Si es
posible hablar de justicia epistémica es porque las trayectorias
históricas del mundo contemporáneo han convertido el conocimiento en un bien
sometido al imperio de la justicia. No hay duda de que el conocimiento siempre
ha sido un bien para quien lo ha poseído o lo ha necesitado. Es algo que
pertenece a la historia de la humanidad. Pero no siempre ha sido un bien que
haya pertenecido al dominio del concepto de justicia estructural o social, por
más que su distribución haya estado sometido a las reglas de la moral o de la
justicia transaccional. Platón consideraba el conocimiento como un bien, pero
no consideraba que debiera repartirse por igual a toda la sociedad, al
contrario, abogaba por una sociedad sometida al control de una aristocracia
epistémica. El conocimiento, sostenía, era una obligación dependiente de la
posición social y, correlativamente, la posesión de conocimiento entrañaría una
posición social correspondiente. En La República aboga por una
correspondencia fiel entre posición epistémica y posición social que anticipa
la epistemología política por cuanto para Platón las nociones de justicia y conocimiento
son inseparables. Ciertamente la obra de Platón es el primer ejercicio de
epistemología política en la historia del pensamiento, pero lo es por exceso.
Un exceso que difícilmente nos permite hablar de derechos, obligaciones y
responsabilidades epistémicas, dejando a un lado las dificultades que tiene la
teoría platónica para fundamentar una legitimación de la democracia.
Un segundo
momento, mucho más cercano en lo que respecta al marco jurídico, moral y
político contemporáneo, es la polémica que sostienen Kant y el jurista francés
Benjamin Constant sobre la mentira, que Kant reconstruye en «Sobre un presunto
derecho a mentir por filantropía», (1797). Es un opúsculo en el que Kant
responde a lo que parecía ser una crítica de Constant a su posición sobre la
obligación absoluta de decir la verdad y no engañar, y que se resume en la
tesis de “Es un deber decir la verdad. El concepto de deber es inseparable del
concepto de derecho. Deber es lo que en un ser corresponde a los derechos de
otro. allí donde no hay derechos, no hay deberes. Decir la verdad es, entonces, un deber; pero sólo para
con quien tiene derecho a la verdad”. Frente a Constant, Kant sostiene que
“la veracidad en declaraciones que no se pueden evitar es un deber formal del hombre para con todos, por muy grande que pueda ser el perjuicio que de ahí resulte para él o para otro; y aunque yo no cometo ninguna injusticia contra aquél que me fuerza injustamente a hacer una declaración, si falseo ésta, sin embargo, con tal falsificación, que por ello también se puede llamar mentira (aunque no en el sentido del jurista), cometo una injusticia en general en una parte esencialísima del deber: esto es, provoco que, por lo que depende de mí, las declaraciones no merezcan fe alguna y, por consiguiente, que todos los derechos fundados en contratos caduquen y pierdan su fuerza; lo cual es una injusticia inferida a la humanidad en general”
La discusión tiene dos niveles: uno es el de
la interpretación de la filosofía kantiana, pues parecería que Kant está
reduciendo lo jurídico a lo moral. Los matices de esta interpretación son
marginales al punto que estoy discutiendo. El segundo nivel es sin embargo
central para la cuestión de la interacción de las ideas de justicia y el
conocimiento. Kant argumenta que el daño que causa la mentira no es un daño
contingente que pudiera resolverse como una ruptura de contrato, en tanto que
el hablante parece haber prometido la verdad, o al menos la sinceridad, sino
que es “una injusticia inferida a la humanidad”. Quizás la expresión tenga
connotaciones un tanto épicas y excesivas, pero Kant apunta aquí un posible
argumento poderoso. Así, el daño que inflige quien miente no puede medirse
solamente por las consecuencias directa del acto, sino por cómo esa acción contribuye
a la injusticia. No hay ninguna duda que Kant está definiendo aquí una
dimensión epistémica de la justicia o, si quiere decirse así, anticipando el
concepto de injusticia epistémica.
Saray Ayala ha expuesto en un luminoso artículo escrito junto a Nadia Vasilyeva lo que Kant dejó como afirmación. Es un
convincente argumento sobre cómo el habla y el silencio pueden producir un daño
colectivo. El tema de su trabajo es el de cuál es el daño que causa el silencio
del oyente cuando el hablante profiere alguna expresión de odio o de
discriminación, por ejemplo, el caso tan hispano de quien, en la barra de un
bar, con voz estentórea y carcajadas, cuenta un chiste machista, racista u
homofóbico. El oyente avergonzado opta muchas veces por un silencio que las
autoras describen como cómplice a pesar de que ocultamente la patochada le
produzca el mayor de los rechazos.
