Reflexiones en las fronteras de la cultura y la ciencia, la filosofía y la literatura, la melancolía y la esperanza
domingo, 29 de mayo de 2016
Lectura transversal
Quienes viven de y en un medio intelectual a veces sufren una suerte de amnesia profesional, la del olvido de la lectura. No me refiero a que no lean, todo lo contrario, sino a que han olvidado cómo era leer por el puro placer de hacerlo. La lectura se convierte en un hábito más de las habilidades de su trabajo y la palabra escrita en una suerte de materia de investigación, desafío intelectivo y la antigua curiosidad y el placer se transmutan en disciplina de la disciplina. No a todo el mundo le ocurre, claro. Estoy leyendo un magnífico libro donde te enseñan a todo lo contrario, a recuperar la forma de leer del "lector común". Me refiero a Lo que Borges le enseñó a Cervantes, de Darío Villanueva, Ricardo Domínguez y Haun Saussy. Es una introducción a la literatura comparada, una disciplina que siempre está en crisis y de la que se ha declarado muchas veces su muerte (con la consiguiente disolución de muchos departamentos que la practican). Este libro se toma con ironía el estado de mortalidad y se aplica a enseñarnos los arcanos y rudimentos de la materia. Para ser un manual, uno lo lee con el placer de una obra de ficción, absolutamente entregado a la curiosidad.
Comienza recordando al personaje Persee McGarrigle, de El mundo es un pañuelo, la divertida sátira del mundo académico de David Lodge, un joven estudiante a quien un catedrático le pregunta sobre el tema de su tesis: "sobre la influencia de T.S. Eliot en Shakespeare", dice, a lo que el profesor responde con una carcajada. De ignorante, claro, porque el chico estaba realizando el ejercicio de descubrir cuánto hay de Eliot en las lecturas que se hagan de Shakespeare. El mismo ejercicio que Borges describió en Pierre Menard, autor del Quijote, un texto que inaugura lo que más tarde sería llamada posmodernidad. Porque es Borges quien nos enseñó en este texto y en Kafka y sus precursores que cada autor recrea tanto el pasado como el futuro, y se convierte en un punto luminoso que hace visibles los rincones de muchas otras obras, que, a su vez ayudan a entender las propias. Esta intuición en la que ha originado esa disciplina mágica de la literatura comparada. Los críticos, y quizá la más ácida de todas haya sido Gayatri Spivak, señalan que la comparación de grandes obras al final olvida literaturas y lenguas otras, y a veces culturas enteras. Tiene razón, pero eso no implica la muerte de la disciplina sino su resurrección metamorfoseada en mariposa.
Pues tal vez no sea una locura pensar que quizá sea cierto que la muerte de la literatura comparada ya ha ocurrido, pero que también lo ha sido su resurrección en nuevas modalidades en las que ya no solo se comparan las obras de "literatura" de nuestra cultura occidental, sino literaturas enteras, o textos transdisciplinares e incluso literatura y otras modalidades culturales de la imagen: la pintura, el cine, etcétera. Es decir, que su resurrección equivaldría a darle una nueva vida a las humanidades tan decaídas últimamente, entre las presiones de la sociedad del éxito económico y la irrelevancia de los academicismos. Por ejemplo, me habría gustado dirigir un trabajo sobre "La influencia de Batman sobre El Quijote" si no fuera porque nuestro brillantísimo alumno Jaime Infante ya ha hecho algo parecido usando la mejor sabiduría de la filosofía y la literatura contemporánea.
