Reflexiones en las fronteras de la cultura y la ciencia, la filosofía y la literatura, la melancolía y la esperanza
viernes, 5 de junio de 2015
Levantar la voz
No hay duda de que un fantasma recorre el mundo desde hace un poco más de una década: vuelve la política a los lugares de los que se había ido. No sé muy bien cuál fue la secuencia ni las relaciones causales: los movimientos altermundistas, los indigenismos y populismos latinoamericanos, la conmoción china de Tiananmen, los levantamientos democráticos del Mediterráneo árabe, los movimientos Occupy, Grecia, España, y sus resonancias en Europa.Y con la política vuelve el problema de la voz: quién habla, dónde, a quién, en qué lengua y con qué palabras.
En el tiempo de la despolitización, digamos las décadas que van desde la ola neoconservadora de mediados de los setenta hasta Seattle, 2000, los llamados "movimientos sociales" fueron los que mantuvieron la resistencia encontrando debates políticos allí donde parecía que sólo había relaciones sociales "naturales". El feminismo y adláteres, el ecologismo, los procesos descolonizadores, han sido algunos de los grandes movimientos que han contribuido más a cambiar el mundo, en el sentido profundo de cambiar las actitudes y conciencias, las agendas políticas, las normas y derechos. En el sentido que hablaba Raymond Williams de una larga revolución cultural: en estos cuarenta años se ha producido una revolución cultural que no siempre ha sido notada por los viejos lenguajes y voces de la política.
Escuchaba el otro día la entrevista de Pablo Iglesias a Antonio Negri y leía a Luciana Cadahia, una amiga de FaceBook que se quejaba con razón de los puntos ciegos que mostraba Negri al pensar sobre el significado de los cambios en América Latina. La inteligencia analítica de Negri puede entender el imperio y las dinámicas globales pero perder de vista, y sobre todo de oído, las voces que no suenan en los ámbitos políticos (Antonio Negri oponía el europeísmo a un supuesto nacionalismo de los pueblos latinoamericanos que no habrían logrado construir una perspectiva común). Porque la política, en tanto que trata de convertir lo plural en acción, puede perder voces, matices, situaciones, gente, y creer que el discurso que suena en su círculo cultural lo abarca todo.
La vuelta de la política, y con ello del discurso agónico, crítico, disonante, tenso, pesado, lento, pero también entusiasta, esperanzado, imaginativo, movilizador, exige un esfuerzo en la voz que no se había planteado antes. Si algo se ha perdido, por suerte, son las masas. Las masas, la vieja institución de la izquierda, tenía una forma de voz unidireccional, impostada, ordenada por la altura y el altavoz, organizada en la vanguardia. La vieja multitud, también, tenía sus rumores, voces, gritos, pero no es fácil convertir una multitud en un sujeto político sin construir un sistema de hablar, escuchar, decidir.
El problema es, como siempre, de sentidos y significados. Los viejos vocablos, también los nuevos, muchas veces convertidos en jergas de activistas, son barreras que hacen inaudibles las voces de los que tienen algo que decir pero nadie les ha escuchado desde hace décadas. Decimos "los de abajo", como si allí todo fuese lo mismo, como si mirando desde arriba y repitiendo el adjetivo ya se sintiesen oídos. Pero no. Escuchar es lento, cansino, aburrido. Y sin embargo dar la palabra es un acto político transformador irreversible. Si una generación, dos, varias, toman la palabra, ya nada será igual.
Organizar el guirigai de voces en un debate exige un esfuerzo de oído que no es pura traducción de las jergas políticas al "lenguaje de la calle", sino algo mucho más profundo: aprender a escuchar los matices de quienes no han tenido voz y solo tienen quejas y ahora tienen que tomar la palabra. Es lento. Pero es irreversible.
Los nuevos movimientos que con humildad se consideran instrumentos y no vanguardias, que no se autoconstituyen como representantes natos sino como correderas circunstanciales, se encuentran ante este problema de organizar la conversión de lo diverso en acción, y por ello ante el peligro de perder oido. El cambio cultural nos ha dado muchos significados comunes que hay que encontrar en una diversidad de voces y vocablos que han quedado dispersos en el tiempo de la despolitización. No todos los problemas son cuestiones de poder, también lo son de oído. Sobre todo de quienes apenas son capaces de decir lo que les pasa, o lo hacen de forma distorsionada, con gritos, o con cantos y chistes porque no encuentran otra forma de levantar la voz.
Las masas se han perdido en esta nueva política, ¡me gusta! lo que dices y lo que ha sucedido. Pero me da miedo que la vieja política y los viejos títeres políticos, es decir sus amos, traten de no perderlas a toda costa, las necesitan para sobrevivir.
ResponderEliminarLos nuevos políticos, en efecto, han de ser analistas pacientes e interpretar. Mejor, han de catalizar la voz de quienes no saben hablar.