Reflexiones en las fronteras de la cultura y la ciencia, la filosofía y la literatura, la melancolía y la esperanza
domingo, 11 de diciembre de 2016
La imaginación ya está en el poder
No sueñes y no te castigarán los dioses haciendo que tus sueños se cumplan.
La imaginación ya está en el poder. Se ha hecho producción, mercancía, orden de lo social. La imaginación ha sustituido al trabajo. Allí donde eran los cuerpos y el tiempo de las vidas ahora es la materia mental el lugar de la explotación y la fuente de la riqueza: la atención, la imaginación, las emociones.
Hubo un tiempo donde había trabajo, rutinas, cansancio, proyectos de vida. Realidades económicas sobre las que descansaba la explotación pero también el mundo de lo ordinario. La imaginación ha sustituido al sudor y la utopía se ha vuelto pesadilla. Ya está: el trabajo se ha superado. La realidad se ha vuelto imaginaria. Productores, consumidores, explotadores y explotados en un mundo imaginario.
Hubo un tiempo donde la realidad cotidiana se basaba en la capacidad de entendernos y predecir nuestros mutuos movimientos. Era un tiempo donde había pasado, presente y futuro. Había un relato del pasado, estaban las penas y alegrías del presente y el futuro era algo abierto. Había planes de vida. Había una convicción: "nadie me hará daño, y si alguien me daña ahí estarán otros (instituciones, familia, amigos, amantes) para echarme una mano".
¿Cuándo la confianza en los otros se transformó en el miedo a perder la confianza de los mercados?
Esteban Hernández, desde su ventana de periodista, ha escrito una fenomenología de la vida cotidiana en la economía y la política en la que nos desenvolvemos en donde pinta un cuadro impresionista e impresionante de lo imaginario de la realidad, o de la realidad imaginaria cuando los vínculos con la realidad se han perdido y sólo queda un mundo de signos en los que se asienta la acción del poder.
"Sonríe, sé positivo", "Si no haces lo que te gusta, que te guste lo que haces",...La adición a la literatura de autoayuda, la extensión de esta literatura, que se ha ido comiendo en las librerías a los textos de pensamiento y filosofía, da cuenta de la nueva ideología, de lo que queda tras el apocalipsis neoliberal. Se han roto los lazos de solidaridad y perdido los lugares de trabajo donde encontrarse. Ya no hay tiempos para gozar y sufrir con el otro y sólo queda la sonrisa esforzada y pegada del camarero y la cajera de supermercado.
El mundo se ha hecho complejo e imprevisible. Nadie, los banqueros menos que nadie, saben qué ocurrirá con lo suyo al día siguiente. Donde había un gigante de las finanzas queda una oficina vacía y un concurso de acreedores. Las consultoras, nos dice Esteban Hernández, se han adueñado del desierto del riesgo. Ellas otean los signos de lo que pasa mediante sus programas de proyectores, basados en los grandes datos, y elaboran las decisiones que el consejero delegado no se atrevería a tomar por sí mismo. Son los indicadores.
El mundo se ha llenado de indicadores. Donde antes había teorías e hipótesis sobre mecanismos causales ahora quedan ventanas de indicadores. Señales de humo del futuro. Indicadores de productividad, de ventas, de competitividad.
Ya no es necesaria la vigilancia. Foucault olvidado. A quién le importan los panópticos cuando tienes estadísticas e indicadores que te examinan mes a mes, año a año, sexenio a sexenio. Vigilancia permanente a la que respondes organizando tu vida, la de otros, la de tu empresa, institución, universidad, para cumplir con los indicadores, salir en los rankings, despuntar un punto sobre tus competidores, que antes eran compañeros de trabajo, entidades con las que colaborabas en pro de algo.
Fin de la racionalización weberiana: nada de procedimientos racionales y organización medios-fines. Adaptación al mercado, que ni siquiera existe más que en las máquinas que producen indicadores cada hora, cada minuto de existencia. Fin del funcionario, del técnico y el experto. La nueva burocracia trae los indicadores cada mañana para que los leas en el desayuno y salgas con la sonrisa impostada.