Los defensores del viejo sistema académico suelen responderme cuando hago en público alguna consideración como la anterior ocasionalmente con una carcajada profesoral y la mayoría de las veces moviendo la cabeza en silencio y compadeciéndose por mi decadencia intelectual. Ahora bien, cuando uno ha afinado estas formas de leer y mirar con ojos comparadores, no es raro que muchos ejercicios académicos que uno lee o escucha se manifiesten como ejercicios ocultos (o explícitos) de anacronismos comparativos disfrazados de "competencia" filológica o filosófica. Así, me ocurrió el otro día, en una mesa redonda a la que había sido invitado, que escuché una enjundiosa ponencia (no sé por qué las llaman mesas redondas) sobre la concepción de la democracia en Aristóteles tal como la desarrolla en la Política. La persona era representante de la más ortodoxa y disciplinada formación filosófica, que, desde el Romanticismo, obliga al conocimiento del latín y griego y a la continua referencia a Platón y Aristóteles para apoyar cualquier argumento. Aquí no había argumento sino relectura de la Política. Y hubo también lectura: pausada, con la prosopopeya de quien se sabe dueño del discurso académico y se dirige a iguales. Miraba al auditorio, formado por colegas que escuchaban con un talante absorto y caviloso como reconociendo en aquella prosodia la autoridad de quien está desvelando profundas lecciones sobre Aristóteles. Yo en particular me estaba divirtiendo y asombrando con aquél ejercicio descarado de uso político de Aristóteles para desarrollar una crítica a las propuestas actuales de democracia radical. Así, iba desenvolviendo las virtudes de una mesocracia de seres deliberativos, que dejaban a un lado a los oligarcas y al otro a una plebe deseante y gritona que no es capaz de captar el bien común. Me estaba diciendo a mí mismo, ¡joer, qué buen texto para ser titulado "La influencia de Ciudadanos sobre Aristóteles"! Porque aquello era un simple y lamentable uso de la competencia filológica para una exposición barata de filosofía anti "populista" o algo similar. Pero, ¿quién osaba contradecir a Aristóteles? y menos ante un público tan sesudo.
Yo, la verdad, como no soy más que un lector común de Aristóteles, acudo a él con frecuencia porque me encanta su cinismo y sentido común. Como le ocurría a Marx, uno encuentra en él una forma descarnada de no diferenciar política y economía y de unir el discurso con los intereses materiales. Pero no intentaría encontrar en él lecciones sobre la democracia contemporánea, y si lo hiciera, como lo hizo Castoriadis, y tanta otra gente, lo diría abiertamente: vamos a Grecia porque no nos gusta lo que vemos y, desde luego no me escudaría en la filología para ocultar una lectura explícitamente contemporánea. Pues no es raro que la Grecia o Roma clásicas se conviertan en una forma de ucronía donde revolvemos para encontrar materiales reutilizables. En el 18 Brumario ya decía Marx que en cada tiempo todos se envuelven en los ropajes de Grecia o Roma para ocultar sus vergüenzas contemporáneas.
Pero esa libertad es la que nos da y nos propone esta forma resucitada de leer comparativamente textos e imágenes sin prejuicios disciplinares. Las humanidades recobran así los ojos a la vez ingenuos y sofisticados de quien se deja llevar por una nueva globalización que atraviesa las culturas en los espacios y los tiempos, que, como la memoria RAM de nuestros sistemas de acceso a la información, hace presentes de manera aleatoria, sorprendente, iluminadora, las conexiones más distantes e improbables. Si el texto del que hablo, hubiese reconocido abiertamente que estaba comparando los editoriales de El País con la Política de Aristóteles, todo habría ido estupendamente. Al fin y al cabo tienen muchas concomitancias. Como también las tienen Django Unchained de Tarantino con las meditaciones que en la misma Política hace Aristóteles sobre la esclavitud. Por si a alguien le interesa, el título "La influencia de Tarantino sobre Aristóteles" está libre.
domingo, 22 de mayo de 2016
Del azar y el acaecimiento
La verdad , el Tiempo y la Historia Francisco de Goya
Las casualidades me llevan a leer en los dos últimos días dos textos muy distintos en los que el azar deviene en el tema nuclear. Uno es el relato de Heinrich von Kleist Michael Kohlhaas, el otro es el ensayo de Nicholas Bourriaud La exforma. Kohlhaas es la recreación de un personaje histórico alemán, el comerciante Hans Kohlhase, quien se enfrentó a la nobleza reclamando justicia por dos caballos que le había robado un terrateniente. Von Kleist convierte este caso en una meditación sobre la voluntad, la tenacidad y la poderosa fuerza del azar, es decir, sobre la misma estofa de la que está hecha la vida humana. El ensayo del francés aprovecha el autorrelato de Althusser tras el femicidio de su esposa El porvenir es largo, donde reclama no estar loco para poder defenderse, para reflexionar sobre locura y filosofía. Desde ahí, Bourriaud medita sobre la filosofía de la historia de Althusser y, en general, sobre el azar y el destino.
