¿Deberíamos intentar comprender qué ha ocurrido dentro de la
cabeza de los votantes de Vox en Andalucía?
o, por el contrario, ¿deberíamos acusarles de neofascistas y
neofranquistas? Sobre esta alternativa ha proliferado un debate tan intenso
como fructífero en la prensa y en las redes, entre los que, para mi gusto, destaca
el artículo de Gonzalo Velasco “Perdónalos porque ¿no saben lo que hacen?, que
sitúa la cuestión en el punto más complicado pero al tiempo más central para la
concepción de la democracia. Se trata de si la democracia debería asentarse
sobre una exigencia de responsabilidad moral y epistémica a los ciudadanos por
sus decisiones, en particular cuando votan eligiendo representantes o tomando
alternativas en referendos.
En el origen de la democracia está este debate. En concreto,
en el juicio que la ekklesía ateniense decidió contra Sócrates y que determinó
una conmoción sin la que no se entiende Platón y buena parte de la filosofía
occidental. Sócrates predicaba entre la juventud aristócrata ateniense que las
sociedades deberían estar regidas por los más sabios y no por los elegidos por
la multitud. Su discípulo Platón lo expresó con esa genialidad que tenía para
los ejemplos en esta pregunta: ¿qué ocurriría si la asamblea estuviese
compuesta por niños y un político llevase en su programa el reparto de
golosinas a diario, mientras otro planease una política de salud alimentaria?
Aunque el debate está muy abierto entre los especialistas y no se han
preservado fuentes independientes del juicio, no es improbable la hipótesis de
que Sócrates fue condenado por su desprecio a la democracia y su posible apoyo
a la tiranía que había regido Atenas tras su derrota frente a Esparta.
La crítica contra la democracia debido a los desastres a los
que conduce el voto no informado han sido persistentes desde Platón. No
entenderíamos el Romanticismo conservador sin ese argumento contra la
Revolución Francesa, ni entenderíamos sin él las persistentes acusaciones que
se siguen haciendo contra la II República Española como causante de la Guerra
Civil. Recientemente se ha suscitado un debate muy serio en la filosofía
política académica a partir del libro de Jason Brennan Contra la democracia.
Brennan es un joven filósofo (1979) catedrático de Georgetown que también escribió un muy
conocido su panfleto Why not Capitalism? en favor del capitalismo y el mercado contra el libro del marxista Jerry Cohen ¿Por qué no socialismo?
En el libro sobre la democracia plantea que deberíamos pedir responsabilidades a
los votantes que ejercen su derecho al voto sin estar realmente capacitados e
informados sobre las cuestiones que votan.Toma como ejemplo el que muchísimos votantes del Brexit, tanto brexiters como remainers, estaban equivocados al
calibrar qué tasa de emigración había en UK: los brexiters creían mayoritariamente que en UK
había un veinte por ciento de emigrantes, los remainers, un diez por ciento,
cuando la realidad era de un simple cinco por ciento. Igualmente, acusa a los
votantes de Trump y a los partidarios de Sanders de estar equivocados sobre
cuánto han influido los acuerdos globalizadores en la decadencia del empleo en
Estados Unidos. En fin, su tesis es que hay tres tipos ideales de votantes: los
hobbits, que pasan de política y no están informados, los hooligans, que están
informados pero en ellos pesa mucho más la lealtad emocional a sus siglas o
tendencias, y, por último, los vulcanianos, que son votantes racionales que
ejercen su voto en función de cómo aprecian la corrección de las políticas en
juego.
Dada esta constatación, Brennan propone que el voto debe
estar restringido de algún modo por razones morales: que los votos más
informados “deben” pesar más que los no informados y, en el peor de los casos,
exigir alguna acreditación epistémica para poder ejercer el derecho al voto.
Esto es lo que en filosofía política llamamos “epistocracia” o poder de los
sabios. Gonzalo Velasco, por supuesto, no concluye como Brennan,
pero se plantea seriamente si deberíamos culpabilizar a los votantes de Vox por
el desastre posible del aumento de la desigualdad y la pérdida de derechos que
probablemente sucederá en las políticas públicas orientadas a reorientan las
conquistas históricas del pueblo español en estos terrenos.
Hay varias formas de respuesta al reto de Platón
ejemplificado en este caso por Brennan: 1) podemos argumentar que la moral y la
política democrática no pueden mezclarse sin peligro de autoritarismo y que
toda restricción de la libertad de voto socava las mismas bases del principio
democrático. El problema de esta opción es que no responde al problema y deja a
los partidarios de la democracia inermes contra quienes dicen que está viciada
de fondo cuando se trata de tomar opciones correctas. 2) Podemos acudir al
argumento optimista de Condorcet, según el cual a medida que aumenta el número
de votantes las opciones más irracionales se van clausurando y van emergiendo
las más racionales hasta, en último extremo, converger en lo óptimo. 3) Podemos
argumentar que en política es paradójico plantear la cuestión de qué
conocimiento es el necesario para tomar una decisión sobre un futuro en el que
están implicados no sólo datos sino también deseos y aspiraciones.
