“En el mundo como en casa”. Esta sería una fórmula para
elevar como estandarte y anunciar un ideal de vida cosmopolita. Muy lejos de
nuestra experiencia real. En un mundo interconectado por medios de
comunicación, redes sociales y viajes masivos de turismo o negocios, el planeta
ha adquirido la condición de una inmensa metrópolis con todo lo que
conlleva de enervamiento y permanente
excitación de los sentidos invadidos por mensajes, pantallas y ruidos
permanentes, constituido por un encadenamiento de zonas de paso, aeropuertos, malls, centros comerciales y centros de
ciudades convertidos en centros comerciales. Todo es lo mismo. No saber en qué
ciudad se encuentra uno cuando circula porque las calles, los comercios, los
escaparates y los cuerpos que pasean las aceras son lo mismo en todas
partes. Tupidas redes de no lugares que se
llenan de rostros inexpresivos y miradas veladas. No, claramente no vivimos en
un mundo cosmopolita.
Hacer del mundo un hogar significa domesticar los espacios, haciendo
que el sentido etimológico del verbo “domesticar” (hacer hogar) se convierta en
programa político. Transformar las zonas de paso en zonas de estar, las diásporas y exilios en hospitalidad,
cerrar los campos de refugiados porque ya no hay refugiados sino huéspedes.
Tomar los espacios y hacerlos públicos.
Judith Butler elabora con precisión este proyecto recordando los
movimientos occupy que recorrieron el mundo: Plaza Tahrir,
Manhattan, Plaza del Sol y tantos otros espacios que en virtud del poder de la
asamblea, del ensamblamiento de cuerpos en un lugar común los no lugares se
transmutan en espacios públicos:
En las calles y plazas de las ciudades tienen lugar manifestaciones multitudinarias que en los últimos tiempos son cada vez más frecuentes. Generalmente responden a objetivos políticos de carácter distinto, pero en todas sucede algo similar: los cuerpos se reúnen, se mueven y hablan entre ellos, y juntos reclaman un determinado espacio como espacio público. Naturalmente, sería fácil describir estas manifestaciones, o, por extensión, estos mismos movimientos, como cuerpos que se reúnen para plantear sus reivindicaciones en un espacio público; pero esta formulación presupone que el espacio público es algo dado, que ya existe y se reconoce como tal. Pero si no somos capaces de entender que, cuando las multitudes se reúnen, lo que está en juego, aquello por lo que se lucha, es justamente el carácter público del espacio, nos estamos olvidando de algo esencial en estas manifestaciones públicas. Y es que no puede negarse que tales movimientos han dependido de la existencia previa del asfalto, de la calle y de la plaza, y ciertamente se han congregado en plazas cargadas de historia como la de Tahrir, pero no es menos cierto que las acciones concertadas se apoderan del espacio, hacen suyo el suelo y animan y organizan la arquitectura del lugar. Aunque insistamos mucho en las condiciones materiales que hacen posible las asambleas y discursos públicos, también debemos preguntarnos cómo es que ambos reconfiguran la materialidad del espacio público y producen, o reproducen, el carácter público de ese entorno material. Sin embargo, cuando la multitud sale de la plaza y se traslada a las calles laterales o a algún callejón, a barrios en donde las calles no están asfaltadas, entonces sucede algo más.
El texto pertenece a
uno de sus últimos libros: Cuerpos
aliados y lucha política: Hacia una teoría performativa de la asamblea. Su
propuesta de ocupar el asfalto haciéndolo común por la virtud de cuerpos y
almas que se unen en un lugar compareciendo para dar voz a sus reclamos se
traduce en un programa en el que el entredós, el betwenness que conecta a las personas define la esencia de lo
político:
Arendt pensaba sin duda en la polis griega y en el foro romano cuando sostenía que toda acción política requiere un «espacio de aparición». Como apunta en una de sus obras: «La polis, propiamente hablando, no es la ciudad-Estado en su situación física; es la organización de la gente tal como surge del actuar y hablar juntos, y su verdadero espacio se extiende entre las personas que viven juntas para este propósito, sin importar dónde estén». El «verdadero» espacio está entonces «entre la gente», lo que significa que, al mismo tiempo que tiene lugar en un sitio concreto, la acción configura un espacio que en esencia pertenece a la alianza misma. Para Arendt, esta alianza no está ligada a su ubicación. De hecho, la alianza lleva consigo su propia localización, y esta se puede cambiar sin dificultad. Según Arendt, «la acción y el discurso crean un espacio entre los participantes que puede encontrar su propia ubicación en todo tiempo y lugar».