El texto de Bourriaud no está exento de ironía. Nos presenta la contradicción de Althusser, quien no creía en el papel de la subjetividad en la historia (que discurre entre el azar (tomaba el clinamen de los atomistas como modelo de indeterminismo) y los poderosos recursos del Estado que configuran y crean las mismas subjetividades) y la triste condición psicológica de Althusser, quien, tras haber estrangulado a su mujer trata de buscar una defensa en su historia personal y dar razones de su drama. El texto de Althusser le recuerda a Bourriaud la película de Bryan Singer, Sospechosos habituales, construida como un flashback en la que el personaje que encarna Kevin Spacey, un ser medio cobarde y disminuído, relata a la policía una serie de muertes debidas a un implacable asesino: Keyzer Sozé. Al terminar el relato, la policía deja en libertad al sospechoso, quien al doblar la esquina se recobra su figura contrahecha, mientras el comisario cae en la cuenta de que aquél ser débil no era otro que el furioso Kayzer Sozé. ¿Acaso no es Althusser un ejemplo vivo de su misma teoría conspiratoria, y sus memorias, al modo de los replicantes de Blade Runner, no más que recuerdos implantados por la máquina causal del azar y la necesidad?
Las dos historias convergen en su aparente infinita contradicción: Kohlhaas está imbuido de una furia justiciera que le lleva a la pérdida de su mujer, de sus bienes y a conducir una revuelta que hoy habría sido calificada como terrorismo. Sus acciones no tienen más plan que el de la búsqueda de la justicia, pero las contingencias van provocando una escalada violenta que pone a Alemania al borde de una revolución contra los junkers y los grandes electores. Al final consigue una justicia formal al precio de aceptar el precio de su vida como castigo. El relato hizo las delicias de Kakfa y sin duda es un precedente de El proceso en esa absurda combinación de terquedad y casualidades. Althusser, quien toda su vida había sufrido graves depresiones y mantenía una relación de odio-sumisión a un padre autoritario, quien había estigmatizado sus angustias con una teoría deteminista del sujeto y de la historia, intenta buscar con desesperación razones allí donde sabe que no había otra cosa que causas. Kafka es sin duda aquí un precedente de Althusser en la historia personal (recordemos su Carta al padre). Me atrevería a sugerir que la filosofía de Althusser ganaría mucho leyéndola como una continuación de la obra de Kafka, y que la obra de Kafka se ilumina con la desesperada concepción de la historia de Althusser.
En la convergencia improbable de estos dos textos resuenan los versos de Silvio Rodríguez:
Cuando acabe este verso que canto
Yo no sé, yo no sé, madre mía
Si me espera la paz o el espanto;
Si el ahora o si el todavía.
Pues las causas me andan cercando
Cotidianas, invisibles.
Y el azar se me viene enredando
Poderoso, invencible.
Hay cuestiones sobre el sujeto, la agencia y la moral implicadas en el entrecruce de los dos relatos, pero está de fondo también y sobre todo el final de las filosofías de la historia como horizonte sobre el que los filósofos de la modernidad construyeron su profesión. Al final, su trabajo parecía orientarse a entrever y entender el destino de la humanidad y del sujeto. Recientemente, filósofos que me son cercanos como Manuel Cruz y Antonio Gómez Ramos, han reflexionado sobre este fin de la filosofía de la historia, nos han advertido sobre y contra los malos usos de la memoria y han reivindicado algo así como una post-filosofía de la historia de carácter liberal, como un territorio en el que hay que admitir múltiples memorias. En cierta forma son productos escépticos de la invasión de la contingencia y el azar en el plano del pensamiento sobre lo histórico. Algo así como una confesión definitiva de derrota.
