La cuestión de cuándo un grupo social marginado, oprimido o excluido, con problemas serios para interpretar y comprender el marco social que produce su marginación, es capaz de generar los recursos hermenéuticos necesarios para ello no puede responderse proponiendo alguna mejor distribución de los recursos disponibles en el común, puesto que, como han puesto de manifiesto algunas teóricas, esos recursos comunes puede que distorsionen aún más la experiencia de exclusión y las dificultades de comprensión. La Ilustración y aún más el Romanticismo hicieron bandera de la educación como herramienta básica de la emancipación humana. Es difícil discrepar de la idea de que una mente ilustrada es una mente más libre pero el problema es si la educación, considerada en abstracto y referida a la compartición de los recursos epistémicos comunes, es suficiente para que quienes sufren injusticias graves y sistémicas puedan interpretar y explicar las causas sociales que las producen y cuáles son los daños que tales injusticias producen en su propio autoconocimiento.
La insuficiencia de los
recursos hermenéuticos comunes para entender la propia realidad tiene una
densidad mayor que la mera carencia producida por la falta de acceso. Tiene,
por el contrario, dos aspectos diferenciados y de distinta generalidad. A veces
faltan los conceptos que necesitaríamos para entender una parte de la realidad
que ya sabemos que está en la penumbra. En esta primera faz, la cuestión de la
insuficiencia nos lleva a la mucho más general de cómo nacen los conceptos. Esta
es una vieja pregunta de la filosofía que no puede resolver el racionalismo que
afirma que los conceptos no nacen porque son innatos y todo lo más que pueden
ocurrir son recombinaciones, ni tampoco el empirismo entendido como
generalización de experiencias, porque las experiencias sin conceptos, como
sabemos desde Kant, son ciegas. En este sentido,
oprimidos y opresores pueden sentir a veces que los recursos comunes son
insuficientes para entender zonas también comunes de la realidad. Más allá, está
el segundo aspecto del problema, el que me interesa tratar aquí: los recursos
comunes puede que sean comunes, pero no son neutros. No pocas veces, la
interpretación de la realidad se realiza bajo la luz de conceptos cargados de
valor y desgraciadamente de los valores dominantes orientados a dejar en la
ignorancia las experiencias de los grupos dominados.
La cuestión de cómo
superar las limitaciones a la interpretación de la realidad deviene en un
conjunto de preguntas sobre dónde y cómo pueden emerger los recursos
hermenéuticos necesarios para entender y transformar las situaciones límite en
las que se encuentran tantas veces los grupos subalternos. La hipótesis que
quiero proponer a discusión es que la cuestión general de cómo se puede
aprender de la práctica, desarrollar recursos hermenéuticos e interpretar las
situaciones propias de marginación, subordinación u opresión entraña, en primer
lugar, la formación de nichos o entornos cognitivos singulares que hagan
probable y verosímil la creación de conceptos adecuados. Estos entornos
implican espacios sociales y, sobre todo, redes de cooperación epistémica y
práctica. En segundo lugar, en lo que respecta al cómo, la elaboración de
recursos hermenéuticos comunes entraña que estas unidades de formación
desarrollen prácticas epistémicas colaborativas en las que se examinen las
particularidades de las experiencias y se desarrollen relatos comunes. Usaré
como referencia en relación con la sociogénesis de entornos de aprendizaje la
idea de “comunidad epistémica”; en cuanto a las características diferenciadoras
del cómo circula la información y el conocimiento en ellas, propondré el
término y el concepto de “fraternidad epistémica”.
Hace unas décadas
apareció el concepto de “comunidades epistémicas” que comenzó a popularizar el
profesor de ciencia política Peter M. Haas aplicado a las relaciones
internacionales. A medida que la globalización se fue extendiendo en sus
múltiples facetas, creció la importancia de muchas instituciones
transnacionales que tienen una poderosa influencia en las políticas públicas de
economía, salud, medio ambiente, etc. Haas comenzó estudiando las políticas
públicas medioambientales de protección contra la polución en el Mediterráneo y
encontró que las instituciones gubernamentales y trans-gubernamentales se
encontraban cada vez más mediatizadas por la necesidad de ideas y conocimientos
a la hora de tomar decisiones entre políticas públicas alternativas. Partiendo
de la perspectiva constructivista que se había desarrollado en los ochenta y
noventa en el campo de los estudios de ciencia, tecnología y sociedad (CTS), se
fijó en la emergencia de una nueva clase de actores que intervenían como
agentes intermedios entre la sociedad y los policy-makers creando ideas,
tratando problemas complejos y suministrando recomendaciones a los gobiernos.
