Esta semana
pasada, en el II Seminario de Filósofas, he aprendido muchos matices de la injusticia
epistémica de las voces de Carla Carmona, Rosana Triviño, Alba Moreno y Esa
Díaz-León, Gloria Andrada, Julia Dorado y Mercedes Rivero. La injusticia
epistémica con el que Miranda Fricker dio fin a un vacío hermenéutico que
existía en la conexión de la injusticia social con daños profundos en nuestras
prácticas comunicativas y hermenéuticas debido a los prejuicios estructurales
que garantizan la pervivencia de la dominación, la opresión y la desigualdad.
Las intervenciones de Rosana Triviño y Carla Carmona, en particular, iluminaron para mí muchos aspectos oscuros sobre las responsabilidades
del sujeto dominante, en particular, en sus ejemplos, sobre cómo en los contextos de la educación y la sanidad se pueden estar cometiendo injusticias en el acceso a los
recursos comunes del conocimiento debido a prejuicios sobre la clase, el
género, la etnia, el acento, la orientación sexual, la apariencia del cuerpo,
el rendimiento fisiológico y tantas otras formas de discriminación con las que
nos encontramos. Querría aquí continuar la conversación en relación con los dos
temas conectados de la injusticia hermenéutica y la educación.
Miranda Fricker
define de esta forma la injusticia hermenéutica: es “la injusticia de que
alguna parcela significativa de la experiencia social propia quede oculta a la
comprensión colectiva debido a un prejuicio identitario estructural en los
recursos hermenéuticos colectivos.” Es
decir, los recursos comunes mediante los que damos nombre a las cosas y a las
experiencias pueden estar distorsionados de manera que quienes sufren una
desventaja, y en particular en su experiencia cotidiana, no son capaces de expresarla
ni entenderla como un fruto de la injusticia debido a que “los poderosos gozan
de una ventaja injusta en la estructuración de las interpretaciones sociales
colectivas.” Miranda Fricker ofrece varios ejemplos, pero se centra sobre todo
en un caso de una mujer trabajadora que debido al acoso sexual continuado de un
jefe de laboratorio se ve obligada a dejar el trabajo, único recurso de su
familia de dos hijos. Su desgracia aumenta al ser incapaz de explicar ante el
funcionario del paro por qué había dejado el trabajo, por lo que, además, se
quedó sin acceso a la prestación por desempleo. El ejemplo aparece en una
novela americana de los años sesenta. Miranda Fricker explica de esta forma el
ejemplo:
“Antes del reconocimiento colectivo del acoso sexual como tal, la ausencia de una interpretación adecuada de lo que los hombres hacían a las mujeres cuando las trataban así era bastante general según las hipótesis. (…) lo que tiene de malo este tipo de marginación hermenéutica es que vuelve estructuralmente prejuicioso el recurso hermenéutico colectivo, ya que tenderá a propiciar interpretaciones sesgadas de las experiencias sociales de ese grupo porque están insuficientemente influidas por el grupo protagonista y, por tanto, indebidamente influidas por grupos con mayor poder hermenéutico (así, por ejemplo, el acoso sexual pasa por flirteo, la violación en el matrimonio como no violación, la depresión posparto como histeria, la reticencia a trabajar horas que dificultan la conciliación de la vida familiar como falta de profesionalidad, etcétera).”
Hay dos daños,
explica Miranda Fricker: uno en la incapacidad de comunicar y entender su
experiencia de sufrimiento y otro en la construcción de su propia identidad
personal y social. La injusticia hermenéutica se produce en un contexto de
marginación hermenéutica: a las personas oprimidas se les impide el acceso a
aquellos recursos cognitivos comunes que permitirían entender lo que pasa y
cuáles son las causas.
Las injusticias
hermenéuticas se producen de forma estructural y sistémica en muchos contextos,
sobre todo en el ámbito laboral, en los sistemas de salud y de seguridad social,
pero también, de forma continua, en el sistema educativo. Se pueden dar en el
espacio interpersonal del aula y de forma estructural en todo el sistema
educativo. Miranda Fricker distingue entre casos incidentales, por ejemplo,
cuando un profesor margina a una alumna debido a su procedencia de clase o a su
acento, y casos estructurales, en los que es el propio diseño del modo en que
se accede a los recursos comunes hermenéuticos el que hace muy probable la
marginación.