Es cierto que la radical contingencia, historicidad y arbitrariedad de los procesos impide definitivamente el trazar mapas o planes de desarrollo histórico. Ese sueño hegeliano está bien enterrado tanto por el marxismo althusseriano como por el neoliberalismo popperiano (también es curiosa la convergencia de opuestos). Pero hay alternativas que no quedan excluidas en esta desolada conciencia de la contingencia causal y azarosa. Borriaud lo insinúa recordando la tesis de Borges según la cual las grandes obras crean sus precursores: "El hecho es que cada escritor crea sus precursores. Su labor modifica nuestra concepción delpasado, como ha de modificar el futuro. En esta correlación nada importa la identidad o la pluralidad de los hombres. El primer Kafka de Betrachtung es menos precursos del Kafka de los mitos sombríos y de las instituciones atroces que Browning o Lord Dunsany ("Kafka y sus predecesores", en Otras inquisiciones, 1952).
La sugerencia que Borges insinúa adquiere profundidad metafísica cuando la extendemos de la escritura a la agencia, a la praxis, a la producción de acontecimientos: la fragilidad humana sería entonces una estepa ilimitada de hechos que es continuamente reconfigurada por la acción presente que, a la vez, crea su pasado y su futuro. Todo acontecimiento crea sus propios precursores. "Pero, -alguien se preguntará- ¡ese es el escenario infernal de 1984: el Partido recrea continuamente el lenguaje y la historia!". Sí, es cierto. Y ese abominable horizonte es el que nos hace temblar. De hecho es el que constituye parte de la filosofía de la historia de Benjamin:
Articular históricamente lo pasado no significa conocerlo «tal y como verdaderamente ha sido». Significa adueñarse de un recuerdo tal y como relumbra en el instante de un peligro. Al materialismo histórico le incumbe fijar una imagen del pasado tal y como se le presenta de improviso al sujeto histórico en el instante del peligro. El peligro a menaza tanto al patrimonio de la tradición como a los que lo reciben. En ambos casos es uno y el mismo: prestarse a ser instrumento de la clase dominante. En toda época ha de intentarse arrancar la tradición al respectivo conformismo que está a punto de subyugarla. El Mesías no viene únicamente como redentor; viene como vencedor del Anticristo. El don de encender en lo pasado la chispa de la esperanza sólo es inherente al historiador que está penetrado de lo siguiente: tampoco los muertos estarán seguros ante el enemigo cuando éste venza. Y este enemigo no ha cesado de vencer.” W. Benjamin, Tesis de filosofía de la historia
Ser conscientes de que los muertos tampoco están seguros si el enemigo vence es parte de los muelles que nos impulsan en la historia. Saber que el pasado es responsabilidad del presente es una carga no menos dura que saber que lo es también el futuro.
domingo, 15 de mayo de 2016
La verdad en ciencia y literatura
Sostiene Walter Benjamin que la modernidad nos ha hecho pobres en experiencia, que la explosión de acaecimientos, el shock de la continua y dislocada percepción en la metrópolis y la violencia interminable nos hace enmudecer. Demasiados estímulos, poca experiencia. En las sociedades premodernas, el narrador transmitía de una generación a otra lo aprendido en el mundo a través de la experiencia propia directa. El relato era el medio de adquirir el conocimiento compartido por la comunidad. En la modernidad, sostiene Benjamin, esta forma de relato desaparece y se convierte en literatura, una forma de discurso desacoplada de la realidad, existente en un mundo de ficción y fingimiento. Nace pues la literatura cuando el relato (de experiencia) se fractura.
Sostiene Max Weber que la modernidad también produce otro tipo de fractura en la experiencia: su desencantamiento. El mundo se decolora. Donde había sabores, olores, tactos y emociones solo quedan longitudes de onda, sustancias químicas, energías mecánicas y neurotransmisores. La experiencia de ver salir el sol, mostró Galileo a los incrédulos escolásticos, no es más que el movimiento de nuestro suelo alrededor de su eje esférico. Nace la ciencia pues cuando la verdad en la experiencia desaparece.
No es sorprendente que estas paradojas hayan generado las ansiedades epistémicas de la modernidad.
