Corto y pego aquí varias entradas de FaceBook que he ido hilando a propósito del "caso Errejón", un descubrimiento (uno más) de que gente en la que confiaste y admiraste tenía otro lado tenebroso en el que se valía de su poder para aplastar. El daño psicológico a las víctimas se une con el daño colectivo a todos los movimientos y gente que representaba. Irresponsabilidad, inconsciencia, insolencia, ..., no sé las causas psicológicas o políticas, pero sí las consecuencias. El texto que sigue no es muy coherente, no he querido modificar las entradas:
1) La confianza es el lazo más poderoso, el que nos mantiene juntos desde lo más intimo a lo más social e institucional. Es lo que nos protege del individualismo. Pero es un vínculo frágil que se rompe de forma irreversible cuando no se cumplen las expectativas que se han depositado en el otro. Por eso lo llamamos "traición", la palabra más dura de nuestro vocabulario. Estas rupturas son catastróficas porque nos contaminan de desconfianza generalizada.
No necesitar héroes y atender a las obras más que a las palabras es lo más recomendable para restaurar la confianza colectiva.
2) Solo se aprende de la experiencia, la mala sobre todo y a veces la buena. Estos días toca la mala. La experiencia no es solo lo que ocurre sino como terminamos narrando lo que ocurre de modo que ese relato se incorpore a las actitudes personales y colectivas. Ayer ya hice una valoración moral. Hoy me atrevo a hacer una valoración política: no sabemos aún cuán profundo sea o será el daño causado por los comportamientos personales de los líderes (lo pongo en plural) de la nueva izquierda paralela al PSOE (y digo conscientemente paralela porque no acabo de conocer muy bien cuál sea el mapa real de direcciones y posiciones). No sabemos - y esto es lo que me parece más relevante- cuánta fuerza de transformación real existe en la parte de la sociedad no contenta con cómo van las cosas y que mantiene redes invisibles que a veces se manifiestan como movimientos sociales y a veces no. Ayer me decía una novelista amiga que la cuestión real es qué poco poder hay de transformación. Está por calibrar cuánto. Poco a corto plazo, no sabemos cuánto a medio y largo. Dudo que se pueda seguir manteniendo una de las hipótesis del primer Podemos, el del populismo ingenuo, que sostenía que un líder puede catalizar muchos descontentos en su figura. Por ahora no necesitamos héroes: la condición humana nos lleva a pensar que hay una correlación entre el poder acumulado y la falta de sentido de la realidad y de la responsabilidad. Necesitamos más mecanismos de alerta temprana moral y política.
Estas ignorancias que tenemos no son necesariamente malas. Saber lo que se ignora es mejor que ignorar lo que se ignora. La violencia verbal que está en el ambiente no es necesariamente un mal indicador. Significa que hay mucha energía cargada. No hay que desesperarse si eso no se manifiesta en una representación política como nos gustaría, por el momento. Mucho más grave sería la anomia completa, pero no creo en estas actitudes pesimistas.
Lo que sí necesitamos es mirar no hacia arriba sino hacia los lados, crear redes, seguir hablando y sobre todo aprender a escuchar, incluso lo que no es dicho o es dicho de forma contradictoria. Y seguir pensando también en que el verdadero desorden no es el que se manifiesta en lo superficial, sino en las estructuras básicas del mundo.
Es un desastre, sí, el comportamiento vergonzoso de algunos líderes. Pero también lo es que con la anuencia de la izquierda se pueda aumentar la financiación de la enseñanza concertada, porque eso también es un signo de desorientación.
Lo que sí necesitamos es mirar no hacia arriba sino hacia los lados, crear redes, seguir hablando y sobre todo aprender a escuchar, incluso lo que no es dicho o es dicho de forma contradictoria. Y seguir pensando también en que el verdadero desorden no es el que se manifiesta en lo superficial, sino en las estructuras básicas del mundo.
Es un desastre, sí, el comportamiento vergonzoso de algunos líderes. Pero también lo es que con la anuencia de la izquierda se pueda aumentar la financiación de la enseñanza concertada, porque eso también es un signo de desorientación.
A pesar de estar traumatizado por lo que significa siempre descubrir que gente en la que creíste vivían una vida oscura y tenebrosa de poder, reflexiono hoy y descubro que mi vida y estoy seguro que la vuestra vive en otro mundo. Tanto en la academia, las clases, como en la política y en las amistades más cercanas y la familia, he visto siempre lo que ha hecho sobrevivir a la humanidad: la capacidad de comprensión, cuidado y acción conjunta sin calcular costos ni deudas. A pesar de los sufrimientos, desigualdades, problemas económicos y personales, los lazos que nos unen a otros son más fuertes que todas nuestras debilidades. Que esta experiencia en las distancias cercanas no se refleje en las grandes, lo institucional, la representación y el teatro político, mucho menos en el poder y la dominación económicos, en el poder patriarcal, no es algo que nos deba sorprender. El poder siempre consiste en colonizar lo mejor nuestro, en expropiar nuestros sentimientos y nuestro conocimiento, en subirse a las paredes que hemos creado contra el caos.
