Es ilimitado el número de formas en el que podemos representar
una sociedad. Uno de los géneros más informativos es levantar mapas de
distribución de algo. Así, se puede visualizar la distribución de la riqueza, de
automóviles de marcas de lujo o de consumo de calorías. Algunos mapas son más
difíciles de obtener que otros dependiendo de la accesibilidad a las categorías
de la población, del objeto o bien distribuido y de la capacidad que tengamos
para asignar la posesión o no del bien. Las instituciones gubernamentales o
supragubernamentales y las grandes organizaciones mundiales son los grandes
proveedores de las estadísticas que permiten crear las distribuciones: la ONU,
el Banco Mundial, la OCDE, la Comunidad Europea, … o, en el caso del España, el
Instituto Nacional de Estadística, por citar ejemplos conocidos.
Nuestro conocimiento de las sociedades depende del acceso a
estas estadísticas. Mediante ellas adquirimos información sobre lo que de una
forma ambigua podríamos llamar la distribución de poder en una sociedad. La
posesión de estadísticas es ella misma una fuente de poder y un signo del
conocimiento que tenemos de esas sociedades. Por eso es muy interesante conocer
las dificultades que presenta la información sobre la distribución de algunas
cosas que no son directamente accesibles. Cuando ese conocimiento no es directo
se utilizan los indicadores que son señales más o menos fiables de algo que no
es directamente observable. Por ejemplo, la calidad de algo, de un servicio pongamos por caso, no es cognoscible directamente si no es a través de indicios o
indicadores de calidad.
La construcción de indicadores fiables es uno de los
objetivos más importantes de las ciencias sociales y también de las cuestiones
más controvertibles y controvertidas, como sabemos bien quienes trabajamos en
instituciones sometidas a controles de calidad o nosotros mismos estamos
sometidos sistemáticamente a exámenes de la calidad de nuestro
rendimiento. Dejaré para otra entrada
algunas reflexiones que me suscitan estas controversias, pero sí hay un tema
relacionado con las dificultades de acceso a la información que me parece que
tiene un hondo calado moral y político tanto como epistémico. Me refiero a
algunas cualidades o bienes cuya posesión depende en cierta medida de la
asignación que hacen otros o que hace uno mismo sobre dicha posesión. Los casos
sobre los que quiero llamar la atención son el conocimiento y la ignorancia.
Si quisiéramos levantar un mapa de la distribución de
conocimiento en una sociedad respecto a un cierto campo tendríamos que usar
indicadores como por ejemplo la distribución de titulaciones en esa sociedad.
Éstas son documentos públicos que emiten agencias acreditadas para ello
sobre las habilidades cognitivas de las personas. Las instituciones educativas
son una de estas agencias, que además están encargadas de la distribución del
conocimiento y la enseñanza de las materias que la sociedad considera
relevantes transmitir inter-generacionalmente. Otras instituciones acreditan la
posesión de conocimientos a través del examen directo (la agencia nacional de
Tráfico, por ejemplo, que examina de las habilidades de conducción). En fin, lo
que importa es reparar en que las sociedades modernas disponen de dispositivos
para asignar competencias de conocimiento en aquellos ámbitos que son de
interés social. No me importa tampoco ahora cuán fiables sean estas
certificaciones de conocimiento, lo que me interesa es que los estados disponen
estos instrumentos.
Pero toda asignación de conocimiento implica también una
declaración de ignorancia. El estado puede decir de una persona que es una
experta en mecánica cuántica, pero quizá no sepa cuánto conocimiento tiene esa
persona de la poesía latina. Levantar un mapa de la distribución del
conocimiento nos proporciona indirectamente un mapa de los intereses del
estado. También de otras instituciones, tales como las grandes empresas Google,
Amazon o Spotify, que tienen medios para conocer nuestros intereses y deseos a
través de las páginas que visitamos, las mercancías que compramos o la música
que escuchamos.
Si el mapa de conocimientos nos informa de los intereses de
los estados y grandes empresas también nos informa de sus desintereses y, de
paso, de los desintereses de la sociedad. Toda asignación de conocimientos
implica también una declaración de ignorancias o desintereses por saber. Las
experiencias y memorias de los grupos suelen ser uno de los territorios en los
que la ignorancia y el desinterés social. A las fuerzas de seguridad pueden
interesarle conocer el número de violaciones por año, pero quizá no les
interese conocer la experiencia de miedo de una mujer al entrar por la noche en
su portal; a las instituciones financieras puede interesarles la tasa de
impagos de préstamos, pero quizá no les interese conocer la experiencia de
quienes son desahuciados de su vivienda.
Una sociedad no es una colección de individuos, como
sostenía Margaret Thatcher, sino un sistema de posiciones en relaciones de
poder. Hasta ahora los sociólogos no se han preocupado por las posiciones epistémicas.
Les ha interesado el capital cultural, pero no les han interesado las
ignorancias de la sociedad acerca de los conocimientos que parecen inútiles
política, económica o socialmente. Pero esos conocimientos inútiles son los que configuran la identidad de los grupos subyugados, oprimidos, excluidos. La distribución de las ignorancias es, sin
embargo, uno de los mejores indicadores de la distribución de la justicia en
una sociedad.
Muchas gracias por tus frecuentes, profundas y acertadas reflexiones. Las sigo habitualmente con interés. Tuve ocasión de oírte directamente cuando fuiste. miembro del tribunal de tesis doctoral de mi hija Teresa López Pellisa hace ya 5 o 6 años.Hace mucha falta que intelectuales de tu talla y de la de Antonio R. de las Heras os hagáis oir en las redes sociales.Estoy seguro de que somos muchos quienes con vuestras aportaciones somos cada vez menos ignorantes ya que yo creo que la ignorancia y el miedo son la causa de la mayoría de los males del mundo. No son ideas mías, las leí en obras de otros dos grandes intelectuales, José Luis Sampedro (lo del miedo) y en Emilio Lle3dó (lo de la ignorancia)
ResponderEliminarLo que decia Thatcher se acerca más a la realidad concreta que lo dice usted, que suena tan abstracto que no dice nada, flatus vocis.
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