¿Dónde está la verdad en la ciencia?, ¿dónde está la verdad en la literatura? Dejemos a un lado el transitado problema del realismo en la ciencia: las teorías y modelos científicos levantan mapas, topografías de las innumerables relaciones entre las propiedades que constituyen los múltiples niveles de constitución de la realidad. No es fácil saber qué es lo que hace verdadero un mapa y no voy a decidirlo aquí. Para unos será su utilidad basada en la convención simbólica de los signos, para otros su capacidad predictiva, para otros, finalmente, alguna suerte de relación estructural con la realidad. El aviso de navegantes que indica al piloto que cuando salen las Pléyades la costa de Argel está próxima, es un mapa como lo es la carta donde el GPS indica un punto a los nuevos marineros.
Pero, ¿dónde está la verdad de la literatura?, ¿podemos pensar que El ruido y la furia o El Quijote son mapas de la realidad? ¿qué mundo representan?, ¿acaso representan algo el balbuceo y gritos de Benjy? ¿qué representan las ensoñaciones del Caballero de la Triste Figura pidiendo datos a Sancho sobre la belleza de su amada Dulcinea? Pues, si fuese tal cosa, ¿acaso no habría acertado Shakespeare en Macbeth?:
Mañana, y mañana y mañana
Se desliza en este mezquino paso de día a día,
A la última sílaba del tiempo testimoniado:
Y todos nuestros ayeres han testimoniado a los tontos
El camino a la muerte polvorienta. ¡Muere, muere vela fugaz!
La vida no es más que una sombra andante, jugador deficiente
Que apuntala y realza su hora en el escenario
Y después ya no se escucha más. Es un cuento
Relatado por un idiota, lleno de ruido y furia,
Sin significado alguno.
La filosofía analítica se ha dedicado los últimos años a desenredar la madeja de la verdad en la ficción, pues, al modo de la paradoja de Epiménides, la literatura sólo diría la verdad cuando asevera lo falso y sería falsa cuando pretende la verdad. Ya lo descubrieron las vanguardias modernistas: no hay nada más falso que una novela realista ni nada más verdadero que el desquiciado relato de los seres innombrables de Beckett. Mucha filosofía del lenguaje ha fatigado los desiertos de la referencia y el metalenguaje para resolver la paradoja. Mi corazón y cabeza, sin embargo, están con quienes defienden que la literatura no es una representación sino más bien algo como una invitación a algo, tal vez a creer, tal vez a dejarse llevar, tal vez, simplemente, a escuchar con cuidado una historia que sabemos nos concierne aunque no sepamos exactamente por qué.
La literatura no representa, más bien desvela - hace presente, visible- una parte de la existencia que no lo estaba. Puede que lo haga a través de la ruptura con el lenguaje ordinario, distanciándonos de las palabras. Puede que su estrategia sea narrativa, creando conflictos allí donde parecía haber paz. Tal vez la voz creadora nos interpele como un grito en la oscuridad para hacer que nuestro cuerpo se agite. En cualquier modo posible la literatura llena de palabras un vacío existencial, el abismo de oscuridad que hace invisibles nuestras propias experiencias desarboladas por la transformación moderna del mundo. Entre la verdad poética y la verdad histórica de Aristóteles existe una verdad sutil que no puede ser descubierta sino a través de la invitación del autor. Los humanos somos como vampiros que no podemos penetrar en la experiencia ajena si no es a través de una invitación. Estamos siempre a la espera, "déjame entrar", nos decimos. Pero solamente ciertas personas generosas, que llamamos artistas, hacen esta contribución al mundo que es dejarles penetrar en su secreto. Y allí, como Don Quijote en la cueva de Montesinos, descubrimos un mundo que es aún más real que el mundo desencantado por los nuevos malandrines.
domingo, 8 de mayo de 2016
El extraño caso del Homo naledi
La otra ciencia que comparte con la física teórica el interés popular es la paleoantropología, es decir, la rama de la paleontología que se ordena a la evolución de la especie humana. Son ciencias que se orientan a la comprensión de los orígenes (del universo, de los humanos) y que no tienen utilidad directa por sí mismas sino, en todo caso, por los beneficios colaterales que pudiesen generar. Estos meses, los paleoantropólogos están revueltos por el descubrimiento de una aparente nueva especie del género Homo (que agrupa a las especies que incluye la especie humana y a otras como Homo ergaster, Homo antecessor, Homo habilis, Homo neanderthatlensis). En septiembre de 2015, un equipo de espeleólogas organizado por el antropólogo Lee Berger, entró en la cueva Rising Star cerca de Johanesburgo y extrajo en unos días más de mil quinientos huesos que a lo largo de dos años fueron clasificados como pertenecientes a una presunta nueva especie Homo naledi.