Los espacios de aparición de los que habla Butler —citando a
Hannah Arendt en su ilustre obra, La
condición humana— son el resultado de un tipo especial de comparecencia. No
la que ocurre en las redes sociales, como Instagram, cuando se sube un selfie que trata torpemente de hacer
pública la apariencia propia, sino la presencia del cuerpo en unión con otros
cuerpos, un poner y exponer el cuerpo con una voluntad de manifestación.
Quizás se objete que los espacios públicos en los que ocurre
la asamblea no son los espacios domésticos, domesticados, que propuse al
comienzo como modelo de habitar un mundo cosmopolita, organizados por la
hospitalidad y el común. De hecho Hannnah Arendt diferencia la esfera pública
en la que se constituye la política de los espacios privados del hogar,
orientados a la reproducción pero no a la institución de lo político. Bien, la respuesta a esta sensata objeción nos
lleva a un terreno espinoso donde pensar los cimientos más profundos de lo
político. Aristóteles lo hizo en la Política,
donde comienza deliberando sobre el gobierno de la casa, el oikos antes de hacerlo sobre el de la
ciudad, el espacio público, la polis. La posibilidad de una organización de la
polis como un oikos, de la cosmópolis como un hogar, es lo que Aristóteles
considera como una posibilidad plausible:
En primer lugar, hay que establecer como punto de partida el que es el principio natural de esta investigación. Es necesario que todos los ciudadanos lo tengan en común todo o nada, o unas cosas sí y otras no. No tener nada en común es evidentemente imposible, pues el régimen de una ciudad es una especie de comunidad, y ante todo es necesario tener en común el lugar. El lugar de la ciudad, en efecto, es uno determinado, y los ciudadanos tienen en común una misma ciudad. Pero la ciudad que va a estar bien administrada, ¿es mejor que tenga en común todo cuanto sea susceptible de ello, o es mejor que unas cosas sí y otras no? Porque es posible que los ciudadanos tengan en común los hijos, las mujeres y la propiedad, como en la República de Platón: allí Sócrates dice que deben ser comunes los hijos, las mujeres y las posesiones. Sobre todo, ¿es mejor la situación actual o la que resultase de la legislación descrita en la República?
¿Por qué plantearía Aristóteles la cuestión de lo común como
una posibilidad de organización de la polis? La respuesta es que ve en la casa
un cierto principio de organización que ordena la ciudad. Que era un problema presente
en la democracia ateniense, de cuyo final fue Aristóteles testigo, da
testimonio una conocida obra del comediógrafo Aristófanes: Las asambleístas. La comedia tenía en la democracia ateniense un
componente carnavalesco, satírico e irreverente pero también profundamente
político.
Aristófanes escribió esta obra en el 392 AC, en un momento
de decadencia de Atenas, que había sido derrotada en la Guerra del Peloponeso y
estaba perdiendo su anterior dominio sobre la Hélade. Se multiplicaban las críticas
a la democracia y el malestar era visible y audible en la Asamblea. La obra
relata la conjura que un grupo de mujeres organiza dado el estado de las cosas
y, dirigidas por Praxágoras, deciden disfrazarse de hombres, acudir a la
Asamblea y dirigir a los asistentes un discurso de crítica de la situación y proponer
un cambio radical:
«¡Tú oh pueblo, eres la causa de todos estos males! Pues te haces pagar un sueldo de los fondos del Estado, con lo cual cada uno mira sólo a su particular provecho, y la cosa pública anda cojeando como Esimo. Pero si me atendéis, aún podéis salvaros. Mi opinión es que debe entregarse a las mujeres el gobierno de la ciudad, ya que son intendentes y administradoras de nuestras casas.»