La gente que vive en el espacio del poder y la dominación está a medio camino entre lo que cabría, sí, llamar una enfermedad (sin que eso signifique una disculpa) y una desorientación profunda en la vida. Cuando vemos las vidas torcidas de quienes llegan a la vejez y han disfrutado o disfrutan de tanto poder (pienso en los Trump, en los Felipe González, y quizá con él en una generación de poderosos en sus últimos días), solo veo irritación, resentimiento, intentos de refugiarse en sus riquezas y superioridad, sus casas, yates, aduladores y demás. En algún sentido, lo que llamamos revolución debería ser mostrar que el otro mundo posible es el mundo que ya tenemos cuando esté libre de esa gente.
La gente que vive en el espacio del poder y la dominación está a medio camino entre lo que cabría, sí, llamar una enfermedad (sin que eso signifique una disculpa) y una desorientación profunda en la vida. Cuando vemos las vidas torcidas de quienes llegan a la vejez y han disfrutado o disfrutan de tanto poder (pienso en los Trump, en los Felipe González, y quizá con él en una generación de poderosos en sus últimos días), solo veo irritación, resentimiento, intentos de refugiarse en sus riquezas y superioridad, sus casas, yates, aduladores y demás. En algún sentido, lo que llamamos revolución debería ser mostrar que el otro mundo posible es el mundo que ya tenemos cuando esté libre de esa gente.
3) A pesar de estar traumatizado por lo que significa siempre descubrir que gente en la que creíste vivían una vida oscura y tenebrosa de poder, reflexiono hoy y descubro que mi vida y estoy seguro que la vuestra vive en otro mundo. Tanto en la academia, las clases, como en la política y en las amistades más cercanas y la familia, he visto siempre lo que ha hecho sobrevivir a la humanidad: la capacidad de comprensión, cuidado y acción conjunta sin calcular costos ni deudas. A pesar de los sufrimientos, desigualdades, problemas económicos y personales, los lazos que nos unen a otros son más fuertes que todas nuestras debilidades. Que esta experiencia en las distancias cercanas no se refleje en las grandes, lo institucional, la representación y el teatro político, mucho menos en el poder y la dominación económicos, en el poder patriarcal, no es algo que nos deba sorprender. El poder siempre consiste en colonizar lo mejor nuestro, en expropiar nuestros sentimientos y nuestro conocimiento, en subirse a las paredes que hemos creado contra el caos.
La gente que vive en el espacio del poder y la dominación está a medio camino entre lo que cabría, sí, llamar una enfermedad (sin que eso signifique una disculpa) y una desorientación profunda en la vida. Cuando vemos las vidas torcidas de quienes llegan a la vejez y han disfrutado o disfrutan de tanto poder (pienso en los Trump, en los Felipe González, y quizá con él en una generación de poderosos en sus últimos días), solo veo irritación, resentimiento, intentos de refugiarse en sus riquezas y superioridad, sus casas, yates, aduladores y demás. En algún sentido, lo que llamamos revolución debería ser mostrar que el otro mundo posible es el mundo que ya tenemos cuando esté libre de esa gente y de las estructuras que los amparan.
Hay dos daños diferenciables en la trayectoria de Errejon: el primero es la violencia machista, sobre la que ya se está diciendo casi todo lo que hay que decir, y tal vez está sirviendo para que muchas mujeres se animen a contar sus casos similares. Hay un segundo daño, también muy grave, que es el de la irresponsabilidad política que ha tenido, en parte por creer que estos comportamientos no se iban a conocer, o que su efecto podría ser controlado y en parte por no darle imprtancia. Pero este segundo daño es terrible: en primer lugar afecta a las posibilidades conjuntas de la izquierda y en particular de la izquierda diferente al Psoe; en segundo lugar, porque, por unas razones u otras, ha implicado en su irresponsabilidad a todas las personas que supieron del riesgo y no lo valoraron en todo su alcance, tal vez por amistad mal entendida, tal vez por miedo a las consecuencias para ellas o por otros cálculos incomprensibles para mí. En lo que respecta al primero, las víctimas son las mujeres que sufrieron sus acciones. En lo que respecta al segundo, las víctimas son colectivos muy amplios que están sufriendo de desánimo serio, que posiblemente les afecte en sus futuras posiciones y actitudes.
La irresponsabilidad política crea irreversibilidades de plazo largo y ondas profundas de conmoción. Cuanto más poder político se tiene, y se disfruta, tanto mayor es la responsabilidad que se contrae y, por eso, aunque entiendo que haya muchas intervenciones que traten de limitar las responsabilidades a lo personal, creo que esta segunda dimensión no puede dejarse a un lado. Bien es cierto que me escandaliza igualmente esta lucha cainita que ha surgido en redes y prensa por exigir caídas, cuando el problema es y ha sido históricamente la irrelevancia que tienen en los partidos (¡ay! también en la izquierda) las comisiones e instituciones de control interno del comportamiento ético. Así que espero que se saque alguna experiencia y enseñanza de todo esto.
La irresponsabilidad política crea irreversibilidades de plazo largo y ondas profundas de conmoción. Cuanto más poder político se tiene, y se disfruta, tanto mayor es la responsabilidad que se contrae y, por eso, aunque entiendo que haya muchas intervenciones que traten de limitar las responsabilidades a lo personal, creo que esta segunda dimensión no puede dejarse a un lado. Bien es cierto que me escandaliza igualmente esta lucha cainita que ha surgido en redes y prensa por exigir caídas, cuando el problema es y ha sido históricamente la irrelevancia que tienen en los partidos (¡ay! también en la izquierda) las comisiones e instituciones de control interno del comportamiento ético. Así que espero que se saque alguna experiencia y enseñanza de todo esto.
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