Todo lo que ha rodeado este caso ha sido relatado magistralmente por Kate Wong y se puede leer en el último número de Investigación y Ciencia. Para comenzar, la forma en la que se produjo el conocimiento. Que fueran espeleólogas no se debe a las convicciones feministas de Berger sino a la forma de la cueva. Para llegar a la cámara de los fósiles hay que atravesar dos pasadizos de menos de veinte centímetros de altura, uno de ellos en descenso de cerca de veinte metros. Siento escalofríos al pensar en las condiciones en las que se desenvolvió la exploración. El caso es que en dos expediciones de unas pocas semanas las investigadoras pudieron extraer numerosos fósiles de varios individuos, adultos e infantiles, pero no datar la edad del yacimiento, lo que habría exigido mucho tiempo y medios técnicos apropiados.
En segundo lugar, la clasificación de los huesos permitió reconstruir un espécimen que tendría que ser clasificado casi como un "monstruo" biológico, es decir, como un ser que muestra rasgos de difícil explicación evolutiva. Así, la nueva especie combina rasgos de los australopitecinos (que agrupa a las especies de homininos que precedieron al género Homo) y de homínidos (homininos) más avanzados que estarían ya próximos a la especie humana: mientras su muñeca y palma son muy moderna, los dedos tienen una curvatura que sugiere que trepaba a los árboles (conclusión que también apoya la forma del hombro); mientras su pie es muy moderno también, su fémur le aproxima a los australopitecos; sus dientes son pequeños y se parecen a los de especies muy posteriores. Lo que es más misterioso es que, mientras que el tamaño de su cráneo permitía alojar un cerebro muy pequeño, de unos 450 centímetros cúbicos, la acumulación de los huesos sugiere, al igual que en la Sima de los Huesos de Atapuerca, una suerte de enterramiento ritual, algo que parecería indicar ya un pensamiento casi simbólico que probablemente tuvieron especies muy modernas.
El debate ha sido tan acalorado como el que ocurrió cuando el grupo de Atapuerca anunció el descubrimiento de una nueva especie, el Homo antecessor (todavía no admitida universalmente). En este caso, se plantean muchas dificultades para entenderlo: no sabemos aún la edad de datación y es muy arduo admitir esta mezcla de rasgos biológicos y conductuales. La evolución, en la teoría admitida, trabaja parsimoniosamente, acumulando pequeñas variaciones pero no dando saltos que hagan aparecer características de etapas muy distintas. Son muchísimas las preguntas que suscitan estos huesos. Si se prueba definitivamente que es una especie de los humanos habrá que modificar mucho el relato de nuestros orígenes (primero el abandono de los árboles, segundo la posición erecta, tercero las herramientas, cuarto, el pensamiento simbólico en un cerebro grande y consumidor de mucha energía). Pero, lo que es más serio, habrá que plantear preguntas nuevas sobre la evolución, pues sería un caso al que no aplicaríamos el cambio parsimonioso. Algo así como los monstruos prometedores de los que hablaba el disidente S. Jay Gould.
La Teoría de la Evolución ha dividido a la humanidad entre creacionistas y evolucionistas (la Iglesia Católica, por ejemplo, se declaró compatibilista y luego abandonó de nuevo la armonía entre fe y evolución), pero, dentro de los evolucionistas, desde los años ochenta del siglo pasado se ha desarrollado una intensísima controversia entre los darwinianos puros y quienes sostenían una teoría de mecanismos evolutivos más "dialéctica" donde se podrían producir cambios en el proceso de ontogénesis de los individuos. Se alinearon así muchos científicos y aficionados entre una supuesta derecha "neoliberal" y una izquierda dialéctica. Pues es cierto que mucha ideología neoliberal se sostiene sobre un uso extendido e irrestricto del pensamiento darwiniano aplicado a esa nueva entidad evolutiva que llaman el "mercado". En el otro lado, estarían quienes se oponen a "naturalizar" rasgos y diferencias humanas que serían debidas a la influencia social y no a rasgos biológicamente heredados. El feminismo, por ejemplo, ha disputado mucho sobre las supuestas diferencias que dividirían los géneros.
