Reflexiones en las fronteras de la cultura y la ciencia, la filosofía y la literatura, la melancolía y la esperanza
sábado, 23 de julio de 2016
En la zona gris
Vivir una crisis o un cambio de ciclo histórico es como vivir los cambios de ciclo en la vida personal, Se sabe en el cuerpo que hay algo que se ha dejado atrás y que lo nuevo está ahí como una zona gris a la que nos encaminamos con una esperanza llena de ansiedad entre la nostalgia y la curiosidad. Ciertos acontecimientos te indican que algo profundo está cambiando, y sin embargo una niebla te envuelve y transforma en preguntas todas tus certezas.
He vivido unos cuantos momentos de este género a lo largo de mi vida. Era muy joven cuando el atentado contra Carrero Blanco en diciembre de 1973, que implicó un definitivo declive del franquismo. Quienes habíamos crecido en él y desesperábamos de su final supimos que algo estaba por cambiar, pero nada nos indicaba en qué sentido. En noviembre de 1989, la caída del muro de Berlín daba por finalizada la Guerra Fría y parecía abrir un mundo distinto que Margaret Thatcher, Ronald Reagan y Karol Wojtyla estaban diseñando como un supuesto final de toda historicidad y el triunfo definitivo del liberalismo. Pero aquellos días eran aún confusos las imágenes no señalaban el rumbo de los cambios. El 11 de septiembre de 2001 escribía en mi cuaderno de notas que era incapaz de vislumbrar lo que estaba ocurriendo, pero sabía que la era del posmodernismo, la otra cara del mundo celebratorio del mundo globalizado, se estaba volviendo oscura. El 15 de mayo de 2011, ya escribía en este blog y dejé constancia entonces de mi convicción de que estábamos en una nueva estructuración de los espacios políticos, sin tener claro aún hacia adónde discurría nuestro futuro. Estos meses pasados están siendo también indicativos de que el viento de la historia muta su dirección sin indicar cuál es el nuevo derrotero que tomarán nuestras historias.
Francisco Berardi, en un cuasi-apocalíptico artículo, relaciona noticias que, por lo demás, todos estamos relacionando: la amenaza del triunfo de Donald Trump, la factualidad del referéndum en el Reino Unido, la secuencia interminable de atentados terroristas en Europa. Si fuera español, no se le olvidaría incluir también la crisis de régimen y las dificultades de cierre que sufre el Reino de España para resolverla, en medio de un teatro entre trágico y vodevil de enredos de partidos, intereses mediáticos y objetivos empresariales. Todo parece indicar, como en La Fundación de Isaac Asimov, que nos encontramos ante un nuevo ciclo histórico, que probablemente señaló el 11S, pero que ya es más que evidente sin definir aún su norte.
La prensa mundial, desde la derecha a la izquierda, parece coincidir en dos diagnósticos: la crisis de la globalización como proceso económico y político, y la crisis de las formas políticas "institucionalistas", a las que sucederían peligrosas formas de populismo de toda índole. La presión bienpensante indica que solamente hay una dirección posible: la continuidad de la globalización y el asentamiento de formas políticas responsables que se hagan cargo de las dificultades del nuevo mundo en el que estamos entrando. ¿Cómo no estar de acuerdo con estas ideas? El problema es que ni "globalización" ni "políticas responsables" significan lo mismo para quienes están arriba y para quienes están abajo en las rutas históricas en las que estamos entrando. La globalización que diseñaron la trinidad a la que aludía antes, y que pusieron en práctica el GATTS, el FMI y la OCDE, tenía en realidad varias caras, al menos una económica y otra política y me atrevo a decir que antropológica. La dimensión económica implicaba la des-regulación total de mercados, servicios (incluidos la educación y sanidad y, sobre todo, flujo de capitales, aunque también de personas). La dimensión política es mucho más ambigua. No ha conducido a una cierta globalización del derecho, del acuerdo entre pueblos, culturas y estados nación. La globalización, por último, era en buena medida fruto de las redes de telecomunicación que determinaban la instantaneidad de la información y la apertura de un nuevo espacio de disputa por la diseminación de las ideas e imágenes. Era, es, una mutación en la forma de relacionarse las viejas estructuras sociales que llamábamos "culturas", "estados nación", etc.
Las reacciones mundiales están en una zona gris que apenas somos capaces de vislumbrar, más allá de los entornos próximos de nuestros miedos, rencores y esperanzas, asentados en un suelo cotidiano a veces paradójico y trágico pero con ciertos componentes cómicos: los líderes del Brexit se ocluyen o son los encargados de engañar a quienes les votaron; los reactivos anti-emigración, fascistas ocultos, se enfrentan a las mismas multinacionales en las que se apoya la primacía de los países que quieren defender; la hegemonía cultural se contradice con los nuevos nacionalismos que se otean en las políticas que triunfan. En fin, nunca hemos vivido una época en la que sean más claras las consecuencias no deseadas de las acciones personales y colectivas. Marx lo había señalado y aún sigue siendo el principal problema para rechazar que las "ciencias sociales" se califiquen como "ciencias".
Vivimos en la zona gris. Y esto es malo y bueno. Es malo porque las certezas se disuelven y los odres viejos se han podrido y no sirven para los vinos nuevos. Es bueno porque los espacios de posibilidad se abren y ya no sirven los argumentos deterministas (si fuera rector de mi universidad despediría a la mitad de los augures del determinismo económico que triunfan en las revistas de impacto y fracasan en la hermenéutica de la historia). Vivir en la zona gris es vivir en ese terreno extraño donde ha crecido la humanidad entre el escepticismo y la esperanza.
Entiendo a quienes se ven apoderados por el miedo y buscan refugios. Las divisiones tradicionales de clase se ven atravesadas por nuevas formas de identidad de toda laya que crean horizontes diferentes y las orientaciones del miedo se dispersan en rutas muy diferentes de las que tradicionalmente representábamos en nuestros mapas políticos. Suicidas más o menos refugiados en el islamismo; locos aspirantes a la presidencia del mundo, que prometen organizarlo como sus empresas (fracasadas: Franco concebía que España se podría organizar como un cuartel); políticos (políticas) avestruz que confían en que su resistencia a tomar decisiones coincida con el sentido de la historia; dirigentes de partidos que desconfían de la capacidad de novedad de la historia y se refugian en los viejos eslóganes, como si eslóganes y banderas protegiesen de los vientos de esa historia que rechazan. Los entiendo pero no comparto con estas multitudes que el miedo deba determinar nuestras decisiones. En la zona gris nos encontramos, en un mundo espacio-temporalmente abierto y al mismo tiempo opaco a nuestras miradas. Como mamíferos que somos, mamíferos sociales, las recetas basculan entre la estampida sin sentido o la solidaridad que aprieta los lazos y espera lo peor soñando con lo mejor.
Creo que la imagen es de El Caballo de Turín, puede ser? :)
ResponderEliminar