Eran lo que llamó “comunidades epistémicas”, grupos y redes de expertos en
diversas disciplinas y áreas, no siempre visibles, sobre los que recaía la
función de inyectar conocimiento en las políticas, leyes y decisiones.
No me interesan aquí las
connotaciones tecnocráticas, del término, ni que se haya aplicado a la
creación de una trama a veces nada transparente de burocracias intermedias que,
bajo el término de “paneles de expertos” terminan hurtando al debate público
muchas cuestiones que son del mayor interés público. Lo que importa de la idea
es que capta procesos reales de formación de redes que se mueven entre la
reflexión y la performatividad y que se justifican porque la complejidad de los
problemas que tratan no puede ser abordada por las unidades de pensamiento o
acción tradicionales, paradigmáticamente, las disciplinas y los partidos. Las
cuestiones del cambio climático, o la actual pandemia, activan la constitución
de lazos que conectan gente con saberes teóricos y prácticos a veces comunes y
casi siempre heterogéneos y los organizan para buscar soluciones y enfrentarse
a problemas que oscurecen de pronto el horizonte. Las comunidades epistémicas
se instituyen porque los recursos epistémicos disponibles no son suficientes
para hacerse cargo de la complejidad de muchos de estas dificultades. Las
comunidades epistémicas se caracterizan por reclutar capacidades y ponerlas en
contacto con la idea de que a la complejidad del problema le responda la
complejidad de la red.
No hay que pensar en las comunidades
epistémicas simplemente como grupos de expertos. La idea, por el contrario, es
que estos nuevos actores sociales surgen precisamente porque los expertos
tradicionales y las redes existentes disciplinares no se han enfrentado al
problema, lo han subvalorado o carecen de la amplitud y heterogeneidad de
perspectivas que son necesarias para definir un plan de acción. La línea de
estudios denominada “Undone Science” ha analizado los movimientos sociales que
han presionado para el estudio de problemas que habían sido abandonados por la
ciencia y la tecnología bien por negligencia o por falta de interés económico
de los grandes poderes de la investigación. Así, enfermedades como el SIDA, el
autismo y otras varias fueron la razón de la creación de movimientos que hizo
que muchos legos, pero concernidos con el problema, diseñaran líneas de
investigación y presionaran para responder a lo que las comunidades
disciplinarias y políticas tradicionales habían dejado a un lado. De hecho,
podemos pensar en comunidades epistémicas formadas precisamente con el objetivo
de resolver la penuria de información y las dificultades que un grupo puede
tener para alcanzar una explicación individualmente. Los movimientos sociales
ocasionalmente crean redes informales que tienen como objetivo la producción de
conocimiento: grupos de discusión, clubes de lectura, universidades populares y
otras muchas iniciativas que a lo largo de la historia han contribuido a
iluminar las zonas sociales y temáticas oscurecidas por los intereses presentes
en la cultura dominante.
Una comunidad epistémica
puede definirse, pues, como un grupo de heterogénea composición y capital
cultural cuyo objetivo es encontrar los recursos necesarios para tratar
problemas complejos que no son abordados por las instituciones y disciplinas
existentes, bien por razones de interés activo, bien por desidia e indolencia
epistémica. Estos grupos pueden tener un grado de formación y experticia muy
alto, muy bajo o muy heterogéneo. Lo esencial es que se articulen como acciones
colectivas de creación de recursos hermenéuticos y explicativos comunes
orientados a problemas específicos. Como tal, la idea de comunidad epistémica
es neutra respecto a la división social entre grupos dominantes y subordinados,
se trata por el contrario de una intervención en el eje de los recursos comunes
respecto a la disponibilidad de recursos hermenéuticos y explicativos
necesarios para entender y hacerse cargo de un problema común.
