jueves, 4 de mayo de 2023

El suelo del mundo

 


Hay formas de daño que deben ser pensadas con otras categorías que las de la ruina o la crisis destructora. Son aquellas en las que hay una pérdida de mundo y de sentido. En el ciclo y los circuitos de producción y reproducción hay crisis y crisis. A veces se anuncian destrucciones que no son más que ruinas de lo que hay, y que tal vez merezcamos, pero en la trama de la historia hay otros momentos de más profunda destrucción para los que se escribieron textos como el apocalipsis. Puede que ni siquiera sean visibles. Puede que sean más cotidianos de lo que parece. Pero son más terribles. Son aquellos que producen pérdida del suelo del mundo.

El orden de las cosas consiste en producir y destruir mundo. Al producir cosas producimos mundos mediante el trabajo, que a la vez destruye cuerpos, sobre todo en la forma de trabajo asalariado. Al consumir cosas destruimos mundo. Las cosas se transforman, salen del circuito de la mercancía y se convierten en residuos. Al consumir, sin embargo, producimos cuerpos, sensibilidades, subjetividades. El circuito de producción y consumo, de generación y degeneración de cuerpos, es lo que constituye el mundo, tal como Heidegger entendía el término, es decir, como lo cotidiano, lo que es familiar y está a mano, lo que tiene sentido.

Las cosas pueden ir bien o mal. A veces hay destrucciones por causas naturales o sociales que derrumban las casas y cosas que constituyen lo cotidiano. Para estas situaciones se inventó el termino “resiliencia” que habla de volver atrás y recuperar el mundo, reconstruir las casas y reproducir las cosas. “Si me matan al marido ‑dice Antígona‑ tomaré otro, si me matan a un hijo, haré otro más”. En las catástrofes los cuerpos y las cosas y casas se convierten en desechos deshechos. Los caídos sacuden el polvo de la vida y se ponen de pie para seguir caminando.

Hay otros momentos más destructivos. Son aquellos en los que se hunde el suelo, en los que el mundo no solo se arruina, sino que desaparece. En estos quiebres en los que se pierde pie la confianza básica en el mundo abandona a quienes los sufren. Como el oxígeno en una explosión atómica, No hay suelo sobre el que reconstruir, no hay planes que la imaginación pueda levantar ni tiempos que recordar. Ni siquiera la nostalgia es posible.

Los desfondamientos, momentos de desolación, sin consuelo, en los que no se encuentra solaz en el tiempo ni en el espacio, fueron cantados con una liturgia de apocalipsis por quienes miraban abajo a las fosas de los caídos con el temor de ser los siguientes.  Los rituales de desolación se reservaban para ser actuados en las amenazas inminentes o en el recuerdo de lo inmediato. Cantos como el espeluznante Dies irae o el Cuarteto para el fin de los tiempos, fueron creados para exorcizar con la magia de la música y el canto la posible pérdida de mundo. Fueron rituales para curar la memoria colectiva, para curar colectivamente la memoria y la imaginación.

Tal vez ahora nos falten rituales como nos falta imaginación para pensar la posibilidad de un desfondamiento del mundo y solo queden refugios en la vana esperanza de los “survivalistas” o la nostalgia resentida del neoconservadurismo.

 No hace falta ser creyente (mejor si no) para entender de qué habla el canto de los días de ira:

Dies iræ, dies illa,

Solvet sæclum in favilla,

Teste David cum Sibylla!

Quantus tremor est futurus,

quando iudex est venturus,

cuncta stricte discussurus!

Tuba mirum spargens sonum

per sepulcra regionum,

coget omnes ante thronum.

Mors stupebit et Natura,

cum resurget creatura,

iudicanti responsura.

Liber scriptus proferetur,

in quo totum continetur,

unde Mundus iudicetur.

Iudex ergo cum sedebit,

quidquid latet apparebit,

nil inultum remanebit.

Quid sum miser tunc dicturus?

Quem patronum rogaturus,

cum vix iustus sit securus?

Rex tremendæ maiestatis,

qui salvandos salvas gratis,

salva me, fons pietatis.

Recordare, Iesu pie,

quod sum causa tuæ viæ;

ne me perdas illa die.

Quærens me, sedisti lassus,

redemisti crucem passus,

tantus labor non sit cassus.

Iuste Iudex ultionis,

donum fac remissionis

ante diem rationis.

Ingemisco, tamquam reus,

culpa rubet vultus meus,

supplicanti parce Deus.

Qui Mariam absolvisti,

et latronem exaudisti,

mihi quoque spem dedisti.

Preces meæ non sunt dignæ,

sed tu bonus fac benigne,

ne perenni cremer igne.

Inter oves locum præsta,

et ab hædis me sequestra,

statuens in parte dextra.

Confutatis maledictis,

flammis acribus addictis,

voca me cum benedictis.

Oro supplex et acclinis,

cor contritum quasi cinis,

gere curam mei finis.

Lacrimosa dies illa,

qua resurget ex favilla

iudicandus homo reus.

Huic ergo parce, Deus.

Pie Iesu Domine,

dona eis requiem.

Amen.

 

¡Será un día de ira, aquel día

en que el mundo se reduzca a cenizas,

como predijeron David y la Sibila!

¡Cuánto terror habrá en el futuro

cuando el juez haya de venir

para hacer estrictas cuentas!

La trompeta resonará terrible

por todo el reino de los muertos,

para reunir a todos ante el trono.

La muerte y la Naturaleza se asombrarán,

cuando todo lo creado resucite

para responder ante su juez.

Se abrirá el libro escrito

que todo lo contiene

y por el que el mundo será juzgado.

Entonces, el juez tomará asiento,

todo lo oculto se mostrará

y nada quedará impune.

¿Qué alegaré entonces, pobre de mí?

¿De qué protector invocaré ayuda,

si ni siquiera el justo se sentirá seguro?

Rey de tremenda majestad

tú que salvas solo por tu gracia,

sálvame, fuente de piedad.

Acuérdate, piadoso Jesús

de que soy la causa de tu calvario;

no me pierdas ese día.

Por buscarme, te sentaste agotado;

por redimirme, sufriste en la cruz,

¡que tanto esfuerzo no sea en vano!

Justo juez de los castigos,

concédeme el regalo del perdón

antes del día del juicio.

Sollozo, porque soy culpable;

la culpa sonroja mi rostro;

perdona, oh Dios, a este suplicante.

Tú, que absolviste a Magdalena

y escuchaste la súplica del ladrón,

dame a mí también esperanza.

Mis plegarias no son dignas,

pero tú, que actúas con bondad,

no permitas que arda en el fuego eterno.

Colócame entre tu rebaño

y sepárame de los impíos

situándome a tu derecha.

Confundidos los malditos,

arrojados a las llamas acerbas,

llámame entre los benditos.

Te ruego compungido y de rodillas,

con el corazón contrito, casi en cenizas,

que cuides de mí en el final.

Será de lagrimas aquel día,

en que del polvo resurja

el hombre culpable, para ser juzgado.

Perdónalo, entonces, oh Dios,

Señor de piedad, Jesús,

y concédele el descanso.

Amén.


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