Efectivamente, dado que son mayoría en la Asamblea aprueban
un cambio de gobierno que lo deja en manos de las mujeres. Su argumento es
precisamente que la polis puede ser regida mucho mejor si se organiza como un oikos, una casa o espacio común:
«Yo os demostraré que las mujeres son infinitamente más sensatas que nosotros. En primer lugar, todas, según la antigua costumbre, lavan la lana en agua caliente, y jamás se las ve intentar temerarias novedades. Si la ciudad de Atenas imitase esta conducta y se dejase de innovaciones peligrosas, ¿no tendría asegurada su salvación? Se sientan para freír las viandas, como antes; llevan la carga en la cabeza, como antes; celebran las Tesmoforias, como antes; amasan las tortas, como antes; hacen rabiar a sus maridos, como antes; ocultan en casa a los galanes, como antes; sisan, como antes; les gusta el vino puro, como antes, y se complacen en el amor, como antes. Y al entregarles, ioh, ciudadanos! las riendas del gobierno, no nos cansemos en inútiles disputas ni les preguntemos lo que vayan a hacer; dejémoslas en plena libertad de acción, considerando solamente que, como madres que son, pondrán todo su empeño en economizar soldados. Además, ¿quién suministrará con más celo las provisiones a los soldados que la que les parió? La mujer es ingeniosísima, como nadie, para reunir riquezas; y si llegan a mandar, no se las engañará fácilmente, por cuanto ya están acostumbradas a hacerlo. No enumeraré las demás ventajas; seguid mis consejos y seréis felices toda la vida.»
El principio básico
del nuevo orden es que todo debe poseerse en común. No era algo que no se
hubiese considerado más de una vez en Atenas, siempre dividida entre la
oligarquía y el pueblo llano. De hecho en La República de Platón vuelven
a resonar estos ideales. La cuestión de fondo está muy claramente expuesta en
el discurso de Praxágora: en la situación actual nadie se preocupa más que de
lo suyo y han abandonado todo interés por el bien común.
Ciertamente, la
obra de Aristófanes, aunque se haya considerado como un antecedente de las
ideas socialistas es una obra conservadora que deriva en una caricatura subida
de tono, al haber aprobado la Asamblea que también los cuerpos de hombres y
mujeres deben pertenecer al común, con lo que la vis comica es fácilmente
previsible. Pese a todo Aristófanes recoge en la comedia muchos argumentos y
discusiones que estaban en la calle y, en cualquier caso, plantea muy
abiertamente cuestiones de fondo sobre la organización de lo público. Algunas
escenas de la obra, pese a la dramaturgia orientada a los bajos instintos cala
muy profundo en muchos componentes de lo común. Así, el final que propone el
autor es tan sorprendente como sabio. Cuando el conflicto en la ciudad crece
(en su fábula por las discusiones de quién tiene derecho a acostarse con quién)
la trama no deriva al desastre sino todo lo contrario. Praxágoras propone con
sabiduría la celebración de un ágape al que está invitado toda la polis y al
que cada ciudadano contribuirá con algún alimento o bebida. Es una salida
ritual cuando el conflicto se hace insostenible. Por otro lado, Aristóteles
sostuvo la metáfora del ágape al que todos colaboran como un argumento fuerte a
favor de la democracia: siempre una asamblea será más inteligente que la cabeza
de un dictador como un banquete al que todos contribuyen será más abundante,
variado y gustoso que la invitación de un solo huésped. La obra termina con un
canto festivo del Coro:
Marchad vosotras, ligera y acompasadamente. Pronto se van a servir ostras, cecina, rayas, lampreas, sesos en salsa picante, silfio, puerros empapados en miel, tordos, mirlos, palominos torcaces, palomas, crestas de gallo asadas, chochas, pichones, liebres cocidas en arrope y sustancia de alones. Ya lo sabéis: pronto, amigas mías, coged un plato, sin olvidaros del vaso, y a comer. (…) Brinquemos! ¡Bailemos! ¡lo! Evohé) ¡Al festín! ¡Evohé, evohé, evohé!
Es la fiesta de la democracia y el común
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