La constitución de
comunidades epistémicas es un instrumento, pero puede ser insuficiente para
disolver la injusticia hermenéutica que sufren muchos grupos. Paulo Freire, en Pedagogía del oprimido, siguiendo en
cierta forma a Frantz Fanon, quien, a su vez, se inspira en la mauvaise foi sartriana para hablar de la
doble conciencia del oprimido, esclarece las dificultades que plantea la
injusticia hermenéutica. Cuando nos situamos en el eje de la desigualdad de
poder, las dificultades no son solamente de carencia de recursos epistémicos
sino de muros internos para acceder a ellos:
El gran problema radica en cómo podrán los oprimidos, como seres duales, inauténticos, que «alojan» al opresor en sí, participar de la elaboración de la pedagogía para su liberación. Sólo en la medida en que descubran que «alojan» al opresor podrán contribuir a la construcción de su pedagogía liberadora. Mientras vivan la dualidad en la cual ser es parecer y parecer es parecerse con el opresor, es imposible hacerlo. La pedagogía del oprimido, que no puede ser elaborada por los opresores, es un instrumento para este descubrimiento crítico: el de los oprimidos por sí mismos y el de los opresores por los oprimidos, como manifestación de la deshumanización.
Las dificultades al
conocimiento entrelazan lo interno y lo externo, la respuesta emocional y la
percepción de las dificultades objetivas para cambiar las cosas. Belén Gopegui,
en su tesis doctoral Ficción narrativa,
autoayuda y antagonismo, ha
estudiado el sufrimiento de tanta gente que acude a la literatura de autoayuda,
un género que ha crecido explosivamente en las últimas décadas y que por una
parte reconoce las ansiedades y amarguras que nos afecta, aunque suele reducir
las causas y culpabilidades, así como los posibles remedios, al plano subjetivo
e individual. Ciertamente son muchas las causas del sufrimiento subjetivo, y
también es cierto que quienes acuden a la literatura de autoayuda puede que sea
ya un sector social con ciertos recursos epistémicos y hermenéuticos, pero
Belén Gopegui toma la extensión de la literatura de autoayuda como un dato
objetivo de una necesidad social de análisis de la realidad, de
auto-interpretación y de resolución de problemas. Su propuesta, lejos de
ejercer una crítica superficial y barata a un género que posiblemente sea uno
de los pocos recursos disponibles para mucha gente, es, por el contrario, la de
reinventar el género bajo una modalidad que la autora denomina “confabulación”.
El término recoge bien la polisemia de significados que abre la etimología de
“cum-fabulare”, relatar juntos, en colaboración y quizás por debajo de las
miradas del poder constituido.
En la segunda parte de su
tesis doctoral, adopta la forma de una propuesta de contramanual de autoayuda
puesto que es una exploración de la ayuda mutua tomando como posible audiencia
unos cuantos casos ficticios en los que la intersección de las opresiones
configura formas de sufrimiento comunes en sus resultados, aunque heterogéneas
en sus causas. En esta resignificación del género, Gopegui reconoce y repasa
las dificultades que objetivamente tiene su propuesta: la paradójica adhesión
que los sujetos aún encuentran en el mensaje que les culpabiliza de su
situación porque abre la pequeña esperanza de que ellos por sí mismos puedan
salir de sus aprietos; el miedo que siempre suscita el encuentro con otras
personas; la falta de esperanza y la dureza de emprender algo aún contra la
falta de esperanza… En definitiva, los pasos que hay que dar para encontrar en
el grupo una respuesta que permita pasar del mero estado de depresión a la
comprensión de sus causas son movimientos que cuesta realizar como ejercicios
de rehabilitación.
De nuevo, Paulo Freire
diagnostica la raíz de esta inhabilitación:
[…] en cierto momento de su experiencia existencial, los oprimidos asumen una postura que llamamos de «adherencia» al opresor. En estas circunstancias, no llegan a «ad-mirarlo», lo que los llevaría a objetivarlo, a descubrirlo fuera de sí. Al hacer esta afirmación, no queremos decir que los oprimidos, en este caso, no se sepan oprimidos. Su conocimiento de sí mismos, como oprimidos, sin embargo, se encuentra perjudicado por su inmersión en la realidad opresora. «Reconocerse», en antagonismo al opresor, en aquella forma, no significa aún luchar por la superación de la contradicción. De ahí esta casi aberración: uno de los polos de la contradicción pretende, en vez de la liberación, la identificación con su contrario.
La confabulación que
propone Belén Gopegui entraña por ello algo más que lo que exigirían las
comunidades epistémicas, que parecen nacer de sujetos no demasiado dañados aún
en sus capacidades de análisis y en el hecho de que no sufren de metacegueras y
son consciente de sus ignorancias y de la necesidad de encontrar nuevos
conceptos y diseños de acción.