Los tres contraargumentos tienen sus propias debilidades
aunque son suficientemente fuertes contra las críticas a la democracia. Yo
añadiría un cuarto que, en cierta medida recoge los anteriores aunque no se ve
reflejado en ellos. Me baso en el problema de la complicación entre deseos y
creencias expresados en el voto o en las decisiones expertas en un régimen
democrático. En un régimen autoritario no hay muchos problemas: el miedo es la
emoción más poderosa y todas las decisiones están sesgadas por el terror que
impone el poder. En democracia, sin embargo, las decisiones expresan deseos
muchas veces ocultos incluso a la misma conciencia de los votantes, y esos
deseos interactúan con los conocimientos, siempre imperfectos, que el votante
tiene sobre las prospectivas de futuro. Esto se aplica tanto al votante no
informado como al votante experto. Una larga discusión que se ha llevado a cabo
en epistemología social sobre desacuerdos entre pares (expertos que tienen la
misma evidencia pero resuelven de forma diferente), sobre polarización de
grupos y sobre desacuerdos profundos (independientes de conocimiento y
dependientes de ideología) nos llevan a la conclusión de que tanto expertos como
legos tienen problemas similares al decidir. Transferir el poder de la
democracia a los expertos es simplemente recomponer el problema abandonando el
principio básico de soberanía sobre el que se construye la democracia.
¿Tenemos que exigir responsabilidades por el voto? Sí. Nada
en mis argumentos anteriores llevaría a pensar que no debemos interpelar a los
votantes de Vox exigiéndoles responsabilidades cuando, por ejemplo, sus hijas
sufran los daños que sus políticas patriarcales están promoviendo o sus hijos y
padres (en plural inclusivo de hijas y madres) sufran los resultados de las
desigualdades que crearán las medidas que van a tomar por sus errores. Y sin
embargo, hay que luchar hasta el final porque gente como la que vota a Vox
pueda hacerlo en libertad, incluyendo sus manifestaciones más despreciables,
como son los mensajes en redes (algo que, desgraciadamente comparten con
sectores de la izquierda emocional).
No es fácil saber qué ocurre en la cabeza del ciudadano que
pasa de ir a votar el día de las elecciones o el referéndum; desconocemos qué
impulsos convierten una indignación sorda con el mundo en el voto a un partido
singular; ignoramos por qué el votante perdona al partido que vota
inconfesables e imperdonables faltas y delitos. A veces se vota justo lo
contrario de lo que uno desearía. Otras veces, como en el menú de seis euros de
la cafetería del trabajo, tienes que elegir entre tres platos que sabes que van
a estropearte la tarde. Los votos, como todo en la vida, depende de saber lo que
se quiere y decidir entre lo que ofrece el mundo, o, si no está disponible en la realidad tomar la decisión de
cambiarla. Brennan sostiene que es un deber moral abstenerse de votar si uno no
está preparado para tomar una elección fundamentada en la evidencia. O es una
trivialidad o es una salvajada: es una trivialidad porque en democracia hay que
suponer que todo ciudadano toma una decisión moral al votar o al no hacerlo. Es
una salvajada si por responsabilidad moral se entiende que hay un tribunal
cognitivo o epistémico que acredita a los votantes por su capacidad para
decidir correctamente.
Afortunadamente no necesitamos la epistocracia. En favor del
socialismo el argumento básico es moral: la igualdad y el cuidado mutuo debe
prevalecer sobre todo. Por contra, el argumento en favor de la democracia es, además de moral (no hay soberanía legítima sin autonomía), epistémico: la democracia está correlacionada causal y no meramente de forma
accidental con la superioridad en las elecciones correctas. La evidencia
histórica nos muestra que una vez que en las sociedades se abre la concurrencia
de los muchos aumentan las probabilidades de que las elecciones sean las más
correctas. Los datos que soportan esta constatación quedan para los
historiadores, pero no hay mucha duda al respecto. Si quieres tomar una buena
decisión, deja que los muchos deliberen por un tiempo y decidan. Si quieres
equivocarte, reúne una comisión de expertos y dale todo el poder.
· Agradezco a Fernando Broncano-Berrocal
varias conversaciones y artículos que están aún en redacción sobre este tema.