Todo son signos. La realidad es imaginaria. Slim fits, nos cuenta el libro. Vas al trabajo y ves a los nuevos triunfadores: slim fits. Llevan sus trajes ceñidos, bien cortados. Pelos rubios y sonrisa permanente. Rictus de suficiencia y muchos másteres MBA a las espaldas. Te miran al pasar como se mira al pordiosero, velando los ojos, ver sin ver. "De humanidades, seguro", se dicen. "Vaya pintas que lleva". Viven en un mundo imaginario, ensimismados en su zona segura de grandes datos e indicadores que les hacen creer que conocen la realidad que tan distante les queda.
Se machaca el ánimo intentando adelgazar, ganando capital erótico día tras día en un gimnasio que apenas puede pagar, dejando de comer lo apetitoso. Sabe que nunca llegará a la talla que exige la tienda de Zara, pero sigue trabajando su cuerpo. Empresaria de sí misma, incansable, siempre sonriente. Ha dejado el diario. Ya no tiene historias de vida. Cada mañana envía el currículo. "Un día me llegará un mensaje al correo".
Ha dejado de pensar. Se esfuerza cada mañana intentando escribir artículos que sean admitidos en las revistas de impacto. Va a todos los congresos para ganar capital social. Solicita todos los encargos de curso a quinientos al mes para ganar capital didáctico. Ha dejado su vida privada en otro sitio y no recuerda dónde.
Ha dejado el periodismo de investigación. Demasiado arriesgado. Se limita a mirar las estadísticas de la OCDE, de la CE, del FMI, del Banco Mundial. Compara datos, mira series temporales y emite juicios rotundos sobre aquella realidad que debe andar por allá, de la que hablan las mujeres de la limpieza que llegan por la noche a la redacción.
Gestores de empresas, rectores, políticos. No saben qué hacer. Asocian el riesgo a lo que está allá, en la realidad. Copian lo que hacen otras empresas, universidades e instituciones que dicen que triunfan. Viven colgados de los rankings, de la prensa, de los datos que facilitan las continuas evaluaciones a las que someten y con las que someten a sus empleados.
La modernidad, dice Foucault en Las palabras y las cosas, consiste en sustituir las relaciones de analogía y las relaciones entre cosas por relaciones entre signos y cosas. Una realidad referida, sospechada o conocida a través de sus representaciones. La era del capitalismo imaginario se desprende por fin de la realidad. Todo son relaciones entre indicadores y otros signos.
Allí, lejos, pasa la realidad. La llaman crisis.
NB: hoy mismo, día 11/12/2016 ElDiario.es da cuenta de un informe de un grupo de expertos que evalúan el sistema de indicadores PISA con el que se examinan los sistemas educativos. Su conclusión: son interesantes pero nadie sabe lo que dicen tales indicadores.
Y yo ¿dónde estoy? ¿En qué estadística me encuentro, después de haberme perdido en ese laberinto?
ResponderEliminarLeyendo esta reflexión, he evocado el ensayo de George Orwell, a propósito del libro de James Burnham "la revolución de los directores" (o de los gerentes como se podría denominar ahora), en 1941, alguien pudo entrever-no sé yo que indicadores consultaría este filósofo-lo que ocurriría si se desarrollaban los aspectos mas audaces del capitalismo que afloraría tras la Segunda Guerra Mundial.
ResponderEliminarAna la de la Carpetana
Es lo que ocurre, cuando el capitalismo nos deslumbra con la ilusión de la individualidad nos despoja de toda identidad colectiva, ni clase, ni pueblo, ni familia -que no digo yo que esto sea lo bueno- desaparecida toda conciencia identitaria solo nos queda competir y nunca cooperar; solo hay rivales, ya no hay compañeros. La realidad se interpreta con datos que refuerzan la necesidad de "triunfar", "vencer", "ganar","dominar" y ya no "compartir, "colaborar" o "cooperar".
ResponderEliminarAna la de la Carpetana