Llamaré “fraternidades
epistémicas” a estas iniciativas que nacen de la conciencia vulnerada y de la
ansiedad por la falta de ayuda colectiva para salir adelante girando la mirada
hacia la situación compleja en que están sumidos, con la idea de situarla en
una topografía de la opresión. A diferencia de las comunidades epistémicas, en
las fraternidades epistémicas hay una conciencia mucho más intensa de la
fragilidad y de la penuria cognitiva por parte de los miembros del grupo. La
agrupación tiende a ser un subproducto de las necesidades de encuentro, muchas veces
formadas de manera contingente aprovechando espacios comunes de asociaciones o
instituciones públicas, otras veces a instancias de activistas dentro de
movimientos sociales más amplios, o como derivas de otros grupos ya
constituidos.
Lo que hace de estos
grupos fraternidades es, en primer lugar, la fuerza de los lazos afectivos que
subyacen a la agrupación. Son lazos de reconocimientos mutuos en la condición
de necesidad, de mezclas complejas de miedo, ansiedad, desesperanza y deseo de
apoyo y compañía, a veces el compartir pasiones reactivas comunes como el
resentimiento, la indignación e incluso el odio, y, en todo caso reacciones de
confianza que solamente se producen como resultado de la percepción de los
otros como iguales en la subalternidad. En segundo lugar, está la formación de
lo que podríamos llamar proto-virtudes epistémicas, en particular las que
dirigen la atención hacia los problemas comunes que, por su propia historia,
saben desatendidos por el resto de la sociedad. La atención no implica
necesariamente que haya garantías de formar una estructura conceptual
suficiente para entender las situaciones, pero ciertamente moviliza y focaliza
las capacidades personales e interpersonales del grupo en una misma dirección.
Junto a la atención, está la activación de imaginaciones resistentes, tal como
las ha denominado José Medina en su magnífico trabajo The epistemology of
resistance. Las imaginaciones resistentes son un primer paso para
sobrepasar la doble conciencia y la internalización del punto de vista del
dominador, tal como lo han descrito Frantz Fanon y Paulo Freire. Se trata de un
cambio emocional que tiende a inhibir el punto de vista del dominador como
punto de vista propio. En este sentido,
existe una asimetría de poder entre grupos dominadores y dominados. El varón
sexista, por defecto, tiene ya una resistencia inmediata a ponerse en el lugar
de la mujer en, por ejemplo, el miedo a ser agredida, o el rechazo a las
insinuaciones sexuales. Muchas mujeres, por el contrario, puede que hayan llegado
a aceptar estos hechos como algo natural en los hombres y sin justificarlo
puedan comprenderlo. Las imaginaciones resistentes lo que hacen es poner una
barrera, por ello, liberan ya por principio la imaginación propia para generar
nuevos imaginarios de vida.
La confabulación en un
grupo, por la propia asunción de la posición epistémica vulnerable que
comparten, convierte a este en una nueva clase de sujeto cognoscente, un agente
colectivo que no se basa en asimetrías entre expertos y legos sino que adopta
formas de aprendizaje interactivo. De nuevo Paulo Freire: “La educación
auténtica, repetimos, no se hace de A para B o de A sobre B, sino A con B, con
la mediación del mundo. Mundo que impresiona y desafía a unos y a otros
originando visiones y puntos de vista en torno de él. Visiones impregnadas de
anhelos, de dudas, de esperanzas o desesperanzas que implican temas
significativos, en base a los cuales se constituirá el contenido programático
de la educación.”.
La idea de fraternidades
epistémicas podría suscitar una rápida objeción de si acaso es una especie de
fantasía utópica o, en caso contrario, de si existen y se encuentran de forma
habitual en las diferentes culturas y sociedades. La respuesta a esta pregunta
no es conceptual sino empírica. Lo que he tratado de hacer es dar nombre y
proponer exploratoriamente algunas características que una investigación
sociológica más cuidadosa tendría que llevar a cabo. Sin embargo, el hecho de
que formen parte de una microdinámica de distribución y producción de
conocimiento hace que sean normalmente invisibles a la investigación
cuantitativa al uso. Son una suerte de “colegios invisibles”. Las fraternidades epistémicas son componentes de los
movimientos sociales sin necesariamente identificarse con ellos. Si un grupo de
mujeres constituyen un club de lectura por razones muy heterogéneas,
seguramente no serán detectables en el marco de los grandes movimientos
feministas, pero la inversa también es cierta: sin la existencia veteada,
inconexa de miles de grupos como este seguramente tampoco existirían lo que
llamamos movimientos sociales.
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