Si es cierta la historia de Homo nadeli muchos de estos debates tomarán nuevos rumbos y se abrirán nuevas ramas en la controversia. Lo que me lleva de nuevo a algo que me preocupaba en la anterior entrada y me sigue preocupando: la necesidad de las ciencias inútiles orientadas únicamente a la comprensión de la estructura y orígenes del universo o de lo humano. Las derivas que siga la controversia de la Teoría de la Evolución afectan a todas las ciencias biológicas, pero mucho más a las ciencias que se ocupan de los humanos y a las humanidades. De nuevo, cuando parece que todo el pescado está vendido y que ya no hay ningún misterio por desvelar, y que por ello el mercado puede pasar a la etapa del "fin de la ciencia" y al ascenso de las ingenierías de lo útil, volvemos a comprobar que el conocimiento inútil disputa de nuevo el territorio de las políticas de investigación. La lucha contra la estupidez humana es y será interminable.
domingo, 1 de mayo de 2016
La comadreja y el acelerador de partículas
Cuando leí la noticia, primero no pude contener la risa, luego la pregunta y desde ayer llevo dando vueltas a las muchas facetas de este poliédrico suceso que ha ocurrido en el CERN. El Gran Colisionador de Hadrones (LHC) ha quedado detenido unos días por una avería en un transformador, al parecer producida por una comadreja que debió penetrar en un punto del gran anillo que constituye este enorme sistema enterrado bajo el bosque en la frontera entre Francia y Suiza, cerca de Ginebra.
Para quien esté interesado en las ciencias y tecnologías y en cómo se integran en la trama que constituye el mundo en el que vivimos, y, sobre todo, para quien lo esté con algún interés filosófico, el hecho es una de esas cosas "que hacen pensar", que diría el filósofo alemán Martin Heidegger. Es la constelación de aspectos relacionados en el evento lo que me hace considerarlo algo simbólico que merece alguna reflexión.
El LHC es muchas cosas. Es, en primer lugar la mayor máquina jamás construida por la humanidad. Llevó varias décadas a miles de técnicos, ingenieros, científicos y gestores pensarla, planificarla y construirla. Es la mayor gloria de la investigación europea que demuestra lo que puede realizarse con la cooperación (el CERN (Centro Europeo de Investigación Nuclear) fue una de las primeras empresas de la naciente Comunidad Europea. Nació en 1954. Ahora forman parte de este veintiún miembros, varios de ellos no europeos y tiene convenios con decenas de países de todo el mundo. Es por ello el centro de mayor colaboración científica del mundo en una sola empresa). Es, en segundo lugar, la mayor empresa de investigación sin un propósito utilitario ni económico primario. Está diseñado para conocer los últimos componentes de la materia y el origen del universo que puede permitirse actualmente el mundo con los recursos científicos, técnicos y económicos disponibles. A diferencia de lo que ocurre en otros campos de la investigación como la biología e ingenierías, los efectos "útiles" son resultados secundarios, por importantes que sean (internet fue, por ejemplo, uno de ellos). Hasta el momento ha logrado recrear el bosón de Higgs y, con ello, reconfirmar el modelo estándar de la Mecánica Cuántica, una de las dos grandes teorías básicas sobre el universo junto a la Teoría de la Relatividad. En los años que le quedan de funcionamiento debería descubrir o intentarlo partículas supersimétricas (mejor consúltese Wikipedia), lo que nos daría una mejor aproximación hacia las grandes teorías de unificación y permitiría explicar la materia oscura del universo.
Que explicar estos fenómenos sea aún un objetivo de la ciencia, y que las sociedades lo apoyen me parece un milagro como el que Antonioni pudiera rodar sus películas. En un tiempo de neoliberalismo, es sorprendente que aún pueda mantenerse este objetivo y que no haya sido machacado por la máquina de calcular. No hay ninguna duda de que el peligro de que esto ocurra es muy cercano, así que crucemos los dedos. La física teórica se acerca cada vez más a las humanidades en el hecho que tener que defender su existencia sobre argumentos utilitaristas que quienes practican estas disciplinas saben que es para intentar convencer a los gestores de algo que no están convencidos, cuando el verdadero argumento es que necesitamos la física para comprender el universo y las humanidades para comprender la humanidad. Punto.