Su argumento se desarrolla sobre el análisis
pragmático del lenguaje y contiene una propuesta luminosa sobre los
micromecanismos por los que se produce lo que Kant consideraba que era un daño
a lo común. En una conversación, nos
recuerdan, cada expresión adquiere sentido en la medida en que los hablantes
comparten un trasfondo común que permite que la dinámica de la conversación
genere un ajustamiento continuo de las expectativas y de los supuestos que dan
contenido a las palabras. Imaginemos una escena (uso aquí el mismo ejemplo que
ofrecen Ayala y Vasilyeva) en la que un profesor y una alumna comentan la
dificultad de un problema de investigación que debe resolver en un examen o
trabajo. Si el profesor dice “no te preocupes, el problema no es difícil de
resolver con los recursos a vuestra disposición” la alumna obtendrá una
perspectiva sobre el juicio del profesor sobre la posibilidad de llevar a cabo
la investigación.
Acuden las autoras para analizar la microdinámica
conversacional a lo que el filósofo del lenguaje David Lewis, (1979) definió como
puntaje conversacional. Consiste en ajustamientos de las expectativas y formaciones
de sentido resultados que ocurren en el intercambio de palabras como resultado
del hecho que las palabras adquieren significado acudiendo al trasfondo común,
pero también al acto particular de elección de palabras en el contexto
conversacional. Lewis lo denomina “puntaje” (scorekeeping) por analogía
al desarrollo de un juego donde los jugadores van anotando lo que obtienen del
juego. En el caso de la conversación, el logro de entender (y ocasionalmente
aceptar) lo que dice el hablante, al tiempo que el hablante logra ser entendido
(y, ocasionalmente, que se acepten sus palabras). Al comprender las palabras y
reaccionar ante ellas, se produce un efecto de acomodación o reforzamiento de
los supuestos que constituyen el trasfondo común. Es decir, no solamente hay un
acto de comprensión sino también de reforzamiento o, por el contrario, de
cuestionamiento e inestabilidad del trasfondo común de significados y
conocimientos.
Supongamos, sin
embargo, que el profesor le dice a la alumna “hasta alguien como tú podría
resolver este problema”. Mikel Iturriaga,
un conocido divulgador culinario en prensa y radio ha construido en parte su
popularidad usando este tipo de expresiones para evaluar la dificultad de una
receta. Así, encontramos juicios como este: “Dificultad: para adultos con el
cerebro de un niño de cuatro años”. Obsérvese
que nuestro periodista es mucho más explícito que el profesor, pero en ambos
casos la expresión denota un juicio sobre el oyente. Como muestran Ayala y
Vasilyeva, la expresión no solamente da una información, sino que está causando
un daño al oyente que, en el caso del profesor, implica un insulto a la
inteligencia de la alumna.
El daño causado por
la estúpida respuesta del profesor es ciertamente particular. Insulta a la
alumna poniendo de manifiesto su desprecio y infravaloración de sus
capacidades. Si la alumna responde y replica a esta ofensa, habrá dejado clara
su queja y su resentimiento por la injusticia. Si, por el contrario, se calla,
habrá contribuido con su silencio al reforzamiento del autoritarismo e
insolencia del profesor. Con todo, aquí el daño es, digamos, personal. No hay
necesariamente un daño colectivo (o por lo menos bajo alguna descripción).
Imaginemos sin embargo que la escena discurriese de la siguiente forma. El
profesor se dirige a un alumno (ahora cambiamos de género) y le responde de
esta forma a su pregunta sobre la dificultad del problema: “hasta una mujer
podría resolverlo”. Supongamos que en este caso el alumno permanece en silencio
o, peor aún, ríe la gracia machista del profesor. Entonces se habrá producido
algo pernicioso para el trasfondo común: se habrá generado un reforzamiento de
un prejuicio patriarcal sobre la inteligencia de las mujeres. El daño aquí se
generaliza desde la psicología particular (en el caso anterior de la alumna) a
una discriminación de género que se reproduce, entre otras formas, a través del
anclaje y acomodación de los prejuicios en el trasfondo común de significados.
Este análisis
deja bastante claro cuál era el marco que permitía a Kant afirmar que quien
miente está dañando a lo común: está generando una inestabilidad en el
presupuesto pragmático que hace que cuando recibimos una respuesta a una
pregunta, la afirmación del hablante presupone que sinceramente cree la verdad
de lo que responde. Incluso en las mentiras piadosas, afirma Kant, se está
produciendo un atentado contra la justicia epistémica que regula nuestra vida
en común.
Imaginemos ahora lo que ocurre cuando la expresión ocurre en la prensa, en el Parlamento o en cualquier institución y es proferida por alguien con poder o autoridad.
Imaginemos ahora lo que ocurre cuando la expresión ocurre en la prensa, en el Parlamento o en cualquier institución y es proferida por alguien con poder o autoridad.
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