Hay formas de daño que deben ser pensadas con otras categorías que las de la ruina o la crisis destructora. Son aquellas en las que hay una pérdida de mundo y de sentido. En el ciclo y los circuitos de producción y reproducción hay crisis y crisis. A veces se anuncian destrucciones que no son más que ruinas de lo que hay, y que tal vez merezcamos, pero en la trama de la historia hay otros momentos de más profunda destrucción para los que se escribieron textos como el apocalipsis. Puede que ni siquiera sean visibles. Puede que sean más cotidianos de lo que parece. Pero son más terribles. Son aquellos que producen pérdida del suelo del mundo.
El orden de las
cosas consiste en producir y destruir mundo. Al producir cosas producimos
mundos mediante el trabajo, que a la vez destruye cuerpos, sobre todo en la
forma de trabajo asalariado. Al consumir cosas destruimos mundo. Las cosas se
transforman, salen del circuito de la mercancía y se convierten en residuos. Al
consumir, sin embargo, producimos cuerpos, sensibilidades, subjetividades. El
circuito de producción y consumo, de generación y degeneración de cuerpos, es
lo que constituye el mundo, tal como Heidegger entendía el término, es decir,
como lo cotidiano, lo que es familiar y está a mano, lo que tiene sentido.
Las cosas pueden
ir bien o mal. A veces hay destrucciones por causas naturales o sociales que
derrumban las casas y cosas que constituyen lo cotidiano. Para estas
situaciones se inventó el termino “resiliencia” que habla de volver atrás y recuperar
el mundo, reconstruir las casas y reproducir las cosas. “Si me matan al marido ‑dice
Antígona‑ tomaré otro, si me matan a un hijo, haré otro más”. En las catástrofes
los cuerpos y las cosas y casas se convierten en desechos deshechos. Los caídos
sacuden el polvo de la vida y se ponen de pie para seguir caminando.
Hay otros
momentos más destructivos. Son aquellos en los que se hunde el suelo, en los
que el mundo no solo se arruina, sino que desaparece. En estos quiebres en los
que se pierde pie la confianza básica en el mundo abandona a quienes los
sufren. Como el oxígeno en una explosión atómica, No hay suelo sobre el que reconstruir,
no hay planes que la imaginación pueda levantar ni tiempos que recordar. Ni
siquiera la nostalgia es posible.
Los
desfondamientos, momentos de desolación, sin consuelo, en los que no se encuentra
solaz en el tiempo ni en el espacio, fueron cantados con una liturgia de
apocalipsis por quienes miraban abajo a las fosas de los caídos con el temor de
ser los siguientes. Los rituales de
desolación se reservaban para ser actuados en las amenazas inminentes o en el
recuerdo de lo inmediato. Cantos como el espeluznante Dies irae o el Cuarteto
para el fin de los tiempos, fueron creados para exorcizar con la magia de
la música y el canto la posible pérdida de mundo. Fueron rituales para curar la
memoria colectiva, para curar colectivamente la memoria y la imaginación.
Tal vez ahora nos
falten rituales como nos falta imaginación para pensar la posibilidad de un
desfondamiento del mundo y solo queden refugios en la vana esperanza de los “survivalistas”
o la nostalgia resentida del neoconservadurismo.
Dies iræ, dies
illa, Solvet sæclum in favilla, Teste David cum Sibylla! Quantus tremor
est futurus, quando iudex
est venturus, cuncta stricte discussurus! Tuba mirum spargens sonum per sepulcra regionum, coget omnes ante thronum. Mors stupebit et Natura, cum resurget creatura, iudicanti responsura. Liber scriptus proferetur, in quo totum continetur, unde Mundus iudicetur. Iudex ergo cum sedebit, quidquid latet apparebit, nil inultum remanebit. Quid sum miser tunc dicturus? Quem patronum
rogaturus, cum vix iustus
sit securus? Rex tremendæ
maiestatis, qui salvandos
salvas gratis, salva me, fons
pietatis. Recordare,
Iesu pie, quod sum causa
tuæ viæ; ne me perdas
illa die. Quærens me, sedisti lassus, redemisti crucem passus, tantus labor non sit cassus. Iuste Iudex ultionis, donum fac remissionis ante diem
rationis. Ingemisco,
tamquam reus, culpa rubet
vultus meus, supplicanti
parce Deus. Qui Mariam
absolvisti, et latronem exaudisti, mihi quoque spem dedisti. Preces meæ non sunt dignæ, sed tu bonus fac benigne, ne perenni cremer igne. Inter oves locum præsta, et ab hædis me sequestra, statuens in parte dextra. Confutatis maledictis, flammis acribus addictis, voca me cum benedictis. Oro supplex et acclinis, cor contritum
quasi cinis, gere curam mei
finis. Lacrimosa dies
illa, qua resurget
ex favilla iudicandus
homo reus. Huic ergo
parce, Deus. Pie Iesu
Domine, dona eis
requiem. Amen. |
¡Será un día
de ira, aquel día en que el
mundo se reduzca a cenizas, como
predijeron David y la Sibila! ¡Cuánto terror
habrá en el futuro cuando el juez
haya de venir para hacer
estrictas cuentas! La trompeta
resonará terrible por todo el
reino de los muertos, para reunir a
todos ante el trono. La muerte y la
Naturaleza se asombrarán, cuando todo lo
creado resucite para responder
ante su juez. Se abrirá el
libro escrito que todo lo
contiene y por el que
el mundo será juzgado. Entonces, el
juez tomará asiento, todo lo oculto
se mostrará y nada quedará
impune. ¿Qué alegaré
entonces, pobre de mí? ¿De qué
protector invocaré ayuda, si ni siquiera
el justo se sentirá seguro? Rey de
tremenda majestad tú que salvas
solo por tu gracia, sálvame,
fuente de piedad. Acuérdate,
piadoso Jesús de que soy la
causa de tu calvario; no me pierdas
ese día. Por buscarme,
te sentaste agotado; por redimirme,
sufriste en la cruz, ¡que tanto
esfuerzo no sea en vano! Justo juez de
los castigos, concédeme el
regalo del perdón antes del día
del juicio. Sollozo,
porque soy culpable; la culpa
sonroja mi rostro; perdona, oh
Dios, a este suplicante. Tú, que
absolviste a Magdalena y escuchaste
la súplica del ladrón, dame a mí
también esperanza. Mis plegarias
no son dignas, pero tú, que
actúas con bondad, no permitas
que arda en el fuego eterno. Colócame entre
tu rebaño y sepárame de
los impíos situándome a
tu derecha. Confundidos
los malditos, arrojados a
las llamas acerbas, llámame entre
los benditos. Te ruego
compungido y de rodillas, con el corazón
contrito, casi en cenizas, que cuides de
mí en el final. Será de
lagrimas aquel día, en que del
polvo resurja el hombre
culpable, para ser juzgado. Perdónalo,
entonces, oh Dios, Señor de
piedad, Jesús, y concédele el
descanso. Amén. |