Una comadreja es, por el contrario, uno de los objetos más complejos del universo. En este enlace se la describe como un animal totémico del ocultamiento, y el descubrimiento de lo reservado, aunque también un icono emblemático de lo aprovechado, de lo ladino y traicionero. Murray Gell-Mann, uno de los físicos que creó el modelo estándar de Mecánica Cuántica, que el LHC ha verificado de nuevo, escribió en 1994 un famoso ensayo, El quark y el jaguar, comparando lo más simple, el quark y lo más complejo, el jaguar. Hay una cierta ironía en que haya sido uno de los especímenes de lo complejo y pequeño el que haya detenido la máquina más grande del universo conocido construida para investigar lo más simple. Ciertamente, no va a contribuir a que los eurócratas que están destruyendo con su máquina de calcular la Comunidad Europea sigan manteniendo este proyecto, pero no por eso deja de ser algo más que curioso.
El acelerador y la comadreja son también dos ejemplos de diseño complejo. El LCH es una máquina enorme de miles de componentes interdependientes que se organizan jerárquicamente a un solo propósito, el de acelerar las partículas llamadas hadrones (partículas compuestas de tres quarks, los bariones, como protones y neutrones, y los mesones, compuestas de un quark y un antiquark, como los piones) hasta velocidades cercanas a la luz que giran en dos anillos en dirección contraria para chocar a energías muy próximas a las de los rayos cósmicos y a los del inicio del universo. Un pequeño fallo en uno de sus componentes, como ha ocurrido ahora, puede detener todo el funcionamiento de la máquina. Es también una máquina grande que consume enormes cantidades de energía cuando está en funcionamiento (180 megavatios, casi un veinte por ciento de una central nuclear, la mayoría de los cuales se destinan a refrigerar los magnetos superconductores. Consume lo que una ciudad de tamaño pequeño, por lo que solamente puede encenderse en los meses de menos frío). La comadreja, por el contrario, es un ser pequeño, multifuncional, de diseño múltiplemente distribuído e interactivo, que sobrevive continuamente a pequeños accidentes y enfermedades, que tiene, como los seres vivos complejos, una "grateful dead", un decaimíento lento y parsimonioso (a menos que sea por accidente mortal). Es un ser adaptativo en interminable interacción con el medio. Es, como todos los productos de la evolución. una máquina hecha de adaptaciones sobre adaptaciones, no diseñada por ningún ser inteligente sino por fuerzas ciegas que aprovechan los hallazgo anteriores para nuevas funciones.
Los economistas son casi todos darwinistas sociales que creen que el mercado produce comadrejas dejado en libertad mientras que el orden centralizado solamente produce máquinas enormes e inútiles como el LHC. Acuden a Darwin para que les de la razón, aunque no citan los cuatro mil millones de años que llevó construir una comadreja. Ellos creen en los pelotazos instantáneos del mercado. Pero aún así llevan razón en contrastar lo orgánico y lo mecánico. Junto a los economistas, muchos teóricos del diseño antimecánico, que estuvieron en el trasfondo del ecologismo de los años sesenta, también contrastan el diseño reticular de un ser orgánico con el diseño jerárquico de una máquina. Quizá estas oposiciones no tengan ya mucha razón de ser porque la ingeniería se aproxima cada vez más al diseño distribuido, y el neoliberalismo, pese a lo que dice, es él mismo una máquina cada vez más burocrática sin otro propósito que destruirse a sí misma.
Pese a todo, que los humanos hayan sido capaces de construir el LHC con el único propósito de entender el mundo en el que habitan, es el fenómeno que hay considerar in extenso, aunque también haya que pensar que una comadreja haya detenido esta asombrosa empresa. Los ingenieros encontrarán pronto formas de proteger la máquina de estos animalitos, aunque me temo que no sean capaces a medio plazo de protegerla de otras comadrejas que no habitan en los bosques alpinos sino en los pasillos gubernamentales.