo cuyos efectos sueña con la cercanía del diluvio que habrá de acabar con la especie humana. Hay una parafernalia de seres raros, los Vigilantes, una especie de rocas vivientes que se suponen restos de ángeles caídos, pero todo eso tiene que ver con los efectos visuales y no viene mucho a cuento.
He visto la película como un drama shakespeariano en donde se presenta un conflicto muy contemporáneo entre dos antihumanismos: Noé representa el antihumanismo del fundamentalismo ecologista que prefiere el castigo universal para la especie humana y su justa desaparición por haber destruido la armonía primigenia de la naturaleza (en la película, eso es el Paraíso, una naturaleza en armonía). Tubal Caín representa el antihumanismo de quienes creen que la violencia es la demostración de que los humanos pueden enfrentarse al destino y ejercer su voluntad. La cultura que representa Tubal Caín puede ser leída como una especie de situación original al modo rawlsiano, cuando se han hundido todas las instituciones y normas (una interpretación postapocalíptica que inició la serie Mad Max y continúa hasta The Road de Cormac McCarthy), pero puede ser leída (así lo he hecho yo, y creo que también Aronofsky), como todo lo contrario, como una muestra de lo que es la sociedad en su funcionamiento real, un sistema basado en la violencia: contra sí misma, contra la naturaleza.
Aronofsky da por supuesto que el apocalipsis ya ha ocurrido y que lo que nos toca decidir a los espectadores, o a los que sobrevivimos a él o en él es tomar uno de los dos rumbos posibles, su continuidad (Caín) o su resolución catastrófica (Noé). Aronofsky no oculta su pesimismo absoluto y si no le faltase el humor seguramente sería un filme apreciado por Zizek y sus seguidores apocalípticos no-melancólicos.
El interés del discurso, sin embargo, está en los matices que introducen los personajes secundarios que representan, en primer lugar, el chamán, Matusalén , en segundo lugar, Naameh, la mujer de Noé y en tercer lugar, Cam, el hijo de Noé . El otro hijo de Noé, Set, es otro añadido hollywoodense que es traído a cuento como el objeto sobre el que deben deliberar los otros personajes a causa de su matrimonio con Ila del que resultan dos hijas.
La estructura de la tragedia se manifiesta así en tres niveles: el mítico, en una versión libre de la historia bíblica, el del conflicto principal que representan las dos actitudes y que se ven, a su vez confrontadas por la visión de Naameh y Cam, y el metaobjeto del conflicto que es el de la decisión sobre el futuro de las dos niñas.
Matusalén es un personaje muy interesante y shakesperiano (una suerte de Calibán en La Tempestad, una obra con la que tiene mucho contacto el Noé de Aronofsky). Es el personaje que introduce la indeterminación y el misterio de las decisiones humanas. Su presentación como chamán me parece perfecta. Un griego lo hubiera considerado un oráculo de mensajes que pueden ser malentendidos, al modo de Edipo. Un magnífico elemento dramático y metafísico. Naameh aporta la mirada femenina en una explícita alusión al principio de natalidad de Arendt y Cam simboliza la mirada, ahora sí humanista trágica, de quien se sitúa en un mundo más complejo que el que representan los fundamentalismos de sus mayores. Cam está dirigido por el deseo: quiere y necesita una compañera, lo que le aleja de Noé, embarcado en una empresa de pureza y purificación radical, y, por otra parte, admite que la violencia puede ser una de las opciones posibles en ciertas circunstancias, lo que le aproxima peligrosamente a los caínes, que aprovechan su distancia de Noé. La tragedia real, pues, se traslada desde el enfrentamiento entre dos formas apocalípticas al conflicto interno de Naameh y Cam, que son quienes tienen una visión más lúcida de lo que está en juego: la supervivencia de todo aquello valioso que ninguno de los fundamentalistas es capaz de entrever, y que es lo que justifica la existencia humana en la tierra.
Por supuesto que el filme acaba bien, decidiéndose por Naameh y Cam, pero esto es lo de menos (los finales felices son parte imprescindible de la cultura de masas), lo central es que la tragedia tripartita entre apocalípticos e integrados está bastante bien diseñada y capta un elemento central del milenarismo contemporáneo. Porque esto entraña la historia, una manifestación del nuevo milenarismo sin el que no es posible entender muchas claves de la cultura contemporánea y de las metafísicas que subyacen a ella. Una buena parte de la fascinación que ejercen algunos filósofos del día se explica por este aura milenarista que les cubre. No es Zizek quien ha dado altura intelectual a Matrix, sino Matrix la que ha dado significado al deslavazado discurso del esloveno, y lo mismo podríamos decir con la imaginería de los campos de concentración y las profecías de Agamben.
En todo caso, Noé es, con sus defectos, una buena manifestación de los conflictos básicos que constituyen nuestra forma cultural presente y una buena construcción trágica. Al fin y al cabo la tragedia sigue representando el ritual de conjura de nuestros miedos.
Que bien, por fin me encuentro una reseña razonable; gracias por tu publicación :)
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