Sabemos que la
educación en las primeras fases de la vida no afecta solamente a las
capacidades intelectuales sino a la configuración misma de la identidad de niños
y adolescentes. Quienes pasamos por un internado religioso (única forma de mi
generación para el acceso a la educación secundaria si no provenías de una
familia con recursos económicos y, además vivías en un pueblo) sabemos muy bien
hasta qué punto se producen daños permanentes en la identidad. Pero al margen
de estos casos generacionales, hay políticas educativas que generan
sistémicamente injusticias hermenéuticas. Cuando a lo largo del periodo educativo
se margina a una parte del alumnado sin la sensibilidad suficiente para
entender sus dificultades educativas puede que se esté cometiendo una
injusticia epistémica estructural.
Son muchos los
ejemplos que se pueden encontrar de la presencia de estos sesgos en nuestros
sistemas educativos, pero voy a referirme a un par de ellos. El primero se
refiere a las consecuencias de la creciente y rápida dualización del sistema
educativo debido a razones de clase. La presión social y las medidas políticas
que conducen a la división de colegios por razones de poder económico es ya
estructural. Esta desigualdad por sí misma es injusta, pero lo es mucho más
cuando se producen recortes en los servicios que deberían tener los colegios en
los barrios de las clases más bajas. Sobre todo, en la presencia de educación
compensatoria, de asistencia social a las familias, de recursos de espacio y
tiempo para la educación fuera del horario escolar, etcétera. Esta desigualdad
produce injusticias hermenéuticas sistémicas: en los niños y adolescentes en el
marco del aula, que son incapaces de entender qué hacen allí, y en las
profesoras y profesores desbordados por una situación que no pueden controlar y
que viven bajo condiciones de estrés y falta de autoconfianza, cuando en ambos
casos es un producto de la injusticia social que genera incapacidad para
comprender lo que ocurre. El sistema educativo, así, puede contribuir de forma
indirecta a la reproducción de la desigualdad social y a la marginación sistémica
en el acceso a los recursos epistémicos que harían posible comprender lo que
ocurre. Algunas alternativas pedagógicas del siglo XX centradas en las clases
trabajadoras sabían que lo primero era tomar conciencia de estar en situación
educativa marginada. Así, Lorenzo Milani, el cura pedagogo de los campesinos
montañeses de Barbiana, promovía la unión de la conciencia de clases y la
resistencia epistémica en el aula y fuera de ella.
En el caso del sistema
educativo español, que últimamente ha optado por lo que llaman educación bilingüe
en castellano (o el idioma de la comunidad autónoma respectiva) e inglés, esta
política cultural está produciendo una nueva forma muy grave de desigualdad e
injusticia hermenéutica. Son ya muchos los estudios que alertan de que el
sistema está generando desigualdad de clase, pero además está generando
dificultades en la expresión y autocomprensión en el marco de las interacciones
del aula. Podría haberse optado por un sistema de buen aprendizaje del inglés,
que claramente es la lingua franca de nuestro tiempo, pero se ha optado por algo
distinto: el que las asignaturas centrales para la comprensión del mundo y de
uno mismo se impartan en una lengua que no es la propia. El sistema está
diseñado para producir camareros que puedan hablar con los clientes, pero no
personas que entiendan su mundo. No se trata de que los profesores o alumnos sean
competentes en inglés de modo suficiente para transmitir conocimientos, se
trata de que no lo sean en los matices sutiles que exige la comprensión mutua y
el entorno afectivo y cognitivo del aula.
Los ejemplos se
acumulan. Son muchos los trabajos por hacer en el estudio de las políticas públicas bajo la mirada y el punto de vista de los daños en el acceso a los recursos cognitivos. Los sistemas de salud están progresivamente construidos de forma que
impiden la interpretación y comprensión del paciente o del discurso médico. El
sistema jurídico está diseñado para hacer difícil o imposible la comprensión
del discurso del de abajo (la historia de los desahucios e hipotecas, la
pequeña delincuencia,…). Una sociedad autoritaria, injusta y desigual comienza
por destruir los recursos hermenéuticos comunes que posibilitarían iluminar sus
zonas oscuras.
En la guerra de clases (y las otras formas de opresión) la primera víctima es el significado.