¿Cómo se vive la historia desde la precaria condición de gente normal que se siente desbordada por una situación en la que están como observadores, participantes o ambas? Las teorías liberales sostienen que la historia y el mercado se parecen en que son subproductos compositivos de las intenciones y cálculos de multitudes de individuos. Las teorías deterministas sostienen que las situaciones son producto de fuerzas y recomposiciones que producen las intenciones y subjetividades, pero no son afectadas por ellas. Los estructuralismos, posestructuralismos y marxismos mecánicos dan preeminencia a las fuerzas que componen la fábrica de las sociedades y dejan a los individuos la simple tarea de ser más o menos conscientes de aquellas. Por último, las filosofías del kairós, ereignis o acontecimiento aportan la idea de la singularidad e irreversibilidad de la situación en la que se desvela alguna verdad histórica.
Ninguna de estas filosofías de la historia nos resulta consoladora ni convincente. Las teorías liberales tienen una confianza en la agencia y subjetividad de los individuos y una mucho mayor confianza en las reglas de composición que no se corresponde con nuestra frágil naturaleza de seres perplejos y desbordados por los aconteceres ni con la complejidad de las interacciones y las mutuas reorganizaciones de las subjetividades por el reconocimiento de las actitudes ajenas. La teoría de juegos es matemáticamente compleja pero psicológica y agencialmente ingenua. Parte de la idea de que los individuos tienen claras sus intenciones y las adecúan a sus previsiones sobre el comportamiento ajeno, sin tener en cuenta cómo las intenciones de los otros modifican continuamente las nuestras.
Para las teorías más o menos deterministas (poder, estructuras a priori de lo simbólico, estructuras de clase y demás variedades) la situación y su singularidad no existe, es solo una manifestación de las fuerzas históricas que adquieren adjetivaciones y coloraturas en coyunturas particulares, pero su dirección ya está escrita en algún lugar. Como diría Plejanov, las acciones de reyes y príncipes pueden afectar a la forma de las situaciones pero nunca a la dirección de su curso.
Las teorías del acontecimiento que impregnan la filosofía política contemporánea a través de la idea de lo instituyente o constituyente tienen la ventaja de aceptar la singularidad y concreción de los eventos históricos, de valorar las subjetividades más que el determinismo, pero tienen una visión milagrosa, mágica del evento, como si la singularidad del momento hablase a la historia con términos claros y prístinos enunciando y desvelando el sentido de la historia.
Necesitamos recordar la doble condición de los sujetos, de todas nosotros y nosotras, una duplicidad de sujetos y objetos, de productores y productos, de actores que son modelados por las situacionesde sus acciones. La historia la hacen todos los agentes en la medida en que las acciones cambian los cursos, pero las acciones no son un territorio limpio de intenciones, motivaciones, conocimientos y deseos, sino una red de contradicciones que son vividas como fracturas y opacidades externas e internas. Los sujetos-objetos que somos interpretamos mal lo que ocurre y sobre todo interpretamos mal las situaciones en las que estamos involucrados. Las fuerzas de las relaciones de poder, por otro lado, no son fuerzas estables, sino productos dinámicos cambiantes por el ejercicio de acciones que son resultado de esas intenciones contradictorias. Así, Sarte en su Crítica de la razón dialéctica recuerda cómo los sans culottes, los plebeyos enfebrecidos que aceleraron las contradicciones de la Revolución francesa también eran fuerzas contradictorias que en ciertos momentos gritaban "¡con los reyes podíamos comer!".
Nada hay limpio en un acontecimiento. Las tensiones y contradicciones reinan en las conciencias tanto como en las estructuras. La historia la hacen los sujetos en tanto que viven sus vidas como proyectos con horizontes de trascendencia, que querer otra vida, en tanto que toman decisiones a las que están condenados, sus deseos y creencias, sin embargo, están formados por heterogéneas mezclas de perspectivas sobre la situación y complejos mundos interiores que son también productos extraños de las conciencias de los otros.
En la niebla del acontecimiento algunas personas se orientan mejor que otras. Los fáciles empirismos de sociólogos y teóricos que disponen de guiones sencillos tienden a ser influidos demasiado fácilmente por las ideas dominantes reproducidas por los medios de comunicación. Las estadísticas no son más claras que el oráculo de Delfos, y sus interpretaciones no son más objetivas que las de cualquier otra opinión. Alguna gente es muy consciente de las contradicciones, sobre todo de las propias, y tiende a prestar mucha más atención a los matices de gris que componen el acontecimiento y entienden que la historia siempre tiene significados, pero los significantes nunca son explícitos, siempre son lazos entre el mundo y las conciencias. Nunca las victorias son victorias ni las derrotas derrotas. Esa lección es difícil de aceptar pero no en otro terreno nacen las flores de la esperanza.
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